Las políticas de comunicación estratégica del gobierno estadounidense contra Cuba y Venezuela en el ámbito digital comparten un mismo objetivo: el cambio de régimen en ambos países. Debido a la plasticidad del sistema político norteamericano y del capitalismo en general, con una enorme capacidad para adaptarse a los cambios tácticos de la política y las emergencias socio-tecnológicas, Estados Unidos ha logrado maniobrar en lo contingente sin comprometer ni ceder un ápice en su rumbo estratégico.
En la misma medida en que la cultura digital se fue abriendo paso y comenzó a ser la subestructura fundamental de grupos estratégicos de la sociedad contemporánea –los jóvenes, los profesionales, los decisores políticos…-, han procurado no desvincular los conceptos estratégicos de los actos, y así han intervenido en el ámbito digital, teniendo en cuenta dos hechos fundamentales:
1)La cultura digital no es una estructura que se adiciona a la vida cotidiana, como si le echáramos un nueva vianda a un ajiaco. Es un continente que está modificando sustancialmente el contenido de lo que ya había en la olla, y nos ha metido de cabeza, nos guste o no, en una etapa transicional de la sociedad, que ahora tiene un pie en la capa tectónica del Siglo XIX – un tipo de arquitectura sujeta a un Estado de derecho, de un poder institucionalizado, previsible, ordenado-, mientras el otro pie lo tenemos en la capa tectónica del Siglo XXI, con un metabolismo flexible, multidimensional, inestable, emergente y activo: el ciberespacio.
2)El Imperialismo globalizado, con EEUU de sheriff mundial, ha convertido la adaptación táctica al cambio en un principio estratégico. Revisa constantemente su funcionamiento para controlar mejor las fluctuaciones imprevistas de actores y contextos. Es evidente que su política de comunicación estratégica parte del reconocimiento de esta complejidad que ha emergido con la cultura digital, lo que le permite interactuar con éxito ante las organizaciones complejas dominantes. En otras palabras, frente a las organizaciones simples, con centralización piramidal de decisiones, el gobierno de EEUU ha logrado adaptarse a los tipos de organizaciones sociales complejas que combinan las redes con autonomías y con jerarquías. Estratégicamente mantienen un principio que está soldado al sistema –acabar con la Revolución cubana y con la bolivariana- y a corto plazo, se adaptan al escenario con gran habilidad y rapidez, lo cual es también una decisión estratégica.
Las evidencias empíricas están por todas partes. No creo que se pueda saber exactamente hoy cuáles son los fondos totales –la sumatoria de los públicos y los secretos- que destina el gobierno de los Estados Unidos para el escenario digital cubano y venezolano. Las cifras aparecen a cuentagotas. Todos los días nos enteramos de una nueva partida millonaria de inversión directa o indirecta para la subversión, destinada a intervenir en el escenario digital de nuestros países. Lo que sí sabemos es que se destina muchísimo dinero a fortalecer los estereotipos más negativos contra Cuba y Venezuela en el espacio comunicativo público, tanto en el interno de ambas naciones como el internacional, y se intenta inducir y movilizar desde el escenario digital al “cambio de régimen”, a veces con proyectos que parecen sacados de una mala película de espías, como el ZunZuneo –la creación de un Twitter para Cuba a través de esa CIA de bolsillo que es la USAID, y violando leyes a diestra y siniestra.
En el caso venezolano, las recientes guarimbas -una estrategia insurreccional que se aplicó en Caracas y en algunas ciudades del interior del país contra el gobierno de Nicolás Maduro- se articularon fundamentalmente por Twitter y han sido favorecidas por aplicaciones gratuitas para intercambiar mensajería instantánea (SMS) a través de móviles, como WhatsApp Messenger, o la de los Blackberry, muy populares en Venezuela. Los flujos de SMS son considerables. De acuerdo con datos de la Comisión Nacional de Telecomunicaciones (CONATEL), en el último trimestre de 2013 se generaron en la red local de telefonía móvil casi 29 millones de mensajes, de los cuales aproximadamente el 50 por ciento se intercambiaron con servidores fuera del territorio nacional.
