Estados Unidos y América Latina: Una cosecha de derrotas
29/12/2003
- Opinión
2003 fue un año plagado de derrotas y fracasos para
Washington, muy en particular en América Latina. La
inestabilidad económica y financiera del imperio, su "guerra
contra el terrorismo" y el ostensible fracaso del modelo
neoliberal han abierto flancos en su hegemonía continental.
Empantanada su política en Oriente Medio, donde no ha
conseguido imponer su Hoja de Ruta ni se avizora un futuro de
paz en Irak, con una situación interna apenas contenida por
la retórica de la guerra y la permanente apelación al miedo –
tomando a la población como rehén de sus ambiciones
imperiales–, con dificultades financieras que se resumen en
una pérdida de credibilidad del dólar, la Casa Blanca no
pudo, a lo largo de 2003, más que contemplar una serie de
fracasos en América Latina, que van desde el descarrilamiento
de la cumbre de la Organización Mundial del Comercio (OMC)
hasta la conformación de un frente piloteado por Brasil que
inviabilizó el ALCA tal como lo tenía planeado Washington,
pasando por la consolidación del gobierno de Hugo Chávez y la
sólida negativa de Néstor Kirchner de plegarse a las
exigencias del FMI.
Una economía debilitada
Sobre las dificultades de la administración de George W Bush
en Oriente Medio se escriben a diario cientos de páginas.
Mucho menos evidentes son las dificultades por las que
atraviesa su economía, y muy en particular sus finanzas, pese
a la euforia que viene despertando el crecimiento económico
que se registró a lo largo del año.
Parte de esas dificultades provienen de la explosión de la
burbuja especulativa, que tuvo en algunos sonados escándalos
–como el de la empresa Halliburton vinculada el
vicepresidente Dick Cheney– su costado mediático, arrastrando
a la ruina a millones de ahorristas. O las manipulaciones
financieras con los fondos mutuos que perjudicaron a una
parte de los 95 millones de personas que confiaron a ellos
sus jubilaciones.
Sin embargo, más allá de estas situaciones puntuales, Estados
Unidos acumula un déficit monumental en cuenta corriente que
asciende a 500 mil millones de dólares. La forma de reducir
ese déficit, que en vista de la política imperial debe
considerarse como estructural, ha sido durante la gestión de
Bush la desvalorización del dólar, en particular frente al
euro, que sólo en este año experimentó una caída del 15 por
ciento. "La mayor razón para la baja del dólar es su enorme e
insustentable déficit en cuenta corriente. Con una cotización
más baja del dólar, Estados Unidos consigue hacer sus
productos más competitivos en el mercado internacional y
también disminuye el ritmo de las importaciones. El dólar
debe caer más del 5 por ciento en 2004 y debe continuar
cayendo en 2005", señaló a Folha de São Paulo, el domingo 21
de diciembre, Farid Abolfathi, director de la consultora
Global Insight.
Pero la solución al déficit acarrea problemas más graves aun:
la fuga de capitales. En el año 2000 los inversones
internacionales compraron 175 mil millones de dólares en
acciones estadounidenses, frente a sólo 15 mil millones que
llevaban adquiridos hasta octubre de este año. Ian Grunner,
director del banco Mellon Financial de Londres, señaló que
"los propios inversores estadounidenses están cuestionándose
la importancia de tener activos en dólar", y están aumentando
exponencialmente la compra de acciones extranjeras. En
efecto, hasta octubre de este año los estadounidenses
compraron sólo 1,5 mil millones de dólares en acciones
extranjeras frente a los 66 mil millones del año 2002.
La falta de confianza en el dólar afecta a los tradicionales
aliados de la superpotencia. Desde el 11 de setiembre, los
países árabes retiraron de Estados Unidos la mitad de los 700
mil millones de dólares que tenían invertidos en el país; a
la cabeza de la estampida se encuentra la ex aliada Arabia
Saudita, que retiró unos 200 mil millones de dólares.
