El ethos que ama
17/07/2003
- Opinión
Cuando la razón busca hasta el final, encuentra en su
propia raíz el afecto que se expresa por el amor, y sobre
ella, el espíritu que se manifiesta por la
espiritualidad. Y al término de su búsqueda encuentra el
misterio. Misterio no es el límite de la razón sino lo
ilimitado de la razón. Por eso, el misterio continúa
siendo misterio en todo conocimiento que se siente
desafiado a conocer siempre más. La razón científica nos
ratifica este recorrido. Ella comenzó con la materia,
llegó a los átomos, descendió más, a los elementos
subatómicos, a la energía y a los campos energéticos, al
campo de Higgs, origen de todos los campos, al big-ban,
hace 15 billones de años… para terminar en el vacío
cuántico, que es el estado de energía de fondo del
universo, aquella fuente alimentadora de todo lo que
existe, misteriosa e innombrable, que el conocido
cosmólogo Brian Swimme, identifica como presencia de
Dios.
Concretamente, el misterio es el otro. Por más que se
quiera conocerlo y encuadrarlo, siempre se retrae para
más allá. Es misterio desafiador que nos obliga a salir
de nosotros mismos y a posicionarnos ante él. Cuando el
otro irrumpe delante de mí, nace la ética. Porque el
otro me exige una actitud práctica, o de acogida, de
indiferencia o de rechazo. El otro significa una
propuesta que pide una res-puesta con res-ponsa-bilidad.
El límite fatal del ethos que busca estriba en haberle
reservado poco lugar al otro. El paradigma occidental
siempre tuvo dificultades con el otro. Por eso, lo
incorporó, lo sometió o lo destruyó. Negando al otro
perdió la posibilidad de la alianza, del diálogo y de un
mutuo aprendizaje con él. Triunfó el paradigma de la
identidad sin la diferencia, en la línea del presocrático
Parménides.
El otro hace sugrgir el ethos que ama. Paradigma de este
etos es el cristianismo de los orígenes, el
paleocristianismo. Este se diferencia del cristianismo
oficial y de sus iglesias, porque en ética fue más
influenciado por los maestros griegos que por el mensaje
y la práctica de Jesús. El paleocristianismo, al
contrario, da absoluta centralidad al amor del otro, que
para Jesús es indéntico al amor a Dios. El amor es tan
central que quien tiene amor lo tiene todo. El
testimonia esta sagrada convicción de que Dios es amor
(1Jn 4,8), y el amor no morirá jamás (1 Cor 13,8). Y ese
amor es incondicional y universal, pues incluye también
al enemigo (Lc 6, 35). El ethos que ama se expresa en la
regla de oro, testimoniada por todas las tradiciones de
la humanidad: "ama al prójimo como a ti mismo"; "no hagas
al otro lo que no quieres que te hagan a ti".
El ethos que ama fundamenta un nuevo sentido de vivir.
Amar al otro es darle razón de existir. El existir es
pura gratuidad. No hay razón para existir. Amar al otro
es querer que exista porque el amor hace al otro
importante. "Amar a una persona es decirle: tú no
morirás jamas (G. Marcel), tú debes existir, tú no
puedes morir". Cuando alguien o alguna causa se hacen
importantes para el otro, nace un valor que moviliza
todas las energías vitales. Es por eso que cuando
alguien ama rejuvenece y tiene la sensación de comenzar
la vida de nuevo. El amor es fuente perenne de valores.
Solamente ese ethos que ama está a la altura de los
desafíos actuales porque incluye a todos. Hace de los
distantes, próximos, y de los próximos, hermanos y
hermanas. Todo lo que amamos, lo cuidamos. Se abre así
al ethos que cuida. (Traducción ALAI)
https://www.alainet.org/pt/node/107947
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