Voces de Guayaquil, centro de la pandemia en Ecuador

"Guayaquil es una ciudad de la calle... Muchos negocios son de venta informal" (VII)

17/04/2020
  • Español
  • English
  • Français
  • Deutsch
  • Português
  • Opinión
guayaquil_cuarentena.jpg
Barrio La Ferroviaria en cuarentena, Guayaquil
Foto: Alice Goy-Billaud.
-A +A

En la séptima entrega de la serie, entrevistamos a la escritora francesa Alice Goy-Billaud, radicada en Guayaquil durante más de 5 años, docente y directora de Cultura y Comunicación de Hola France, locutora de radio y gestora cultural. Reside en el barrio la Ferroviaria.

 

A unos diez días de que la crisis sanitaria estremeciera el mundo con el clamor de cientos de guayaquileños rogando por ayuda al gobierno nacional y/o municipal para dar sepultura o atención médica a sus seres queridos, ¿cómo evalúa la situación?

 

Veo menos videos de muertos en la calle, quizás porque el escándalo ya pasó, porque la gente se acostumbró, pero veo más reacciones, más entrevistas como ésta, más dolor. También me entero de más abusos en cuanto a los precios de los medicamentos, de los tanques de oxígeno… Y todo lo que toca el tema de la muerte, cómo la gente tiene que luchar para encontrar los cuerpos de sus familiares. Aunque la situación haya mejorado, imaginemos, y quizás sea porque estamos en bajada del pico de la epidemia, el mal ya está hecho; estamos con el trauma de las vivencias de las semanas pasadas.

 

Veo que los políticos se pasan el paquete de “responsabilidad” y no terminan ni de asumirla ni de proponer soluciones realmente humanas. No hago distinción entre el manejo nacional o municipal de la situación. Me parece un desastre sin nombre, pero tampoco me sorprende. Están haciendo exactamente lo mismo que de costumbre. Robarse el protagonismo y manipular discursos y cifras. Siempre me han parecido los políticos de cualquier parte del mundo unos bufones jugando con el pueblo, pero los que les toca al Ecuador son de otro nivel. Más grande la farsa, más les funciona. Las puestas en escena de uno o una en el campo de batalla al lado del pueblo son ridículas, grotescas e irrespetuosas. Infantilizan y descredibilizan.  Hay más reacciones de coraje que de agradecimiento de parte del pueblo y eso, habría que tomarlo en cuenta.

 

¿Ha podido adquirir víveres y remedios en su vecindario? ¿Se ha podido guardar la distancia recomendada entre las personas? ¿Hay sobreprecio en los productos?

 

No he salido a comprar desde el lunes 16 de marzo. Yo no salgo a comprar en supermercados por varias razones: vivo sola y si me enfermo, el cuidado será complicado, tengo una bicicleta y encadenarla afuera sin saber quién la puede tocar me angustia, luego poner los productos en la canasta donde no cabe todo, es demasiado trajín, todo es más complicado. La tercera razón es que yo sigo trabajando en línea y sé que ir de compras toma por lo menos 4 horas y no me alcanza el tiempo antes del toque de queda.

 

Una amiga tiene una moto con un sidecar y por lo general sale a comprar para su hermana que vive con sus dos hijas y su papá y me incluye a la lista. Sale a las 8 y suele regresar justo antes del toque de queda tipo 13:00. La fila toma por lo menos un par de horas, pero me contó que en el Coral les fumigan y les toman la temperatura a la entrada. Me pregunto qué hacen si alguien tiene fiebre. ¿Sólo lo mandan a la casa y si queda comida además de enfermo o le dan atención médica?

 

También he usado una canasta del Movimiento Nacional Campesino de $30 que casi me ha durado hasta el día de hoy cocinando y congelando. Un pedido a La Molienda por las frutas secas. Por el resto, compro a la gente que vende legumbres y frutas al frente de mi casa, a la llegada del Redondel del Pescador. Me siento con más confianza. Voy cuando no hay nadie. Ellos siempre usan mascarillas. Deposito el dinero en el muro y me dan el vuelto en el mismo lugar. Los precios sí son diferentes. Por $1,5 me dieron 4 cebollitas, la piña valía $3. Las canastas que veo pasar en la redes también cobran más de lo normal. Un ejemplo de una que costaba $50 con productos muy básicos y por lo general baratos. Hice el cálculo, el precio adecuado hubiera debido ser $36 como máximo. No he vuelto a las tiendas de mi barrio porque los pasillos son muy exiguos y no usaban ningún tipo de protección. Quizás haya cambiado.

