El gigante brasileño: un deseado botín

30/09/2014
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En octubre en América Latina tendrán lugar tres importantes elecciones. En Brasil (el 5), Bolivia (el 12), y Uruguay (el 26). En el caso de Bolivia no hay muchas dudas y, con una derecha fragmentada, las probabilidades están a favor de la reelección de Evo Morales en la primera vuelta. En cuanto a Uruguay, los números deberían favorecer al gobierno del Frente Amplio, que pero teme por la mayoría parlamentaria.
 
 
En el caso de la República Federal de Brasil, a pocos días de la votación, la situación es mucho más compleja. Se trata de la elección más importante para el continente. En la séptima economía mundial, está en juego no sólo la continuidad del gobierno de Dilma Rousseff, quien promete “más cambios y más futuro”, sino también el proyecto de transformación que se inició en 2002 con la victoria de Lula. Pero el resultado de la elección tendrá un impacto decisivo incluso más allá de la frontera, a partir del proceso de integración de América Latina y el Caribe, y del fortalecimiento de la alianza entre Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica (los llamados BRICS), para la construcción de un mundo multi-polar.
 
Al igual que en el caso de las recientes elecciones en Chile, aquí también hay dos mujeres luchando, con posibilidades reales de llegar a la presidencia del país-continente, que tiene cerca de 200 millones de habitantes. Y en el gigante brasileño son dos los proyectos de país que se enfrentan en las urnas.
 
Por un lado, DilmaRousseff, la primera mujer presidenta de Brasil, la heredera de Lula que busca la reelección como candidata del Partido de los Trabajadores (PT), un partido cuyas raíces se encuentran en los años de lucha contra la dictadura cívico-militar (1964 – 1984) y en las batallas sindicales de la época. Desde el fin de la sangrienta dictadura, se necesitaron 18 años de transición de las “democra-duras” neo-liberales, para que el obrero y sindicalista metalúrgico Lula pudiera ganar las elecciones por primera vez. Y desde 2002, el PT está al frente de variados y contradictorios gobiernos de coalición, en los que ocupa importantes ministerios, a menudo bajo el chantaje de una mayoría parlamentaria espuria.
 
En contra de ella Marina Silva, ex ministra de Medio Ambiente de Lula. Activista en el PT durante más de 20 años, se marchó cerrando la puerta y sin darse vuelta, por contradicciones irreconciliables. En 2010 se presentó con el Partido Verde consiguiendo el 19%, un buen resultado con casi 20 millones de votos, pero no lo suficiente para ganar. Meses después, creó su propio movimiento, la “Red de sostenibilidad”, que hasta hace poco tenía escaso apoyo.
 
El escenario ha cambiado radicalmente desde el extraño accidente aéreo en el que desapareció Eduardo Campos, candidato del Partido Socialista Brasileño (PSB), hasta entonces sólo en el tercer lugar en las encuestas con un 9% (contra el 36%  de Dilma). Marina Silva era su Vice, gracias a un acuerdo electoral con el PSB. Pero después del incidente, y también gracias al “efecto tragedia”, Silva se convierte en el candidato presidencial del PSB. Hoy está en el segundo lugar en las encuestas y amenaza directamente a Dilma en la posible segunda vuelta electoral del 26 de octubre.
 
Mucho más lejos aparece el tercer candidato, el senador Aecio Neves, del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), heredero político del ex Presidente Fernando Henrique Cardoso (1995-2002) y de sus gobiernos neo-liberales. Un período recordado por el desorden en las finanzas públicas, las tasas de interés estratosféricas, la inflación de dos dígitos, los intentos de privatizar la educación, dejando a los pobres fuera de la universidad. Fue la época del país en remate, sujeto a los dictados del Fondo Monetario Internacional. Sin embargo, hasta el accidente de Campos, las encuestas daban un sorpresivo segundo lugar al candidato del PSDB.
 
