Nuevas alianzas para la economía social
30/08/2005
- Opinión
Probablemente, en la historia de las ideas, ninguna ha tenido un apogeo tan
total y un declino tan rápido como la teoría del Libre Mercado, alguna vez
considerada panacea universal para todos los problemas, y por ende, también lo ha
tenido su visión cosmogónica: la conocida como globalización neoliberal.
Ciertamente, no fue éste el caso del marxismo, y menos el de las grandes
religiones, que tuvieron largos períodos de tiempo y fuertes choques sociales
hasta encontrar proselitismo. Si uno mira bien los titulares de los diarios,
espejos muy imperfectos de nuestros tiempos, la palabra globalización empieza a
aparecer sólo después de la caída del Muro de Berlín. Y lo más interesante es
que este término no aparece como un fenómeno de referencia histórica, sino como
una visión sin alternativas, que tiene cómo fin único mutar el destino de la
economía y de la sociedad mundiales de una manera definitiva, sin que se puedan
realizar las más mínimas correcciones o el menor divertimento sobre su plan
estratégico inicial.
Antes de seguir avanzando quizás sería útil reflexionar sobre dos aspectos del
debate relativos el término globalización. El primero sería un debate
semiológico y el segundo, conceptual. El término globalización no es sinónimo
de mundialización. Global es un término, especialmente en lengua inglesa,
idioma de la globalización, con un sentido más total y definitivo que la
palabra mundial. Global lleva implícito en su sentido una voluntad, una
estrategia. Por ejemplo, es global la lucha contra el terrorismo. Mundial es un
término más vinculado a medir espacios y dimensiones: el calentamiento de la
tierra decimos que es mundial; sin embargo, sólo una acción global puede
solucionarlo. Parecería ésta una observación marginal, pero explica por qué en
el mundo sajón se habla de globalización. La segunda observación que quiero
plantear, esta vez de carácter conceptual, es que el mundo siempre ha estado en
un proceso de integración, con momentos de aceleración, como el descubrimiento
del Nuevo Mundo, el desarrollo mercantil debido a la revolución industrial, etc.
El proceso de mundialización, por lo tanto, es un proceso natural, ancestral y
saludable, siempre que se respeten las identidades culturales y la riqueza
multicultural. Pero, la globalización a la que nos referimos no es el resultado
de un proceso histórico natural: es una visión cosmogónica de un camino
económico, cultural, político y social basada en los principios y visiones
neoliberales. Esta es la razón por la que el Foro Social Mundial de Porto
Alegre se reúne bajo el lema “otro mundo es posible”, y plantea una
globalización alternativa, por ejemplo, una globalización solidaria.
El libre Mercado conlleva una serie de corolarios de hondo calado: la
obsolescencia del Estado como gestor de la economía, ya que el Libre Mercado
funciona sólo si nadie se mete en el camino; la idea que la sociedad no se
mueve por intereses ideales, sino que la mano invisible del Mercado solucionará
todo, inclusive el hambre y las injusticias; por último y de vital importancia
para el Tercer Mundo, es la necesidad de eliminar toda barrera y defensa
nacional, ya que la integración mundial sólo funciona si se deja todo abierto a
la competencia. Todo esto acontece en un entorno cultural y político en el cual
la desaparición de los contrapesos del comunismo nos abandonan a una orgía de
ilusiones que comienzan con la teoría de que ha llegado el fin de la historia
de la humanidad y que terminan con esa hipótesis que asegura la paz mundial
duradera y eterna que llegaría, supuestamente, con el fin de la Guerra Fría.
El sistema internacional se adecua rápidamente al pensamiento único. El acuerdo
de Washington sobre la adopción de la globalización neoliberal como estrategia
única integra al Banco Mundial (BM), al Fondo Monetario Internacional (FMI), a
la Organización Mundial del Comercio (OMC), al gobierno americano, y encuentra
profundo eco en las instituciones y los gobiernos europeos. El Tercer Mundo,
bajo presiones absolutas, acepta los llamados ajustes estructurales,
comprimiendo los gastos públicos para reducir el déficit presupuestario,
reduciendo sus presupuestos destinados a educación y salud.
