Washington toca el tambor del cambio de régimen, pero Cuba responde a su propio ritmo revolucionario.

Unas semanas antes del último ataque a Cuba y del asesinato del presidente en Haití, las fuerzas armadas de Estados Unidos llevaron a cabo un gran ejercicio militar en Guyana llamado Tradewinds 2021 y otro ejercicio en Panamá llamado Panamax 2021.

23/07/2021
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Le Générale Canson (‘El general Canson’), 1950.
Préfète Duffaut (Haití)
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En 1963, el escritor de Trinidad y Tobago CLR James publicó la segunda edición de su clásico estudio de 1938 sobre la Revolución de Haití, Los jacobinos negros: Toussaint L´Ouverture y la revolución de Saint-Domingue. Para la nueva edición, James escribió un apéndice con el sugerente título “De Toussaint L’Ouverture a Fidel Castro”. En la primera página del apéndice, situó a las revoluciones gemelas de Haití (1804) y Cuba (1959) en el contexto del Caribe: “Los pueblos que las hicieron, los problemas e intentos de resolverlos son peculiarmente caribeños; son el resultado de un origen y una historia singulares”. James usa tres veces la palabra “peculiar”, que proviene del latin peculiaris que quiere decir ‘propiedad privada’ (pecu es el término latino para ‘ganado’, la esencia de la propiedad antigua).


 

La propiedad es el corazón del origen y la historia del Caribe. A fines del siglo XVII, los conquistadores y colonizadores europeos habían masacrado a los habitantes de las islas antillanas. En St. Kitts en 1626, los colonizadores ingleses y franceses masacraron entre dos mil y cuatro mil caribes —incluyendo al líder Tegremond— en el genocidio de Kalingo, sobre el que escribió Jean-Baptiste Du Tertre en 1654. Habiendo aniquilado a los pueblos originarios de las islas, los europeos llevaron a hombres y mujeres africanxs a quienes se había capturado y esclavizado. Lo que une al Caribe no es el lenguaje y la cultura, sino la miseria de la esclavitud, enraizada en una opresiva economía de plantación. Tanto Haití como Cuba son productos de esta “peculiaridad”, el primero siendo lo suficientemente audaz para romper las cadenas en 1804 y el otro siendo capaz de seguir esa senda un siglo y medio más tarde.
 

Hoy, la crisis está a la orden del día en el Caribe.
 

El 7 de julio, justo a las afueras de la capital haitiana de Puerto Príncipe, hombres armados ingresaron a la casa del presidente Jovenel Moïse, lo asesinaron a sangre fría y huyeron. El país, ya afectado por la agitación social provocada por las últimas políticas del presidente, ahora se hunde aún más profundo en la crisis. Moïse ya había forzado la extensión de su mandato más allá de lo que correspondía, mientras el país luchaba con las dificultades que significa depender de agencias internacionales, estar atrapado en una crisis económica de un siglo y ser duramente golpeado por la pandemia. Las protestas se habían vuelto comunes en Haití, a medida que todos los precios se disparaban y ningún gobierno daba ayuda efectiva a una población desesperada. Pero Moïse no fue asesinado por esta crisis inmediata. Hay fuerzas más misteriosas en acción: líderes religiosos haitianos radicados en EE. UU., narcotraficantes y mercenarios colombianos. Esto es una saga que toma su mejor forma como thriller de ficción.
 

Cuatro días después del asesinato de Moïse, Cuba vivió una serie de protestas de personas que expresaron su frustración con la escasez de productos y la reciente alza de contagios de COVID-19. Dentro de pocas horas, el presidente cubano Miguel Díaz-Canel salió a las calles de San Antonio de los Baños, al sur de la Habana, para marchar con lxs manifestantes. Díaz-Canel y su gobierno recordaron a los once millones de cubanos y cubanas que el país ha sufrido muchísimo producto del bloqueo ilegal de Estados Unidos durante seis décadas, que está en las garras de las 243 “medidas coercitivas” adicionales que impuso Trump, y que luchará contra el doble problema del COVID-19 y la crisis de la deuda con la resolución que le caracteriza.
 

