Hong-Kong: los amigos ucranianos
- Análisis
Hace cinco años que en Hong Kong, uno de los centros financieros más importantes del mundo, se suceden protestas masivas encabezadas por un difuso colectivo, que ni siquiera parece tener demasiado claro cuáles son los objetivos centrales de sus reclamos. En estos últimos seis meses las manifestaciones fueron continuas, en la que la violencia se ha incrementado.
Aunque no es necesario ser un experto para comprender que las protestas tienen un fin determinado, y es el de clavar una estaca en China, por donde pueda empezar a sangrar. En los primeros años de esas protestas si quiso utilizar los infinitos reclamos que tiene las diversas comunidades del universo chino, para que aquel foco hongkonés pueda prender en otros puntos del país, como en el caso de la Región Autónoma del Tíbet, donde occidente financia desde hace décadas las pretensiones independentistas del clero budista, o en la provincia semiautónoma de Xinjiang, al noroeste del país, cuyos pobladores de la etnia uigur, mayoritariamente musulmana, instan por la creación de una República Islámica, independiente de Beijing, en función de lo cual, organizaciones armadas integristas vinculadas a al-Qaeda y al Daesh, como el Movimiento Islámico Turkestán Oriental (MITO) han producido ataques armados incluso en la mismísima plaza Tian'anmen, en pleno centro de Beijing, (Ver: China: Esperando a los bárbaros). Aunque la propalación de estas protestas finalmente fracasó, hoy se circunscriben solo a Hong Kong. El peso específico de China, ha hecho fracasar los intentos de los servicios de inteligencia occidentales de instalar la ilusión de una “Primavera”, al trágico estilo de lo sucedido en Libia o Siria.
Desde el inició de esas protestas, obviamente la prensa occidental ha cubierto con particular atención y detalle la que protagonizan como máximo unas 80 mil personas, en un territorio habitado por unos siete millones de personas, en un país, China, con casi 1400 millones de habitantes.
El antiguo enclave colonial británico, fue devuelto a Beijing en 1997, y desde entonces ha gozado de un estándar semiautónomo, en que el gobierno central es responsable de la defensa y la seguridad además de la política exterior, mientras que las autoridades locales controlan el poder judicial, por lo demás rigen las libertades ciudadanas sin restricciones.
El núcleo inicial de las protestas, que pomposamente fueron bautizadas como “La Revolución de los Paraguas,” y duraron casi tres meses, fue conformado por dos profesores universitarios y, cuándo no: por un pastor evangelista llamado Roy Chan, con la consigna, obviamente en inglés, Occupy Central with Love and Peace (OCLP), acusando al gobierno central, de estar en un franco proceso de restricción de libertades públicas con un sistemático y discreto control estatal, además de sentirse marginados políticamente y ser expoliados económicamente.
En estos últimos seis meses las protestas son cada vez más violentas con epicentro en el principal distrito comercial y bancario, lo que ha obligado a empresas y comercios a cerrar, además de generar un importante caos en tránsito vehicular, incluido el popular servicio de tranvía ciudadano.
Los manifestantes han pasado a la acción saqueando locales comerciales, atacando a la policía con arcos y flechas, lanzando bombas de combustibles utilizando catapultas, que provocaron números heridos y arrojando bombas molotov contra móviles policiales, por lo que la policía han contestado con gas lacrimógeno, cañones de agua y balas de goma.
El domingo 8 de diciembre, hubo una nueva e importante manifestación, reclamando elecciones “democráticas” a la cámara legislativa y a jefe de gobierno local, y una investigación sobre la acción policial de estos últimos seis meses.