Como denunció el director de CONATEL, William Castillo, en el encuentro “Conjura Mediática contra Venezuela”, en estas acciones se utilizó Zello, una aplicación para teléfonos Android, Blackberry, Iphone y PC-Tablets, que permite usar estos dispositivos como si fuesen un walkie-talkie. Estas plataformas facilitaron a los opositores violentos coordinar las guarimbas e identificar a “chavistas” y “maduristas” a los que llamaron “sapos” y fueron expuestos como objetivos a ser atacados.
Operaciones de conectividad efectiva
Estados Unidos ha evaluado que existen grandes posibilidades de intervenir en el espacio comunicativo público común de ambos países, particularmente en el espacio digital. Cuba y Venezuela tienen en común las altas habilidades de sus usuarios para interactuar en el ciberespacio, aún cuando la infraestructura en la Isla es todavía muy precaria. Casi la mitad de la población de ambos países se encuentra en la franja de los nativos digitales, cuyo imaginario está reforzado por los instrumentos centrales de la cultura digital y genera nuevos procesos de formación de la opinión pública.
Está suficientemente documentado que la administración Obama, al igual que el gobierno de Bush, ha definido el ciberespacio como el nuevo campo de batalla, donde la legalidad y las instituciones internacionales no son un obstáculo, al menos no como en los casos en que se desplaza un ejército convencional. En esta nueva guerra, los individuos se convierten consciente o inconscientemente en propagandistas virales de “tweets y hashtag que, siempre que estén en la línea adecuada, serán replicados y amplificados por los medios tradicionales. Las redes sociales están siendo utilizadas a modo de drones para bombardear nuestras conciencias”, asegura la investigadora Ángeles Diez.
Para preparar el terreno digital en la región, el Comité de Relaciones Exteriores del Senado financió una investigación en el 2011 acerca de los usos de las llamadas redes sociales en América Latina. Abiertamente declaran como objetivo “expandir” el uso de estas plataformas en el continente, pero aquellas bajo control norteamericano y alineadas con la promoción de los intereses de EEUU en la región. “Una gran parte de este esfuerzo se ha invertido en Cuba”, reconoce el informe, pero “las operaciones de conectividad efectiva”, como han llamado a este esfuerzo, tomaban buena nota de la situación del uso de estas plataformas en cada país ubicado al sur del Río Bravo.
El documento que usted puede ver aquí, a la firma del entonces Presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado y hoy Secretario de Estado, John Kerry, explica abiertamente cuál es el interés de los Estados Unidos en las llamadas redes sociales del continente:
“Con más del 50% de la población del mundo menor de 30 años de edad, los nuevos medios sociales y las tecnologías asociadas, que son tan populares dentro de este grupo demográfico, seguirán revolucionando las comunicaciones en el futuro. Estas tecnologías pueden favorecer el cambio político, mejorar la eficiencia del gobierno, y contribuir al crecimiento económico… Los medios sociales y los incentivos tecnológicos en América Latina sobre la base de las realidades políticas, económicas y sociales serán cruciales para el éxito de los esfuerzos gubernamentales de EEUU en la región.”
El informe resume la visita de una comisión de expertos a varios países de América Latina para conocer in situ las políticas y financiamientos en esta área, además de entrevistas con directivos de las principales empresas de Internet y funcionarios norteamericanos. Recomienda “aumentar la conectividad y reducir al mínimo los riesgos críticos para EEUU. Para eso, nuestro gobierno debe ser el líder en la inversión de infraestructura.” Y añade: “El número de usuarios de los medios sociales se incrementa exponencialmente y como la novedad se convierte en la norma, las posibilidades de influir en el discurso político y la política en el futuro están ahí”.
