Triunfalismo y prepotencia: malos consejeros

02/05/2013
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Escuché las declaraciones de Jesús Santrich, comandante y delegado de las FARC en los diálogos de Paz de La Habana, en el sentido de que no se someterán a la justicia colombiana a la que descalifican para poder juzgarlos, y me sorprendí al no poder entender cuál era la intención de hacer –en este momento– ese tipo de declaraciones públicas.

 
Hemos reconocido que el conflicto armado que vive Colombia tiene orígenes auténticos –causas económicas, sociales, políticas y culturales– y que en determinados momentos de la vida de nuestra nación la rebelión armada no sólo fue necesaria sino justa.
 
Sin embargo, también es verdad que a lo largo de los años que llevamos en guerra –por diversos motivos que es necesario analizar y precisar– los métodos utilizados en la confrontación armada no sólo se degradaron a límites insospechados sino que en gran medida atentaron (y aún lo hacen) contra la justeza de las causas que explican la acción insurgente.
 
Es cierto que esa degradación fue provocada por el Estado y las fuerzas paramilitares, pero también es verdad que las fuerzas revolucionarias se dejaron llevar a ese terreno y cometieron graves crímenes – que así fueran involuntarios, aislados, ocasionales, etc. – quedaron en la memoria de los colombianos, con la ayuda de los medios que aprovechan cualquier ocasión para desacreditar a la insurgencia.
 
Que por parte del Estado (incluyendo el paramilitarismo) se cometieron gravísimos y numerosísimos crímenes, eso no está en duda. Aún se cometen. Pero la realidad es que ese Estado –a través de la política uribista– consiguió convencer a gran parte de la opinión pública que esas acciones eran reacciones (para ellos igualmente justas) contra la actividad insurgente.
 
Ahora entramos en el desenlace. Esa buena parte de la opinión pública (manipulada y todo) que justificó los crímenes del Estado paramilitar, debe ser convencida –por las fuerzas insurgentes– que estaba equivocada, que la causa de los rebeldes tiene una justificación ética y moral, y que en medio del fuego la degradación de la guerra se jugó de ambos lados.
 
Es por ello que las declaraciones del Comandante Santrich son inoportunas y nada políticas. Para recuperar credibilidad ante el pueblo colombiano se requiere gran humildad y reconocimiento de las “equivocaciones” que significan dolor y sufrimiento para miles de colombianos. Las víctimas –de todos los bandos– exigen y merecen respeto y consideración.
 
Paralelo a las declaraciones de Santrich, en Toribío (Cauca), las comunidades indígenas encabezadas por sus autoridades ancestrales juzgaron en audiencia pública –a la que asistieron más de 4.000 personas– a 2 milicianos de las FARC y los condenaron a 40 años de cárcel, que deberán pagar bajo la modalidad de “patio prestado” en prisiones oficiales, por el asesinato de su líder espiritual (The Wala) Benancio Taquinás en el municipio de Jambaló. Además en carta abierta a Timoleón Jiménez, máximo comandante de las FARC, el movimiento indígena caucano exige a la guerrilla un proceso de verdad, justicia y reparación. 
 
Es por este tipo de hechos contradictorios que podemos afirmar que de nada sirve el triunfalismo que no reconoce que políticamente la insurgencia debe recuperar un gran terreno político no sólo para que las mayorías populares les perdonen sus errores sino para que los acepten como posibles actores y portadores de soluciones para la situación de crisis que vive la Nación. De nada sirve la prepotencia que justifica los errores con base en los crímenes cometidos por su enemigo.
 
Esas actitudes sólo envían un mensaje negativo. Amparados en ese tipo de declaraciones, los promotores de la guerra montan todo tipo de campañas para afirmar que la insurgencia no reconoce a sus víctimas y que por tanto no son confiables a la hora de pactar acuerdos de Paz.
 
Ser juiciosos y objetivos con la realidad política del país es una de las condiciones para acertar. La mayoría de los colombianos quiere la Paz pero esa misma gente desconfía de la palabra de las FARC. La mayoría de los colombianos desea fervientemente la Paz pero no va a aceptar que el proceso de diálogos no concierte algún tipo de penas para quienes han cometido graves crímenes, así éstos posteriormente sean perdonados por algún mecanismo de la Justicia Transicional.
 
El triunfalismo y la prepotencia que lleven a desconocer estos aspectos básicos en la búsqueda de la Paz en Colombia, ya están contribuyendo a que los enemigos de la misma fortalezcan sus posiciones y debiliten las de quienes aspiramos a conseguirla.
 
Ser más prudentes y sensatos, aceptar los errores y culpas, reconocer a las víctimas y a sus dolientes, ser más humildes y fuertes de espíritu, son condiciones indispensables para que la insurgencia consiga una amplia y fuerte credibilidad pública, que a su vez se constituye en una condición indispensable para avanzar hacia la conquista de la Paz.
 
Tal tipo de declaraciones –que reflejan triunfalismo y prepotencia– le hace más daño a los diálogos que los torpedos que todos los días lanza la derecha uribista contra el proceso. 
 
Popayán, mayo 3 de 2013
 
https://www.alainet.org/fr/node/75793
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