En el comienzo del esfuerzo
Como sustentar la esperanza
15/12/2004
- Opinión
Vivimos en un país de dimensión pequeña, con una
economía de agudos altibajos que sobresaltan no solo a los
llamados agentes económicos, sino además a los productores
de riqueza que no pueden muchas veces hacer pie dentro del
desorden imperante en que el gobierno, abierto en apariencia
a la moda "neoliberal", es capaz de sostener las ideas más
peregrinas aunque las mismas, a la vuelta misma de la
esquina, sean otra demostración del nivel de atolondramiento
que se vive, a dos meses de la entrega del mando, en las
alturas del Edificio Libertad (Casa de Gobierno).
El tema de la producción de energía es uno de esos
ejemplos, en el cual, sin tapujos, aparece la
responsabilidad de toda una concepción ideológica del
presidente de la República y sus colaboradores, que desde el
mismo inicio de su mandato le impidió a UTE (empresa estatal
de electricidad) la concreción de centrales, ya proyectadas,
que le hubieran permitido al país sortear la actual
situación de emergencia y, quizás, hacer un buen negocio
vendiendo fluido a los países vecinos.
El presidente Jorge Batlle, en su momento, dijo que no
era posible que se utilizaran capitales estatales para
concretar las obras que se entroncaban con el ingreso de gas
al país, aunque se le demostró que la propia producción de
energía podría financiar fácilmente las obras. Nuestro
presidente, en base a razones claramente ideológicas, impuso
su criterio de ofrecer las obras - también la de modificar
las fuentes de energía para la central térmica Batlle y
Ordóñez - al capital privado, que obviamente no se mostró
interesado.
Se perdió un tiempo valioso que se sorteó sin mayores
contratiempos y con holgura, en razón de la caída del
consumo en la Argentina que fue producto de la crisis que se
vivió en el país vecino. Al modificarse la ecuación
energética, las ideas de Batlle - lo que no es nuevo -
mostraron su sin sentido y se derrumbaron como un castillo
de naipes.
Uruguay necesitaba concretar soluciones para
autoabastecerse de energía barata y no solo contar para las
emergencias con las centrales Batlle y La Tablada, que son
alimentadas con fuel oil, sub producto del combustible no
renovable que más ha incrementado su precio: el petróleo.
El proyecto de la central de Casablanca en Paysandú, se
manejó en su momento como una de las panaceas que tendría el
país con el ingreso del gas natural y que determinaba además
- ¡por supuesto! - el abaratamiento de la energía en los
hogares y como implícita consecuencia, el mejoramiento de la
calidad de vida de todos los uruguayos.
Ni se hizo Casablanca ni se pasó a gas la central
Batlle y Ordóñez, porque nuestro presidente, siguiendo sus
convicciones ideológicas, obligó a los burócratas
respectivos a ofrecer las obras a capitales privados que
nunca aparecieron. Ni la panacea fue tal, ni con el
suministro de gas a los hogares se produjo una caída de los
precios a la tercera parte de las otras fuentes de energía,
como contaron en su momento el inefable ministro de Energía
de Sanguinetti, Julio Herrera y otros burócratas que le
"vendieron" al país un manojo de cuentos de hadas.
El país – ya en crisis - comenzó a depender enteramente
de la producción de las centrales hídricas, Salto Grande,
Rincón del Bonete, Baygorria y Palmar, cuya producción está
vinculada al caudal de los ríos Uruguay y Negro y, por
supuesto, de la interconexión con Argentina, de donde
provenía toda la energía que nos hacía falta. Para suplir la
caída de la producción y, en este caso, el corte concretado
por Argentina, se dependió de las centrales Batlle y La
Tablada, que utilizan como materia prima el carísimo fuel
oil.
Ni se reconvirtieron esas centrales al más barato gas
natural, ni se levantaron las obras de las que tanto se
habló, ni se intentó erigir en el resto del país soluciones,
como las eólicas, que son relativamente baratas.