 

¿Tiene familiares/amigos/vecinos afectados por el coronavirus? ¿Están fuera de peligro? ¿Están en un hospital o en la casa? Si puede agregar cualquier detalle, le agradeceré muchísimo.

 

Más podemos hablar de no atención médica en todo los casos que les puedo contar.

 

El papá de mi amiga (la misma que me compra comida) tiene 87 años y tiene un cuadro de EPOC, complicaciones respiratorias por haber sido fumador crónico. Desde hace cuatro años tiene que hacer terapia respiratoria diariamente. Además, tiene que acudir con frecuencia a citas en cardiología, neumología, nefrología y medicina general, a las que obviamente no ha podido ir desde el inicio del confinamiento. Eso tiene como consecuencia una degradación de su estado de salud y una necesidad más frecuente del uso de oxígeno por la ansiedad. Solía ir una enfermera a casa para administrarle el oxígeno con ciertos medicamentos. Con la crisis se ha complicado la compra de oxígeno como todos sabemos. Para seguir con su tratamiento, el lunes 6 de abril una de sus hijas tuvo que salir en búsqueda de recargar el tanque de oxígeno de 400 litros. Existe un servicio de gente que puede ir a domicilio a recargar los tanques, pero de los varios números disponibles ninguno responde por la obvia “sobre-demanda”. Además, los pocos disponibles están con sobreprecio: el tanque de $25 vale ahora $40. La hija fue a Durán. (Existe otro vía Daule.) Salió a la 8 de la mañana y regresó a las 7 de la noche con el tanque lleno. Se tuvo que aislar unos días para no arriesgar contaminar al resto de su familia dado que, durante ese día, ninguna precaución pudo ser tomada por la cantidad inmensa de personas en el mismo caso. La fila se hacía con carro. Para llenar el tanque hay que bajar. El de adelante tenía 15 tanques y tuvo miedo de que no alcance después de todo este tiempo de espera.

 

He y hemos perdido un amigo, dueño de un bar del barrio. Él y su esposa se enfermaron. El estado de él empeoró y estuvo en cuidados intensivos en el hospital de Ceibos. No se recuperó. Murió el miércoles 5 de abril. Su esposa se enteró por mensajes de amigos que le empezaron a llegar. Recién la semana pasada pudieron sepultarlo. Su esposa tuvo que pasar por el sistema privado y contratar por 10 días a una enfermera a domicilio que ya había tenido el virus y no se podía contagiar [para que la cuidara a ella]. Hoy está mejor.

 

La mamá de un alumno llamó al 171 como pide el protocolo para decir que tenía los síntomas. Le preguntaron si había tenido contacto con gente de afuera. Como la respuesta fue que «no tenía idea de cómo se contagió» entonces le dijeron que no la podían atender y tuvo que recurrir al sector privado porque claramente, «no se puede depender del sistema público», dice mi alumno. Luego tuvo que hacerse dos tomografías de los pulmones. La primera fue en la clínica de la Kennedy. Y la segunda, en Samborondón. Fue comparando las dos tomografías que se dieron cuenta de que en la primera uno de los pulmones estaba comprometido al 30% con marcas evidentes de neumonía. Allí le confirmaron la presencia del virus. Ella sólo tomó paracetamol porque no le diagnosticaron bien desde el inicio. Ahora está mejor.

 

Una colega de La Colectiva, Asociación de Libreros y Editoriales Independientes de Guayaquil, se contagió una semana después de que su mamá se contagiará sin estar en contacto con nadie. Por suerte me contó que tienen una amiga médica en el hospital de Guasmo Sur. Intentaron internar a la mamá en emergencia, pero como podía respirar, no la aceptaron. Empezaron a tomar pastillas de Azitromicina y Nitazoxanida para detener la multiplicación del virus. En las radiografías, se ve una neumonía.  Unos conocidos estaban vendiendo pruebas rápidas a $20. Dice que otros se venden a $80 o $100 cuando debería costar $12, pero ni siquiera le ha llegado aún el resultado del test. Su papá salía todos los días a buscar los medicamentos. El desabastecimiento es horrible, dice. Él hizo la mitad del proceso para prevenir y está bien. Para volver a hacer radiografías habrá que pasar por lo privado. Dice que en los hospitales públicos no te aceptan si no estás a punto de morir.

