La sociología y el estudio de la familia
- Opinión
Hay suficientes razones para pensar que la reflexión –y también la preocupación— sobre la familia ha sido parte de la vida del homo sapiens desde tiempos remotos. Incluso hay evidencias paleontológicas que apuntan a la presencia de esa preocupación en otra especie del género homo –el homo neanderthalensis— hoy desaparecida. Esto último se infiere no sólo de las capacidades biológicas, intelectuales y culturales de estos seres humanos, sino de algunas de sus prácticas rituales –como el enterramiento de los muertos— que revelan una conciencia clara del nexo filial y del afecto hacia aquellos que fallecen1.
En el caso del homo sapiens, en el cual la conciencia y la reflexividad –sustentadas por capacidades afectivas, de sentir y de lenguaje extraordinarias— son indiscutibles2, el nexo filial se convirtió desde los primeros tiempos de su recorrido evolutivo –iniciado hace unos 200 mil años3— no solo en objeto de culto a los muertos y en celebración de la vida, sino en tema de reflexión y de preocupación. En este último aspecto, es casi seguro que aquellos antepasados nuestros se hicieron preguntas relativas al origen de ese grupo particular que vinculaba a padres y madres con hijos, o relativas a la naturaleza de la relación existente entre ellos y el resto de miembros del clan o tribu del cual formaban parte. Dadas sus capacidades simbólicas –que son las nuestras— es seguro también que crearon un arte que expresara sus vivencias familiares, lo mismo que inventaron palabras para nombrar sus experiencias, planes y retos. Edificaron espacios no sólo para la vida del grupo de referencia más amplio, sino para ese grupo más cercano vinculado por una relación reproductiva (de carácter biológico), pero también social y cultural.
Para la mayor parte de la presencia del homo sapiens en la tierra, la evidencia de su vida simbólica, cultural y social se ha perdido. Nos quedan restos fósiles y arqueológicos que permiten, con muchas dificultades, imaginar los modos culturales, las prácticas, los hábitos, la escritura y las formas de comunicación de nuestros antepasados, por lo menos hasta hace unos 200 mil años; y es apenas hasta hace unos 30 mil años que las evidencias culturales y sociales se han ido haciendo más accesibles.
Sin embargo, lo que se ha mostrado esquivo es la evidencia sobre la reflexión que esos antepasados nuestros hicieron sobre la familia, es decir, la concepción que tuvieron de la misma, sus preocupaciones y el sentido que daban a aquélla. Es hasta hace unos mil años que se encuentran testimonios claros de esa reflexión, por ejemplo en los textos del Antiguo Testamento. Después, en los textos del Nuevo Testamento, se formula una concepción de la familia que llegará para quedarse en las sociedades occidentales. No se trata en esos escritos de carácter religioso de explicar cómo se originan o cómo funcionan esos grupos sociales particulares, sino de establecer el deber ser de los mismos a partir de los mandatos emanados de la voluntad de Dios. Su realidad efectiva no es lo importante, sino su cercanía o alejamiento a un ideal, lo cual es determinado a partir de criterios normativos morales, que posteriormente se transmutarán en criterios normativos jurídicos.
Una vez que la religión entra en escena, la comprensión de la realidad de la familia (lo que la familia es en realidad) tendrá que competir con concepciones idealizadas de la misma, que descansan en marcos normativos morales que apuntan a un deber ser familiar y no al ser efectivo de la familia. Esos marcos normativos influyeron, como parte de la realidad social que eran (y que siguen siendo), en la realidad de las familias, pero no agotaron sus dinámicas y transformaciones debidas a factores que sólo un enfoque explicativo podía aclarar4.
II
Es decir, el conocimiento de la realidad familiar efectiva era (y sigue siendo) necesario. Los primeros esbozos de ese conocimiento se dieron en la Grecia de los siglos VI, V y IV antes de Cristo, en el contexto de un quehacer cultural, filosófico y político rico en implicaciones conceptuales e investigativas. Aunque la mirada de los filósofos griegos estuvo dirigida a la naturaleza, no se les escapó que en el interior de los grupos familiares sucedían cosas importantes para la vida de la polis; y estas cosas tenían que ver con el patrimonio, los bienes materiales y el bienestar.
