Chiapas: la treceava estela. Segunda parte: una muerte.
30/07/2003
- Opinión
Por el SCI Marcos, del EZLN
Hace unos días, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional
decidió la muerte de los llamados 'Aguascalientes" de la
Realidad, Oventik, La Garrucha, Morelia y Roberto Barrios.
Situados todos ellos en territorio rebelde. La decisión de
desaparecer los "Aguascalientes" fue tomada después de un
largo proceso de reflexión...
El día 8 de agosto de 1994, en la sesión de la Convención
Nacional Democrática celebrada en Guadalupe Tepeyac, el
Comandante Tacho, a nombre del Comité Clandestino
Revolucionario Indígena-Comandancia General del Ejército
Zapatista de Liberación Nacional, inauguró, frente a unas
6,000 personas procedentes de diversas partes de México y del
mundo, el llamado "Aguascalientes" y lo entregó a la sociedad
civil nacional e internacional.
Muchos no conocieron ese primer "Aguascalientes", sea porque
no pudieron ir, sea porque eran muy jóvenes en aquel año (si
usted tiene ahora 24 años o sea que entró en 25, en ese
entonces tenía 14 años o sea que estaba entrado en 15), pero
era un navío formidable. Encallado en el costado de una loma,
su blanco y gigantesco velamen aspiraba a recorrer los 7
mares. Sobre el puente ondeaba, feroz y desafiante, la bandera
con el cráneo feroz y las tibias cruzadas. Dos gigantescas
banderas nacionales se abrían a los lados, como alas. Tenía
una su biblioteca, enfermería, sanitarios, regaderas, música
ambiental (que alternaba obsesivamente, en "la del moño
colorado" y "cartas marcadas") y, según cuentan, hasta un área
para atentados. El trazado de las construcciones semejaba,
según he relatado alguna vez, un gigantesco, caracol gracias a
lo que llamábamos la "casa chueca". La "casa chueca" no estaba
chueca, tenía un quiebre que a primera vista parecía un error
arquitectónico, pero que desde las alturas permitía apreciar
la espiral que formaban las construcciones. La tripulación del
primer "Aguascalientes" estaba formada por individuos e
"individuas" sin rostro, evidentes transgresores de las leyes
marítimas y terrestres, y era su capitán el más apuesto pirata
que haya surcado los océanos: parche en la cuenca del faltante
ojo derecho, barba negra con destellos platinados, nariz
pronunciada, garfio en una mano y sable en la otra, pata de
carne y pata de palo, pistola al cinto y pipa en la boca.
El proceso para llegar hasta la construcción de ése que fue el
primer "Aguascalientes" fue accidentado... y doloroso. Y no me
refiero a la construcción física (que fue realizada en un
tiempo récord y sin "spots" televisivos), sino a la
construcción conceptual. Explico:
Nosotros, después de habernos preparado por 10 años para matar
y morir, para manipular y disparar armas de todo tipo,
fabricar explosivos, ejecutar maniobras militares estratégicas
y tácticas, en fin, para hacer la guerra después de los
primeros días de combates, nos habíamos visto invadidos por un
auténtico ejército, primero de periodistas, pero después de
hombres y mujeres de las más diversas procedencias sociales,
culturales y nacionales. Fue después de aquellos "Diálogos de
Catedral", en febrero-marzo de 1994. Los periodistas siguieron
apareciendo intermitentemente, pero eso que nosotros llamamos
"la sociedad civil", para diferenciarla de la clase política y
para no encasillarla en clases sociales, fue siempre
constante.
Nosotros estábamos aprendiendo y, me imagino, esa sociedad
civil también. Nosotros aprendíamos a escuchar y a hablar, al
igual, imagino, que la sociedad civil. También imagino que el
aprendizaje fue menos arduo para nosotros.