Tras el incidente y la desaparición de Campos, y sobre todo después de las últimas encuestas que señalaban el crecimiento de Marina Silva, finalmente la preocupada izquierda comenzó a movilizarse con más fuerza. En particular, el Partido Comunista do Brasil (PCdoB), dentro a la coalición desde el primer gobierno de Lula (con el importante Ministerio de Deporte), así como el PT.
 
Quién está haciendo una campaña muy activa es el ex-presidente Lula que corre a lo largo y ancho del país, dando entrevistas diarias, e insiste en la necesidad de la “reforma política” una pieza clave de la izquierda en el gobierno. Una reforma basada, entre otros, en la prohibición de la financiación privada a la campaña electoral de los partidos políticos, “un crimen que no debe admitir la posibilidad de libertad bajo fianza”. “Si tenemos que radicalizar, hay que partir de la moralización de la política en nuestro país”, dijo Lula. “Se necesita un referéndum para aprobar una Asamblea Constituyente”, continuó, “pero los diputados que votan la reforma política no pueden ser candidatos en las próximas elecciones”.
 
La sorpresa Silva
 
Después de la derrota de 2010, hoy Marina Silva vuelve a la carga y lo intenta de nuevo.
 
Ex-ecologista, evangélica, contraria al aborto y al matrimonio entre personas del mismo sexo, defiende a capa y espada el axioma de la derecha de la independencia del Banco Central. Además de la reducción del papel de los bancos públicos, un cambio en la política exterior y la revisión de las normas para la explotación de los campos petroleros del “Pré-sal”, recién descubiertos. El buen resultado de 2010 también se debió a su innegable carisma, casi “mesiánico”. Para algunos ella aparece casi como una “salvación” y  gracias a su pertenencia a una de las iglesias evangélicas más conservadoras del país (Asamblea de Dios),  puede contar con el apoyo de vastos sectores religiosos que tienen una gran influencia en Brasil. Y que tienen a disposición un proprio canal de televisión que compite en audiencia de público directamente con el gigante Tv Rede Globo.
 
Dime que con quien andas…
 
A la cabeza de la campaña presidencial de la oponente Silva, está su amiga Maria Alice Setúbal, destacada exponente de la familia que fundó y hoy controla el Banco Itaú, el banco privado más grande del país, con una fuerte presencia en muchos países de América Latina.
Setúbal, quien Silva llama cariñosamente con su apodo “Neca”, dijo que había recibido “varias llamadas de empresarios” que han ofrecido dinero, y que un grupo de economistas del sector financiero está apoyando la campaña de Silva.
Setúbal trata de vender la idea de una candidata para una “nueva política”, con “una idea más femenina del poder”,  lejana del “estilo burocrático de Dilma”.
 
Sin embargo, a pesar del apoyo del poderoso Banco Itaú, Silva sabe que necesita ampliar su base electoral para ganar las elecciones del 5 de octubre.
 
Envía señales conciliadores tanto para el PT, que el PSDB, los dos partidos principales en Brasil. Y lo hace a través de su “gurú” económico, Eduardo Giannetti da Fonseca. Ex director de relaciones internacionales de la poderosa Federación  Industrial de Sao Paulo, Giannetti da Fonseca apoya firmemente los recortes en el gasto público. Para hacerlo, “nos encantaría llevar en el gobierno los excelentes técnicos que hay en el PT y en el PSDB, porque nuestra idea es gobernar con los mejores hombres de la política y la gestión”, dijo recientemente Giannetti. En definitiva, un “gobierno técnico” con los que quieran jugársela, para superar las divisiones de la política.
 
Los movimientos frente al voto
 
Solo en el último periodo el gobierno está llamando a discutir los movimientos sociales, las plataformas programáticas, las ONG, las redes organizadas, lo que no ocurrió en la primera mitad del año. Y con alguna resistencia, esos comienzan a expresar su apoyo, aunque crítico, a la reelección de Dilma. En la parte sindical, es el caso de la histórica central CUT, y también de otra organización de trabajadores, la CTB,  cercana al  PCdoB, (con una calificada presencia en las fábricas FIAT).
 
