Elecciones, alternativas, futuro y "ultras": El siglo se abrió a la izquierda
04/11/2004
- Opinión
Como en la literatura en el triunfo de la gente y del doctor
Tabaré Vázquez en las elecciones del pasado domingo, las
primeras del siglo en el Uruguay, se abren en varios planos de
entendimiento.
Alguno de ellos vinculados a la ejemplaridad del comicio, en el
que no hubo ningún hecho medianamente importante que lo pudiera
empañar. Fue una demostración democrática que tuvo como
protagonista principal a la gente, sin que aparecieran
metodologías fascistas, lo que era de temer porque la derecha y
su expresión política blanqui- colorada, tenían mucho para
perder.
Fue una jornada ejemplar que ni siquiera pudo ser enturbiada por
las estrategias publicitarias, como la del Foro Batllista,
destinada a engañar incautos intentando imponer el terror, lo
que fue una tarea más que infructuosa y claramente negativa para
los propios intereses de quienes impulsaron la estrategia por
ese camino. En un caso particular la iniciativa prosperó porque
alguien recogió el guante y trató de responder con prohibiciones
una acción publicitaria que estaba muerta antes de nacer.
Por supuesto que no faltaron otros elementos turbios,
desajustados pero habituales en las luchas electorales, como las
campañas de desprestigio que se lanzaron contra el candidato de
la izquierda, algunas por Internet, que tampoco prendieron en la
opinión pública. La gente demostró querer un gobierno nuevo, con
hombres no contaminados por el poder, para intentar en el país
una etapa renovada, seria, en que las políticas que se apliquen
no tengan, como ha ocurrido en los pasados gobiernos,
orientaciones negativas para los intereses de la gente.
Con el triunfo electoral ni se tomó el Palacio de Invierno,
ni los uruguayos pretendieron darle el poder a un gobierno que
rompa con las coordenadas de la forma de vida del país que nunca
– con la excepción del atípico período dictatorial – dejó de
lado una democracia política que es imperfecta, pero real. La
jornada pacífica del pasado domingo así lo demostró.
Quisiera ser lo más objetivo posible para que escribir sobre el
triunfo del Encuentro Progresista no se convierta, como está
ocurriendo en algunos casos, en un juego de palabras
inteligentes, destinado a alegrar aún más algunos corazones,
cuando lo que necesitamos los uruguayos es reflexionar sobre el
cambio histórico que la mayoría absoluta de los electores ha
apoyado en esos comicios.
Un cambio histórico, decimos, que termina con la hegemonía de
173 años de los partidos colorado y blanco. Décadas de luchas y
procesos, de conflictos y acuerdos, de progresos y atrasos, de
construcciones nacionales y de acciones de vende patrias, de
gobernantes austeros, correctos y de otros contemporáneos,
lamentables personajes, solo capaces de aplicar los manuales de
políticas que les arriman el FMI y el Banco Mundial.
173 años que finalizaron en un país en que la exclusión de
una tercera parte de la población es una cruda realidad,
geografía principalmente urbana, donde la miseria y el dolor
tienen papeles protagónicos.
Una batalla muchas veces desigual, cortada en el período
dictatorial, cuando con métodos aberrantes, se intentó aniquilar
a los hombres y a sus ideas, haciendo las fuerzas armadas un
innoble juego a favor de la derecha, partiquina de los deseos
del norte, que pretendía concretar en todo su "patio trasero" la
experiencia neoliberal.
¿Quién en este país no fue tocado durante ese período del
desencuentro? Algunos debimos escapar y exiliarnos para
encontrar en otras tierras la paz que se nos negaba en la
nuestra. Otros, muchos pagaron por sus ideas, distintas a las
hegemónicas de la derecha, con torturas y flagelaciones, con
persecuciones, cárcel y muerte.