Le dieron un nombre a esa agrupación: oikos (hogar). Y también dieron nombre al quehacer más importante que se daba en su seno: nomos (orden, administración). La administración del hogar (el oikos nomos) fue una de las primeras claves de comprensión de las dinámicas familiares; una clave que hasta el día de hoy sigue siendo válida en el estudio científico de la familia. La palabra oikos nomos llegó para quedarse en la cultura occidental: de ella deriva la palabra “economía”. En fin, para los griegos mantener en orden el hogar (o la casa), administrarlo bien aseguraba el orden de la polis; de ahí la importancia dada a ese factor en la comprensión teórica de la familia.
Con todo, el aporte de los griegos fue incipiente. Su mirada, como ya se anotó, estaba dirigida a la naturaleza, no a la sociedad y a la historia. Empero, su modo de abordaje era el correcto, pues abría una vía de estudio en la que lo importante era la realidad efectiva de la familia. Lamentablemente, ese impulso no fue seguido por los pensadores romanos, para los cuales lo relevante fue la legislación sobre ese grupo social particular –formado por lazos de parentesco y patrimoniales— al que identificaron con la palabra “familia”, y en el cual el padre fue entendido como la principal autoridad.
La etimología de las palabras es iluminadora: patrimonio, pater (padre), patria potestad, pater familias. Por supuesto que normar no es explicar: se norma para regular, para ordenar; se explica para conocer. La jurisprudencia romana sobre la familia se vio pronto acompañada de los ideales de comunidad familiar provenientes del cristianismo; y ambas corrientes culminaron en la Edad Media con la entronización jurídica y moral (religiosa) del matrimonio como el modelo de convivencia entre un hombre y una mujer, y sus descendientes. Y el complemento de ello fue un complejo entramado normativo (moral y jurídico) destinado a regular (y castigar) una diversidad de conductas relacionadas con la sexualidad.
“Durante la Edad Media –escribe J. A. Brundage—, gradualmente fue tomando forma en Europa cierto carácter sexual occidental. El derecho canónico desempeñó un papel decisivo en su formación, y gran parte de las leyes medievales sobre el sexo sigue firmemente integrada en el derecho, el pensamiento y la práctica de los tiempos modernos. Los primeros intelectuales del medievo heredaron ciertas nociones acerca de la ética y la propiedad sexual, que habían encontrado en los escritos de filósofos, juristas y moralistas de la antigüedad. Sobre estos fundamentos, ulteriores autoridades medievales edificaron una doctrina más compleja y sistemática. Para bien o para mal, aún dominan nuestras vidas ciertos elementos importantes de esta doctrina medieval concerniente al sexo”5.
Se tuvo que esperar hasta el fin de la Edad Media para recuperar el impulso que permitiría acceder, poco a poco, a una comprensión de la familia en su realidad efectiva, dejando aparte los asuntos relativos a su bondad (o la maldad), o a lo que exigen los preceptos legales a sus integrantes. Este giro no fue inmediato, sino sumamente tardío. En efecto, sólo hasta el siglo XIX se asumió que los fenómenos sociales (y la sociedad) debían ser estudiados y comprendidos positivamente, es decir, en su carácter fáctico. Y los pensadores que dieron este paso fueron los fundadores de la sociología clásica (Spencer, Comte, Durkheim, Weber) que, desde un principio, convirtieron a la familia en una unidad del análisis sociológico o, dicho de otra forma, en un objeto de estudio de la sociología.
III
Tarea nada fácil por cierto, esta que se proponían emprender los padres fundadores de la sociología. Ante ellos tenían, en primer lugar, las dinámicas familiares heredadas de la Edad Media y que en el siglo XIX tenían una fuerte presencia en las distintas naciones europeas. En segundo lugar, una herencia cultural y normativa (moral, religiosa, jurídica) que no sólo había establecido un ideal de familia, sino que era parte de activa en las dinámicas familiares, pues condicionada hábitos, costumbres y comportamientos de sus integrantes. Y, en tercer lugar, una transformación económica y social de envergadura propiciada por la primera revolución industrial, que traía aparejada una creciente urbanización y migraciones del campo a la ciudad. Además, al cierre del siglo XIX, el contexto europeo se vio impactado por al auge del sindicalismo obrero y del movimiento socialista y comunista.