 
Incluso el “Movimiento Sem Terra” (MST) y el “Movimiento de los Sin Techo”, justamente celosos de su autonomía, después de un período de espera, ahora están llamando discretamente a apoyar a Dilma. Son movimientos que no tienen ninguna simpatía por Marina Silva, aunque el desaparecido Campos paradójicamente respaldó el MST, en su rol de gobernador del estado de Pernambuco.
 
Y desde el pasado mes de Junio, la presidenta Rousseff abrió el espacio a la presencia de los movimientos y al diálogo con el gobierno, con un decreto acogido positivamente por los movimientos más dinámicos. Una apertura que, por el contrario, produjo el levantamiento de la oposición que la acusó de ser “pro-Chávez”, “neo-comunista”, “bolivariana”.
 
No hay duda de que en los últimos 12 años, los gobiernos de Lula y Dilma han llevado a cabo importantes reformas sociales que se han concretizado en la salida de la pobreza de casi 40 millones de brasileños, el aumento del empleo y los salarios, la mejora de la oferta y de la calidad de los servicios públicos, una democracia ampliada. A pesar de las acusaciones de asistencialismo, se mantiene entre otros el importante programa “Bolsa Familia”, un subsidio en apoyo de las capas más pobres y el Estado sigue siendo sujeto importante de inversión pública en distintos rubros.
 
Pero no es suficiente. Una vez que tenga un cierto grado de seguridad, la nueva “clase media” quiere más, mientras aquella tradicional mira con recelo los “recién llegados” que piden una redistribución más amplia de la riqueza.
 
Hoy Dilma busca un segundo mandato, y trata de sintonizarse con el sentimiento popular expresado en particular en los días de movilización de junio pasado, que vieron la presencia masiva de jóvenes en las calles del país, en busca de visibilidad internacional gracias a la Copa del Mundo.
 
Además de la calidad y el precio del transporte, al gobierno de Dilma le piden que profundice, entre otras cosas, las políticas sociales, un crecimiento económico inclusivo y sostenible, que garantice el acceso a la educación de calidad como un importante motor de la transformación, que lleve a cabo una reforma agraria que ponga en su centro las necesidades de los campesinos sin tierra y la soberanía alimentaria y no los intereses de los latifundistas y del “agro-negocio”. Se le pide que cambie la ruta de un “modelo de extractivismo salvaje” que causa daños considerables al medio ambiente y la salud, y que en muchos casos se enfrenta abiertamente con los derechos de los pueblos indígenas sobre sus tierras, que aún no están completamente demarcadas y legalizadas.
 
¿ Y el programa ?
 
Lo que es seguro es que el debate se ha centrado principalmente en las personas, y poco en los diferentes programas, en el modelo económico y en la visión de la sociedad. Los grandes movimientos sociales no hacen descuentos y exigen cambios concretos, para profundizar la democracia, el bienestar social, la soberanía sobre los recursos naturales.
 
Sobre el papel, el programa del PT propone “un nuevo ciclo histórico” que pasa por la Reforma Política, federativa, del sistema tributario, la reforma urbana y de los servicios públicos (sobre todo la salud, la seguridad y el saneamiento urbano).
 
En el frente económico, la contracción de la demanda de China (el primer socio comercial de Brasil) desaceleró el crecimiento, mientras que algunos economistas sostienen la tesis de la “recesión técnica” en base a los resultados negativos de los dos últimos trimestres. Otros hablan de “estancamiento temporal” como resultado de la reciente Copa del Mundo. Durante los partidos muchos sectores económicos se han prácticamente parado, y cuando jugaba la selección nacional de Brasil ha disminuido aún más la productividad. Son datos que hay que relativizar, aunque la oposición intenta usarlos a su favor para apoyar la tesis de una crisis profunda, en la que el único responsable es el gobierno que hay que sacar a toda costa. El hecho concreto es que la población se enfrenta a un aumento de los precios de los productos de la canasta familiar, en una espiral  del cual no ve todavía el fin. Hay una cierta insatisfacción en sectores pobres de la sociedad, con una crítica y un rechazo cada vez mayor del gobierno, pero todavía no hay propuestas alternativas. En algunos casos de corrupción en el mismo gobierno (relativamente menos del pasado), se dejó actuar la justicia, sin que los dirigentes explicaran en detalle las medidas a tomar, para que no se repitiera.
 
