La cautivante resistencia de la mujer afro
02/07/2007
- Opinión
En las mujeres descendientes de africanos que hoy poblamos este suelo, algunas visiblemente negras, otras por debajo de la piel, y como forma de agasajo a las gloriosas artistas uruguayas Marta Gularte, Rosa Luna y Lágrima Ríos: mi breve exposición se propone reivindicar a la madre espiritual. Ser madres -con todo lo que el sublime concepto supone- es una de las tantas facetas que las féminas poseemos concreta o potencialmente. Madre es toda mujer en su capacidad de ternura, alegría, tenacidad, dinamismo, audacia e imaginación. Resulta fácil entonces comprender que la afroreligiosidad, terminada la esclavitud en América, tuviera al sexo femenino como elemento importante en su propagación y en su liturgia.
Los habitantes originarios del África, arrancados de su continente y obligados a la diáspora que significó el tráfico de esclavos, llevaron consigo su ser integral, y sus aportes culturales más potentes en nuestro país sin dudas fueron y son, el candombe y la religión. Tradición espiritual que en sus conspicuos inicios en Brasil -hablo del Candomblé- tuvo a las damas africanas como figuras preponderantes en la conservación y transmisión del rito religioso a través del matriarcado.
En nuestra región en particular, la mujer afro, ha sido protagonista de papeles únicos a lo largo de la formación de las identidades de las sociedades actuales; como esclava -rol tristemente compartido con las indígenas- como núcleo del acervo ritual, y contemporáneamente en Uruguay como figura del carnaval en su papel de vedette de candombe. Estampa que no integraba el cuadro inicial, aunque adicionada complacientemente por aclamación popular. Téngase en cuenta sino, el porqué recordamos fundamentalmente a Marta y a Rosa.
Hablando de historias de resistencias; la música, el arte, la danza, la religión. Aquello que de alguna manera perpetúa y recrea un modo de ser propio: ¿Qué son sino formas de resistir con dignidad y belleza humana los embates de una sociedad impermeable a los sentires y carencias de lo africano trasplantado forzadamente?
Lo que obliga a mirar a una etnia excluída -por gusto, placer o necesidad- no son sino gritos de libertad. Un decir existo y necesito espacio para no dejar de ser. Eso testimonia cada noche de Llamadas y cada fiesta de Yemanjá en febrero.
La presencia negroafricana en la población nacional, es una riqueza no dimensionada en su verdadera magnitud, por una conciencia social que aún no despierta de su letargo de imaginario monopolio europeizante a contrapelo de la realidad. De ello dan prueba nuestras divas de ébano locales, recordadas y glorificadas por unanimidad oriental del Uruguay.
Quienes portamos la llama de la impronta nativa sea en lo afro o en el tema indígena por pura militancia, somos meros instrumentos responsables de un legado ancestral y la forma en que lo prodigamos es espontánea, diversa, y a la vez una sola.
Sea por la imponencia del canto y el baile al sonar de los tambores, o por la urgencia del bienestar buscado a través de la fe, resulta casi imposible no comulgar con la esencia de la expresión africana y en esas instancias, personas de distintos orígenes se unen en el sentimiento. La fuerza del llamado de estas manifestaciones, en las que mujeres afro han tenido y tienen presencia primordial, es parte de la estrategia que utiliza la providencia para restituir el equilibrio quebrado durante el tráfico.
Tres luminarias: una con su canto, las otras con sus esculturales y graciosos cuerpos, han llevado consigo la grandeza de su etnia natal a lugares impensados. Han representado a nuestro país por el mundo entero y lo seguirán haciendo espiritualmente desde su arte que pervive y se mitologiza en sus ausencias físicas. Siento profunda admiración por estas nuestras pares, que alzaron la bandera de su cultura por encima del contexto colectivo, indiferente tal vez a sus peculiaridades, siendo objeto de prejuicios diferenciadores que normalmente hubieran impedido destacarse en ningún ámbito público.
En ellas rememoro la profunda y sagrada sensualidad de nuestras madres orixás exponentes del culto africano, forma de ver la espiritualidad que tiene hermosura estética además de ética proveniente de la Naturaleza reverenciada en los ritos
Digo siempre que en mi persona transversalizo varias de las discriminaciones que esta sociedad lamentablemente conserva: soy mujer, negra y “macumbera” como se dice vulgarmente. Es cotidiano para mí ser excluida. Contra lo que podría pensarse esto me ha hecho crecer interiormente, y siento que esa es la resistencia de la cual estructuralmente estamos hechas las afro.
Es mujer y negra la orixá que permite la popularización de la religión Umbanda en la ciudadanía, me refiero a Yemanjá. Es madre espiritual porque según cuenta la leyenda, parió a la mayoría de los Orixás yorubas.
Y son también madres espirituales las mujeres que hoy en sus terreiros o templos afroumbandistas, imparten el culto y preparan fieles que aspiran a sacerdotes, en igualdad de status que los hombres y sin distinciones relegantes, lo cual no sucede en todas las religiones.
La cruel aculturación que sufrieron los seres desarraigados que sobrevivieron al genocidio perpetrado por las voraz conquista, conminó a los pueblos originarios a olvidar todo vestigio de sus idiosincrasias, incluso y más que nada sus creencias espirituales, por ser factor de cohesión por excelencia. Sin lograr exterminarla, dañaron la memoria histórica y es necesario restaurar las raíces, pues gran porcentaje de afrodescendientes uruguayos ignoran cuál era la fe de sus ancestros. Ese eslabón perdido hoy se encuentra en las casas de religión de matriz africana y debemos preservarlo, porque es parte fundamental de su cultura. Por amor a lo que somos y a las mujeres que hoy tienen el color del Uruguay o sea, todas nosotras.