De esas tres realidades, la que inmediatamente ocupó la atención de los sociólogos clásicos fue la tercera. Fue prácticamente esa realidad la que condicionó sus objetivos teóricos y empíricos, entre los cuales el más importante era el de encontrar las claves de la estabilidad social. O sea, su preocupación era comprender los factores que mantienen el orden social o, por el contrario, lo alteran y amenazan con el desorden y la inestabilidad. No tenían reparos por el cambio social –lo estaban viviendo y querían comprenderlo—, pero temían que éste fuera abrupto y sin control. Aceptaban el cambio gradual, “evolutivo”, sin sobresaltos6. Su apuesta social y política era por la reforma, no por la revolución7.
La sociología, al aportar un conocimiento de los factores que aseguraban el orden de la sociedad, aportaba las indicaciones de aquello que tenía que ser hecho cuándo esos factores sufrían perturbaciones, como por ejemplo las que se daban en la transformación económica, social y cultural generada en el marco de la primera revolución industrial. Es aquí donde adquiere sentido el análisis de la familia, que es, para estos sociólogos, uno de los soportes del orden social.
Lo es, siempre y cuando la familia también sea un micro orden social pues, si se rompe el orden familiar, la sociedad en su conjunto padece perturbaciones que amenazan su estabilidad. ¿Qué es lo que asegura el orden familiar? En primer lugar, el respeto a las normas que rigen a ese micro grupo; en segundo lugar, el sentido de pertenencia al mismo; y en tercer lugar, el respeto a la normas sociales y el sentido de pertenencia a un grupo mucho mayor que está resguardado por el Estado. Así, la familia y el Estado son los dos grandes ejes en los que descansa el orden social. Cuando ambos fallan, la anomia, el desarraigo, la pérdida de sentido y la violencia entran en escena, como las grandes amenazas a la estabilidad de la sociedad.
En la sociología clásica, en definitiva, lo que hay es un estudio de la familia como una unidad de análisis de un todo mayor. No hay una exploración de su interior, sus tensiones, funcionamiento, estructuración y deterioro. Se la ve desde fuera, siendo su interior una especie de “caja negra”, en la cual suceden cosas que escapan a la mirada del investigador social.
Asimismo, la sociología clásica perdió de vista las dinámicas familiares heredadas de la Edad Media, en tanto que su atención se centró a la forma de familia que estaba emergiendo en el contexto de la industrialización y urbanización de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, es decir, la familia nuclear urbanizada. De algún modo, en esta sociología, ese modelo de familia fue idealizado, lo cual se vio reforzado por la legislación familiar, que cobró vigencia en ese entonces, y que a tono con la herencia jurídica medieval hacía de un tipo de organización familiar particular el avalado y protegido por las leyes.
IV
La sociología posterior, la de los años cuarenta y cincuenta del siglo XX, continuó en la senda trazada por la primera sociología. La exploración del interior de la familia no fue una prioridad, sino el lugar y función de la familia en la estructura social. No cualquier familia, sino la familia nuclear urbana. El problema de esta sociología –que tuvo en T. Parsons y R. K. Merton a dos de sus figuras señeras— siguió siendo el de cómo conservar el orden social, que fue entendido como una estructura funcional. Aquello que es funcional permite que la estructura social se mantenga estable; lo que es disfuncional amenaza su estabilidad.
La familia está llamada a jugar un papel dentro de la estructura social, para lo cual debe ser funcional. ¿Cómo se logra eso? Ante todo, asegurando que los individuos que la forman se integren con normalidad a la sociedad (la familia es un agente primario de socialización), para lo cual es necesario que aquéllos aprendan los roles que les tocará desempeñar, para comenzar en la familia y, posteriormente, en la sociedad. Las disfuncionalidades en la familia (y en los individuos) son un grave problema, pues dificultan la integración social y cultural, que es lo que sostiene el orden social.
La teorización emanada de la sociología de los años 40 y 50 fue extraordinaria. Los conceptos de rol, función, normalidad-anormalidad, integración social y cultural, estructura social, estratos, socialización, y otros quedaron para grabados para siempre en el lenguaje de los sociólogos. Sin embargo, la “caja negra” familiar seguía (y seguiría) siendo un misterio.
Los años sesenta y setenta (del siglo XX) vieron florecer o establecerse firmemente a otras disciplinas de las ciencias sociales, como la historia, la antropología, la psicología y la ciencia política, que se sumaron a la primera ciencia social moderna: la economía, forjada en 1700. Se consolidaba eso que ahora se denomina con toda propiedad Ciencias Sociales; cada una de ellas como responsable de una parcela de la realidad humana y social, tratando de no entrometerse en el campo de trabajo de otra. Así, en esas décadas, las tesis establecidas por la sociología sobre la familia no fueron cuestionadas abiertamente –o sólo lo fueron en casos excepcionales— desde las otras disciplinas, ni tampoco fue explorado en detalle ese objeto de estudio.