Por cierto, hay un tema que conocemos bien, el de la “memoria corta” o de la “falta de memoria” a secas en algunos sectores sociales. Se olvidan las mejoras sustanciales en los últimos 12 años con respecto a la vivienda, la educación, la salud. No se hace mención de la redistribución del ingreso que favoreció a aquellos que tenían meno. Hizo falta una acción pedagógica, una comunicación de masas, con el agravante de que Dilma no tiene el mismo carisma de Lula hacia los sectores pobres de la población. Y después de 12 años de gobierno, se empieza a sentir un cierto desgaste de la actitud proactiva y de propuesta del gobierno.
 
En el ámbito internacional, a pesar de miles de contradicciones, el gigante Brasil ha defendido la soberanía nacional y ha jugado un papel clave en el escenario mundial. En el continente es la referencia obligatoria  para los planes de integración regional que no pueden prescindir  de su rol de potencia, incluso con respecto a los países BRICS, las principales potencias emergentes.
 
Por el contrario, Marina Silva, ha declarado la voluntad de acercarse a los Estados Unidos, y de tener un papel más activo en la “Alianza del Pacífico”, la verdadera espada en el corazón de la integración continental, una alianza a la cual se oponen los gobiernos progresistas del área.
Para muchos sectores de la oposición, obsesionados por los tres mandatos sucesivos, no importa quién gane, lo importante es deshacerse de este gobierno.
 
El partido de los medios de comunicación
 
Y una vez más, frente a la débâcle  de los partidos de la derecha tradicional, también en Brasil como en el resto del continente, los principales medios de comunicación de masas se han transformado en verdaderos partidos opositores. Tradicionalmente el “cuarto poder”, ahora los medios de comunicación han hecho un salto de categoría y son claramente uno de los factores centrales del poder, con la tarea de construir la “realidad” política e ideológica en una escala planetaria.  Lo hacen, entre otras cosas, omitiendo las informaciones, distorsionándolas con objetivos electorales e ideológicos, cuando no mienten descaradamente. En Brasil, quedó claro durante la Copa del Mundo, cuando llevaron a cabo una campaña totalmente negativa, apostando a la incapacidad del gobierno de realizar el evento deportivo. También se vio durante las protestas en junio pasado, atacadas al comienzo como “manifestaciones de vándalos y gamberros”, para  luego pasar rápidamente al apoyo abierto, tratando de manipularlas y dirigirlas, para influir en la agenda en contra del gobierno.
 
Y en los tres mandatos disponibles, el gobierno no ha tenido el coraje de enfrentar la gran reforma del sector de las comunicaciones, para romper los “latifundios mediáticos” y cambiar las reglas como han hecho en otros países de América Latina (entre otros Argentina, Venezuela, Ecuador). Hoy los grandes “grupos mediáticos”, los “coroneles electrónicos” brasileños están todos a la oposición y disparan a quemarropa contra Dilma.
 
 
Sin embargo, la tormenta política causada por la carismática evangélica, es vista con cautela por muchos analistas, ya que Silva no tiene una estructura de partido consistente para gobernar y, hasta el momento, el único apoyo claro es el expresado por el sector financiero.
Y en lo que queda de esta campaña, los “spin doctors” están trabajando frenéticamente para diseñar una estrategia de imagen ganadora, al menos en la segunda vuelta.
 
 
 
 
 
 
 
https://www.alainet.org/pt/node/103828?language=en
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