Volviendo a las fuentes: Sobre el poder y el Estado nación

17/11/2004
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El 31 de octubre cientos de miles de personas se lanzaron a las calles para celebrar la posible construcción de un país nuevo, libre de políticos ineptos y corruptos, además de una economía al servicio de la gente que elimine los bolsones de pobreza y de sustento a la necesaria esperanza. Ello con base en una justicia eficiente e incuestionable y una democracia representativa que funcione y que permita a la gente tener control real sobre sus representantes en vez de delegar su soberanía en personas que ni siquiera conoce. La algarabía de ese día y la mirada esperanzada de la gente que continúa pensando que la construcción de la utopía es posible, determina – por supuesto – una responsabilidad histórica del gobierno electo que no puede defraudar porque es el elemento que queda, el último reaseguro contra la disolución nacional, el que estaba todavía en pie, luego de que blancos y colorados destruyeran el presente y el futuro, pisoteando con el concepto de Nación, convirtiendo a los gobiernos que protagonizaron la aplicación de ese modelo en lamentables partiquinos de los organismos multinacionales de crédito. Ninguna de esas exigencias básicas enumeradas al principio de esta nota, se han cumplido, por lo que la misión del presidente electo, el doctor Tabaré Vázquez, es llevar adelante no sólo esos reclamos sino también otro más decisivo: un proyecto de Nación basado en principios con los que el país entero esté de acuerdo. Un concepto nacional que fue pisoteado hasta su destrucción por quienes, aplicando el "manual" de las reformas ideadas en el Consenso de Washington. Para el doctor Julio María Sanguinetti y para su predecesor Jorge Batlle, sin olvidar a Luis Alberto Lacalle, el Uruguay era simplemente una avanzada, en el cono sur, de la ideología más salvaje del capitalismo depredador. En base a ello se rearmó al Estado, atenuando sus valores, produciendo reformas contrarias al interés nacional siguiendo siempre lineamientos ajenos – recordemos, por ejemplo, la reforma provisional – propuestos por el Banco Mundial en base a una receta única para todo el continente. Sanguinetti, Lacalle y Batlle no actuaron como gobernantes de un estado Nación, sino como simples receptores de recetas, aplicando lo establecido en los manuales que ahora, a la vuelta del tiempo, son reconocidos por sus propios autores como impracticables y erróneos. Algunas de las preguntas que siguen apareciendo son interrogantes complicadas son: ¿cómo volver a crecer con equidad?, ¿cómo evitar que el próximo presidente defraude la esperanza?, ¿qué pasa si el gobierno que viene es, otra vez, un gobierno de transición?, ¿cuál es el lugar del Uruguay en el mundo y cuál podría ser si continúa, como parece, la expansión imperial de los Estados Unidos? Desde la presidencia de José Batlle y Ordóñez no se construye en Uruguay un proyecto de nación basado en principios en los que todos estén de acuerdo. El actual proceso de la emigración es un reflejo de la carencia de ese concepto. ¿Para que luchar en el país por un futuro mejor si son (fueron) los propios gobernantes elegidos por el pueblo quienes llevaron adelante la demolición del estado Nación? Hasta en elementos básicos de la política exterior, que perfilaban al país en el mundo, el gobierno de Batlle dejó de lado principios básicos: humanitarismo, mediación y neutralidad, actuando como partiquino de intereses de EE.UU. La ruptura con Cuba fue un ejemplo bien claro de cómo nuestra política exterior dejó de lado valores, como el de no intervención y de no injerencia en los asuntos de otros países, que derivan de los más generales, para hacer el juego a los humores de gobernantes de naciones imperiales, como es George W. Bush. ¿Hace ya cuánto que no se oye hablar en los términos de humanismo y neutralidad? En nuestra historia se produjeron proyectos de nación sin principios, como el verificado durante la dictadura militar, y hubo posteriormente, a la salida de esa tiranía, la aplicación de modelos de país carente de un proyecto de nación, como sucedió en los casos de los gobiernos colorados y blancos que se sucedieron posteriormente. Creemos, por ello, que esta alternativa que se le abre al gobierno del Encuentro Progresista- Frente Amplio- Nueva Mayoría, es de una oportunidad histórica. Los viejos partidos burgueses, blancos y colorados, luego de su deterioro, de mostrar sus dirigencias una absoluta carencia de objetivos nacionales, tienen por supuesto una última oportunidad para no desaparecer definitivamente, que es consensuar las salidas que tiene el país las que implican, obviamente, la reconstrucción del estado Nación. Veremos – más allá de los buenos modales que han aparecido en algunos dirigentes, luego de la comprobación de que la gente les dio la espalda, transfiriéndole la responsabilidad a la izquierda, que nunca había gobernado el país - si han aprendido la lección. Sería sano para el país trabajar en consenso. Pero, ¿veremos? ¿Quién, luego del planteo de participación en el gobierno realizada por el doctor Tabaré Vázquez, tendría la grandeza de proponer ese consenso y quién, sobre todo, tendría la honradez de cumplirlo? Uno de los mayores males del Uruguay es la sensación que tiene la gente de que hay secretos bien guardados y complicidades mal habidas entre los factores de poder. Si no hay transparencia, nada es previsible, y si nada es previsible hacia dentro, menos aún lo será hacia fuera. Cuando el país no cree en sí mismo, ¿cómo podemos pretender que se crea en él? Los secretos nos han mordido el alma más de una vez. Recuérdese lo ocurrido con los bancos, en términos históricos y, particularmente, durante la crisis del 2002. Las órdenes verbales que determinaron la transferencia de fondos presupuéstales al barril sin fondo de un sistema financiero que fagocitó en miles de dólares la riqueza en medio de un despojo que derramó la miseria y multiplicó, como consecuencia lógica, la marginación. Y que decir de los aberrantes y organizados silencios sobre el tema de los derechos humanos. Todavía se siguen sin dilucidar temas esenciales del pasado dictatorial Uruguay, sin ninguna duda, en este aspecto es el país más atrasado de la región, en que se ha permitido de manera insólita que los "nostálgicos" de ese pasado bestial sean quienes controlen ideológicamente a la organización militar, utilizando su peso para atemorizar a algunos y aplacar la protesta de otros, sin advertirse que de esa manera esos organismos han seguido alejándose de su función especifica. Los señores de uniforme, estacionados en un pasado que debieran considerar como lamentable – defender violaciones a los derechos humanos no es justamente una acción loable que prestigia – no advirtieron que los gobiernos estaban destruyendo al estado Nación, sin el cual el ejército, la marina y la fuerza aérea, no tienen sentido de ser. No es fácil limpiar un país con esas máculas del pasado y menos fácil aún es volverlo creíble a los que quieren invertir en él. Las corrupciones no castigadas -¡y ya son tantas!- pudieron en tela de juicio la transparencia del poder. Todas esas lacras deben ser modificadas y el nuevo gobierno, el del cambio, está en condiciones de hacerlo, quebrando por supuesto compromisos con factores de poder que velan por sus intereses de sector antes que por el interés de la Nación. "La política es el arte de lo imposible", dice un personaje de La silla del águila, novela de Carlos Fuentes. En Uruguay donde todo lo imposible ya ha sucedido, la política es un arte más sencillo, que consiste sólo en poner el interés de la Nación por encima de los intereses de quien ejerce el poder. (*) Periodista. Secretario de redacción del diario LA REPUBLICA y del suplemento Bitácora de Montevideo.
https://www.alainet.org/pt/node/110886?language=en
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