En el mapa de la realidad humana y social dibujado por las Ciencias Sociales de los años setenta lo fundamental era profundizar en cada ámbito particular y explorar las zonas fronterizas entre un ámbito y otro, en un esfuerzo interdisciplinar que hasta el día de hoy es una pieza clave de los estudios en ciencias sociales. Se constituyó lo que algunos autores llaman el Modelo Estándar de las Ciencias Sociales, que encontró en la sociología su mejor expresión. Y la sociología –como anotan Luis y Miguel Ángel Castro Nogueira y Morales Navarro— “pagó un precio demasiado alto al exigir, desde un primer momento, su desafección y distanciamiento de otras dimensiones relevantes en el desarrollo de la acción social y las instituciones, nos referimos a las condiciones bio-psico-sociales implicadas en dichos fenómenos”8.
V
En el caso específico de los estudios sobre la familia, el Modelo Estandar se ha visto corregido, desde los años ochenta y noventa, por la exploración de las dinámicas familiares desde las otras disciplinas, que han revelado aspectos de la “caja negra” que hasta entonces eran un misterio y que, al ser desentrañados, nos han enseñado mucho sobre la realidad efectiva (y compleja) de la familia, poniendo serios reparos a sus idealizaciones morales y jurídicas.
En primer lugar, se hizo claro que la familia no sólo es afectada por los procesos históricos, sino que ella en sí misma tiene una historia, es decir, una largo recorrido, cambiante y contradictorio, muy probablemente desde los remotos orígenes de la especie homo sapiens. En esa historia, ha habido distintas configuraciones familiares, prácticas, arreglos, tensiones y conflictos, que se han tejido con los contextos sociales globales y sus particulares tensiones y conflictos. Asimismo, toda familia tiene una micro historia, es decir, vive un proceso de estructuración desde que una pareja decide conformarla hasta que el vínculo se disuelve, lo cual sucede cuando sus miembros fundadores (uno o varios) abandonan definitivamente el grupo. En la micro historia familiar hay cambios –en las relaciones, en los recursos, en sus integrantes— desde que la familia inicia su recorrido como unidad social hasta que la misma se desintegra.
En segundo lugar, la familia no sólo se constituye por los vínculos sociales entre sus miembros, sino que en su seno también se establecen relaciones económicas y relaciones de poder simbólico-culturales. Y las dinámicas relativas a los recursos materiales y simbólicos-culturales condicionan fuertemente la estabilidad-inestabilidad de la familia en las diferentes épocas históricas y en su micro historia. Aquí cabe anotar que los marcos normativos morales y jurídicos (lo mismo que las concepciones de familia vigentes en una sociedad), como parte de la cultura que son, intervienen en la configuración de la familia, en cuanto que sus integrantes las tienen como referente y condicionantes de sus conductas.
Y, en tercer lugar, además de establecer vínculos sociales, los integrantes de un grupo familiar establecen vínculos psicológicos y afectivos; éstos son decisivos en una pareja que tiene como objetivo formar una familia (una relación conyugal), avalada (o no) jurídica o moralmente. En la micro historia familiar, esos vínculos psicológicos y afectivos son cruciales no sólo para explicar la estabilidad de la pareja fundadora, sino las crisis y el deterioro del vínculo familiar. Los vínculos psicológicos y afectivos son uno de los nervios de la familia, especialmente en las sociedades modernas en las cuales el “monopolio de la vida afectiva en el seno del grupo familiar es tanto más absoluto cuanto que… los objetos ideales hacia los que se orientaban hasta hace poco muchos afectos y tensiones, se han desdibujado precipitadamente en un vacío ideológico donde los devora la nada de la muerte. Las iglesias, tanto políticas como religiosas, atraen cada vez menos y ya no comparten con la familia la carga de la vida afectiva”9.