 

Mi amiga periodista J. M. se contagió de sus padres que estuvieron en contacto con pacientes positivos. También se contagió el papá de sus hijos, pero estaba más preocupada por sus padres. Su papá es hipertenso y un día se desmayó. En el caso de ellos, no hubo problemas respiratorios, pero tenían fiebre y escalofríos. Su madre tenía dolores de espalda, tuvo pérdida de olfato y de gusto. Dejó de comer durante varios días. J. decidió autoaislarse con los suyos y llamó al 171 que nunca contestó. Un familiar médico la guió para comprar medicinas. Nunca se pudo confirmar el diagnóstico, pero procedieron a tomar paracetamol cada 6 horas, Azitromicina por 5 días y Fluimucil, en algunas ocasiones. El papá se desmayó dos veces y le bajaba la presión. Buscó en sus contactos la ayuda de un cardiólogo que le dijo que había que llevar el papá al hospital de manera urgente. Llamó al 911 hasta el cansancio, nunca llegó la ambulancia a pesar de que le dijeron tres veces que sí estaba en camino. Tuvo que llevar sola a sus dos padres al hospital del IESS (Ceibos). Antes de ingresar, insistían para saber si tenía problemas respiratorios. Finalmente entró. Adentro, no había ningún protocolo de seguridad. Las sillas en la sala de espera están muy cerca una de la otra, en la fila no se respetaba la distancia social. Todo estaba mezclado, había mucha gente de 3ra edad que no era atendida con prioridad a pesar de su situación de riesgo. La atención fue inhumana, me contó J. Después de dos horas en el triaje, llamaron al papá, pero no les dejaron ingresar con la mamá que tuvo que esperar sola. Después de que la enfermera le tomó la presión, la doctora dijo que no les podía atender porque no tenía problemas de respiración, les dijeron que acudan al Centro de Atención Ambulatoria de Valdivia. J. decidió no volver al hospital y asumir la carga de intentar curar a sus padres. A lo largo del proceso, estuvo apoyada por dos cardiólogos y cuatro médicos generales para estar segura de no cometer errores. Ella le tomó pulso y temperatura. Había que llenarse de mucho valor dice J. porque era un tratamiento experimental. La semana anterior se supone que estaban recuperados, pero un nuevo bajón de presión los puso en alerta. Está pendiente de la posibilidad de nuevos contagios en otros miembros de su familia.

 

Lo que yo concluyo después de enterarme de este viacrucis que vivieron mis amigos es que, si no tienes un contacto en el mundo médico o si no logras conseguir una de las pastillas recomendadas, estás solo.

 

En su opinión, además de las deficiencias del sistema de salud pública, ¿qué otros factores han contribuido para que Guayaquil concentre el 70 % de los enfermos de COVID-19 del país?

 

Para mí hay varios factores. El primero es que Ecuador está muy conectado con Europa y cuando empezó la crisis en España, Italia y Francia, eran las vacaciones en la costa y muchos jóvenes estaban allá y fueron repatriados por sus padres sin ningún tipo de cuarentena o prevenciones de parte del gobierno al llegar. El segundo factor es que Guayaquil es una ciudad de la calle. (Es una de las mayores razones por la cual me he radicado aquí.) Ya he visto la misma situación absurda de negar esta realidad cuando hubo el terremoto y cerraron los bares y restaurantes, y le decían a la gente que se quedara en casa. En esa época ya me parecía insensato quedarse en casa por si hubiera alguna réplica, más aún si vives en el décimo piso de un edificio viejo o en viviendas insalubres que se pueden caer como un castillo de naipe. Yo me quedé afuera toda la noche ese día del 16 de abril de 2016 y lo mismo hicieron muchas personas. Además, en Guayaquil hace más de 30°C a diario. La vida callejera y nocturna es obviamente más activa que en Quito. No es ninguna novedad. La tercera razón está directamente relacionada. Guayaquil es un puerto y una ciudad de negocios. No todos los negocios se hacen por correo electrónico en una Mac y con aire acondicionado. Muchos negocios son de venta directa e informal. Todos usamos este sistema de la manera que sea, yendo a la Bahía o comprando frutas por la calle. Estos vendedores si no salen, no tienen qué comer. También Guayaquil es una ciudad tan violenta que, si le dices a ciertas personas que se tienen que quedar en casa para no morirse de un virus, me parece lógico que te puedan contestar que ellos toman el riesgo de morirse de muchas otras maneras todos los días, sea con el transporte que usan, con la delincuencia, con la calidad del agua que beben o con la propia violencia que viven en casa. También he pensado que ¿por qué a ciertas personas les interesaría cuidar a los demás para que no se contagien si nadie está haciendo nada para cuidarles a ellos? También puede haber este sentimiento de injusticia. Todo eso es consecuencia directa de la falta de manejo humano y social de Guayaquil tanto de parte municipal como de parte nacional.

