La pluma puede ser también una espada
27/10/2003
- Opinión
Buenos días, buenas tardes, buenas noches. Mi nombre es Marcos,
subcomandante insurgente Marcos. He sido invitado al Foro en defensa
de la humanidad para decir unas palabras. Agradezco la invitación,
pero debo advertirles que soy un soldado, un soldado del Ejército
Zapatista de Liberación Nacional. Lo advierto porque, según me han
dicho, compartiré la palabra con intelectuales y líderes políticos
sociales. Por eso tal vez mi voz suene discordante (quiero decir,
además de por la grabación) y fuera de lugar. O no, tal vez haya, en
lo que voy a decir, puentes y coincidencias. A veces suele suceder
que la pluma y la espada coinciden.
Tal vez coincidamos en la inquietud por un necesario debate y por un
intercambio de ideas que ayuden a aclarar un poco este confuso y
desordenado horizonte que algunos llaman historia contemporánea y
que, a ratos, hace de lo trivial y grotesco asunto de interés y
escándalo mundial; y otras veces hace de lo terrible y aberrante
algo que, a fuerza de repetirse, se convierte en tonada monótona y
desapercibida.
Mencionaré algunos apuntes apresurados sobre la globalización y el
neoliberalismo, o más bien sobre lo que nosotros alcanzamos a
percibir (y a padecer) de ellos, y sobre las resistencias en general
y nuestra resistencia particular.
Como es de esperar, en estos apuntes el esquematismo y la reducción
reinan, pero creo que alcanzan para dibujar una o muchas líneas de
discusión, diálogo, reflexión. O, mejor aún, de memoria y vergüenza.
"Vergüenza habría de darte por haberme excluido", dice Durito, que
ha venido a refugiarse de la lluvia.
"No te excluí. Sucede que no te invitaron a ti, sino a mí", le digo
mientras escondo el tabaco con discreción.
"Una cosa va con la otra. En este caso, una nariz va con un
caparazón. ¿O acaso mi agripado escudero pretendes privar a estas
buenas personas del deleite de escuchar mis sabias palabras, de
iluminarse con mi sabiduría y de despertar del letargo en el que tus
palabras empiezan a sumirlos?", pregunta Durito mientras me pica la
nariz con Excalibur, la legendaria espada.
"Esa espada se parece sospechosamente a una pluma que perdí el otro
día", le digo cambiando de tema. Como si tal, Durito responde:
"¡No cambies de tema! Puedes elegir: o me das un espacio para mis
sapientes planteamientos o pereces bajo mi pluma, quiero decir bajo
mi espada", dice Durito con un tono que envidiaría cualquier
funcionario del Fondo Monetario Internacional hablando con algún
gobierno latinoamericano.
Y, aplicando lo aprendido de los gobiernos "nacionales", cedí. He
aquí la parte que Don Durito de La Lacandona, la flor y nata de la
andante caballería, ha enviado para este foro.
Se llama:
Globos o tiendas
El mundo es como un globo inflado. O sea que es como una vejiga
inflada. O sea que cuando se dice que hay la globalización, es que
hay la mundialización de las partes del mundo.
Pero hay, como quien dice, una mundialización de los que tienen
mucho dinero. Y hay también, como quien dice, la mundialización de
la lucha, o sea de la resistencia.
En la mundialización del dinero, o sea que en la globalización de
los poderosos, hay mucha maldad, pero ya no se está quieta la maldad
dentro de un país, sino que se mete a todos los países. Y esa maldad
se mete en otros países en veces por la guerra, en veces por el
dinero, en veces por la idea, en veces por la política.
O sea que en la mundialización de la maldad esos que son mucho muy
ricos ya no están contentos de ser ricos explotadores en un país, o
sea que en su pueblo, sino que ya quieren más dinero y se meten en
otros países para ganar más dinero, y ya no respetan nada porque
sólo quieren su maña explotadora y puro ganar dinero quieren; aunque
ya tienen mucho de por sí, no les basta, quieren más.
Y entonces el dinero se mete en otro país y no respeta ese país por
la culpa de la globalización del dinero, que no respeta a los países
y a la gente.
O sea que cada país es como un globo que se revienta y se le sale
todo lo que lo hacía especial, o sea como su costumbre, su palabra,
su cultura, su economía, su política, su gente, su modo pues.
Y entonces el país como que se rompe y todo el mundo se mete en ese
país, y ese país ya no es ese país, sino es todo el mundo. Pero no
el mundo de la gente, sino que es el mundo del dinero, donde no
importa la gente.
Es como si una persona se rompiera así nomás y ya no fuera una
persona, sino que todas las maldades se meten en esa persona y se la
comen y ya no hay persona, sino sólo hay lo que se comió a la
persona.