Después de todo, ése había sido el origen fundamental del
EZLN: un grupo de "iluminados" que llega desde la ciudad para
"liberar" a los explotados y que se encuentra con que, más que
"iluminados", confrontados con la realidad de las comunidades
indígenas, parecíamos focos fundidos. ¿Cuánto tiempo tardamos
en darnos cuenta de que teníamos que aprender a escuchar y,
después, a hablar? No estoy seguro, han pasado ya no pocas
lunas, pero yo calculo unos dos años al menos. Es decir, lo
que en 1984 era una guerrilla revolucionaria de corte clásico
(levantamiento armado de las masas, toma del poder,
instauración del socialismo desde arriba, muchas estatuas y
nombres de héroes y mártires por doquier, purgas, etcétera, en
fin, un mundo perfecto), para 1986 ya era un grupo armado,
abrumadorametne indígena, escuchando con atención y
balbucenado apenas sus primeras palabras con un nuevo maestro:
los pueblos indios.
Creo que ya he relatado antes, varias veces, esta parte del
proceso de formación (o "refundación") del EZLN. Pero si ahora
lo repito no es para abrumarlos con la nostalgia, sino para
tratar de explicar cómo se llegó hasta la edificación del
primer "Aguascalientes" y, después a su proliferación en
tierras zapatistas, es decir, rebeldes.
Con esto quiero decir que el principal acto fundacional del
EZLN fue el aprender a escuchar y a hablar. Creo que,
entonces, aprendimos bien y tuvimos éxito. Con la nueva
herramienta que construimos con la palabra aprendida, el EZLN
se convirtió pronto en una organización no sólo de miles de
combatientes, sino claramente "fundida" con las comunidades
indígenas.
Para decirlo de alguna forma, dejamos de ser "extranjeros" y
nos convertimos en parte de ese rincón olvidado por el país y
por el mundo: las montañas del sureste mexicano.
Llegó un momento, no podría precisar bien cuando mero, en que
ya no estaba el EZLN por un lado y las comunidades por el
otro, sino que todos éramos, simplemente zapatistas. Estoy
siendo necesariametne esquemático al recordar este período. Ya
habrá, espero, otra ocasión y otro medio para detallar ese
proceso que, en su forma cruda, no estuvo exento de
contradicciones, retrocesos y recaídas.
El caso es que así estábamos, es decir, todavía aprendiendo
(porque, creo, nunca se acaba de aprender), cuando el ahora
"neo aparecido", Carlos Salinas de Gortari (entonces
presidente de México gracias a un fraude electoral
descomunal), tuvo la "brillante" idea de hacer las reformas
que acababan con el derecho de los campesinos a la tierra.
El impacto en las comunidades ya zapatistas fue, por decir lo
menos, brutal. Para nosotros (note usted que ya no distingo
entre las comunidades y el EZLN) la tierra no es una
mercancía, sino que tiene connotaciones culturales, religiosas
e históricas que no viene al caso explicar aquí. Así que,
pronto, nuestras filas regulares crecieron en forma
geométrica.
Y no sólo, también creció la miseria y, con ella, la muerte,
sobre todo de infantes menores de 5 años. Debido a mi cargo,
me tocaba entonces checar por radio los ya cientos de poblados
y no había día en que alguien no reportara la muerte de un
niño, de una niña, de una madre. Como si fuera una guerra.
Después entendimos que, en efecto, era una guerra. El modelo
neoliberal que Carlos Salinas de Gortari comandó con cinismo y
desenfado, era para nosotros una auténtica guerra de
exterminio, un etnocidio, puesto que eran pueblos indios
enteros los que estaban siendo liquidados. Por eso nosotros
sabemos de qué hablamos cuando hablamos de la " bomba
neoliberal".
Imagino (habrá estudiosos serios por ahí que contarán con
datos y análisis precisos) que esto ocurría en todas las
comunidades indígenas de México, Pero la diferencia estaba en
que nosotros estábamos armados y entrenados para una guerra.
Dice Mario Benedetti, en un poema, que uno no siempre hace lo
que quiere, que uno no siempre puede, pero tiene el derecho a
no hacer lo que no quiere. Y en nuestro caso, no queríamos
morir... o más bien, no queríamos morir así.