Esas correcciones al Modelo Estándar de las Ciencias Sociales permitieron mirar a la familia en su interior, con lo cual se pudo conocer mejor su ser real, en contraposición a un deber ser de la familia, derivado de visiones morales o jurídicas. Guste o no, sea considerado bueno o malo, legal o ilegal, en la familia real suceden cosas reales –en el presente como también en el pasado— que la dinamizan, le dan estabilidad, le generan tensiones y conflictos, y en el límite la deterioran y conducen a su disolución o a su trasmutación en una forma familiar distinta. Esto último sucedió en el pasado y sigue sucediendo en el presente, lo cual ha dado pie a diferentes estructuras familiares que han existido en la historia de la humanidad y que seguirán dándose en el futuro. Ahora mismo se asiste, en diferentes sociedades, a transformaciones en las estructuras familiares que están configurando nuevas formas de familia, lo cual está repercutiendo en los ideales y marcos legales y morales establecidos.
VI
Desde los años noventa en adelante, las ciencias sociales profundizaron de manera extraordinaria en el conocimiento de la familia. Sin embargo, el Modelo Estándar dio muestras de tener una enorme limitación para seguir aportando en ese conocimiento, y esta limitación tiene que ver con su resistencia a mirar la realidad biológica (y también química y física) no sólo de los integrantes de la familia, sino de ella misma en cuanto posibilitadora de la reproducción biológica de la especie homo sapiens.
El énfasis puesto por el Modelo Estándar en la familia como fenómeno social, histórico y cultural le impidió hacerse cargo de la realidad natural (biológica, principalmente) que condiciona y determina pautas de reproductivas, afectivas, de comportamiento y cognoscitivas del homo sapiens. Es decir, el Modelo Estándar cerró las puertas a los resultados científicos de la biología evolutiva, la paleontología, la biología molecular y la genética10, sin las cuales es imposible entender a cabalidad la realidad humana y social, incluida la familia. Entre otras, una de las tesis firmes del Modelo Estándar es que
“las características y estructuras particulares de cada cultura, que constituyen un nivel de análisis específico, no son un producto de la genética ni de la estructura psicobiológica de los individuos, sino que emergen de los procesos grupales como realidades sui generis, dotadas de la capacidad de las mentes y la vida social. El nivel socio-cultural es autónomo y autocausado. La causa de los hechos sociales ha de buscarse en otros hechos sociales, no en los individuos o en sus experiencias psicológicas… La cultura desborda el componente biológico, lo supera y se erige en una segunda naturaleza. En términos de explicaciones causales, la cultura es autorreferente. Ningún contenido relevante de las culturas se encuentra determinado por nuestra herencia genética. Cada cultura es una prueba de viva de la plasticidad humana y del carácter abierto de nuestra naturaleza”11.
Argumentos como los citados ya no se sostienen a partir de las conquistas teóricas y empíricas de la biología evolutiva, la paleontología, la genética y la biología de la mente12. Ni la cultura ni las capacidades cognoscitivas ni la sociabilidad humanas pueden ser entendidas sin los aportes de esas disciplinas científico naturales. Y por supuesto, sin esos aportes no puede entenderse el origen, evolución y dinámicas fundamentales de ese particular grupo social que es la familia. De hecho, sus diversas formas históricas –y todo el simbolismo moral y normativo que la ha acompañado— no han anulado su papel crucial en la reproducción biológica de la especie homo sapiens.
Y el éxito biológico de nuestra especie –el éxito de una especie se mide por su capacidad para dejar descendencia, pues eso asegura su permanencia en el tiempo— se ha jugado, en lo fundamental, en ese grupo social llamado familia. El nombre, por otro lado, no importa; incluso, la familia podría dejar de ser un espacio de reproducción biológica… pero –si la especie humana ha de seguir presente en el planeta (y en ausencia de una catástrofe que acabe con ella)— tendrá que haber parejas que se reproduzcan sexualmente y que aseguren que los individuos generados por ellas (unos individuos débiles, que tienen una maduración biológica tardía comparados con otros mamíferos) estén en condiciones para valerse por sí mismos, aunque el nombre que se dé al vínculo que establezcan no sea el de “familia”.
Los individuos que forman una familia pertenecen a una especie biológica (la especie homo sapiens), que a su vez pertenece a un género biológico (el género humano), con una trayectoria evolutiva compartida con los primates13. Esa es una realidad que no puede obviarse. Tampoco puede obviarse que esos individuos tienen una estructura genética que los gobierna en beneficio de la especie y de los mismos genes, pues aunque los individuos mueran la especie (y los genes) se mantiene siempre y cuando aquéllos dejen descendencia. La familia ha sido, en prácticamente toda la historia humana, el espacio básico de ese proceso que es, a la vez, biológico, psicológico y social.
