La hegemonía de EE.UU y la respuesta al terror

Injusticia Infinita

06/07/2002
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Los ataques del 11 de septiembre ameritan un comentario muy distinto de los que han dominado los medios, cuya principal preocupación es justificar el uso que los poderes hegemónicos de Estados Unidos quieren hacer de los acontecimientos. El horror instintivo que cualquier ser humano debe sentir ante la imagen de la masacre de numerosas personas inocentes no debe hacernos olvidar el papel que jugó en esto la política de Estados Unidos y la de sus aliados del Grupo de los Siete. Esta puede ser la primera matanza de este tipo jamás ocurrida en territorio estadounidense, pero dista mucho de ser única. Sin embargo, los medios nunca se han esforzado tanto ni fueron tan persistentes cuando se trató de hablar de las víctimas civiles iraquíes, o de los yugoslavos bombardeados por la OTAN, o de los palestinos masacrados en Sabra y Chatila por órdenes de Sharon, mismos que actualmente son diariamente asesinados, también por órdenes del primer ministro israelí, lo mismo que los prisioneros de guerra egipcios que fueron asesinados a sangre fría. Lo que bien puede llamarse terrorismo de Estado no es menos espantoso que el que perpetraron los autores de los ataques del 11 de septiembre. El público estadounidense debe saber que esta es la razón por la cual los ataques en Estados Unidos no han encontrado el oprobio y la descalificación universales que se les ha hecho creer que existen. La elección estratégica de objetivos -el centro financiero de Nueva York y el Pentágono- ha sido aplaudida no sólo por un puñado de fanáticos islámicos, sino también por una amplia mayoría de la opinión pública en Africa y Asia, así como por un considerable sector de la opinión europea. Hasta ahora no se ha arrojado luz sobre qué parte de la responsabilidad corresponde a los autores materiales -kamikazes islámicos perfectamente organizados, que podrían o no ser parte de una o más redes-. Probablemente nunca se sepa la verdad. Quien esto escribe se cuenta entre los muchos intelectuales que consideran que las primeras víctimas del islamismo político son sus propios pueblos árabes y musulmanes, y que la ideología reaccionaria en la que aquél se funda no ofrece ninguna solución válida a los problemas de las comunidades, y que su modus operandi es inaceptable, e incluso, repulsivo. Pero es precisamente por estas razones que el Islam político siempre ha sido y continúa siendo "bien visto" por los estrategas de Washington que a menudo se han aliado con él. Los talibanes (al igual que Osama Bin Laden) han sido llamados "luchadores por la paz". Su "ira" hacia los espantosos "comunistas" (que eran en realidad y en su momento, nacionalistas populistas y modernizadores), cuyas principales transgresiones habían sido -desde su punto de vista- abrir escuelas para niñas. Esto no provocó censura alguna en los círculos diplomáticos ni fue denunciado por sus movimientos feministas. Aquellos a los que se consideraba "afganos" - es decir, argelinos egipcios y otros que fueron entrenados para el asesinato en Estados Unidos- fundaron campamentos y fueron enseñados por expertos de la CIA y del aliado Pakistán, actualmente ejercen sus habilidades terroristas en Argelia y otros lugares. No sólo Washington nunca ha tenido la más mínima objeción a ellos sino que los ha apoyado y sigue haciéndolo, reservando su desaprobación sólo para aquellos que luchan contra la ocupación israelí. Esta distinción no puede ser interpretada sólo como la solidaridad hacia el discurso dominante para los heraldos de la "especificidad" cultural. La razón de ello se encuentra sin duda en un ya establecido y cínico análisis de Estados Unidos: que el Islam político atrapa a las personas, las víctima y las deja sin poder alguno ante los desafíos de la globalización liberal capitalista, y por ello han de servirse los propósitos del capital dominante. Al escribir esto no sé exactamente qué forma adoptará la respuesta de Washington a los ataques del 11 de septiembre. Lo más probable es que incluya masivos bombardeos y la muerte de miles de civiles, mismos que ya son víctimas de Estados Unidos y de sus aliados del Islam político. Cuando todo eso termine, independientemente de que Bin Laden sea o no destruido en esa operación, un odio redoblado por Washington generará mil nuevos candidatos que estarán listos para vengarse atacando objetivos estadounidenses. Pero ¿acaso Estados Unidos no ha expresado ya su decisión al conferir al poder del terror militarizado un papel cada vez más decisivo y exclusivo en sus objetivos hegemónicos? Más allá del horror y la muerte que implica esta opción, ya existe una condena al fracaso final, al tiempo que se azuza el odio por Estados Unidos en todo el mundo. Dicha elección sólo puede llevar a la expansión de un nuevo "Mc Carthismo" dentro de la sociedad estadounidense, al tiempo que da rienda suelta a la satanización de cualquier oposición a los dictados del capital dominante, en nombre de la "seguridad nacional" y de la "guerra contra el terrorismo". No hay posibilidad alguna de que exista un frente unido contra el terrorismo. Sólo el desarrollo de un frente unido contra la injusticia internacional y social puede servir para volver inútiles esos actos desesperados de las víctimas del sistema, y por lo tanto, lograr que en el futuro éstos ya no sean posibles. Copyright (C) 2001 by Samir Amin. Reprinted by permission of Monthly Review Foundation. www.monthlyreview.org
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