Ya antes, en alguna ocasión, he hablado de la importancia que
tiene para nosotros la memoria. Y en consecuencia, la muerte
por olvido era (y es) para nosotros la peor de las muertes. Yo
sé que sonará apocalíptico, y que más de uno buscará algún
dejo martiriológico en lo que digo, pero, para ponerlo en
términos llanos, nos encontramos entonces frente a una
elección, pero no entre vida o muerte, sino entre un tipo de
muerte y otro. La decisión, colectiva y consultada con cada
uno de los, entonces, decenas de miles de zapatistas, es ya
historia y originó ese destello que fue la madrugada del
primero de enero de 1994.
Mmh. Me parece que me estoy desviando, porque de lo que se
trata es de informarles aquí que hemos decidido darle muerte a
los "Aguascalientes" zapatistas. Y no sólo informarles,
también tratarles de explicar por qué. En fin, sean generosos
y sigan leyendo.
Acorralados, salimos esa madrugada de 1994 con solo dos
certezas: una era que nos iban a hacer pedazos; la otra que el
acto atraería la atención de personas buenas hacia un crimen
que, no por silencioso y alejado de los medios de
comunicación, era menos sangriento: el genocidio de miles de
familias de indígenas mexicanos. Así como lo digo, puede sonar
a que teníamos (o tenemos) vocación de mártires que se
sacrifican por otros.
Mentiría si dijera que si. Porque aunque, viéndolo fríamente,
no teníamos ninguna oportunidad militar, nuestro corazón no
pensaba en la muerte, sino en la vida y, puesto que éramos (y
somos) zapatistas y, ergo, nuestra duda nos incluye,
pensábamos que podíamos estar equivocados en eso de que nos
iban a hacer pedazos, que tal vez se levantara el pueblo de
México entero. Pero nuestra duda, debo ser sincero, no
alcanzaba a ser tan grande como para suponer que podría pasar
lo que en realidad pasó.
Y eso que pasó, fue, precísamente, lo que dio origen al primer
"Aguascalientes" y, luego, a los que le siguieron. Creo que no
es necesario que repita lo que pasó. Casi estoy seguro (que no
suelo estarlo en casi nada) de que quien lee estas líneas algo
o mucho tuvo que ver en eso que pasó.
Así que hagan un esfuerzo y pónganse en nuestro lugar: años
enteros preparándose para disparar un arma, y resulta que lo
que hay que disparar son palabras. Se dice así nomás y, ahora
que leo lo que acabo de escribir, parece que fue casi natural,
como un silogismo de ésos que enseñan en la preparatoria. Sin
embargo entonces, creánme, no fue nada fácil. Batallamos
mucho... y seguimos haciéndolo. Pero resulta que un guerrero
no olvida lo que aprende y, como expliqué antes, nosotros
aprendimos a escuchar y a hablar. Así que en ese entonces la
historia, como dijo no sé quien, cansada de andar se repetía,
y estábamos de nuevo como al principio, es decir, aprendiendo.
Y aprendimos, por ejemplo, que éramos diferentes, y que había
muchos diferentes a nosotros, pero también diferentes entre
ellos mismos. O sea que, casi inmediatamente después de las
bombas ("no eran bombas, sino rockets", se apresuraron a
aclarar entonces los intelectuales a-nexos que criticaban a la
prensa que hablaba de "bombardeos a las comunidades
indígenas"), nos cayó encima una pluralidad que no pocas veces
nos hizo pensar en si no hubiera sido mejor que, en efecto,
nos hubieran hecho pedazos.
Un combatiente lo definió, en términos muy zapatistas, en
abril de aquel 1994. Llegó a reportarme de la llegada de una
caravana de la sociedad civil. Le pregunté que cuántos eran
(había que acomodarlos en algún lado) y quiénes (no preguntaba
el nombre de cada uno, sino a que organización o grupo
pertenecían). El insurgente valoró primero la pregunta y
después la respuesta que daría. Eso suele tardar un rato, así
que encendí la pipa. Después de la valoración, el compañero
dijo. "Son un chingo y son un desmadre". Creo inútil
explayarme sobre el universo cuantitativo que abarca el
concepto científico "un chingo", pero con "desmadre" el
insurgente no representaba una reprobación o una calificación
del estado de ánimo de quienes llegaban, sino definía la
composición del grupo. "¿Cómo que un desmadre?", le pregunté.