Sin embargo, una maliciosa campaña de redes sociales intentó utilizar estas protestas como una señal de que el gobierno de Díaz-Canel y la Revolución Cubana debían ser derrocados. Unos días más tarde fue quedando claro que esta campaña fue levantada desde Miami, Florida, en Estados Unidos. Desde Washington, DC, los tambores del cambio de régimen suenan fuerte, pero no han encontrado mucho eco en Cuba. Cuba sigue sus propios ritmos revolucionarios.
 

En 1804, la Revolución Haitiana —una rebelión del proletariado de las plantaciones que luchó contra los ingenios azucareros que los explotaban— encendió una primera llama de libertad que alcanzó a todo el mundo colonizado. Un siglo y medio más tarde, el pueblo cubano encendió su propia llama.
 

La respuesta a cada una de estas revoluciones por parte de los magnates fosilizados de Paris y Washington fue la misma: asfixiar los aires de libertad mediante multas y bloqueos. En 1825, Francia exigió por la fuerza que Haití pagara 150 millones de francos por la pérdida de propiedad (es decir, seres humanos). Solo en el Caribe, el pueblo haitiano sintió que no tenían más opción que pagar, lo que hicieron a Francia (hasta 1893) y luego a Estados Unidos (hasta 1947). La cifra total a lo largo de los 122 años alcanza los 21.000 millones de dólares. Cuando el presidente de Haití Jean-Bertrand Aristide intentó recuperar esos miles de millones de Francia en 2003, fue removido del cargo por un golpe de Estado.
 

Después de que Estados Unidos ocupara Cuba en 1898, dirigió la isla como el patio de recreo de un gángster. Cualquier intento del pueblo cubano de ejercer su soberanía fue aplastado con una violencia terrible, incluidas las invasiones de las fuerzas estadounidenses en 1906-1909, 1912, 1917-1922 y 1933. Estados Unidos apoyó al general Fulgencio Batista (1940-1944 y 1952-1959) a pesar de todas las pruebas de su brutalidad. Al fin y al cabo, Batista protegía los intereses estadounidenses, y las empresas norteamericanas poseían dos tercios de la industria azucarera del país y casi todo el sector de servicios.
 

La Revolución Cubana de 1959 se alza contra esta historia de miseria, una historia de esclavitud y dominación colonial. ¿Cómo reaccionó Estados Unidos? Imponiendo un bloqueo económico sobre el país el 19 de octubre de 1960 que continúa hasta la actualidad, que ha afectado todo, desde el acceso a suministros médicos, alimentos y finanzas, hasta la prohibición de importaciones cubanas y la coacción a otros países para que hagan lo mismo. Es un ataque vengativo sobre un pueblo que, como el haitiano, está intentando ejercer su soberanía. El ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, Bruno Rodríguez, informó que entre abril de 2019 y diciembre de 2020, el gobierno perdió 9.100 millones de dólares por el bloqueo (436 millones al mes). “A los precios actuales, el daño acumulado en seis décadas supera los 147.800 millones de dólares, y contra el precio del oro, supera 1,3 billones”, señaló.
 

Nada de esta información estaría disponible si no fuera por la presencia de medios de comunicación como Peoples Dispatch, que esta semana celebra su tercer aniversario. Le enviamos nuestros más cálidos saludos al equipo y esperamos que ustedes guarden su sitio web y lo visiten muchas veces para conocer más de las noticias vinculadas a las luchas populares a lo largo del mundo.
 

El 17 de julio, decenas de miles de cubanas y cubanos salieron a las calles a defender su Revolución y a exigir el fin del bloqueo estadounidense. El presidente Díaz-Canel dijo que la “Cuba de amor, de paz, de unidad, de solidaridad” se había manifestado. En solidaridad con esta afirmación inquebrantable, hemos lanzado una convocatoria para participar en la exposición de arte solidario Let Cuba Live (‘Dejemos a Cuba vivir’). La fecha límite de presentación es el 24 de julio para el lanzamiento de la exposición en línea el 26 de julio —el aniversario del movimiento revolucionario que llevó a Cuba a la Revolución en 1959—, pero fomentamos a que hagan sus envíos los días previos. Invitamos a artistas y militantes internacionales a participar en esta exposición flash mientras seguimos ampliando la campaña #LetCubaLive para poner fin al bloqueo.
 