Pero, al final de la década de los noventa, tan solo diez años después, el
pensamiento único empieza a tener voces críticas, que se van transformando en
un coro. Nada se ha hecho para eliminar los subsidios agrícolas de Estados
Unidos y Europa, que pesan sobre las economías en desarrollo nueve veces más
que la ayuda que se les concede: el comercio internacional, es todo menos libre,
por las prebendas que el Norte guarda para sí mismo. El mundo occidental vive
ajeno a la reflexión sobre lo que significa que cada vaca europea reciba tres
dólares diarios de subsidio, una cantidad tres veces superior a la que tienen
diariamente 800 millones de seres humanos del mundo para subsistir; como
también vive de espaldas a la realidad numérica que determina que los 300 mil
millones de dólares de subsidios agrícolas anuales destinados a EE.UU y Europa
sea un cantidad nueve veces superior a la que ellos mismos dedican al
desarrollo.
Así, el espejismo sobre la reducción de la deuda del Tercer Mundo se transforma
en un ritual. El capital de esta deuda ya ha sido devuelto dos veces: pero el
servicio de los intereses sigue creciendo. Basta el caso de África, que cada
año entrega 300 mil millones de dólares de desembolso por el pago de la deuda,
y que va a recibir ahora 50 mil millones de dólares de ayuda, eso después de
una reunión del G8 dedicada exclusivamente a África. Nadie ha visto los
dividendos de la paz del fin de la Guerra Fría: los gastos militares siguen
siendo casi cuarentas veces más altos que la ayuda internacional. Es más,
algunos países han aumentado los costos bélicos, que según leo recientemente en
los Refranes del escritor uruguayo Eduardo Galeano, ascienden a 2.200 millones
de dólares diarios. Sólo EE.UU dilapida una cantidad similar a la de la suma de
los consumos en gastos militares de los 20 países que le siguen en este
lamentable ranking de cifras.
Los teólogos de la teoría del Libre Mercado empiezan a cambiar de campo teórico.
Los casos más conocidos son los de Jeffrey Sachs, que fue el artífice del
cambio de choque del comunismo al capitalismo en Rusia, del programa de
privatización radical de Bolivia, y que ahora trabaja en Naciones Unidas (ONU),
y el del premio Nóbel de la Economía y, también, Joseph Stiglitz que desde el
Banco Mundial confiesa sus dudas sobre el camino adoptado, convirtiéndose de
repente en el gran crítico del Fondo Monetario Internacional. Mientras tanto,
las estadísticas se hacen fatalmente elocuentes. Cerca de 80 países del Tercer
Mundo están peor ahora que hace diez años. Los gastos de educación y de salud
han caído, como promedio, en un 30%. El gran flujo de las inversiones privadas,
mantra de la globalización neoliberal, se han ido distribuyendo en el mundo no
según las necesidades, sino según las oportunidades, como era previsible. China
ha recibido 30 veces más inversiones el pasado 2004 que Brasil.
Todos estos despropósitos los resumió muy bien en una frase Benjamín Mkapa,
Presidente de Tanzania, a quien nadie ha acusado de corrupción o nepotismo,
cuando dijo: “Hicimos todo lo que nos han pedido. Hemos privatizado las pocas
empresas públicas que teníamos, y hemos abierto las fronteras eliminando todo
arancel de protección. Las empresas las ha comprado capital extranjero, para
casi siempre cerrarlas y utilizarlas como base local de empresas
internacionales, aumentando el desempleo. La eliminación de las barreras
aduaneras ha hecho entrar todo tipo de mercadería que es más barata que lo que
se pueda producir en el país, con reducción de la artesanía y la microeconomía.