"Si", respondió, "Hay de todo, hay... hay son un desmadre",
terminó diciendo para insistirme en que no había concepto
científico alguno que definiera mejor la pluralidad que había
entrado por asalto en territorio rebelde. El asalto se repitió
una y otra vez. A veces eran, en efecto, un chingo. Otras
veces eran dos o más chingos. Pero siempre fue, para usar el
neologismo empleado por el insurgente, "un desmadre".
Intuimos entonces que, ni modos, teníamos que aprender, y que
ese aprendizaje debía ser para los más posibles. Así que
pensamos en una especie de escuela donde nosotros fuéramos los
alumnos y el "desmadre" el maestro. Para esto ya estábamos en
junio de 1994 (o sea que no somos muy rápidos para darnos
cuenta de que tenemos que aprender) y estábamos por hacer
pública la nombrada "II Declaración de la Selva Lacandona" que
llamaba a formar la "Convención Nacional Democrática" (CND).
La historia de la CND es materia de otro relato y ahora sólo
la menciono para ubicarlos en tiempo y espacio. Espacio. Si,
ése era una parte del problema de nuestro aprendizaje. Es
decir, necesitábamos un espacio para aprender a escuchar y a
hablar con esa pluralidad que llamamos "sociedad civil".
Acordamos entonces construir el espacio y nombrarlo
"Aguascalientes" puesto que sería la sede de la Convención
Nacional Democrática (rememorando la Convención de las fuerzas
revolucionarias mexicanas en la segunda década del siglo XX).
Pero la idea del "Aguascalientes" iba más allá. Nosotros
queríamos un espacio para el diálogo con la sociedad civil. Y
"Diálogo" quiere decir también aprender a escuchar al otro y
aprender a hablarle.
Sin embargo, el espacio "Aguascalientes" había nacido ligado a
una iniciativa política coyuntural y muchos supusieron que,
agotada esa iniciativa, el "Aguascalientes" perdía sentido.
Pocos, muy pocos regresaron al "Aguascalientes" de Guadalupe
Tepeyac. Después vino la traición Zedillista del 9 de febrero
de 1995 y el "Aguascalientes" fue destruido casi totalmente
por el ejército federal. Incluso ahí se erigió un cuartel
militar.
Pero si algo caracteriza a los zapatistas, es la tenacidad
("será la necedad", pensará más de uno). Así que no había
pasado un año cuando nuevos "Aguascalientes" surgían en
diversos puntos del territorio rebelde: Oventik, La Realidad,
La Garrucha, Roberto Barrios, Morelia. Entonces sí, los
"Aguascalientes" fueron lo que debían ser: espacios para el
encuentro y el diálogo con la sociedad civil nacional e
internacional. Además de ser sedes de grandes iniciativas y
encuentros en fechas memorables, cotidianamente eran el lugar
donde "sociedades civiles" y zapatistas se encontraban.
Y no sólo. Otros "Aguascalientes" surgieron en otros puntos
del territorio nacional (a vuela pluma recuerdo el de la "Casa
del Lago", fundado por CLETA, y, más recientemente, el llamado
"ojo de Agua" en Ciudad Universitaria, en la UNAM, -ambos en
la Ciudad de México-), y en el mundo (el de Madrid, España, el
más reciente). Las personas que levantaron y mantuvieron
funcionando estos espacios no deben estar contentos al leer
ahora que los zapatistas hemos decretado la muerte de los
"Aguascalientes". Pero mal hacen en enojarse, porque con los
zapatistas no hay muertes estériles.
Les decía que nosotros tratamos de aprender de nuestros
encuentros con la sociedad civil nacional e internacional.
Pero también esperamos que ella aprendiera. El movimiento
zapatista surge, entre otras cosas, por la demanda de respeto.
Y resulta que no siempre recibimos respeto. Y no es que nos
insultaran. O cuando menos no con esa intención. Pero es que,
para nosotros, la lástima es una afrenta y la limosna una
bofetada. Porque, paralelamente al surgimiento y
funcionamiento de esos espacios de encuentro que fueron los
"Aguascalientes", se ha mantenido en algunos sectores de la
sociedad civil lo que nosotros llamamos "el síndrome de la
cenicienta".