Por último, tampoco puedo obviarse que las leyes de la física y la química tienen un lugar inexorable en la vida de la familia. En algo tan fundamental como la salud, la enfermedad y la muerte de sus miembros (en definitiva, en el intercambio de energía con el medio) la entropía siempre tiene las de ganar. Entender eso ayuda a entender que dinámicas familiares esenciales están condicionadas inexorablemente por esos factores, siendo los mismos cruciales para comprender la importancia del trabajo, la alimentación, el descanso, las previsiones de futuro y el simbolismo del que se revisten esas dimensiones de la vida familiar en cada época histórica.
VII
En resumen, los aportes y avances extraordinarios delas ciencias naturales están cambiando drásticamente las concepciones vigentes sobre la sociedad y la cultura, y obviamente sobre la familia. En el momento actual, las ciencias sociales están siendo desafiadas por esos aportes, que no sin dificultades están dando lugar a nuevos enfoques y explicaciones científicas sobre la familia: su origen, historia y dinámicas internas que son, a la vez, físicas, químicas, biológicas, psicológicas y sociales.
Es de desear, que más temprano que tarde, los marcos normativos (morales, jurídicos o de derechos humanos) se hagan cargo de esos nuevos enfoques y explicaciones, pues de lo contrario seguirán anclados en concepciones ajenas a la realidad, con todas las consecuencias negativas que ello pueda tener para quienes se vean (o se ven) afectados por decisiones fundadas en ideales y no en realidades. Hoy por hoy, la ciencia es la mejor herramienta que tenemos para hablar de la realidad natural y social. No conviene darle la espalda, apostando por fantasías e ilusiones que no sólo impiden incidir con eficacia en el mundo real, sino que favorecen el oscurantismo y la manipulación de las personas.
San Salvador, 19 de junio de 2019
-Luis Armando González es docente-investigador de la Escuela de Ciencias Sociales de la Universidad de El Salvador. Miembro del Grupo de Trabajo CIESAS-Golfo, del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO).
Texto de la ponencia presentada en el “IV Congreso Centroamericano y del Caribe de Derecho de Familia, El Salvador 2019”. Universidad Gerardo Barrios, San Miguel.
1 Cfr., E. Carbonell, R. M. Tristán, Atapuerca. 40 años inmensos en el pasado. Barcelona, RBA Libros, 2017.
2 Cfr., A. Damasio, El extraño orden de las cosas. La vida, los sentimientos y la creación de la cultura. Barcelona, Planeta, 2018.
3 Cfr. J.L. Arsuaga, M. Martín-Loeches, El sello indeleble. Pasado, presente y futuro del ser humano. Barcelona, DEBOLSILLO, 2018.
4 Cfr. R. Dawkins, La magia de la realidad. Cómo sabemos si algo es real. Barcelona, Espasa, 2011; R. Dawkins, El espejismo de Dios. Barcelona, Espasa, 2017.
5 J. A. Brundage, La ley, el sexo y la sociedad cristiana en la Europa medieval. México, FCE, 2000, p. 21.
6 Esa fue la lectura que hicieron de la teoría de la evolución darwiniana. Una evolución gradual, lenta, casi insensible.
7 Cfr. L. A. González, “Desafíos de la sociología en la actualidad”. https://www.huffpost.com/entry/desafios-de-la-sociologia_b_2123883
8 L. Castro Nogueira, M. A. Castro Nogueira, J. Morales Navarro, Ciencias sociales y naturaleza humana. Una invitación a otra sociología y sus aplicaciones prácticas. Madrid, Tecnos, 2013, p. 69.
9 J.-G. Lemarie, La pareja humana: su vida, su muerte. La estructuración de la pareja humana. México, FCE, 2016, p. 15.
10 Cfr., C. Briones, A. Fernández Soto, J. M. Bermúdez de Castro, Orígenes. El universo, la vida, los humanos. Barcelona, Crítica, 2016.
11 L. Castro Noguera, M. A. Castro Noguera, J. Morales Navarro, Ibíd., p. 62-63.
12 Cfr., F. J. Ayala, La teoría de la evolución. De Darwin a los últimos avances de la genética. Barcelona, Temas de Hoy, 1999; R. De Salle, I. Tattersall, El cerebro. Big bangs, comportamientos y creencias. Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2017.
13 Cfr., C. J. Cela Conde, F. J. Ayala, Evolución humana. El camino de nuestra especie. Madrid, Alianza, 2013.
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