Estamos esperando las inversiones, y nadie se ha presentado…”
En lugar de armonizar el mundo, el capitalismo incontrolado lo ha quebrantado
aún más de lo que ya estaba. En el 1960, el 20% de la gente más rica de la
humanidad era treinta veces más rica que el 20% más pobre: ahora es sesenta
veces más rica. Y según el último Informe del Desarrollo Humano de Naciones
Unidas, hoy las 100 personas más ricas del mundo tienen el mismo capital de los
1.500 millones más pobres. Y por cada dólar proveniente de la producción de
bienes y servicios, hay 20 dólares que llegan de especulaciones financieras. Se
habla de acuerdos para regular el flujo de bienes y servicios, evaluado en
500.000 millones de dólares diarios, pero nadie discute la reglamentación de
los dos trillones de dólares de movimientos bursátiles y financieros. La
Organización Mundial del Comercio no tiene contrapartida en las finanzas, ni
nadie propone algo similar.
El sociólogo Alaine Touraine observa que “ya no existe el enfrentamiento entre
el Primer Mundo y el Tercer Mundo. Hay una dualidad, una latinoamericanización
del mundo entero. Ricos y pobres los hay tanto en Nueva York como en Saô Paulo,
hay un mundo de los ricos, un mundo de los medios ricos, un mundo de los medios
pobres, y un mundo de los muy pobres, que también son planetarios”. Esto es
cierto, pero no están distribuidos de la misma manera. La ciudad de José C. Paz,
en la provincia de Buenos Aires, tenía el 8 % de desempleados antes de la
gigantesca aplicación de la receta neoliberal del Presidente Menem. Hoy tiene
alrededor del 70% de parados. En Argentina la experiencia neoliberal se semeja
mucho a una bomba de neutrones: no ha tocado las estructuras, sólo ha dañado
gravemente a los ciudadanos. Argentina sigue siendo un país de grande recursos
naturales. Hoy el 20% de la población más pobre recibe el 4,2 % del ingreso, y
el 20 % más rico se lleva el 52,1 por ciento.
Significativamente, esta brecha entre ricos y pobres aumentó 140 veces entre el
1970, y el 1999. Es por esto que la década actual tiene como tendencia
fundamental la del rechazo del capitalismo sin controles. El consenso de
Washington ya no tiene teólogos o economistas a su lado, sólo funcionarios; y,
obviamente, están en su mismo bando el gran sistema multinacional y los grupos
políticos aliados. Lo que complica las cosas es que la Guerra Fría no se ha
terminado. Antes, el Imperio del Bien luchaba en contra del Imperio del Mal,
que era geográficamente proyectado sobre la Unión Soviética. Ahora el Imperio
del Bien ha quedado con vida y se ha reconvertido para luchar en contra del
Nuevo Imperio del Mal, que es el terrorismo, concebido de manera amplia, sin
zonas geográficas y sin fronteras delimitadas. La guerra se hace en contra de
los “estados canallas“, que el Imperio del Bien define a discreción, con lo que
se anuncia una guerra infinita. Para mantenerla eternamente viva los americanos
ponen 8 dólares de cada cien en armamento, 16 centavos de cada cien dólares en
la guerra en contra de la pobreza y las miserias, que obviamente, son causas de
que el Imperio del Mal tenga reclutas sin fin.
En contra de todo esto ha habido una gigantesca movilización de lo que hoy se
llama “sociedad civil”. Todos recuerdan como en Seattle, durante la Conferencia
de la Organización Mundial del Comercio, una coalición improvisada de
sindicatos, activistas sociales, ecologistas y pacifistas hizo fracasar la
Conferencia. Y nadie ignora actualmente la existencia del Foro Social Mundial,
que se reunió en Porto Alegre por primera vez en 2001, para denunciar la
deshumanizada situación internacional y el Foro Económico Mundial de Davos como
una reunión ilegitima, donde algunos cientos de personas, sólo en base a su
fuerza económica, se reúnen y toman decisiones mundiales sin mandato de los
pueblos sobre los que se aplican dichas disposiciones. En Porto Alegre
esperábamos unas diez mil personas el primer año, y llegaron cerca de 15.000
almas. Hoy el Foro Social Mundial reúne cerca de 130.000 personas, tanto que en
la próxima cita de 2006 se va a intentar realizar el encuentro simultáneamente
en varios lugares del mundo, ya que desarrollarlo en un solo lugar se está
convirtiendo en una realidad cada día más compleja.
