Juan XXIII, un santo del pueblo

01/05/2014
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Entre la memoria, la oración y el compromiso
 
Hermano, amigo y querido Papa Juan,
peregrino de la tierra y ciudadano feliz del cielo:
 
Nos alegra mucho que la Iglesia entera recuerde tu vida
y la celebre gozosa y comprometidamente.
Hijo de Marianna y Giovanni, campesinos pobres,
hiciste siempre gala de tu origen,
donde como en ninguna parte,
aprendiste la bondad, la sencillez, la honradez,
la hospitalidad, el sacrificio, la entrega, la humildad.
 
Ya nunca te apartaste del recto sendero,
abierto por Otro campesino, pobre como tú.
Tú fuiste pobre, elegiste ser pobre
y juraste no ser nunca rico.
 
De ahí, tu horror a la ostentación,
la vanidad y el poderío:
“Yo, repetías, no soy más que un hombre
igual que todos vosotros”.
Lo mismo que Pedro, tu antecesor que,
al llegar a la casa de Cornelio y verlo postrado en tierra,
le dijo: “Levántate, que no soy más que un hombre como tú”.
Por eso, la curia, los maquiavelos o distinguidos diplomáticos
de la curia, no te entendieron:
te miraron con pena, casi con desprecio.
Pero tú tenías siempre a la vista y en el corazón,
la cuna de tu pueblo y la de Belén.
Y desde ese origen, te resultó desdeñable la sabiduría de la política y de la diplomacia, que suele discurrir por entre pliegues
de oportunismo, doblez e hipocresía.
 
Tú eras simplemente un hombre de la tierra,
que ha visto nacer a todos los seres humanos,
de una punta a otra,
con su amalgama inmensa de razas, creencias,
ideologías y costumbres.
Todos de la misma especie,
hermanos, hijos de un mismo Dios Padre,
con la misma dignidad y los mismos derechos.
Los pudiste ver y tratar a lo largo y ancho de la geografía,
como campesino, sacerdote, obispo, visitador apostólico,
nuncio, patriarca y papa.
Era el único mundo humano,
el mundo de Dios salido amorosamente de sus manos.
 
Pero tú los viste , demasiadas veces,
divididos, enfrentados, en guerra,
anegados en infinitos e inútiles sufrimientos,
por causa de fascismos o falsos nacionalismos.
 
Las estrellas de tu vida fueron:
Justicia, fraternidad, concordia,paz, unidad.
Siempre el amor a las personas en primer plano,
fueran quienes fuesen.
Lo primero servir, nunca mandar;
la misericordia por encima de la severidad;
la comprensión contra la intolerancia;
integrar más que excluir;
ceder, no exigir;
confiar y dialogar, dialogar siempre.
 
Y al interior de tu Iglesia acabar
con la desconfianza, el aislamiento, la prepotencia,
la intransigencia, ponerse a caminar con los humanos,
sencillamente,
como quien sirve y no como quien domina.
Fue tu luz final un toque de lo alto: el concilio Vaticano II,
que te permitió sacudir, rejuvenecer, liberar
y llenar de esperanza a la Iglesia universal.
 
Celebramos tu vida y tu mensaje, tu apertura y optimismo,
tu magnanimidad frente a las incomprensiones,
tu audacia para leer los signos de Dios en la historia,
tu fidelidad al Evangelio de los pobres.
 
Sabemos que nos acompañas,
que colaboras con Dios en la marcha de la historia.
Sigue solícito y vigilante –desde la comunión de los santos-
para que intereses egoístas y vanos desaparezcan de tu Iglesia
y sea, como lo hizo y deseó su Maestro,
servidora de la verdad, amante de la justicia, madre de los pobres.
 
Esta es nuestra plegaria: que sepamos seguir como tú,
el camino del amor, sobre todo por los más pobres,
de la sencillez, de la justicia, del diálogo,
de la concordia, de la paz.
 
Que nos ayudemos, bajo el ejemplo de vida,
a leer bien el Evangelio, a seguirlo llanamente,
como suelen hacerlo los humildes y pequeños,
que sepamos relativizar, con aquel tu santo humor,
lo que no es más que relativo, que es casi todo,
y enaltecer lo que acaso es sólo absoluto: el amor.
 
- Benjamín Forcano es sacerdote y teólogo.
https://www.alainet.org/fr/node/85222
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