La pandemia y la valoración de la vida ajena
- Opinión
La pandemia del nuevo coronavirus bautizado COVID19 se originó en China en diciembre de 2019. Desde entonces está recorriendo el mundo, y ha causado más muertes, sucesivamente, en China, en los países europeos (en especial en Italia, España y Francia), en EEUU, y ahora ya figura en esa lista de los más afectados, Brasil.
Desde el principio algunos políticos respaldados por científicos que aportaron el dato de que en todas las pandemias o epidemias anteriores la crisis fue superada cuando el 60 o 70% de la población fue infectada, han defendido entre líneas la política de la ausencia de política, o sea la del “laisser faire, laisser passer” al virus. A eso se le llama “inmunización de rebaño” y su eficacia consiste en el hecho matemático de que cuando el 70% de la población ha sido infectada y por ende inmunizada, el virus “encuentra” más dificultad para hallar personas aún no inmunizadas, y así se detiene su propagación, y, en consecuencia, la pandemia.
Algunos de esos voceros se han atrevido a decir que si la gripe española de 1918-1919 mató entre 17 y 50 millones de personas, las 350 mil fallecidas por COVID19 hasta el momento en el que escribo estas líneas (última semana de mayo de 2020) no son nada. El país que aplicó más abiertamente la “inmunización de rebaño” fue Suecia, y mantuvo una vida casi totalmente rutinaria. Pero los números muestran que ese es el país nórdico que tiene por lejos la mayor letalidad y mortalidad (número de muertos en relación al total de infectados o a la población total del país) a causa del COVID19. No destacaron con transparencia los dirigentes suecos que en la “inmunización de rebaño” aproximadamente un 5% de los infectados por COVID19 desarrollan la versión más grave de la enfermedad y pueden morir.
Y quienes los imitaron en el Tercer Mundo no llevaron en cuenta el hecho de que el buen sistema sanitario sueco estaba mucho más preparado que sus homólogos tercermundistas para absorber el tratamiento de todos los que necesitarían ser internados en un corto espacio de tiempo (pues sin distanciamiento social y manteniendo la actividad económico-social rutinaria, la curva de infectados por el virus sube rápidamente en un ángulo muy empinado). Nótese que tampoco dijeron los dirigentes suecos si mantendrían esa misma frialdad en caso de que entre los muertos por COVID19 se encontrasen sus propios abuelos, padres o hijos.
A diferencia de Suecia, la gran mayoría de los países no adhirió a la “inmunización de rebaño” y aplicó severas cuarentenas obligatorias, el cierre de fronteras, y la detención de todas las actividades económicas y sociales que no fueran esenciales, o, por lo menos acompañó esta última medida con una cuarentena voluntaria, pero repetidamente propagandeada y exigida.
De todo este panorama quiero sacar una simple conclusión. Si hoy 350 mil muertos impactan mucho más y motivan un cambio de vida cotidiana en la gran mayoría de los países del mundo mucho más radical que lo que se vio hace 100 años durante la gripe española que mató por lo menos 50 veces más personas, ello se debe al hecho de que, felizmente, hoy el “sentido común” respeta y aprecia mucho más la vida ajena de lo que se la respetaba y apreciaba hace un siglo. Así, no se admite hoy pacíficamente la aplicación a los humanos de la categoría “rebaño”, ni se acepta para ellos la supuesta ley de la sobrevivencia de los más fuertes, ni se asume resignadamente el sacrificio de los más débiles. Ese aumentado respeto impide que los dirigentes de casi todo el mundo adopten en la presente pandemia (por lo menos abiertamente) la “inmunización de rebaño” y se vean obligados a invertir ingentes recursos en los sistemas sanitarios y a sacrificar momentáneamente el insaciable apetito de lucro inherente al capitalismo, para disminuir al máximo el número de muertes, hasta que la inyección de anticuerpos o la vacuna que elimine el riesgo del COVID19 esté disponible.
Ahora bien, la Organización Mundial de la Salud ya ha exigido que cualquier vacuna que se invente en los meses venideros tenga carácter público, o sea, esté al alcance de toda la Humanidad. A su vez, los egoístas que quisieran aplicarla sólo en su respectivos países (por ejemplo, en los EEUU o en la parte rica de Europa), se ven obligados a constatar que como hoy la circulación diaria de los humanos es mundial (miles de aviones y navíos conectan diariamente a humanos originarios de todo el mundo), no se protege satisfactoriamente a los connacionales si no se protege igualmente a todo ser humano a lo largo y ancho del Planeta. Ojalá esa constatación los obligue a seguir a la OMS, respetando así escrupulosamente la vida ajena, aunque más no sea que para respetar la propia vida y la de sus connacionales. Estaríamos así ante un caso en el que, paradójica o dialécticamente, el egoísmo puede servir al altruismo, reforzando aún más el crecido aumento del respeto por la vida ajena.
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