Lo que hay que indicar, es que en el Foro Social Mundial confluyen dos
componentes históricos de lo que hoy se llama Sociedad Civil Global o
Movimiento Altermundista. La primera generación de la sociedad civil nace en el
marco del paradigma del desarrollo. Grupos de ciudadanos que se identifican con
los temas de desarrollo (derechos humanos, mujeres, medio ambiente, lucha en
contra de la pobreza), frente a la incapacidad del sistema público en incidir
en estos temas, se organizan en lo que se llamarán Organizaciones No
Gubernamentales, para recalcar el carácter voluntario y asociativo . Algunas,
como Amnistía Internacional (AI), Green Peace(GP), y otras, se transforman
rápidamente en nuevos actores internacionales, muchas veces más importantes que
las cancillerías correspondientes. Es como consecuencia de sus campañas de
actuación que el Secretario General de Naciones Unidas, Boutros Boutros Ghali,
decide en la década de los noventa organizar una serie de grandes conferencias
sobre estos temas, que concluyen en aprobar un plan de acción para llegar a
soluciones conjuntas.
En las conferencias, por primera vez, la sociedad civil puede participar,
aunque en condiciones reducidas. Es así que las ONG’s, por ejemplo de derechos
humanos, hasta entontes consideradas como subversivas por diversos gobiernos,
se legitiman por ser ya parte de la agenda internacional, y entran a ser
instituciones de pleno derecho en la vida internacional y nacional. Las ONG’s
deben, por lo tanto, su legitimidad a las instituciones internacionales, como
Naciones Unidas, con las cuales trabajarán estrechamente en el curso de los
siguientes años. La segunda generación de la sociedad civil nace en el marco
del paradigma de la globalización. O sea, nace por aquellos movimientos
sociales y ciudadanos, que consideran que los estragos de la globalización
neoliberal y la aquiescencia de los gobiernos son intolerables. Es esta lucha
en contra de las instituciones internacionales neoliberales la que une grupos
tan diferentes, algunos de los cuales, como ATTAC, se crean como reacción
ciudadana. El camino, por lo tanto, es opuesto al de las ONG’s, y esta segunda
generación de la sociedad civil alcanza su legitimidad por estar en contra de
las instituciones y no a favor de ellas.
En Porto Alegre estas dos generaciones se encuentran, y al comienzo tienen un
diálogo difícil que, todavía hoy, tiene puntos de tensión. La segunda
generación mira a la primera como poco política, muy cercana al sistema y a
veces distante de las masas de los desposeídos. Por su parte, la primera
generación mira a la segunda como víctima de un radicalismo abstracto, que
muchas veces trata al vino como si fuera agua sucia, porque es incapaz de hacer
compromisos realistas. Pero el encuentro se hace sobre la base del discurso de
valores de ambas generaciones que son, sorprendentemente, muy cercanos. Unos y
otros consideran que el Ser Humano, y no el Mercado, es el centro de la
sociedad. Ambos consideran que las injusticias pueden ser corregidas, y si no
se hace este trabajo es sólo por falta de voluntad política. Ambos consideran,
además, que el capitalismo sin regulaciones es una fuerza catastrófica y no
creativa.
Es difícil saber si esta unión, que ha significado la reunión de más de 100
millones de personas en la marcha en contra de la guerra de 2003, se hubiera
dado sin el gran elemento unificador que ha representado la administración Bush.