Del baúl de los recuerdos saco ahora extractos de una carta
que escribí hace más de 9 años: "No les reprochamos nada (a
los de la sociedad civil que llegan a las comunidades),
sabemos que arriesgan mucho al venir a vernos y traer ayuda a
los civiles de este lado. No es nuestra carencia la que nos
duele, es el ver en otros lo que otros no ven, la misma
orfandad de libertad y democracia, la misma falta de justicia.
(...) De lo que nuestra gente sacó de beneficio en esta
guerra, guardo un ejemplo de "ayuda humanitaria" para los
indígenas chiapanecos, llegado hace unas semanas: una
zapatilla de tacón de aguja, color rosa, de importación del
número 6 y 1/2... sin su par. La llevo siempre en mi mochila
para recordarme a mi mismo, entre entrevistas, fotoreportajes
y supuestos atractivos sexuales, lo que somos para el país
después del primero de enero: una cenicienta. (...) Estas
buenas gentes que, sinceramente, nos mandan una zapatilla
rosa, de tacón de aguja, del 6 y 1/2, de importación, sin su
par... pensando que, pobres como estamos, aceptamos cualquier
cosa, caridad y limosna. ¿Cómo decirle a toda esa gente buena
que no, que ya no queremos seguir viviendo la vergüenza de
México? En esa parte que hay que maquillar que no afee el
resto. No, ya no queremos seguir viviendo así."
Eso fue en abril de 1994. Entonces pensamos que era cuestión
de tiempo, que la gente iba a entender que los indígenas
zapatistas eran dignos y que buscaban no limosnas sino
respeto. La Otra zapatilla rosa nunca llegó y el par sigue
incompleto, y en los "Aguascalientes" se amontonan
computadoras que no sirven, medicinas caducas, ropa
extravagante (para nosotros) que ni para las obras de teatro
("señas" les dicen acá) se utilizan y, sí, zapatos sin su par.
Y siguen llegando cosas así, como si esa gente dijera
"pobrecitos, están muy necesitados, seguro que cualquier cosa
les sirve y a mí esto me está estorbando".
No sólo, hay una limosna más sofisticada. Es la que practican
algunas ONG's y organismos internacionales. Consiste, grosso
modo, en que ellos deciden qué es lo que necesitan las
comunidades y, sin consultarlas siquiera, imponen no sólo
determinados proyectos, también los tiempos y formas de su
concreción. Imaginen la desesperación de una comunidad que
necesita agua potable y a la que le endilgan una biblioteca,
la que requiere de una escuela para los niños y le dan un
curso de herbolaria.
Hace unos meses, un intelectual de izquierda escribía que la
sociedad civil debía movilizarse para lograr el cumplimiento
de los Acuerdos de San Andrés porque las comunidades indígenas
zapatistas estaban sufriendo mucho (ojo: no porque fuera de
justicia para los pueblos indios de México, sino para que los
zapatistas no sufrieran más privaciones).
Un momento. Si las comunidades zapatistas quisieran, serían
las de mejor nivel de vida de América Latina. Imaginen ustedes
cuánto no estaría dispuesto a invertir el gobierno para
conseguir la rendición de nosotros y tomarse muchas fotos y
hacer muchos "spots" donde Fox o Martita se autopromocionaran,
mientras el país se les deshace en las manos. ¿Cuanto no
hubiera dado el ahora "neo aparecido" Carlos Salinas de
Gortari por terminar su mandato, no con la carga de los
asesinatos de Colosio y de Ruíz Massieu, sino con la foto de
los rebeldes zapatistas firmando la paz y el Sup entregando su
arma (¿la que Dios le dio?) a quien sumió en la ruina a
millones de Mexicanos? ¿Cuánto no hubiera ofrecido Zedillo
para tapar la crisis económica en la que hundió al país, con
la imagen de su entrada triunfal en la Realidad? ¿Cuánto no
hubiera estado dispuesto a dar el "croquetas" Albores para que
los zapatistas aceptaran la "remunicipalización" efímera que
impuso durante la tragicomedia de su mandato?