La ideología superó a la racionalidad, creyendo Batlle
y su equipo, que la situación del país cambiaría de un día
para otro y la inversión privada, por la sola presencia de
este mandatario gracioso, modificaría su tradicional
reticencia para llegar a Uruguay, uno de los países
proporcionalmente con la menor inversión extranjera del
continente.
El camino a la catástrofe
El tiempo, en su inexorable devenir, mostró que la
matriz energética uruguaya es deficiente. Que la producción
de fluido eléctrico está condicionada por los cambiantes
factores temporales y que el país, en condiciones climáticas
relativamente adversas, no está en condiciones de
autoabastecerse de energía.
Dejó de llover en la cuenca del río Uruguay, se redujo
la producción en Salto Grande, a lo que se sumó un menor
trabajo en las represas que existen sobre el río Negro,
algunas ya al término de su vida útil. Los sedimentos
acumulados con el paso del tiempo van colmatando las
cuencas, determinando una caída en la presión del agua que
baja para mover las respectivas turbinas.
También se redujo el ingreso de energía desde la
Argentina, país jaqueado por su propia problemática, con
necesidades propias, que comenzó a regular sus ventas, vía
interconexión, a Uruguay.
Fue cuando – creemos – Batlle advirtió lo disparatado
de su propuesta de atraer al capital privado para que
resolviera el problema energético. El locuaz presidente debe
haber pensado en lo bueno que es, en ocasiones, guardar
silencio.
Hoy el país, como consecuencia de factores comerciales
favorables, está creciendo a un ritmo importante. Un
crecimiento basado en los vientos favorables que recorren el
mercado cárnico, sobre el que pende la espada de la cíclica
inestabilidad. Pero, en este caso, hay otro elemento
preocupante que es la dependencia resultante de que el 70
por ciento de las exportaciones de esa materia prima se
vende a EE.UU., verificándose otro proceso paralelo y
también enojoso: la incidencia de los demás mercados
tradicionales se está resintiendo.
Rápidamente nos acercamos a la transmisión del mando, a
la asunción del nuevo gobierno que, sin duda, tratará de
revertir los factores negativos de una situación adversa,
comenzando a jugar el partido con varios goles en contra.
La matriz energética deberá modificarse, abriéndose
nuevas fuentes productivas que determinen que el país puede
autoabastecerse del imprescindible fluido. Ello es necesario
para el futuro, como lo es también intentar el viraje de
nuestras exportaciones, sin abandonar los actuales buenos
negocios, a un comercio que le ofrezca al país un futuro más
estable. Ese es el camino de la mano de obra incorporada a
la materia prima nacional, el trabajo multiplicado de
nuestra gente que, además, servirá para sustentar la otra
pata necesaria para el desarrollo: la del mercado interno.
No hay posibilidad de desarrollo sostenido basado en el
inestable comercio con el exterior. Las industrias que han
producido – hay infinidad de trabajos que los prueban –
enteramente para la exportación son las que han sufrido las
crisis más profundas. Ejemplo de ello abundan a lo largo y
ancho del continente y ha sido paradigmático el de la
industria metalmecánica de Córdoba (Argentina), mostrada por
diversos autores como un ejemplo de lo que hablamos.
Las industrias que tienen una pata basada en el mercado
interno que, además, trabajan de manera vertical con la
producción nacional, se mantienen en el tiempo y superan por
sus características las crisis cíclicas propias del sistema.
Claro, el doctor Vázquez ingresa a la cancha con varios
goles en contra, como Uruguay contra Senegal en el último
mundial. Es de desear que aparezcan los Forlan, los Recoba y
los Chengue para revertir lo adverso del resultado. Los
uruguayos esperanzados nos merecemos esa alegría.
Pero hay una dificultad previa, adicional, que se debe
sortear. La de ese millón de uruguayos que, gracias al
modelo caduco de los organismos multinacionales de crédito,
malviven por debajo de la línea de la pobreza.
* Carlos Santiago es periodista. Secretario de redacción del
diario LA REPUBLICA y del semanario Bitácora. Montevideo,
Uruguay.
https://www.alainet.org/pt/node/111044?language=en
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