 

Guayaquil tiene características específicas. La ministra de Gobierno María Paula Romo mencionó en una entrevista con la CNN lo siguiente el 26 de marzo: “Hay que mirar no solamente la política pública, el sistema de salud sino la respuesta de la población”. Entonces me pregunto: sabiendo que Guayaquil tenía todas las disposiciones para reaccionar de la manera que reaccionó, conociendo la realidad, ¿por qué empeñarse en aplicar las mismas medidas que al resto del país, y peor con este toque de queda interminable? El dinero invertido para militarizar la ciudad y hacer que la gente se quede adentro, hubiera debido estar invertido para organizar la vida afuera. Pero eso, es una visión demasiado social y no les interesa en lo más mínimo a los gobernantes de nuestra ciudad y país.

 

¿Sigue recibiendo el mismo salario con la cuarentena y suspensión laboral o se ha quedado sin ingreso?

 

Mi empresa tiene apenas un año y aún no recibimos sueldo fijo. Mantenemos una actividad, pero está claramente reducida. También soy independiente.

 

¿Puede seguir trabajando en esta situación?

 

Tengo tres trabajos. Primero: soy docente y tenemos nuestra propia empresa con dos otras francesas y la suerte de poder enseñar nuestro idioma a distancia. Segundo: el programa de radio que tengo fue suspendido por razones de higiene con los micrófonos. Funciona con auspiciantes de comida que no están atendiendo ahora. Tercero: La venta de mi primera novela publicada en noviembre del año pasado no ha podido seguir. Hicimos una última presentación en la librería Mr. Books el martes 10 de marzo, pero ya se sentía que menos gente se atrevía a desplazarse en un lugar público. La segunda edición tenía que enviarse a imprenta en abril, pero no será. En cuanto a la escritura, pareciera ser un momento increíble para esta actividad, pero hay que tener la mente clara y ahora, estamos en estado de shock y no he podido escribir nada mío. Lo que yo hago es sumergirme en la traducción de Historia Sucia de Guayaquil de Francisco Santana que tenía pendiente. Es un ejercicio mecánico que me transporta a un Guayaquil que, sin conocerlo, es más cercano a mí que la realidad del momento. Me permite preocuparme por palabras y no por vidas.

 

¿Y la situación laboral de las personas más cercanas?

 

Mi amiga Paola trabaja en producción audiovisual y lleva siete meses sin contratos. Tenía dos proyectos que se iban a concretar el martes 17 de marzo y hubieran logrado sacarla del bache, pero justo cayó el confinamiento. Para sobrevivir, tiene que hacer préstamos a sus cercanos. No alcanza para pagar la renta. Mi compañero es escritor y estuvo bloqueado en Quito justo el día del cierre de la provincia del Guayas. Él tampoco puede vender sus libros. Tiene que pedir ayuda a sus amigos.

 

¿Debe pagar un alquiler?

 

Tengo dos alquileres. El de mi departamento y no tengo idea de si los dueños van a hacer un gesto solidario. Están en la playa y nadie me vino a cobrar, pero lo más probable es que yo les diga que cojan la garantía. La dueña de la casa donde tenemos nuestra escuela de francés nos acaba de decir que no tiene el corazón para cobrarnos. Solo nos queda pagar mes a mes un saldo pendiente de la inversión que hicimos para otro salón de clase que tampoco podemos usar. Igual estamos muy agradecidas [con la dueña de la casa donde tenemos la escuela de francés.].

 

¿Cuánto tiempo más cree que podrá subsistir (económicamente) en estas condiciones de cuarenta y suspensión laboral?