Los habitantes originarios del África, arrancados de su continente y obligados a la diáspora que significó el tráfico de esclavos, llevaron consigo su ser integral, y sus aportes culturales más potentes en nuestro país sin dudas fueron y son, el candombe y la religión. Tradición espiritual que en sus conspicuos inicios en Brasil -hablo del Candomblé- tuvo a las damas africanas como figuras preponderantes en la conservación y transmisión del rito religioso a través del matriarcado.
En nuestra región en particular, la mujer afro, ha sido protagonista de papeles únicos a lo largo de la formación de las identidades de las sociedades actuales; como esclava -rol tristemente compartido con las indígenas- como núcleo del acervo ritual, y contemporáneamente en Uruguay como figura del carnaval en su papel de vedette de candombe. Estampa que no integraba el cuadro inicial, aunque adicionada complacientemente por aclamación popular. Téngase en cuenta sino, el porqué recordamos fundamentalmente a Marta y a Rosa.
Hablando de historias de resistencias; la música, el arte, la danza, la religión. Aquello que de alguna manera perpetúa y recrea un modo de ser propio: ¿Qué son sino formas de resistir con dignidad y belleza humana los embates de una sociedad impermeable a los sentires y carencias de lo africano trasplantado forzadamente?
Lo que obliga a mirar a una etnia excluída -por gusto, placer o necesidad- no son sino gritos de libertad. Un decir existo y necesito espacio para no dejar de ser. Eso testimonia cada noche de Llamadas y cada fiesta de Yemanjá en febrero.
La presencia negroafricana en la población nacional, es una riqueza no dimensionada en su verdadera magnitud, por una conciencia social que aún no despierta de su letargo de imaginario monopolio europeizante a contrapelo de la realidad. De ello dan prueba nuestras divas de ébano locales, recordadas y glorificadas por unanimidad oriental del Uruguay.
Quienes portamos la llama de la impronta nativa sea en lo afro o en el tema indígena por pura militancia, somos meros instrumentos responsables de un legado ancestral y la forma en que lo prodigamos es espontánea, diversa, y a la vez una sola.
Sea por la imponencia del canto y el baile al sonar de los tambores, o por la urgencia del bienestar buscado a través de la fe, resulta casi imposible no comulgar con la esencia de la expresión africana y en esas instancias, personas de distintos orígenes se unen en el sentimiento. La fuerza del llamado de estas manifestaciones, en las que mujeres afro han tenido y tienen presencia primordial, es parte de la estrategia que utiliza la providencia para restituir el equilibrio quebrado durante el tráfico.
Tres luminarias: una con su canto, las otras con sus esculturales y graciosos cuerpos, han llevado consigo la grandeza de su etnia natal a lugares impensados. Han representado a nuestro país por el mundo entero y lo seguirán haciendo espiritualmente desde su arte que pervive y se mitologiza en sus ausencias físicas. Siento profunda admiración por estas nuestras pares, que alzaron la bandera de su cultura por encima del contexto colectivo, indiferente tal vez a sus peculiaridades, siendo objeto de prejuicios diferenciadores que normalmente hubieran impedido destacarse en ningún ámbito público.
En ellas rememoro la profunda y sagrada sensualidad de nuestras madres orixás exponentes del culto africano, forma de ver la espiritualidad que tiene hermosura estética además de ética proveniente de la Naturaleza reverenciada en los ritos
Digo siempre que en mi persona transversalizo varias de las discriminaciones que esta sociedad lamentablemente conserva: soy mujer, negra y “macumbera” como se dice vulgarmente. Es cotidiano para mí ser excluida. Contra lo que podría pensarse esto me ha hecho crecer interiormente, y siento que esa es la resistencia de la cual estructuralmente estamos hechas las afro.
Es mujer y negra la orixá que permite la popularización de la religión Umbanda en la ciudadanía, me refiero a Yemanjá. Es madre espiritual porque según cuenta la leyenda, parió a la mayoría de los Orixás yorubas.
Y son también madres espirituales las mujeres que hoy en sus terreiros o templos afroumbandistas, imparten el culto y preparan fieles que aspiran a sacerdotes, en igualdad de status que los hombres y sin distinciones relegantes, lo cual no sucede en todas las religiones.
La cruel aculturación que sufrieron los seres desarraigados que sobrevivieron al genocidio perpetrado por las voraz conquista, conminó a los pueblos originarios a olvidar todo vestigio de sus idiosincrasias, incluso y más que nada sus creencias espirituales, por ser factor de cohesión por excelencia. Sin lograr exterminarla, dañaron la memoria histórica y es necesario restaurar las raíces, pues gran porcentaje de afrodescendientes uruguayos ignoran cuál era la fe de sus ancestros. Ese eslabón perdido hoy se encuentra en las casas de religión de matriz africana y debemos preservarlo, porque es parte fundamental de su cultura. Por amor a lo que somos y a las mujeres que hoy tienen el color del Uruguay o sea, todas nosotras.
Fuente: Periódico Atabaque (Uruguay)
https://www.alainet.org/pt/node/122020
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