No. Ofertas para comprar su conciencia han recibido muchas los
zapatistas, y sin embargo se mantienen en resistencia,
haciendo de su pobreza (para quien aprende a ver) una lección
de dignidad y de generosidad. Porque decimos los zapatistas
que "para todos todo, nada para nosotros" y si lo decimos es
que lo vivimos. El reconocimiento constitucional de los
derechos y la cultura indígena, y la mejora en las condiciones
de vida, es para todos los pueblos indios de México, no sólo
para los indígenas zapatistas. La democracia, la libertad y la
justicia a las que aspiramos son para todos los mexicanos, no
sólo para nosotros.
Con no pocas personas hemos insistido en que la resistencia de
las comunidades zapatistas no es para provocar lástima, sino
respeto. Acá, ahora, la pobreza es un arma que ha sido elegida
por nuestros pueblos para dos cosas: para evidenciar que no es
asistencialismo lo que buscamos, y para demostrar, con el
ejemplo propio, que es posible gobernar y gobernarse sin el
parásito que se dice gobernante. Pero bueno, el tema de la
resistencia como forma de lucha tampoco es el objetivo de este
texto.
El apoyo que demandamos es para la construcción de una pequeña
parte de ese mundo donde quepan todos los mundos. Es, pues, un
apoyo político, no una limosna.
Parte de la autonomía indígena (de la que habla, por cierto,
la llamada "Ley Cocopa") es la capacidad de autogobernarse, es
decir, de conducir el desarrollo armónico de un grupo social.
Las comunidades zapatistas están empeñadas en este esfuerzo, y
han demostrado, no pocas veces, que lo pueden hacer mejor que
quienes se dicen gobierno. El apoyo a las comunidades
indígenas no debiera ser visto como la ayuda a inválidos
mentales que ni siquiera saben qué necesitan (y por eso hay
que decirles lo que deben recibir) o a niños a los que hay que
decirles qué deben comer, a qué hora y cómo, qué deben
aprender, qué deben decir y qué deben pensar (aunque dudo que
todavía haya niños que acepten esto). Y éste es el
razonamiento de algunas ONG's y de buena parte de los
organismos financiadores de proyectos comunitarios.
Las comunidades zapatistas son responsables en los proyectos
(no son pocas las ONG's que pueden atestiguarlo), los echan a
andar, los hacen producir y mejoran así los colectivos, no los
individuos. Quien apoya a una o a varias comunidades
zapatistas, está apoyando no sólo la mejora de la situación
material de un colectivo, está apoyando un proyecto mucho más
sencillo pero más absorbente: la construcción de un mundo
nuevo, uno donde quepan muchos mundos, uno donde las limosnas
y las lástimas por el otro sean parte de las novelas de
ciencia ficción... o de un pasado olvidable y prescindible.
Con la muerte de los "Aguascalientes", mueren también el
"síndrome de cenicienta" de algunos "sociedades civiles" y el
paternalismo de algunas ONG's nacionales e internacionales.
Cuando menos mueren para las comunidades zapatistas que, desde
ahora, ya no recibirán sobras ni permitirán la imposición de
proyectos.
Por todo esto, y por otras cosas que se verán después, el
próximo 8 de agosto del 2003, aniversario del primer
"Aguascalientes", se decretará la muerte bien "morida" de los
"Aguascalientes". La fiesta (porque hay muertes que hay que
festejar) será en Oventik y están invitados todos aquellos y
aquellas que, en estos diez años, han apoyado a las
comunidades rebeldes, sea con proyectos, sea con campamentos
de paz, sea con caravanas, sea con el oído atento, sea con la
palabra compañera, sea con lo que sea, siempre cuando no sea
con la lástima y la limosna.
El día 9 de agosto del 2003 nacerá algo nuevo. Pero de eso les
contaré mañana. O más bien al rato, porque ahora es de
madrugada acá, en las montañas del sureste mexicano, rincón
digno de la patria, tierra rebelde, guarida de transgresores
de la ley (incluyendo la de gravedad), y pedacito del gran
rompecabezas mundial de la rebeldía por la humanidad y contra
el neoliberalismo.
(Continuará..)
Desde las Montañas del Sureste Mexicano.
Subcomandante Insurgente Marcos.
México, Julio del 2003.
https://www.alainet.org/pt/node/108110
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