Ética y formación de valores

05/06/2003
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La mala calidad general de vida y la violencia creciente en todos los niveles derivan, en gran parte, de una vasta crisis de valores afectando los fundamentos de la ética. Los mapas conocidos no orientaran más y la brújula perdió su Norte. Dos fuentes de la moral orientaron a las sociedades hasta hoy: las religiones y la razón. Las religiones continúan siendo los nichos de valor privilegiados para la mayoría de la humanidad. La razón desde que irrumpió en todas las culturas mundiales en el siglo VI a.C. en el así llamado tiempo del eje (Jaspers) intentó establecer códigos éticos universalmente válidos. Esos dos paradigmas no quedan invalidados por la crisis pero necesitan ser enriquecidos si queremos estar a la altura de las intimidaciones que nos vienen de la realidad de hoy globalizada. La crisis crea la oportunidad para ir a las raíces de la ética y descender a aquella instancia donde se gestan continuamente valores. La ética debe nacer de la base última de la existencia humana. Esta no reside en la razón como siempre pretendió el Occidente. La razón no es ni el primero ni el último momento de la existencia. Por eso no explica todo ni abarca todo. Ella se abre hacia abajo de donde emerge de algo más elemental y ancestral: la afectividad. Se abre hacia arriba, para el espíritu que es el momento en que la conciencia se siente parte de un todo y culmina en la contemplación. Por tanto, la experiencia de base no es "pienso, luego existo", sino "siento, luego existo". En la raíz de todo no está en la razón (Logos), sino la pasión (Pathos). David Goleman diría, en el fundamento de todo, está la inteligencia emocional. Afecto, emoción, en una palabra, pasión es un sentir profundo. Es entrar en comunión, sin distancia, con todo lo que nos rodea. Por la pasión captamos el valor de las cosas. Y el valor es el carácter precioso de los seres, aquello que los vuelve dignos de ser y los hace apetecibles. Solo cuando nos apasionamos vivimos valores. Y es por valores que nos movemos y somos. A partir de los griegos, a esa pasión la llamamos Eros, amor. El mito arcaico dice todo: "Eros, el dios del amor, se levantó para crear la tierra. Antes, todo era silencio, desnudo e inmóvil. Ahora todo es vida, alegría, movimiento". Ahora todo es precioso, todo tiene valor, por causa del amor y de la pasión. Pero la pasión es habitada por un demonio. Dejada por si misma, puede degenerar en formas de goce destructivo. Todos los valores valen, pero no todos valen para todas las circunstancias. La pasión es un caudal fantástico de energía que, como aguas de un río, necesita de márgenes, de límites y de la justa medida para no ser avasalladora. Es aquí que entra la función insustituible de la razón. Es propio de la razón ver claro y ordenar, disciplinar y definir la dirección de la pasión. He ahí que surge una dialéctica dramática entre la pasión y la razón. Si la razón reprime a la pasión, triunfa la rigidez, la tiranía del orden y la ética utilitaria. Si la pasión prescinde de la razón vigoriza el delirio de las pulsiones y la ética hedonista, del puro placer. Pero si se fortalece la justa medida y la pasión se sirve de la razón para un autodesarrollo proporcionado entonces emergen las dos fuerzas que sustentan una ética humanitaria: la ternura y la fuerza. La ternura es el cuidado hacia el otro, el gesto amoroso que protege. El fuerza es la contención sin la dominación, la dirección sin la intolerancia. Aquí se funda una ética, capaz de incluir a todos en la familia humana. Esa ética se estructura alrededor de los valores fundamentales ligados a la vida, a su cuidado, al trabajo, a las relaciones cooperativas y a la cultura de no violencia y de la paz. * Leonardo Boff es teólogo y filósofo, profesor emérito de ética de la UERJ y autor de "Ethos mundial, um consenso mínimo entre os humanos", Sextante, Río 2003. Traducción de ALAI
https://www.alainet.org/pt/node/107636
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