Y así decimos que la globalización de los poderosos, o sea que del
dinero, se come a los países y se come a las personas que viven en
ese país. Porque un país es como una casa donde vive la gente del
país. Y el dinero mundial destruye pues la casa, o sea que el país,
y la gente se queda sin casa y sin alma, porque ya no se conocen
entre sí mutuamente y andan nomás como desconocidos, con la
desconfianza en los ojos y en las palabras, tristes pues.
Y entonces cuando un país se queda sin su alma, se mete el alma del
dinero.
Y ese país que se rompió ya no es una casa donde vive la gente de
ese país, sino que es una tiendita donde se venden y se compran
cosas y gente.
Porque en la globalización el dinero pone tiendas donde antes había
países.
Y entonces, como el país ya no es un país sino que es una tienda,
pues la gente ya no es gente, sino que sólo son compradores o
vendedores.
Y la gente no es dueña de la tienda, sino que el dueño de la tienda
es el dinero mundial.
O sea que la gente ya no manda en su país, manda el dinero mundial.
Y entonces pues, como decimos nosotros, el pensamiento que manda es
el pensamiento del dinero.
Y por ejemplo una gente piensa por ejemplo en una nube y es una
gente pensando en una nube y pinta su pensamiento por ejemplo de
azul y ya, y ahí anda esa gente con su pensamiento de una nube azul
y esa gente está contenta con su pensamiento de nube azul y se
consigue una vegija y la infla y la pinta de azul y se la da a un
niño o que sea a una niña, y la niña o que sea el niño juega con la
vejiga azul que era un pensamiento de una nube azul. Porque la
gente, cuando piensa como gente, piensa pensamientos para la gente.
Pero el dinero no piensa en la gente, sino que piensa en más dinero.
O sea que el dinero no tiene llenadero, y todo se lo come para hacer
más dinero.
O sea que el dinero no piensa una nube, sino que piensa en una
mercancía y que la va a vender y a sacar más dinero.
O sea que en la globalización del dinero también se mundializa el
pensamiento del dinero.
Y ese pensamiento del dinero es como una religión que adora al dios
del dinero, y los templos de esa religión son los bancos y las
tiendas, y los rezos son las cuentas que hacen del dinero, cuánto
venden, cuánto ganan.
Y esa religión del dinero se llama "neoliberalismo", que sea que
quiere decir que hay una nueva libertad para el dinero. O sea que el
dinero es libre de hacer lo que le dé su gana. Y la gente ya no
tiene libertad pero el dinero sí tiene libertad.
Y en la globalización del dinero el mundo mundial se destruye, o sea
que se rompe el globo del mundo o que sea la vejiga mundial se
revienta, y entonces el dinero pone una tienda donde antes había un
país: o sea que donde antes había una casa con gente ahora hay una
tienda.
Entonces pues la globalización del poder destruye los países para
hacer tiendas. Y entonces las tiendas son para vender y comprar.
Y si uno por ejemplo no tiene la paga o no quiere comprar, pues como
que no cuenta, o sea que hay que destruirlo. Y si uno, por ejemplo,
no tiene nada qué vender o no quiere vender ni venderse, pues como
que no sirve, o sea que hay que destruirlo.
La globalización del poder es como una guerra contra la gente y sus
casas, o sea que es una guerra contra la humanidad.
La globalización del poder destruye las casas de la gente, o sea los
países, y a veces entra a destruir con una guerra. Y otras veces
entra porque alguien de adentro le abre la puerta para que entre a
destruir.
Y los que abren la puerta son los políticos, que sea los que mandan
en los países, o sea en las casas de la gente. Y entonces los
políticos ya no sirven para mandar, porque ya no mandan de por sí,
porque el que manda es el dinero mundial.
Y entonces los políticos se hacen tienderos, o sean son los que se
encargan de la tienda que antes era un país, o sea una casa de una
gente.
Y los políticos de antes ya no sirven para atender la tienda y es
mejor poner otros que sí estudian y aprenden a ser encargados de las
tiendas. Y éstos son los nuevos políticos, o sea que son tienderos.
Y no importa pues si no saben nada de gobierno, sino lo que importa
es que sepan atender la tienda y den buenas cuentas a su patrón que
es el dinero mundial.
Entonces en los gobiernos de los países destruidos por la
globalización del poder pues ya no hay políticos, sino que hay
tienderos.
Y ahí, en las tiendas que antes eran países, las elecciones no son
para poner un gobierno, sino para poner un tiendero.
Y entonces ponen a competir, o sea a pelearse entre sí, a gordos,
flacos, altos, chaparros, de diferentes colores que empiezan a
hablar y a hablar y pura habladora, pero nada que dicen lo más
importante, o sea que todos son diferentes en su cara, pero todos
son iguales en que van a ser tienderos.