Así como en el episodio V de la saga “La Guerra de la Galaxias” (Star Wars),
titulada El imperio contraataca (“The empire fights back”), el gobierno Bush ha
logrado unir muy diferentes sectores que van de los ecologistas —aterrados por
el cambio climático y la lucha de Washington en contra del cumplimiento del
acuerdo de Kyoto (cuyo ideal era reducir las emisiones nocivas de un 5% sobre
el 1990, mientras que sólo se ha conseguido aumentarlas hasta un 15%)—, a los
activistas de derechos humanos —escandalizados por Guantánamo, Afganistán, Irak,
y la lucha frontal en contra de la Corte Internacional de Justicia—, pasando
por los comprometidos en la lucha en contra de la pobreza (no hay que olvidar
que Estados Unidos es ahora el país con la contribución más baja del mundo per
capita en este punto), por no citar a los movimientos pacifistas, indignados
por un Presidente que se define “un presidente de la Guerra”. No hay un solo
sector de la Sociedad Civil que la administración Bush no haya enfrentado con
sus políticas insolidarias, por no detenernos en citar otros casos, como la
Guerra en contra del multi-lateralismo de las Naciones Unidas, del nombramiento
del halcón Volwovitz para el Banco Mundial (que, para muchos, es algo así como
poner a Drácula como director de un banco de sangre, según muchos), así como
del Super-Halcón Bolton, colocado como embajador ante las Naciones Unidas.
Los episodios de enfrentamiento con la visión y los valores de la sociedad
civil global son tales y tantos, que merecerían un estudio a parte. También
porque cada vez que la administración Americana ha sido desafiada por estudios
científicos que no iban en su dirección, ha resuelto ignorarlos, apoyada por
una sistema de información totalmente alineado que demuestra una nula capacidad
autocrítica. El analista Eric Alterman, en su libro “What Liberal Media?”,
demuestra que sólo el 8% de los americanos recibe puntos de vista diferentes,
mientras que el 92% reciben una información alineada. Un buen caso práctico es
el destino del único estudio sobre este tipo de globalización en marcha,
realizado por la Organización Internacional del Trabajo, un organismo que forma
parte de las Naciones Unidas, creado en el 1919 entre trabajadores, empresarios
y estados para solucionar los problemas del trabajo en el mundo. Encargada por
su Asamblea General de estudiar los impactos globales de la globalización, la
OIT ha delegado este trabajo en una comisión de alto nivel, presidida por la
Presidenta de Finlandia y el Presidente de Tanzania, así como otras
personalidades de todos los sectores integrantes, inclusive del mundo
empresarial más tradicional. La comisión ha entrevistado a miles de personas en
decenas de países, y tras dos años de discusiones y estudios, ha concluido que
los impactos sociales de la globalización son negativos, de manera que urge
corregir las desviaciones devolviendo un papel importante a las políticas
sociales y al trabajo digno, pilares básicos de una sociedad justa. Las
recomendaciones de la comisión apuntan a una visión social de la economía, y
hacen apelaciones concretas en esta dirección. El informe no ha tenido apenas
eco en Estados Unidos si exceptuamos algunos círculos de Washington o New York,
a pesar de que formaban parte de ella americanos de la talla de Stiglitz,
Korologos, actual presidente de la Board of Trustees de la Rand Corporation
(que fue Vicepresidente durante el tiempo que funcionó la Comisión Mundial) y
el presidente del AFL-CIO, Sweney.
Se puede decir que, de alguna manera, perdura la alianza entre la sociedad
civil global y las instituciones internacionales del paradigma del desarrollo.
En esta alianza, ha entrado también la segunda generación. Uno de los temas
centrales del último Foro Social Mundial fue defender a Naciones Unidas del
declino al cual le ha condenado inexorablemente la administración Bush, y
solicitar su reapropiación para los pueblos que la integran, más allá de los
gobiernos. El informe de la OIT tuvo, sin embargo, un gran eco en el Foro
Social Mundial y fue objeto de un diálogo entre representantes de la sociedad
civil y del mundo sindical, que trabajaban sobre la necesidad de nuevas
alianzas para buscar mecanismos de contrapeso en el declive de la justicia
social y del desarrollo humano.
