El Estado y la función pública: La dimensión de la ética
29/09/2004
- Opinión
A casi 30 días de las elecciones nacionales en Uruguay,
primeras del siglo, en las que se perfila un seguro ganador, el
doctor Tabaré Vázquez, candidato del Encuentro Progresista-
Frente Amplio – Nueva Mayoría, han aparecido una serie de temas
entrelazados vinculados a la ética que, por lo menos, exigen una
reflexión. En primer lugar se hace necesario plantear algunas
interrogantes cuya dilucidación es esencial para el tránsito
hacia un gobierno progresista, que obviamente desde el pique
tiene que actuar con pautas distintas a las inculcadas por los
paradigmas neoliberales.
En primer lugar preguntarnos, ¿qué valores deberemos tener en
cuenta al fomentar estrategias y políticas públicas, que estén
vinculadas al tránsito hacia los objetivos que debe tener un
gobierno progresista? Y otra cosa, ¿qué códigos de conducta
ética deberían adoptar los líderes políticos, los altos
funcionarios públicos, el empresariado, los líderes de las
organizaciones básicas de la sociedad civil, etc. para actuar en
el nuevo escenario?
De ese análisis deberían surgir pautas de cómo trabajar frente
a situaciones concretas como la pobreza, la exclusión social,
las desigualdades, la discriminación de las minorías. Y, por
último, ¿cómo impulsar una ética de la solidaridad?, elemento
tan necesario para revertir la actual situación del país que se
caracteriza, entre otras cosas, por la existencia de casi un
millón de personas con problemas de empleo, que no tienen
ingresos para comprar una canasta mínima, vital y diaria, la
mayoría de ellas excluidas, de la sociedad, sin olvidar a
quienes pasaron de esa marginalidad a la indigencia. Una
realidad, a ojos vista, producto de carencias de esa
solidaridad, tan necesaria para revertir esa misma realidad.
En torno al tema que pretendemos abordar hoy, de alguna manera,
han aparecido en los últimos días situaciones que es conveniente
comentar. En primer lugar el cobro de un subsidio por parte del
candidato nacionalista, decisión que no viola obviamente ninguna
norma legal pero que se vincula de manera evidente a los
privilegios de un sector de la sociedad, el político, que desde
siempre ha violentado principios éticos en un país donde esa
actividad ha tenido beneficios bastante alejados de la realidad
cotidiana.
Parecería necesario que el nuevo gobierno, en la primera
legislatura y de manera inmediata, enviara un proyecto de ley
que racionalizara ese beneficio insólito que tienen quienes
abrazan la actividad política. Un subsidio que se puede extender
a tres años y que se justifica en otro argumento insólito; que
se trata de una norma democratizadora, que le permite actuar a
las personas sin fortuna. Y el otro argumento, obviamente no de
recibo, que muchos políticos debieron abandonar otras tareas
remuneradas para "servir a la Patria", y qué han perdido dinero
con ello.
Sería bueno que se corroborara lo que se dice con pruebas
concluyentes y las razones de que un buen señor cobre como
subsidio, para "dar de comer a sus hijos", el 85% del sueldo en
actividad, y lo haga a posteriori de la renuncia al cargo. Ni en
la actividad pública ni en la privada ningún trabajador
renunciante tiene derecho a seguro de paro alguno: ¿por qué los
políticos sí?
Parecería que las tetas del Estado son inagotables fuentes de
recursos y muchos, sin ánimo de meter a todos en la misma bolsa,
se prenden de ese pezón como si fuera posible saciar toda su
voracidad, sin reparar en la situación del país que determina la
existencia de otros trabajadores que también por tareas que se
podrían definir como "patrióticas" (maestros, policías, etc.)
reciben salarios de hambre, y que, cuando tienen familias a su
cargo, obtienen asignaciones familiares que son otra vergüenza.
Esas contradicciones éticas que se dan hacia dentro en nuestra
sociedad, deben ser dilucidadas de inmediato. ¿O acaso no
conocemos a muchos que están parasitando al Estado, cumpliendo
tareas burocráticas muy bien pagas y que se defienden con uñas y
dientes ante cualquier intento de modificar una situación de
privilegio, aunque sus emolumentos surjas de partidas que tienen
otro destino?