Entonces a la globalización del poder no le importa si el tiendero
es verde, azul, rojo o amarillo. Lo que le importa es que el
tiendero entregue buenas cuentas.
Entonces cambian los tienderos pero sigue habiendo tiendero.
Entonces en la globalización del poder el mundo ya no es redondo,
como una vejiga inflada, sino que se revienta y en su lugar queda
una tienda muy grande.
Y las tiendas, como todos saben, son cuadradas, no redondas.
Es así, más o menos, como funciona la globalización, que es como si
dijéramos "la vejigaización".
(Fin de la ponencia de Durito).
¿"Vejigaización"? En fin, vuelvo a la seriedad y la formalidad.
Además de lo que Durito ha expresado
en forma tan peculiar, nosotros también pensamos lo siguiente:
PRIMERO. Si en la política "antigua" (es decir, desde la Atenas
griega hasta las repúblicas modernas) el Estado era la "madre" del
individuo y el seno en el que se gestaba, crecía y se reproducía la
sociedad, en el mundo globalizado el Estado no puede ya cumplir esta
función. El individuo ya no tiene por qué referirse a una patria,
una cultura, una raza o una lengua. El vientre materno es ahora esa
megaesfera que algunos llaman todavía "planeta tierra". El
"ciudadano" ya no es el miembro de la polis, sino el navegante de la
megapolis, por tanto necesita "otros" conocimientos y habilidades
que el Estado nacional no le puede ofrecer.
SEGUNDO. De la misma forma, los "hombres de Estado", esos
superhombres autores de citas clásicas, guerras, imperios, leyes y
represiones, ya no existen como tales. Aquel viejo "entrenamiento"
interno que existía en las clases políticas para preparar a sus
miembros a relevarse unos a otros es obsoleto, las habilidades de la
política clásica (oratoria, liderazgo, sensibilidad, templanza,
conocimientos históricos, filosofía, jurisprudencia, relación
adecuada) parecen ahora más propias de la nostalgia circense. El
protocolo del poder, esa compleja mezcla de señales y actitudes, ya
no se aprende ni se ejerce en el Estado.
TERCERO. El Estado nacional tiende a ya no ser más el encargado de
la reproducción de los hombres (entendiendo "reproducción" en su
sentido más amplio, es decir, las condiciones económicas, políticas,
culturales y sociales para su reproducción social), sino el
administrador-contenedor de los desórdenes de esa reproducción. El
megapoder, ese ente del que poco se sabe, ahora impone una
reproducción más importante: la del dinero.
CUARTO. La lucha contra la globalización del poder (y contra su
sostén ideológico: el neoliberalismo) no es exclusiva de un
pensamiento o de una bandera política o de un territorio geográfico,
es una cuestión de supervivencia humana. Así como en la Segunda
Guerra Mundial multitud de fuerzas resistieron y lucharon contra el
fascismo, ahora son muchas las fuerzas que resisten y luchan contra
el neoliberalismo.
QUINTO. En los Estados nacionales el proceso de la pareja
globalización-neoliberalismo produce un fenómeno de resistencia que,
cada vez de forma más acentuada, incorpora a amplios sectores de la
población SIN QUE SEA PRIMORDIAL SU CLASE SOCIAL O EL LUGAR QUE
OCUPA EN EL PROCESO DE REPRODUCCION DEL CAPITAL.
SEXTO. Aparecen, por ejemplo, grupos desconcertantes (de hecho, la
teoría había decretado su desaparición o su "absorción" por los de
arriba): por un lado, indígenas que hablan lenguas incomprensibles
(es decir, inservibles para intercambiar mercancías) y que desafían
con armas de palo a helicópteros, tanques, aviones, ametralladoras,
bombas; por el otro lado, jóvenes desempleados (el "lumpen", que,
teoría manda, debería estar engrosando las filas de los aparatos
represivos del Estado) movilizándose en contra del gobierno y
exigiendo respeto a su modo; o más allá, homosexuales, lesbianas y
transexuales demandando reconocimiento a su diferencia.
SEPTIMO. Estos fenómenos de resistencia ("bolsas de resistencias"
las llamamos nosotros para oponerlas a las "otras" bolsas, las de
valores) tienden a buscar comunicación con fenómenos parecidos en
otras partes del mundo. Las superautopistas de la información,
concebidas para facilitar el flujo de mercancías y dineros, empiezan
a ver (no sin pavor) que son transitadas por viejas carretas,
bestias de carga y peatones que no intercambian mercancías y
capitales, sino algo muy peligroso: experiencias, apoyos mutuos,
HISTORIAS.
