Las orientaciones económicas y Enrique Iglesias
A mal puerto van por agua
22/06/2004
- Opinión
Todas las cosas tienen sus claros y oscuros y, en particular,
las políticas económicas que se han ido modificando de tal
manera que ministros, como Isaac Alfie, formados en la estricta
aplicación de los "manuales" que le llegan, deben estar
desesperados ante las nuevas orientaciones que han comenzado a
aparecer en los organismos multilaterales de crédito, pues para
seguir "cumpliendo" deben modificar aspectos sustanciales de los
lineamientos que venían aplicando y quizás todavía los mismos no
estén contenidos en los libretos que deben aprender.
Ahora, por ejemplo, el Banco Mundial, considera que no son
una panacea para el desarrollo económico las privatizaciones que
impulsó durante largos años, estimando que no han servido para
mejorar la situación de los pueblos en los países que se han
aplicado, particularmente porque han profundizado de manera
negativa las prácticas monopólicas. Siguen sosteniendo la
necesidad de la competencia pero en el marco de la misma le
adjudican un papel regulador a las empresas públicas que, de
acuerdo a su nueva visión, no deben ser monopólicos.
Distintos medios de prensa han realizado estudios
comparados del pensamiento del Banco Mundial, en una cantidad de
aspectos de sus políticas que, para desgracia los uruguayos,
cumplió enfervorizado el equipo económico de gobierno. Y las
diferencias son importantes, mostrándose una evolución hacia una
racionalización que, obviamente, ahora tiende a impulsar la
mejoría de algunas variables, como el mercado interno, que antes
eran absolutamente dejadas de lado.
Inclusive sostiene el organismo internacional que si no se
combate la marginación y la pobreza, es imposible el desarrollo
económico. En pocas palabras, está sosteniendo la necesidad de
cambiar en positivo la capacidad de compra del mercado interno,
fenómeno sin el cual es imposible comenzar a avanzar, hablando
concretamente de Uruguay, hacia un futuro con menos carencias.
Y para que ello ocurra, de alguna manera, es necesario
distribuir mejor los ingresos para que la base monetaria que
debe sustentar a nuestra sociedad no tenga todos esos espacios
negros. Lo reiteramos muchas veces: no es posible que el país se
desarrolle si el dinero en poder de la sociedad es menor a las
necesidades de la economía. Si la gente tiene solo para
alimentarse y deja de lado la compra de ropa y de otros bienes
menos importantes, no paga más impuestos, servicios públicos,
etc., el deterioro se produce de manera invariable.
Comienza una caída paulatina de sectores de la población
en la marginalidad de la cual, en un país que tiene ya 850 mil
personas en esa situación, es muy difícil de salir si no existen
políticas oficiales, específicas, para cambiar esa pisada de
gravísimas consecuencias para la sociedad en su conjunto.
Otra de las resultantes de esa política económica se
verificó en las empresas, para las que era imprescindible tener
una de sus patas perfectamente asentadas en el mercado interno.
La reducción de la base monetaria comenzó a desestabilizarlas.
Si por ejemplo cae la venta de jabón en polvo y la empresa que
lo fabrica se convierte en inviable, la misma cierra y la
fracción que queda de mercado se cubre, como siempre ha
ocurrido, con bienes importados.
Ese es un ciclo económico invariable que puede ser
modificado, solo, si el mercado interno es reactivado en base a
la mejoraría de la capacidad de compra de la gente. Los
resultados combinados de factores económicos han determinado un
explosivo crecimiento en la Argentina, que pese a no haber
podido superar su crisis, vive la bonanza de un desarrollo
económico impactante.
Y, bien lo sabemos. Ello es el resultado, entre otras
cosas, de una mejoría de la capacidad de compra del pueblo
argentino, a lo que se suma una mejor performance exportadora
aspecto este último que, como ocurre en Uruguay, no es sinónimo
de mejoría social, pues la redistribución de esos ingresos es
prácticamente nula.
Los efectos de la reducción violenta de la base monetaria
que sustentaba a nuestra sociedad, que comenzó a achicarse luego
de la devaluación en Brasil (1998), y que luego tuvo su clímax
de caída en la crisis del 2002, que determinó el cierre masivo
de empresas y comercios. Para comprender de lo que hablamos es
bueno darse un paseo por cualquier zona de Montevideo donde
funcionaban comercios y pequeñas industrias que no pudieron
resistir el golpe. Una tarea, bastante triste, es caminar por
General Flores o por San Martín, para poner un ejemplo al boleo
de lo que ocurre en todo el país, y contar las persianas
cerradas de empresas que hasta fines del '98 eran relativamente
prósperas y que luego, por perdida de mercado, concretamente el
interno, comenzaron a hacerse inviables. El resultado de ese
paseo todavía puede asombrar a quién quiera comprobar la cuantía
de la crisis.
Por ello sorprende la coincidencia de varios candidatos que
afirman llamarán al contador Enrique Iglesias para que ocupe un
alto cargo en la conducción económica. ¿El lector atento se
preguntará a que se debe tal cosa? ¿Es que el herrerismo, el
Partido Colorado y el Encuentro Progresista, pretenden aplicar
una similar política económica?
Por supuesto que no lo creemos. En la posible convocatoria
al presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), un
hombre de clara probidad, se han movido otros factores. Lo que
debemos reconocer es que Iglesias en materia de reforma de las
"recetas" de los organismos multinacionales de crédito, ha
tenido una visión mucho más aguda a la de sus colegas del FMI y
del Banco Mundial y se sabe que el BID, ha puesto su acento en
la financiación de políticas de contenido social, que comenzó a
aplicar hace algún tiempo.
Lo que no ha podido todavía solucionar el BID, es la
destrucción de la gigantesca maraña burocrática que determina
que sus créditos, que llegan a nuestro país con rapidez y
destinados a muchos sectores clave, cumplan con los cometidos
asignados, pues cuantiosas sumas van a engrosar los bolsillos de
funcionarios contratados (los famosos contratos de obra),
quienes además de ganar bien, por razones de subsistencia
(estiramiento de su función) no concretan soluciones para los
destinatarios del crédito. Este es un problema no solo de
Uruguay, sino del continente.
Pero hay más. ¿Puede ser Iglesias el ministro de Economía
del herrerismo, en el caso que Lacalle se impusiera sobre
Larrañaga el próximo domingo, sabiendo que una de sus propuestas
es la de importar combustible, peregrina medida destinada
supuestamente a abaratar el producto, olvidando que quedarían
sin trabajo cientos o miles de trabajadores de la planta
refinadora y actividades conexas? ¿Esa política no es expresión
de la misma política que el gobierno de Batlle aplicó
reiteradamente sin importarle su costo social?
Para abaratar el combustible, lo que es necesario para el
desarrollo del país, se debería revisar los impuestos (un 50 %
del precio de venta) Se prefiere proponer importarlo y,
paralelamente, desamparar a centenares o miles de trabajadores.
Un mismo mecanismo que demostró no servir. El camino anticiclico
no pasa por la esa visión, intentando compensar con una mayor
venta y, por supuesto, con una mayor o igual recaudación
impositiva, que es un efecto redundante, lo que sería la
propuesta rebaja de los precios.
Y, todavía se pretende utilizar para lo otro – claro, en
una propuesta metida en una campaña electoral – al presidente
del BID.
A mal puerto van por agua.
* Carlos Santiago es periodista.
https://www.alainet.org/pt/node/110125?language=en
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