Así las cosas, las señales de alerta y de alarma en torno al
dólar se han instalado con fuerza en el mercado financiero
internacional, y ya son visibles para todos. Arabia Saudita y
otros países de la OPEP están presionando para que la
cotización y el comercio del petróleo se realicen en euros y
no en dólares. Si esto sucediera (muchos sostienen que no es
inminente pero es sólo cuestión de tiempo), se produciría un
cambio dramático en el escenario económico mundial, sellando
el fin de la hegemonía estadounidense.
El revuelto patio trasero
Este escenario global adverso para Estados Unidos se vio
agravado por la confluencia de procesos políticos y sociales
que, concentrados a lo largo de este año, marcan un punto de
inflexión en las relaciones entre América Latina y
Washington.
A comienzos de año el gobierno venezolano de Chávez afrontaba
una dura ofensiva de la oposición que amenazaba con
derribarlo del poder, toda vez que la empresa petrolera
estatal (PDVSA) estaba en el centro de la disputa mediante una
huelga que se adivinaba interminable. Pero Chávez ofreció una
dura resistencia y su gobierno salió fortalecido. El 1 de
enero ascendió Luiz Inácio Lula da Silva a la presidencia de
Brasil y el 15 de ese mes lo hizo el coronel Lucio Gutiérrez
en Ecuador. Ambos cambios eran el producto de virajes
sociales y políticos de larga duración, aunque los dos
presidentes optaron luego por caminos diferentes frente a
Washington.
En febrero estalló la huelga policial en Bolivia, anticipo
del derrumbe estatal que sobrevendría siete meses después. En
mayo Carlos Menem, adalid continental del neoliberalismo,
debió renunciar a la segunda vuelta electoral ante la
inminencia de una contundente derrota. La llegada de Kirchner
a la Casa Rosada significó un giro de 180 grados en la
política internacional de Argentina, enterrando las políticas
neoliberales de la década anterior. A fines de abril los
paraguayos eligieron a Nicanor Duarte como presidente, quien
desde el primer momento tomó distancias del modelo, apostó al
MERCOSUR y se comprometió a combatir algunos males endémicos
del país, como la corrupción, rompiendo con el estilo y los
alineamientos internacionales de gobiernos anteriores.
En junio Brasil, India y Sudáfrica firmaron un acuerdo de
cooperación, bautizado como G 3, con la intención de
estrechar las relaciones entre los países del Sur. En agosto
se produjo la ruptura del movimiento indígena ecuatoriano
Pachakutik con el gobierno de Gutiérrez, alineado con el FMI
y Washington, en lo que puede vislumbrarse como el único
éxito en todo el año de la Casa Blanca en su patio trasero.
En setiembre se produjo el fiasco mayor de la estrategia
imperial: la cumbre de Cancún de la OMC se saldó con un
fracaso para Estados Unidos y la Unión Europea al no llegarse
a un acuerdo sobre el comercio agrícola. La contracara fue el
resonante éxito del movimiento contra la gobalización que
realizó grandes manifestaciones en el balneario mexicano y,
en paralelo, el del recién estrenado G 20, la alianza de
países del Tercer Mundo en la que Brasil y China juegan un
papel determinante.
El 17 de octubre una impresionante insurrección del pueblo
boliviano derribó al mejor aliado de Estados Unidos en la
región, Gonzalo Sánchez de Lozada. Su sucesor, Carlos Mesa,
se distanció de la gestión anterior y se mostró dispuesto a
estrechar lazos con sus vecinos argentinos y brasileños,
profundizando el MERCOSUR. En la solución a la crisis
boliviana jugaron un papel importante las gestiones
diplomáticas de los presidentes Kirchner y Lula, que en esos
mismos días firmaban el llamado Consenso de Buenos Aires, la
alianza estratégica entre los dos grandes de Sudamérica que
busca remodelar la región y frenar la firma del ALCA en las
condiciones impuestas por Estados Unidos.