El núcleo de esta estrategia es intervenir tempranamente para imponer el código norteamericano –tanto tecnológico como cultural- y hacerlo no de manera estandarizada, sino a partir de una evaluación previa de cuál es la situación social y los recursos tecnológicos en cada país para hacer más efectiva esta intervención. No es conectar por conectar; tampoco es invadir a la fuerza e imponer. Eso ya es imposible en la sociedad de medios masificados. Se trataría de lo que Ignacio Ramonet ha llamado intervenir a través del “dulce despotismo” y la capitalización de las emociones de los usuarios de la red, para lo cual necesitan conocer a nuestras sociedades mejor que nosotros mismos. De ahí el nombre: conectividad efectiva.
El caso venezolano
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Un “guarimbero” en un cierre de calles en el Este de Caracas -barrio de la clase alta venezolana-, en febrero de 2014. Foto: Eco Popular
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A partir de febrero de este año se desencadenaron procesos virales en Twitter para activar la neurosis colectiva en Venezuela y generar el desplazamiento de los ciudadanos del espacio digital al espacio físico. Como fue denunciado, entre otras acciones de terror psicológico, se divulgaron imágenes de violencia originadas en Ucrania, Siria, Chile y otros países, como si hubieran sido tomadas en las calles venezolanas. Estos procesos cobrarían 42 vidas –mayoritariamente chavistas y militares-, numerosos heridos y millonarias pérdidas materiales. A pesar de que las guarimbas se activaron en unas pocas calles ubicadas en 18 municipios de los 335 que posee la nación sudamericana, el trasvase de los rumores de las redes sociales a los medios tradicionales locales, amplificados a su vez por las transnacionales mediáticas, generaron la sensación de que el país estaba sumido en el caos.
Sin embargo, el riesgo de la falta de verificación que hace que un rumor se convierta en noticia y logre imponerse como realidad, fue neutralizado en el país, y poco a poco las transnacionales mediáticas han tenido que pasar la página. Lo que ahora no se dice es que el estereotipo de la Venezuela en crisis de ingobernabilidad y violencia, que se desplegó interesadamente por las redes sociales, fue derrotado por las fuerzas que respaldan el proceso bolivariano y por quienes se distanciaron de las acciones terroristas, aún cuando no necesariamente apoyan al gobierno. Si no hubo más muertes que lamentar, ni más violencia desatada, se debió a la expresión de una voluntad de paz, sostenida -entre otras acciones gubernamentales- por la democratización real del uso de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación en un país con un 43% de penetración de Internet y un 106% de celulares –entre las más altas tasas de la región.
Este empoderamiento ciudadano, con alta visibilidad en Twitter y que tiene como precedente la acción paradigmática de @chavezcandaga –la cuenta del Presidente Hugo Chávez en esta red, a través de la cual mantuvo una relación muy especial con los venezolanos-, no solo neutralizó el lenguaje violento, sino que utilizó activa y conscientemente el espacio digital como escenario de interlocución pueblo-gobierno, desalentó la ocupación por la fuerza de los espacios públicos, y favoreció la conducción política y mediática de los líderes bolivarianos en tan compleja coyuntura.
Los chavistas, además, utilizaron con tanta o mayor habilidad que las élites económicas las nuevas herramientas para la difusión de mensajes, e impidieron, en definitiva, que se impusieran las estrategias de diseminación de contenidos venenosos que, aventados a través de plataformas en las que se reconocían continuamente peligrosos mecanismos de guerra psicológica, pretendían mantenerse en ofensiva permanente para instaurar el caos social y la ingobernabilidad del país.
Los datos empíricos no mienten: los Trending Topics (temas del momento o tendencias) de Twitter en Venezuela, mantuvieron entre febrero y abril, y durante las 24 horas del día, un permanente equilibrio entre las etiquetas que movilizaban a los opositores y aquellas que generaban los chavistas. No hubo un hashtag (palabra clave) prevaleciente, hubo muchos, en dos direcciones políticas. Esta proporción de fuerzas impidió que las convocatorias a la violencia, muchas veces originadas desde el exterior del país, lograran convertirse en virales y generaran emergencias, muy difíciles de enfrentar cuando van de la mano de reacciones emocionales que desplazan a cientos de miles o millones de individuos a la calle. Tal como ocurrió en Brasil en el 2013.