 

Yo sigo trabajando la verdad, y bastante. Pero no genera tanto dinero. Algunos frenos aparecen a pesar de tener clientes, como la entrega de los libros o renovar el bloque de facturas. Pero si no seguimos, no hay dinero. Con mis ahorros podría quedarme así un par de meses más, pero no mucho más porque ayudo a algunos amigos.

 

¿Siente una mayor inseguridad frente a robos o asaltos? ¿Ha sufrido robos o situaciones de violencia durante la cuarentena?

 

Este viernes 10 de abril un carro Spark blanco se cruzó el semáforo rojo y chocó a mi amiga Paola que justo regresaba en moto del supermercado a dejarme las compras. Eso fue muy violento porque el tipo no paró. Era justo antes del toque de queda. Parece que la gente anda desenfrenada por no saber si llegará a su destino hasta la hora permitida. También vino la policía y no pararon. Yo estaba aterrorizada con la idea que pueda ser grave y tuviera que llevarla al hospital con todo este ambiente de caos. Con mucha suerte nos ayudaron dos muchachos del barrio que andaban con sus bicis, alzaron la moto hasta mi casa y se fueron como si nada. De eso estoy muy agradecida. Mi amiga ahora está bien, la curé con lo que tenía en casa.

 

¿Quisiera agregar algo más sobre su experiencia durante la pandemia? Muchísimas gracias por su valiosa colaboración.

 

He leído bastantes testimonios estos días y siento la necesidad de este tipo de entrevistas tanto para el que escribe, una buena manera de exteriorizar, como para el lector, porque vivimos mil realidades, pero en algo no reconocemos siempre. Esta crisis es una experiencia que los que no hemos conocido la guerra no éramos capaces de imaginar. Produce niveles de ansiedad. Tengo insomnio y nunca me había pasado en mi vida. Vivir una cuarentena sola es como estar adentro de una obra de teatro del absurdo. He tenido miedo de perder poco a poco el juicio. Después de la muerte de mi amigo José tuve un bajón emocional y es ahí que me di cuenta de que la vida que conocimos no volverá a ser la misma, nunca. Un mundo entero de fiestas y alegrías desapareció debajo de la tierra -o en una caja de cartón-. Es un duelo que se superpone al duelo directo de la pérdida de seres queridos. Después del accidente de moto de mi amiga, se quedó en mi casa. No había tocado un ser humano desde hacía un mes y me doy cuenta del trauma. Sigo angustiada cuando se acerca a mí, tanto he asimilado la distancia social, luego recuerdo que ella sí se puede acercar. Me provoca un dolor silencioso, mudo. Yo era alguien muy táctil.

 

Quisiera terminar con un gesto amable dentro de tanto peso emocional. Al enterarse de que yo estaba sola en casa, mi vecina, con quien no tengo contacto frecuente, me preguntó si necesitaba algo al ir al supermercado. Regresó con ajo y aguacates. También le trajo té de manzanilla a la vecina del frente.

 

«Voces de Guayaquil, epicentro de la pandemia en Ecuador» consiste en una serie de entrevistas a residentes días posteriores a que su ciudad estuvo en la primera plana de las noticieros internacionales por los muertos sin sepultura y sus familiares clamando por ayuda a un Estado aparentemente inexistente. Trabajadores, artistas, estudiantes, docentes comparten sus vivencias en la ciudad que es el centro económico y financiero más importante del país, y que paradójicamente también es la ciudad con mayor concentración de pobreza. Se estima que un 17% de los 2.700.000 habitantes de la urbe viven en condiciones de pobreza. Recostada sobre las aguas terrosas del río Guayas, con un clima muy cálido y húmedo que no hace mella en la actividad intensa y el carácter hospitalario y amable de sus habitantes, Guayaquil tiene la mayor densidad de población del país y el sistema de transporte público con mayor cantidad de usuarios. Estos elementos unidos a las profundas deficiencias del sistema de salud pública nacional cuyo presupuesto fue reducido un 36% en el último año y la desorganización de una alcaldía de corte marcadamente neoliberal son factores que ayudarían a explicar por qué la ciudad concentra el 70% de los casos de COVID-19 en Ecuador, y la mayor cantidad de contagios per cápita en toda América Latina.

 

 

Libertad Gills coordinó online la realización de todas las entrevistas de esta serie.

 

 

 

 

https://www.alainet.org/fr/node/205981

Clasificado en

Pandemia

S'abonner à America Latina en Movimiento - RSS