Y, ¿por qué decimos que la ideología impuesta por el
neoliberalismo envuelve todos estos problemas que, obviamente,
deben tener una dilucidación que en primer lugar debe estar
vinculada a la ética? Simplemente porque parecería que lo que
define todo es el dinero, único elemento que impulsa a las
personas. Pero, aclaremos, de paso algo: cuando se habla de
racionalización de los sueldos del Estado no se está mencionando
a los funcionarios, sino a quienes acceden a cargos de gobierno
o de particular confianza.
Debemos señalar también otro hecho indiscutible: en el ámbito
público casi nadie tiene la misma paga por similar función
(reiteremos el ejemplo de maestros y policías, comparando sus
estipendios con los de quienes, por tareas menos exigentes,
cumplen funciones en otras empresas públicas) ¡Hay que tener
claro ese concepto!
Especialmente, porque al plantearse la racionalización de los
salarios de los funcionarios políticos que cumplirán tareas en
el próximo gobierno, muchos se han confundido y se entrevera a
Stravinsky con Piazzola. Nadie habló de los funcionarios de "a
pie". La racionalización para abajo, mostrando una necesaria
austeridad, viene por otro lado y la discusión planteada es
también aleccionante, ya que aparecieron algunas voces que
mostraron visiones sobre la eficiencia en el Estado que,
evidentemente, están impregnadas de conceptos contrapuestos al
camino de austeridad que es necesario para emprender el rumbo
hacia el progreso.
Se afirma que el dinero, el sueldo a pagar y a cobrar, es
prácticamente el único motivo para atraer a los técnicos "del
mejor nivel" que, de lo contrario, se irían a la actividad
privada.
Pobres los lineamientos éticos de quienes, en un país
destrozado, solo miden su participación en un gobierno
progresista por el dinero que recibirán. ¿No se les pasará por
la cabeza que existe un proyecto superior, fundamental para el
país, que no solo exigirá esfuerzo sino, obviamente, también
desprendimiento?
Además, es evidente, que con un reducción del 40 % del sueldo
del presidente de la República, que iría a alrededor de 80 mil
pesos mensuales y la disposición que exigiría de que ninguna
remuneración de los cargos de "confianza" en el Estado superara
el 75% de esa cifra, quienes asuman esas responsabilidades
tampoco sufrirán necesidades vitales. Llevar esos estipendios a
ese nivel sería una buena demostración de que se tratan de hacer
las cosas con corrección y en serio, comenzándose por allí a
racionalizar un Estado deforme, vicioso, que dilapida el dinero
de los contribuyentes en mil cosas, algunas muy gruesas: ¿Es
posible – para tomar un ejemplo que ha estado en el centro de
la atención pública en las últimas semanas – que en este país
convivan varias empresas de correo oficiales?
¿Qué para suplir las deficiencias del Correo principal, las
empresas públicas hayan creado sistemas de distribución propios
que, por consiguiente, han determinado situaciones difíciles,
como la de los derechos adquiridos de cantidad de personas que
dependen ahora de ellos? ¿Es posible, para utilizar otro ejemplo
en el candelero, que en el país existen cinco servicios de
inteligencia? Cinco lugares donde se recortan diarios, se
realizan carpetas de personas e instituciones, se "pinchan"
teléfonos, armando muchas veces "conspiraciones", donde se
quintuplica personal y recursos, para tareas no claramente
definidas, de discutible necesidad y generalmente superpuestas.
Es imprescindible que los uruguayos, a tan solo 30 días de los
trascendentes comicios, mostremos interés en integrar a nuestros
actos dimensiones éticas, las que deben sustentar las decisiones
sobre políticas y programas. Porque es evidente que, de manera
conciente o inconsciente, la ciudadanía está demandando que se
analicen y sean tenidos en cuenta esos desafíos éticos para que
los actores políticos y sociales asuman, con bases nuevos, las
responsabilidades que les correspondan.
Para ello se hacen necesarias políticas que creen condiciones
favorables al desarrollo de los componentes básicos del capital
social, como de las capacidades de asociatividad y cooperación,
mejorando la confianza interpersonal y la conciencia cívica.
Sin lo cual nada es posible.
* Carlos Santiago es periodista. Secretario de redacción del
diario LA REPUBLICA de Montevideo y del suplemento Bitácora
(www.bitacora.com.uy)
https://www.alainet.org/pt/node/110624?language=en
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