Blogosfera sobre Cuba
Debido a la debilidad de la redes técnicas cubanas en una población altamente instruida y politizada, la “operación de conectividad efectiva” parece privilegiar el uso de sistemas de mensajería telefónica –como advertimos antes con el ZunZuneo- y cierta práctica de la blogosfera en la Isla, a la que, por cierto, se destinan fondos millonarios.
Los blogs rara vez son el punto de partida de una insurgencia de relieve nacional, altamente emotiva y que a veces tienen un signo de derecha y otras, de izquierda. Al menos no han sido decisivos en las movilizaciones que hemos visto desde Islandia, Egipto, Túnez, Nueva York (Occupy Wall Street), Washington (Tea Party), Madrid, México, Brasil… hasta Venezuela. Sin embargo, contra Cuba se ha intentado utilizar determinadas representaciones de estos nuevos medios sociales, generalmente administrados fuera de la Isla, en dos direcciones:
1)En lo externo, como plataforma para la difusión de un estereotipo sobre Cuba conveniente a los intereses de Washington, que pueda tener caja de resonancia en los medios tradicionales, fundamentalmente en el exterior. Los de mayor difusión y posibilidades de alcance han sido aquellos administrados por individuos que clasifican perfectamente como destinatarios de los fondos previstos para el cambio de régimen en Cuba, y que han tenido un respaldo técnico y financiero desproporcionado. A estos blogueros -a diferencia de muchos de los que intervienen en la blogosfera nacional sin tutela externa- no les interesa participar, o al menos no es su prioridad, en la vida social de la Isla. No son una ventana abierta a la realidad de nuestro país, sino un espejo en el que aparece, con un rostro particular y altamente publicitado, la más dura retórica norteamericana contra la Revolución cubana.
2)Los estrategas norteamericanos comprenden perfectamente la paradoja en la que se encuentra el Sistema de Comunicación Social cubano, anclado en el paradigma de los Mass Media, con graves limitaciones en su funcionamiento y escasa capacidad de maniobra en el escenario de la convergencia mediática. Si se compara el escenario cubano con lo que ocurrió en la URSS a fines de los 80 –además de otras significativas diferencias en el ámbito social, mediático y político-, se aprecia que EEUU no solo estaba interesado, sino que intervino con sus agentes en los medios tradicionales soviéticos y maniobró con suma habilidad para reforzar el imaginario pro occidental. Sin embargo, no interviene ahora en los medios tradicionales cubanos, porque no lo necesita. Los nativos digitales del país tienen fuertes relaciones de confianza con los nuevos medios sociales, como sus pares en cualquier otra sociedad de mayor penetración de Internet, aún cuando los nuestros usen mayoritariamente instrumentos accesorios como las memorias flash.
Los tanques pensantes de EEUU interpretan que mientras peor cumpla la prensa cubana sus funciones, mejor sirve a la estrategia norteamericana, de modo que la operación de “conectividad efectiva” de los EEUU en Cuba está diseñada, justamente, para sacar provecho de una situación de asimetría entre conocimiento y acceso a las redes, desequilibrio que ha pretendido reforzar el bloqueo -que además de económico, financiero y mediático, es tecnológico- contra Cuba.
