Centralismo y participación

23/11/2006
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  • Opinión
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Los movimientos sociales surgidos en las últimas décadas viven desde que gobierna Hugo Chávez una edad dorada. Sin embargo, no siempre coinciden los ritmos de transformación de las bases y el oficialismo.

Salvo imprevistos o magnicidio, el proceso bolivariano se está consolidando frente a quienes pretendían derribarlo por la fuerza o por las urnas. La decisión de la mayor parte de la oposición de participar en las elecciones, en contra de lo que postulaban partidos como Acción Democrática, consiguió aislar a los opositores ‘duros’ o golpistas. En esa decisión pesaron los fracasos anteriores, en particular el referéndum revocatorio del mandato de Hugo Chávez, que mostró tanto los límites de la oposición como el sólido apoyo con que cuenta el presidente entre la mayor parte de la población.

En esa decisión tuvo su peso la bonanza económica por la que atraviesa el país, que viene creciendo a ritmos sostenidos desde el fracaso del paro petrolero en 2003. Aunque este crecimiento no ha conseguido zurcir la drástica fractura social entre los pobres y las clases medias, el buen momento de la economía permite suavizar la crispación de esos sectores que, ante todo, contemplan con rencor el ‘empoderamiento’ de los marginados y los excluidos. En paralelo, el régimen bolivariano puede esgrimir en su haber la mejora de los indicadores sociales, en particular en aspectos como la salud, la gestión del agua y la educación.

Este conjunto de factores, estrechamente ligados al elevado precio internacional del petróleo, juegan a favor de la distensión política y social, de la estabilización del proceso político interno y crean las bases para una posible profundización de la ‘revolución bolivariana’ y los cambios proclamados por el propio presidente. Todo indica que la participación de la población, sus potencialidades y limitaciones estarán en el centro de la coyuntura postelectoral.

Movimientos y participación

Un conjunto de movimientos sociales venezolanos de nuevo tipo, surgidos en la década de los ‘90, se han venido consolidando en los últimos años gracias a la actitud positiva del Gobierno de Hugo Chávez. Los más dinámicos suelen ser de carácter territorial, como las más de 2.000 Mesas Técnicas de Agua y los 6.000 Comités de Tierra Urbana creados a partir de 2002, que representan a un millón de familias. Ellos conforman el núcleo de los nuevos movimientos, a los que habría que sumar la Unión Nacional de Trabajadores escindida de la tradicional Confederación de Trabajadores Venezolanos.

Los movimientos territoriales y comunitarios para gestionar el agua y para legalizar los miles de asentamientos que se han ido creando en los barrios populares son la respuesta de los más pobres a las políticas de marginalización y segregación impuestas por el modelo neoliberal. En ambos casos, el Gobierno bolivariano está promoviendo la integración de los pobres, la llamada ‘inclusión social’, a través de la movilización de los excluidos, lo que diferencia este proceso de las políticas ‘focalizadas’ hacia la pobreza que caracterizan a los gobiernos de derecha, e incluso a los progresistas o de izquierda, en los demás países latinoamericanos, que convierten a los pobres en objetos de asistencia, o de caridad, sin modificar su papel en la sociedad. A lo sumo, consiguen una integración en condiciones de subordinación. Sin duda, este cambio es uno de los principales factores que permiten hablar de una nueva relación de fuerzas entre las clases y sectores sociales en Venezuela, y la razón por la que la oposición de derecha y la Administración Bush pretenden poner fin al proceso.

Según analistas independientes, la ofensiva de la derecha y la oposición para derrocar el proceso bolivariano ha bloqueado los incipientes debates que se registran entre las bases sociales que buscan mayor participación en las decisiones gubernamentales. Todo indica que a medida que la llamada revolución bolivariana se consolide, la contradicción entre centralización y participación se irá acentuando. La coyuntura postelectoral parece favorable a la ampliación de esos debates que, casi inevitablemente, chocarán con funcionarios gubernamentales proclives a tomar decisiones desde las alturas.

El mapa regional

Con el triunfo de Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil, el proceso de integración regional no parece enfrentar sobresaltos mayores, más allá de los obstáculos que interpone Estados Unidos, que está buscando firmar tratados de libre comercio bilaterales con varios países de la región. En realidad, las mayores dificultades consisten en que los intereses nacionales suelen imponerse sobre los regionales a través de una seguidilla de conflictos: Argentina y Uruguay enfrentadas por las fábricas de celulosa; Brasil y Bolivia por la nacionalización del gas decretada por Evo Morales; Argentina y Brasil estuvieron enzarzadas durante años en una guerra comercial; Paraguay y Uruguay se sienten desconsiderados por los grandes del MERCOSUR...

En este panorama, Venezuela juega de forma transparente y decidida a favor de una integración regional que no pase sólo por el comercio; defiende formas integrales de construcción de una sólida alianza regional, y lo hace con generosidad, poniendo sus cuantiosos recursos petroleros como dinamizadores del proceso de integración. Una buena muestra de su intención integradora es la propuesta de construcción del Gasoducto del Sur, que unirá Venezuela con la Patagonia argentina, proyecto que Felipe González calificó como “una broma”. La consolidación del proceso bolivariano puede redundar en un potente respaldo a la integración regional.

https://www.alainet.org/pt/node/118358?language=es
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