El Día Mundial de la Asistencia Humanitaria
- Opinión
El 19 de agosto de 2003 el cuartel general de la Organización de las Naciones Unidas en Bagdad sufrió un atentado. Con tal motivo la Asamblea General del mayor organismo internacional estableció que el 19 de agosto de cada año se conmemore a nivel planetario el “Día Mundial de la Asistencia Humanitaria”. Si bien es una jornada que desde entonces apuntó a los problemas generalizados que sufre la humanidad en este 2020 adquiere particular importancia en el marco de la pandemia del coronavirus frente a la cual millones de personas, vinculadas especialmente con la medicina, arriesgan cotidianamente su propio bienestar paran llevar su ayuda a las víctimas del Covd-19.
No es un momento para fiestas pero sí para replantearse lo que sucede con los miles de millones de seres humanos que habitamos la tierra y entre los cuales ninguno está exento de ser un infectado más de ese peligroso virus que ya ha provocado el fallecimiento de millones de personas entre las que se contabiliza un número significativo de trabajadores de la salud, sean médicos, enfermeros, camilleros y demás personas que se desempeñan en hospitales, sanatorios y todo tipo de centros sanitarios. Algunas informaciones días atrás ya señalaban que la cifra rondaba el siete por ciento del total.
Por eso la ONU ha convocado a que en esta oportunidad se realice un fuerte reconocimiento a todos ellos y al conjunto de las organizaciones humanitarias convirtiéndonos todos en “Mensajeros de la Humanidad” a través de todas las formas posibles cuidando, obviamente, para ello, en no convertirnos en agentes de contagios. Algo que preocupa seriamente a las autoridades de numerosos países, entre ellos la Argentina, debido a ciertas irresponsabilidades observadas en los últimos tiempos.
Originalmente el “Día Mundial de la Asistencia Humanitaria” apuntaba a rendir homenaje a los trabajadores sociales víctimas de asesinatos y otras agresiones en el desarrollo de su labor y también a los que, a pesar de todos los graves problemas que se les presentan siguen brindado su ayuda y protección a una proporción significativa del género humano.
Cuando en diciembre de 2008 la Asamblea General de la ONU declarara su homenaje a las 22 víctimas del tremendo atentado terrorista en Bagdad, entre ellos el enviado especial de la organización, el diplomático brasilero Sergio Vieira de Melo, no estaba in mente la llegada de graves enfermedades que se conocieran años después como en este caso el Covid-19. En la actualidad varias decenas de países se encuentran atravesando una verdadera crisis de resultas de esta pandemia, algo que, como señala su etimología griega, es para “toda la población”.
Y en este caso es que una buena parte de la población mundial ha encarado con firmeza la lucha contra la pandemia comenzando por el acatamiento de las normas sanitarias establecidas por las más responsables autoridades políticas y sanitarias aunque no falten los gobernantes irresponsables que han provocado el contagio y la muerte de un significativo porcentaje de sus gobernados y que, incluso, algunos de aquellos han sufrido en carne propia las consecuencias de sus dichos y hechos como el primer ministro del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, Alexander Boris de Pfeffel Johnson, quién luego de recuperarse terminó reconociendo su grave error.
Frente a los desaguisados de ciertos gobernantes están los que han venido optando por la seriedad en los manejos personales y por la ayuda comunitaria sean tanto personas en forma individual como la mayor parte de las organizaciones comunitarias algunas de las cuales ofrecen refugios para los confinados y a quienes se encuentran en situación de calle. Respecto de estos últimos cabe mencionar positivamente en la Argentina la actitud del Club Atlético River Plate ante la ola de frío en el pasado mes de julio. También cabe recordar como en varios países europeos, a pesar de las oleadas xenófobas hay quienes colaboran en los campos de refugiados de africanos.
Cabe señalar que en los últimos años más de setenta millones de seres humanos se han visto obligados a abandonar sus países a raíz de un combo de hambrunas, enfermedades, desastres naturales, guerras locales y violencia de todo tipo. En ese marco corresponde destacar el rol de mujeres que desde organizaciones humanitarias realizan importantes aportes en favor de aquellos que han se han visto impulsados a la miseria entre los que hay un número significativo de niños y también de mujeres.