Unas semanas antes del último ataque a Cuba y del asesinato del presidente en Haití, las fuerzas armadas de Estados Unidos llevaron a cabo un gran ejercicio militar en Guyana llamado Tradewinds 2021 y otro ejercicio en Panamá llamado Panamax 2021. Bajo la autoridad de EE. UU., una serie de ejércitos europeos (Francia, Holanda y Reino Unido) —todos con colonias en la región— se unieron a Brasil y Canadá para realizar Tradewinds con siete países caribeños (Bahamas, Belice, Bermuda, República Dominicana, Guyana, Jamaica, y Trinidad y Tobago). En una demostración de fuerzas, Estados Unidos exigió a Irán que cancelara el desplazamiento de sus barcos a Venezuela en junio, antes del ejercicio militar patrocinado por EE. UU.
 

Estados Unidos está ansioso por convertir el Caribe en su mar, subordinando la soberanía de las islas. Es curioso que el primer ministro de Guyana, Mark Phillips, haya dicho que estos juegos de guerra liderados por EE. UU. fortalecen “el sistema de seguridad regional caribeño”. Lo que hacen, como muestra nuestro reciente dossier sobre las bases militares de EE. UU. y Francia en África, es subordinar los Estados caribeños a los intereses estadounidenses. EE. UU. está usando su creciente presencia militar en Colombia y Guyana para aumentar la presión sobre Venezuela.
 

El regionalismo soberano no es ajeno al Caribe, que ha hecho cuatro intentos de construir como plataforma: la Federación de las Indias Occidentales (1958-1962), la Asociación de Libre Comercio del Caribe (1965-1973), la Comunidad del Caribe (1973-1989) y el CARICOM (1989 hasta la actualidad).  Lo que comenzó como una unión antiimperialista se ha convertido en una asociación comercial que intenta integrar mejor a la región en el comercio mundial. La política del Caribe está cada vez más inmersa en la órbita de Estados Unidos. En 2010, EE.UU. creó la Iniciativa de Seguridad de la Cuenca del Caribe, cuya agenda está definida por Washington.
 

En 2011, nuestro viejo amigo Shridath Ramphal, ministro de Asuntos Exteriores de Guyana de 1972 a 1975, repitió las palabras del gran radical granadino T. A. Marryshow: “Las Antillas deben ser antillanas”. En su artículo “¿Son las Antillas Occidentales antillanas?”, insistió en que la ortografía consciente de “Las Antillas” con “L” mayúscula pretende marcar la unidad de la región. Sin unidad, las viejas presiones imperialistas prevalecerán, como suele ocurrir.
 

En 1975, la poeta cubana Nancy Morejón publicó un poema emblemático llamado “Mujer negra”. El poema comienza con el terrible comercio de seres humanos por parte de los colonizadores europeos, toca la guerra de independencia, y luego se sitúa en la notable Revolución Cubana de 1959:
 

Bajé de la Sierra

Para acabar con capitales y usureros,
con generales y burgueses.
Ahora soy: sólo hoy tenemos y creamos.
Nada nos es ajeno.
Nuestra la tierra.
Nuestros el mar y el cielo.
Nuestras la magia y la quimera.
Iguales míos, aquí los veo bailar
alrededor del árbol que plantamos para el comunismo.
Su pródiga madera ya resuena.
 

La tierra es nuestra. La soberanía también. Nuestro destino no es vivir como seres subordinados a otros. Ese es el mensaje de Morejón y del pueblo cubano que está construyendo su vida soberana, y ese es el mensaje del pueblo haitiano que quiere continuar su gran Revolución de 1804.

 

Boletin 29 del Instituto Tricontinental de Investigación Social

https://www.alainet.org/fr/node/213193
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