Acción regional
El reto aún es enorme. De cualquier modo, estamos ante una situación mediática diferente a momentos precedentes en la historia de las movimientos sociales. Que se hayan ganado importantes batallas contra la reacción local y mundial en los nuevos escenarios socio-tecnológicos, no significa que todo está decidido a favor de las fuerzas revolucionarias. Como ha demostrado Venezuela, los procesos revolucionarios aprenden en el fragor de estas luchas, pero la reacción también, y no dejará de preparar nuevas emboscadas. Tienen algo a su favor: aún cuando nuestros países posean la mejor política pública nacional, por muy inclusiva que esta sea, ninguna nación podrá maniobrar por sí sola en este escenario a mediano y largo plazo, a menos que se construyan nuevas relaciones que den la cara y comiencen a revertir las profundas asimetrías que prevalecen hoy en este escenario.
Si no cambian las reglas del juego, habrá que lidiar con una infraestructura transnacional, vertebrada por la red Internet, cuyos nodos principales están sujetos a la voluntad y al control de los Estados Unidos. Un informe de la CEPAL nos recuerda, por ejemplo, que América Latina es el continente cuyas redes de telecomunicaciones son las más dependientes del vecino norteño: más del 90 por ciento de nuestro tráfico en Internet pasa por servidores norteamericanos –fundamentalmente por el llamado NAP de las Américas, ubicado en Miami-; el 85 por ciento de los contenidos digitales de América Latina están alojados en EEUU.
¿Cómo se puede hablar de soberanía en esas condiciones? ¿Dónde están los programas de integración regional que involucran intercambios informativos y audiovisuales, coproducción, codistribución y reserva de mercado para contenidos audiovisuales y tecnologías? ¿Dónde están los acuerdos para mejorar la protección, la eficiencia de los intercambios de datos en la región y la preparación de nuestros recursos humanos?
Apenas se han dado pasos en esta dirección en el continente. La pérdida de la privacidad, que ha puesto de relieve los casos de Wikileaks y Edward Snowden, es solo la punta del Iceberg, y apuntan a una consecuencia mínima en esta guerra: la pérdida de la privacidad. Mientras sea el sistema imperial el que tenga el monopolio de las máquinas que comandan la revolución socio-tecnológica en curso, obviamente ese sistema lo utilizará para la violencia, el crimen y la injusticia.
La operación de “conectividad efectiva” del gobierno de EEUU no es un programa más contra los procesos revolucionarios y nacionalistas del continente. Es una trama que revela que, además de espiar a medio mundo y convertir a cada internauta en un blanco fácil de la Agencia de Seguridad Nacional, el gobierno de EEUU está imponiendo donde puede las herramientas digitales, aquellas que ayudan a construir una parte significativa del imaginario del presente y del futuro de la región. Es allí donde conviven millones de jóvenes latinoamericanos, rehenes de unas bases de datos que permiten diferenciar a cada cual por sus intereses políticos, sus preferencias de consumo y sus estados de ánimo.
Para cambiar las reglas del juego –como decía Darcy Ribeiro- hay que tomar por asalto, desde el conocimiento, las herramientas de los nuevos colonizadores y construir las nuestras con un fondo común de inteligencia y recursos económicos, tecnológicos y jurídicos. Está por hacer en América Latina una estrategia sistémica y un marco jurídico homogéneo y fiable que minimice el control norteamericano, asegure que el tráfico de la red se intercambie entre países vecinos, fomente el uso de tecnologías que aseguren la confidencialidad de las comunicaciones, integre los recursos humanos en la región y suprima los obstáculos a la comercialización de instrumentos y servicios digitales avanzados producidos en nuestro patio. Por tanto quedan por definir las potencialidades y alternativas de América Latina en el contexto internacional, su posición y modelo diferencial en la llamada Era de la Información, que debería proponerse en realidad ser la Era de la Dignidad, como ha sugerido el investigador cubano Pedro Urra.
EEUU quiere asegurarse de que en esa historia no estemos o la presenciemos atrapados en su red de vigilancia, control, mentiras y muerte. Desafiémoslo, pero en serio: comprendiendo qué pasa a nuestro alrededor, quiénes son los nuevos sujetos del cambio, cómo lo protagonizamos nosotros y no los del Norte. Y sobre todo, uniéndonos más allá de las palabras.