En la actualidad a las emergencias generadas por falta de alimentos, agua y refugios, todo enmarcado por la violencia y los desastres naturales, se ha sumado la enorme gravedad de la pandemia. Al respecto la propia ONU viene desarrollando desde 1951 ayuda humanitaria a través del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, el ACNUR, que posee diez almacenes de emergencia situados en diferentes parte del mundo como Copenhague, con recursos para atender a 50.000 personas, Belgrado, Tesalónica, Amán, Dubai, Yibuti, Accra, Duala, Isaka y Nairobi.
Las cosas no son fácil para el ACNUR ya que en varios países la entrega de bienes a los necesitados se complica a raíz los problemas internos como sucede en Burundi, Nigeria y Yemen. En este último desde 2015 se vive en una guerra que ha llevado a que el ochenta por ciento de la población necesita de la ayuda humanitaria para poder sobrevivir, mientras, en simultáneo, se expande la enfermedad del cólera. Incluso en algunos países, como España, la ACNUR también destina fondos para la sensibilización de la población que rechaza a los refugiados.
En el caso de la Argentina la labor de los médicos ha sido clave, y sigue siéndolo, en la prevención y curación de este nuevo mal, como ha quedado demostrado, entre otros lugares, en las provincias del Chaco y Jujuy a las que viajó una cantidad de ellos ante las carencias allí existentes. Pero no es cosa solamente de ahora y por eso resulta oportuno aprovechar la circunstancia para recordar a quienes a lo largo de su actuación hicieron enormes aportes en su momento como ese notable René Gerónimo Favaloro, lamentablemente suicidado dos décadas atrás; al venezolano Rafael Herrera Vegas, quién fuera clave para afrontar en nuestro país la epidemia de fiebre amarilla desatada en 1871, que costara la vida al 7,3% de los porteños, y cuyos hijos hicieron luego importantes aportes en diferentes áreas; al diabetólogo, y de joven futbolista, Bernardo Alberto Houssay; al nefrólogo Oscar Aníbal López Blanco, ex presidente del Instituto Nacional Central Único Coordinador de Ablación e Implante, el INCUCAI, de quién fuese amigo; y a la genial Alicia Moreau de Justo, la que me hiciera el honor de tenerla alzada sobre mí en un acto político, entre otros muchos notables.
Pero tampoco quiero olvidar entre quienes comparten hoy esta crisis que nos toca vivir a Aldo Carlos Neri, de notable gestión como ministro de Salud y Bienestar Social durante la presidencia de Raúl Ricardo Alfonsín; al amigo sanitarista Jorge Rachid, quién, entre muchas otras cosas, junto con el laboralista Eduardo Mezio, realizase importantes aportes en pro de los derechos de los trabajadores; al cardiólogo rosarino Conrado Rubén Rodríguez; al traumatólogo Jorge Guillermo Selser, ex legislador porteño; al biólogo Pedro Luis Cazes Camarero, quién fuera director del semanario “El Combatiente”, del Partido Revolucionario de los Trabajadores y que en estos tiempos ha patentado la vacuna contra el “Mal de Chagas”; y a la traumatóloga Pamela Lucila López, que también, como tantísimos otros, a nivel hospitalario, se ocupa de los ahora infectados y a la que conocí siendo poco más que una niña y que hoy es una hija del alma en tanto su madre, la psicóloga social Mirta Liliana Reigas, cumple tareas en la Secretaría de Políticas Integrales sobre Drogas de la Nación Argentina, la Sedronar, organismo que también ve entre sus pacientes a afectados por el coronavirus.
Además, siempre en el marco de los viejos afectos, deseo mencionar a la que fuera una de las mejores ajedrecistas que tuvo la Argentina ahora devenida en alguien dedicada a las terapias naturales. Me refiero a Matilde Beatriz Cazón, con quién tuve el placer de compartir los Juegos Olímpicos de Ajedrez de 1976, los primeros en los que participaron mujeres, en Haifa, Israel, donde, de los diez puntos en juego, aportó seis para el elenco nacional.
19 agosto, 2020
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