Recordando la historia
En 1980, Carter, ese presidente demócrata que se mostraba como la civilización ante la barbarie que encarnaban sus antecesores republicanos, dio instrucciones para comenzar la agresión imperialista contra Nicaragua.
- Opinión
En fecha tan temprana como diciembre de 1979, solo cinco meses después del triunfo de la revolución sandinista, el somocismo derrotado que se había refugiado en los países fronterizos, comenzó las acciones armadas contra Nicaragua en la frontera con Honduras.
Los primeros días de ese mes, fui enviado a la región noroccidental en el departamento de Chinandega con una batería de morteros a reforzar a un batallón de infantería que sería desplazado a la frontera para hacer frente a las primeras acciones militares realizadas desde Honduras con connivencia del gobierno y las fuerzas armadas de ese país y el aval de Estados Unidos.
Recuerdo haber pasado mi primer “Día de la Inmaculada Concepción de María”, “La Purísima” en Nicaragua, la conmemoración religiosa más importante del país el 8 de diciembre al norte de Somotillo, cerca de los poblados de Santo Tomás y Cinco Pinos, en las estribaciones del cerro El Variador, a muy poca distancia del límite fronterizo, y al este de la ciudad de Choluteca en Honduras.
Desde las elevaciones se podía ver la agrupación enemiga que se organizaba en territorio hondureño a “vista y paciencia” del ejército de ese país. Supusimos que concentraban fuerzas para realizar alguna acción militar en el territorio nicaragüense, pero fue tal la demostración de fuerzas del ejército sandinista que desistieron de tal intento. Se había evitado la provocación y/o el ataque a la soberanía de Nicaragua.
Gobernaba en Washington el demócrata Jimmy Carter quien solo le había quitado el apoyo a Somoza cuando en junio de ese año, el periodista estadounidense Bill Stewart fue ultimado por la guardia nacional somocista en Managua. Para Carter, 50 mil nicaragüenses asesinados por la dictadura no tenían el mismo valor, pero la muerte de un solo ciudadano de Estados Unidos hizo que su corazón se “enterneciera” y recordara que los humanos tienen derechos, entre ellos, el más importante, el de la vida.
En 1980, ese presidente demócrata que se mostraba como la civilización ante la barbarie que encarnaban sus antecesores republicanos, dio instrucciones para comenzar la agresión imperialista contra Nicaragua. Precisamente en Honduras se estructuraron la fuerzas iniciales de la contra revolución que unía a ex militares del ejército de Somoza, conservadores defraudados por las radicales medidas del gobierno revolucionario, delincuentes, latifundistas, traficantes y diversas especies de la peor laya.
Pronto, entraron al territorio nacional donde encontraron carne de cultivo en sectores populares, campesinos e indígenas decepcionados porque la revolución en su novatez no había entendido la dimensión de la frontera y no había dado respuesta inmediata a las necesidades de la población de esas zonas. Recuerdo la preocupación de los oficiales cubanos de alto nivel que habían llegado a asesorar al novel Ejército Popular Sandinista, en el sentido que se diera pronta y contundente respuesta que no permitiera articular esos embriones de fuerza contra revolucionaria. Les asistía su experiencia temprana en el aniquilamiento de las fuerzas apátridas que pretendieron agruparse en el Escambray al centro de la isla y que ya en 1965 habían sido completamente derrotadas gracias a una combinación de trabajo de inteligencia, participación popular y duros golpes propinados por el ejército.
El argumento de los nicaragüenses fue que en su país, ese tipo de “delincuentes” siempre había existido y que no pasaban de ser bandas de cuatreros y ladrones de poca monta que desaparecerían muy rápidamente. No le dieron la importancia debida desde el primer momento y, cuando poco después, encararon la tarea en la medida de la organización de la revolución y la profesionalización de su ejército, debieron enfrentar a un enemigo armado, financiado e instruido por Estados Unidos. Ya sabemos lo que pasó: una larga guerra en que se enfrentaron todo el heroísmo, el sacrificio y el espíritu patriótico de un pueblo contra el poder económico, financiero y militar de la principal potencia del planeta. Al final, en las elecciones de 1990, el pueblo –siempre sandinista- votó en contra de la continuación de la guerra y el FSLN fue desalojado por los votos, del poder que habían obtenido con las armas.
Cuarenta y cinco años después, otro presidente demócrata que también se quiso mostrar como “civilizado ante la barbarie de su antecesor republicano” pretende repetir la fórmula, esta vez desde Colombia contra Venezuela. La respuesta inmediata fue el “Escudo Bolivariano” porque no hay que dejar que ninguna fuerza militar extranjera crezca para convertirse en un factor que pretenda hacer que organizaciones terroristas internas financiadas por Estados Unidos y Europa y apoyadas por la derecha fascista latinoamericana tomen el poder por vía armada al margen de la Constitución Nacional. Hay que exterminar de raíz esa opción comenzando ahora, cuando tratan de implantarse en nuestro territorio. La ecuación es la misma que ya fue exitosa en Cuba: “inteligencia efectiva, participación popular y duros golpes propinados por el ejército”. En esas estamos.
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