Claro que hablo de lo que está a la mano: nuestra guerra, nuestras
armas, nuestra historia. Pero hay otros ejemplos que nos hablan de
una nueva emergencia, de algo nuevo que irrumpe aquí y allá y que no
acabamos ni de dirigir ni de entender, en parte porque somos un
fragmento de esos fenómenos, en parte por lo precipitado de los
acontecimientos, en parte porque el presente es el peor lugar para
pensar el hoy, en parte porque aún hay muchas cosas por definirse.
Pero algo empieza a quedar cada vez más claro: no es cierto que
perdimos nosotros y, sobre todo, no es cierto que ganaron ellos. La
historia que cuenta, la que hacemos hombres y mujeres, tiene aún
mucho hilo que tejer y no acaba por adivinarse siquiera el dibujo ni
el color que este gigantesco tapiz que es la humanidad habrá de
tener. Nosotros, y con nosotros muchos como nosotros, sabemos ya
que, en todo caso, el color no es el gris que ahora imponen, ni el
dibujo es sólo dolor y muerte. Hay también otros muchos colores. Y
hay también mucha esperanza.
No sólo si el planeta tiene heridas abiertas y sangrantes en su
redonda geografía, nombrándolas no las sanamos, es cierto, pero
hacemos un gesto de humanidad que a ratos parece perdido.
Nombremos entonces Palestina y que la vergüenza nos envuelva.
Nombremos Los Balcanes y que la memoria se actualice.
Nombremos Euskal Herria y admiremos la silenciosa e incomprendida
resistencia de un pueblo que, desde hace centurias, se niega a ser
conquistado. Allá, al otro lado del Atlántico, un pueblo es cercado
en una clásica maniobra de pinza: en un lado, la soberbia del poder
que, parapetado tras jueces embelesados por los clic de las cámaras
fotográficas, comanda una auténtica guerra de exterminio; en otro
lado, la cobardía de un sector que se dice progresista y que, más
atento a la corrección política, guarda un silencio cómplice
mientras la cultura vascuence es tipificada como "terrorista".
Nombremos Cuba y que la sangre latinoamericana busque los puentes en
que nos encontramos antes y nos encontraremos mañana. En el Caribe,
un pueblo enfrenta un cerco que no tiene nada de figura literaria.
Ese pueblo ha conseguido que su sólo nombre convoque una historia de
lucha y resistencia, de generosidad y valentía, de nobleza y
hermandad. Se dice "Cuba" como se dice "dignidad".
Nombremos Bolivia y saludemos el heroico andar de aymaras y quechuas
defendiendo la tierra. Saludemos a aquellos que hacen del ser
indígena un orgullo y que con su rebeldía hacen temblar a los
tienderos de toda América.
Nombremos Chiapas y descubramos en los pies de los más pequeños el
mañana del "para todos, todo".
Nombremos cualquier rincón del planeta y seamos perseguidos junto a
homosexuales, lesbianas y transexuales; resistamos con las mujeres
al impuesto destino de decoración idiota; resistamos con los jóvenes
a la máquina trituradora de inconformismos y rebeldías; resistamos
con obreros y campesinos a la sangría que, en la alquimia
neoliberal, convierte muerte en dólares; caminemos el paso de los
indígenas de América Latina y con sus pies hagamos el mundo redondo
para que ruede.
Nombremos a los que no tienen nombre. Miremos a los que no tienen
rostro.
Nombremos y miremos el mundo que no existe ahora, pero que empezará
a existir en nuestras palabras y en nuestras miradas.
Nombremos pues los dolores de la humanidad. No sólo porque son
también dolores nuestros. También porque nombrándolos nos hacemos un
poco más humanos. Porque frente a esas heridas, el silencio es
renuncia, rendición, claudicación, muerte.
Si hay quien ha hecho de la pluma una espada, que centellee el aire
con su brillo, que señalando nuestras heridas se ennoblezca, que
nombrándonos nos haga parte de un rompecabezas que mañana será un
mundo no falto de memoria ni de vergüenza.
Porque ambas, la memoria y la vergüenza, son las que nos hacen seres
humanos.
No seamos los chivatos de nuestra historia, de nuestra conciencia,
los traidores a la palabra que levantamos ayer y que hoy nos convoca
para ser afilada y unida en la memoria y la vergüenza.
Vale. Salud y que la pluma sea también una espada, y que su filo
corte el oscuro muro por el que habrá de colarse el mañana.
Desde las montañas del sureste mexicano.
Subcomandante Insurgente Marcos.
México, octubre de 2003.
Ponencia del subcomandante insurgente Marcos en el encuentro
internacional de intelectuales En defensa de la humanidad, celebrado
los días 24 y 25 de octubre de 2003 en el Polyforum Cultural
Siqueiros, ciudad de México.
https://www.alainet.org/pt/node/108671
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