Fue un camino largo, en el que la izquierda fue ganando por su
firmeza e intransigencia democrática inclaudicable el respeto de
la gente, sensibilizada por las desdichas vividas como resultado
de una sociedad que estaba siendo dividida, condenando a
sectores a la marginación y al hambre. Una izquierda que tuvo
como elemento organizador a sus tradicionales partidos
históricos, el socialista y el comunista, que sumados a otras
organizaciones lograron una síntesis que se concretó en el
Frente Amplio, fundado hace 33 años.
Claro, hubieron más vertientes, incluso las que mantenían una
concepción violentista (el MLN Tupamaros), o los sectores
escindidos de los partidos tradicionales que, concientes del
camino que estaban recorriendo los mismos, prefirieron dar un
lúcido paso al costado integrándose finalmente a ese haz de
voluntades políticas que, primero encabezado por el general
Liber Seregni, y luego por el propio Tabaré Vázquez, fue creando
las condiciones para este comienzo de final feliz.
Este último domingo todos salimos a festejar, agitando banderas,
con esa alegría que utilizamos también para las cada vez menos
exitosas gestas deportivas, quizás sin advertir que esa alegría
no debiera ser el reflejo solo de la imposición político
electoral, sino de la decisión de la gente de traspasar la
responsabilidad de reconstruir al país, a un grupo de políticos
que nunca había participado de un gobierno.
Algunos de larga y digna trayectoria y otros, como el
presidente electo, doctor Tabaré Vázquez, que paso a paso logró
un liderazgo real, indiscutible, con una contracara emocionante,
la de tener sobre sus hombros la mayor parte de esa más que
pesada responsabilidad.
Responsabilidad cuyo peso se mide también, en el tamaño de
las expectativas de una población que quiere que nuestra tierra
purpúrea se convierta en un ámbito de progreso y, no siga siendo
otro ejemplo de cómo la injusticia aparece como funcional a
algunos modelos económicos.
Por primera vez en un hombre que propone el cambio el que
llega a la máxima responsabilidad del gobierno, aunque ese
término no sea más que una expresión sin contenido implícito,
quizás algo desgastada.
Cambio, una expresión sobre la que debemos entre todos
reflexionar para enriquecer, pues hay distintas visiones sobre
lo que ello significa.
Las vetustas poltronas
Algunos insolentes comentaristas que pontifican sobre los
destinos de la humanidad, apoltronados sobre tronos apuntalados
por construcciones ideológicas esquemáticas y vetustas, están
dando desde hace tiempo sus razones para no apostar al éxito del
nuevo gobierno. Son los que se asustan por el progreso, no les
importa la libertad y son irreverentes con la democracia.
Minúsculos ejemplares que no representan a nadie pero que
justifican su no participación en los procesos democráticos,
afirmando que los mismos están vinculados a una concepción
burguesa de la vida.
Atrevidos y permanentes tira piedras, con visiones conspirativas
de la historia, que se niegan fundamentalmente a acompañar a las
expresiones mayoritarias y democráticas de la gente,
autocalificándose revolucionarios, poseedores de una prédica
cada vez más centrípeta que a la larga, con la profundización de
la democracia y sus libertades, los hará estallar.
Asistémicos y delirantes cuya incapacidad para percibir la
realidad los coloca siempre en la vereda de enfrenta. Esos
personajes se sienten con el panorama a sus pies y, desde una
tesitura casi mesiánica, son quienes se perfilan como los
primeros que plantearán sus diferencias con el gobierno de
Tabaré Vázquez.
Por supuesto que ellos también están en su derecho en decir lo
que quieran. Malo sería que en el marco de la democracia no
pudieran hablar, pues todos y también ellos deben tener todas
las puertas de la expresión abiertas, por lo que debemos luchar
todos. Pero a lo que también tenemos derecho los demás, los que
no tememos "embarrarnos" al apoyar a un gobierno democrático y
progresista, es a marcar a fuego a esos lamentables personajes
que de minoritarios han pasado a ser unipersonales.
Es justicia decirlo.
* Carlos Santiago. Periodista.
https://www.alainet.org/pt/node/110839?language=en
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