A través del tema de las nuevas alianzas llegamos al punto central de la
discusión: la ausencia en el debate contemporáneo de las necesidades y retos de
la economía social hoy. Es inexplicable cómo este importante módulo de la
economía moderna, está totalmente ausente, tal vez una razón sea que este
asunto no cabe en la agenda de Davos y que no tiene demasiada prioridad en la
de Porto Alegre. Pero ¿cuáles son los elementos que podemos considera el común
denominador de las diversas facetas de la economía social?
Indiscutiblemente detrás del concepto de economía social esta el de cooperación,
sostenido por un uso compartido de la información, así como la adopción
participada de decisiones conllevan beneficios intangibles a veces, no
monetarios, pero reales, y a una perspectiva de la sociedad donde el concepto
de Bien Común juega un papel trascendente por su esencialidad en el desarrollo
humano sostenible. Estos elementos son comunes a las heterogéneas formas de
economía social, desde el antiguo mundo cooperativo al cosmos de la economía
solidaria, pasando por las nuevas asociaciones de comercio justo y solidario y
por todas las actividades que se ocupan de apoyar un estilo de existencia y una
calidad de vida diversos, hasta llegar al vasto sector del “sin ánimo de lucro”
(no profit) y a la nueva economía basada en la noción de ecología sustentable.
El crecimiento de la economía social no contiene visibilidad, por su falta de
atracción política relevante, pero no por esto es menos trascendente, sino
mucho más: lo verdaderamente importante es invisible a los ojos, como dice el
proverbio chino. Se desarrolla hoy en fórmulas muy modernas, en el campo de los
seguros o las finanzas, y convive con la clásica cooperativa de antaño, aún
viva. Las dimensiones son mucho mayores de lo que normalmente se conocen sólo
desde el punto de vista teórico. Basta decir que en América Latina solamente,
en el año 1999, el sector de la economía solidaria tenía el 5.2 del PIB, con un
crecimiento anual sostenido del 4,5%. Este sector estaría hoy integrado por
60.000 empresas, con casi 60 millones de asociados, sobre una población de 300
millones de latinoamericanos. La iglesia católica —con el llamamiento de Juan
Pablo II a construir una “economía de la solidaridad”, en su visita en el 1987
a la CEPAL (Comisión Económica para América Latina de Naciones Unidas)— ha
encontrado un dilatado eco en la región. También ha ayudado por uno de los
esfuerzos teóricos de las muchas cátedras de Economía Social que han surgido en
el continente, que han rescatado el concepto de Mercado, demostrando que no es
y no ha de ser sinónimo de capitalismo. Jeremy Rifkin, en su libro “El sueño
europeo” cita el estudio realizado por la Universidad John Hopkins, The
Comparative Non Profit Sector Project. Este estudio, realizado en 22 naciones:
“estima que el sector de la sociedad civil es un sector que moviliza 1,1
billones de dólares y que proporciona empleo a más de 19 millones de
trabajadores que perciben un salario de dedicación completa. En esos países,
los gastos de las organizaciones “no lucrativas” representan un promedio del
4,6 por ciento del producto interior bruto, y el empleo de estas organizaciones
no lucrativas constituye el 5 por ciento de todo el trabajo no agrícola, el 10
por ciento de todo el trabajo del sector servicios y el 27 por ciento de la
totalidad del empleo público. Varias naciones europeas presumen en la
actualidad de un nivel de empleo en el sector “no lucrativo”. En Irlanda, el
11,5 por ciento del total de trabajadores pertenecen al sector no lucrativo, y
en Bélgica el 10,5 de los trabajadores halla acomodo en ese sector. En el Reino
Unido, el 6,2 de la fuerza de trabajo se encuentra en el sector no lucrativo, y
en Francia y Alemania la cifra es del 4,9 por ciento. Italia tiene actualmente
más de 220.000 organizaciones de carácter no lucrativo, y su sector no