El movimiento ahora dirigido Frente Civil de Derechos Humanos (CHRF), cuyas cabezas visibles son los jóvenes Eric Lai, Jimmy Sham, ha logrado un importante nivel de organización, que incluye, clínicas clandestinas en las que médicos especializados en emergencias trabajan sobre los heridos, sicólogos que dan apoyo gratuito a las personas afectadas por la represión y hasta diseñadores gráficos, para la elaboración de pancartas. Una aplicación cifrada de Telegram con docenas de canales es utilizada para la comunicación de los activistas e incluso una red que ya permitió a más de 200 activistas buscados por las autoridades huir a Taiwán, donde reciben asistencia económica y legal. Y entre tantos artilugios apareció en los últimos días un grupo de activistas cristianos identificados con chalecos verdes, miembros de la Iglesia del Buen Vecino del Distrito Norte, dirigida por el pastor Roy Chan, cuya misión es interponerse en el accionar policial para evitar que los manifestantes sean detenidos, arguyendo estar en una misión piadosa.
Un llamado a Ucrania
La injerencia de los Estados Unidos en el aliento y financiación de este movimiento pro-occidental y anti-Beijing, ha financiado a muchos de los grupos que lideran las marchas coordinado por el ala más conservadora de Washington. Mientras que oscuros personajes como Marco Rubio y Steve Bannon, presionan al gobierno y al congreso norteamericanos para conseguir sanciones contra el gobierno del presidente Xi Jinping.
A pesar de los recursos económicos infinitos, provenientes de misteriosos fondos que sostienen a los “lideres” de las protestas, no se han conseguido resultado destacables, más que la obvia condena de algunas instituciones y miles de artículos y horas de televisión de medios pro occidentales, la exaltación de los manifestantes, cosa que no pasa con las protestas de Chile, Ecuador, ni de Colombia. Quizás genere algunas dudas cuando se conozca masivamente que en los últimos días a las protestas se han agregado nada menos que neonazis ucranianos, llegados a Hong Kong para participar abiertamente en la insurgencia anti-china, junto a miembros de otras organizaciones de ultra derecha de Europa y Estados Unidos.
Los manifestantes hongkoneses han utilizado, desde el inicio de las protestas, banderas de Estados Unidos, de la vieja Confederación y del Reino Unido, mientras cantan el himno nacional estadounidense. Lo que los ha convertido en un sitio muy atractivo para los supremacistas blancos norteamericanos como los del grupo Patriot Prayer (Oración Patriota) de Oregón.
Aunque los más llamativos son los ucranianos del grupo Gonor, miembros residuales del tétrico batallón Azov, entrenado y armado por agentes de los Estados Unidos en Polonia, previo al golpe contra el presidente Víctor Yanukovich en 2014. Han sido acusados de crímenes de guerra tras su participación en el conflicto de la República de Donbáss, en el este de Ucrania, financiados por el multimillonario sionista Igor Kolomoisky. Durante las marchas “democráticas” relucen junto a los jóvenes luchadores e idealistas hongkoneses.
Los milicianos del Gonor, llegados a la vieja colonia británica el primero de diciembre pasado, exhiben con orgullo sus esvásticas tatuadas, junto a otros símbolos de la iconografía nazi, como la leyenda “Victoria o Valhalla, una recopilación de escritos del neonazi estadounidense David Lane, líder del grupo terrorista The Order, responsable del asesinato de periodista judío Alan Berg en junio de 1984.
En las manifestaciones se identificó al líder del grupo fascista ucraniano del Serhii Sternenko, Leviy Sektor (Sector de derechas), responsables del incendió de la Casa de los Sindicatos de Odessa donde murieron 42 personas, durante los disturbios de mayo de 2014.
En sus redes sociales, el 2 de diciembre el grupo subió fotos sobre su participación en el ataque al campus de la Universidad Politécnica de Hong Kong, (PolyU), en el que, según informaron las autoridades chinas, se recogieron un total de 3989 bombas incendiarias, 1339 piezas de explosivos y 601 botellas de líquido corrosivo.
Los amigos nazis del Centro Libre de Hong Kong, la organización que está nucleando a los manifestantes, definieron a sus egregios visitantes como “activistas de la Revolución de la Dignidad y veteranos de la guerra de defensa contra Rusia”, toda una presentación y un alerta para Beijing, que en algún momento, cada vez más cercano, se verá obligada a actuar con la contundencia del caso e ignorando las críticas.
-Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC
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