El año registró también las derrotas electorales de los dos
gobiernos más afines a Washington en América del Sur: Álvaro
Uribe fue derrotado en las elecciones regionales y
municipales de octubre por la alianza de centroizquierda Polo
Democrático, que fue capaz de introducir una cuña entre
liberales y conservadores que tradicionalmente se reparten el
poder en Colombia. Y Jorge Batlle sufrió, a principios de
diciembre, una estrepitosa derrota en el referéndum que
derogó la ley que permitía a la petrolera estatal asociarse
con capitales extranjeros.
ALCA o integración
El conjunto de cambios protagonizados por el movimiento
social y la izquierda del continente está rediseñando el mapa
político continental. El nuevo escenario resultó visible en
la reunión ministerial de Miami, en noviembre, cuando se
acordó lo que Lula deseaba, o sea, "hacer un ALCA solamente en
lo que es posible, y dejar el resto para pelearlo en la
Organización Mundial del Comercio".
En los hechos, el ALCA que deseaba Estados Unidos es cada vez
más una quimera. Sobre todo, después de la cumbre del MERCOSUR
de diciembre en Montevideo, donde se llegó a un acuerdo entre
el MERCOSUR y la Comunidad Andina de Naciones (CAN), con varios
de cuyos países Estados Unidos pretende realizar acuerdos
bilaterales como forma de aislar a Brasil. En la misma línea
puede situarse el acuerdo firmado, también en Montevideo, por
los gobiernos de Argentina y Bolivia para construir un
gasoducto común que será el principal abastecedor de gas
hacia el sur. Con ello se establece una alternativa al
proyecto de exportar gas boliviano hacia Estados Unidos vía
Chile, que fue el disparador de la insurrección boliviana de
octubre.
Sin embargo, pese a este conjunto de fracasos y
contratiempos, la diplomacia estadounidense está comenzando a
reacomodarse, reconociendo que no puede imponer su voluntad
como antaño. Es lo que ha venido haciendo el director de
Comercio Exterior de Estados Unidos, Robert Zoellick, al
aceptar un "ALCA flexible". Es, también, una forma de ganar
tiempo, algo que la administración de Bush necesita
imperiosamente hasta las elecciones de noviembre de 2004
Parece evidente que cuantas más dificultades tenga Washington
en el mundo, más posibilidades tendrán los países
latinoamericanos de ganar su propio espacio y negociar
relaciones más ventajosas con la superpotencia. Es la pelea a
contra reloj de la diplomacia brasileña, la más lúcida de la
región y una de las más hábiles del Tercer Mundo, junto a la
china. No se debería, no obstante, perder de vista que en una
situación como la actual la superpotencia –como todos los
imperios en la historia– cuenta con dos armas que está
empleando con astucia: la eterna división entre los países
latinoamericanos y la posibilidad de cooptar a los que no
pueda neutralizar por otras vías. En los próximos meses
veremos cómo se acomodan las piezas en el ajedrez
continental. Llama la atención que el gobierno brasileño –que
podría haber hundido definitivamente al ALCA luego del fracaso
de Cancún– haya optado por darle tiempo a los halcones de
Washington aprobando el ALCA aunque sea en su versión light.
Por el momento en América Latina compiten no sólo dos, sino
hasta tres versiones de la integración deseable. La de
Estados Unidos y sus aliados, que siguen empeñados en un ALCA
a la medida de las multinacionales. La de Venezuela y Cuba,
que optan por una integración estrictamente latinoamericana
sin injerencia de Estados Unidos. Y entre ambas aparece la
propuesta brasileña, que pretende una integración en la que
Estados Unidos tenga un papel preponderante pero no decisivo.
Este camino –que por ahora es el que cuenta con más aliados
en la región– parece hecho a la medida de la burguesía
industrial paulista, que necesita más del mercado
estadounidense que de los mercados regionales, y aun del
propio mercado interno, para potenciar su expansión. El
gobierno argentino parece vacilante, aunque tiende a sumarse
a la alternativa brasileña. Si ésta se consolida, se podría
estar construyendo nuevamente una integración asimétrica, en
perjuicio de los países más débiles y las regiones más
pobres.
https://www.alainet.org/pt/node/109024?language=en
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