lucrativo emplea a más de 630.000 trabajadores a tiempo completo. En la década
de 1990, el crecimiento del empleo en el sector no lucrativo en Europa fue más
intenso que en cualquier otra región del mundo, con un aumento medio del 24 por
ciento en Francia, Alemania, Países Bajos y Reino Unido. Sólo en estos países,
la expansión del empleo no lucrativo supuso el 40 por ciento del crecimiento
total del empleo, o 3,8 millones de puestos de trabajo. Es interesante señalar
que, en los diez países europeos cuyos datos de ingresos son accesibles, la
facturación por servicios y productos supuso entre un tercio y la mitad de los
ingresos del sector no lucrativo entre los años 1990 y 1995. En términos
globales, de los 22 países cuyos datos son accesibles, el 49 por ciento de los
ingresos de carácter no lucrativo proviene de la facturación de servicios y
productos. En Estados Unidos, el 57 por ciento de todos los ingresos no
lucrativos procede de la facturación de servicios y productos”. (El sueño
europeo, pp. 302-303)
Podemos traducir todo este debate en los términos de la sociedad civil, que es
una aliada natural de la economía social, pero no en los hechos. Esta discusión
viene presentada sobre un debate de valores, como son la equidad, la justicia,
la participación y la defensa de la humanidad. Son estos los valores que animan
a la sociedad civil y son, dicho de otra manera, los mismos valores que mueven
al mundo de la economía social. La prueba de fuego es que ambos sectores
rechazan los valores de la globalización neoliberal: el provecho como fin
último y legítimo, la competencia como elemento fundamental de las relaciones
económicas, el Mercado como dios, como ley, como mecanismo exclusivamente
dirigido al enriquecimiento capitalista. Y, sobre todo, el capital como valor y
medida última de la sociedad, lo que deja relega al Ser Humano a convertirse en
mero factor marginal de la producción y en un factor esencial del consumo.
El camino de la participación de la economía social en el debate de la
gobernabilidad mundial es urgente e indispensable. Bien que mal, un sector tan
estratégico está ausente de los foros mundiales y, por lo tanto, del debate de
las ideas que en ellos surgen. Lo lógico sería que hubiera un tercer Foro
Mundial, además de Davos y Porto Alegre en que los sectores que el Informe de
la OIT idealiza como fundamentales para una mayor economía mundial —los de la
economía solidaria, del mundo cooperativo, del tercer sector sin ánimo de lucro,
de los empresarios de comercio justo y de ecología durable, de todos los
sectores del mercado social—, se congreguen para el intercambio de ideas y
experiencias, se organicen en un sistema alternativo y adopten planes de acción
impulsores de la gobernabilidad mundial en la dirección que ellos comparten.
Esta labor ya no se puede hacerse más sólo en marcos nacionales o locales.
Mientras en cada país, especialmente en Europa, el sector de la economía social
tiene voz y peso, si seguimos sin crear una estrategia mundial se corre el
riesgo de que la globalización neoliberal le siga pasando a la economía
solidaria por encima como una apisonadora. De abrirse, esta nueva vía de
trabajo tendría el apoyo de la sociedad civil global, del Foro Social Mundial y
de todo el gran movimiento mundial que busca una sociedad más participativa y
justa. Pero las mejores alianzas se hacen entre iguales, y no se trata de tener
una mayor participación en Porto Alegre. Se trata de que haya formalmente tres
Foros Mundiales: Davos, Porto Alegre y el Foro Mundial de la Economía Social,
como actor individual. De allá, los lazos van a surgir fuertes y vivos. Y los
miles de millones de personas que están esperando una sociedad más justa, verán
en este proceso una nueva esperanza: la de una economía solidaria que llega
finalmente para quedarse.
https://www.alainet.org/pt/node/112858?language=es
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