Las alas de la inmigración
13/09/2007
- Opinión
Más de 200.000 inmigrantes llegaron el año pasado a España con permiso de trabajo y de residencia. Colombianos, peruanos, ecuatorianos o bolivianos han podido llegar a España con un empleo que los españoles no querían ocupar. Gracias a ellos, empresas pesqueras, agrícolas o de construcción crecen en producción. Para el Gobierno español, mejorar la situación de los inmigrantes siempre ha sido una prioridad. Sobre todo, cuando en regiones como la Comunidad de Madrid los datos revelan que se necesitan más de medio millón de inmigrantes para poder mantener su crecimiento económico y el sistema de seguridad social. España, según la ONU, necesitará siete millones de extranjeros en los próximos cinco años.
Hasta hace unos años, los contratos a extranjeros eran difíciles de realizar. Los empresarios españoles tenían que demostrar que no había ninguna persona desempleada que pudiera ocupar ese puesto. Es decir, que si un empresario necesitaba un electricista en el sur de España y había un electricista desempleado en el norte, el empresario del sur no podría contratar a un electricista de otro país a pesar de que el ciudadano del norte no tuviera ningún interés en cambiarse de ciudad de residencia. Con la Ley de Extranjería de 2005 las cosas cambiaron y contratar personal extranjero es más sencillo para los empresarios españoles. Cada tres meses, se elaboran listas de empleos que los españoles no pueden o no quieren desempeñar. En ese momento, los empresarios pueden buscar a trabajadores en el extranjero para que cumplan esa tarea.
El objetivo de estas medidas es intentar poner fin a la inmigración irregular ya que disminuyen los empleos “en negro” y las personas que no tienen permiso de trabajo tendrán más dificultades para residir en España. Aunque lo cierto es que si una mañana nos levantásemos y los trabajadores inmigrantes hubieran desaparecido, no podríamos tomarnos un café, las obras de construcción estarían paradas, muchos de nuestros mayores o hijos quedarían abandonados, nuestras oficinas estarían sucias o no habría pan, ni pescados, ni frutas en los mercados. Así, la realidad es que no sólo ellos nos necesitan, si no que el “primer mundo” les necesita. Los trabajadores extranjeros se convierten en “contribuyentes” que sostienen el Estado de bienestar y los servicios públicos de los países en los que residen. Pagan sus impuestos, cotizan en la Seguridad Social, ayudan a mejorar los índices de natalidad y dinamizan los mercados laborales.
Una inmigración regulada y ordenada ayuda al crecimiento económico de las sociedades de acogida. Para ello, no es necesaria la construcción de muros entre fronteras, como el de EEUU y México, o endurecer las leyes de extranjería, como Suiza. Las soluciones pasan por comprender la necesidad de tener trabajadores extranjeros y ayudar a que esos trabajadores tengan formación adecuada y acceso a esos puestos de trabajo, pero también en ayudar a los países de origen para que tengan mayores posibilidades de empleo para sus ciudadanos, mejores infraestructuras y servicios.
El mundo globalizado en el que vivimos hace más cierta aún la teoría de que cuando una mariposa mueve sus alas, ese movimiento produce toda una serie de consecuencias que afectan al resto del mundo. Nuestras sociedades nada tienen que ver con aquellas de las palomas mensajeras o de años de camino para conocer la realidad de otros pueblos. Desde nuestra casa, hoy, podemos saber lo que ocurre en el otro lado del mundo con tan sólo un movimiento de nuestros dedos para encender la televisión o Internet. Miles de personas ven cómo los privilegiados ciudadanos de los países ricos derrochan alimentos, tienen grandes coches y compran “lujosas” casas. Ese es el verdadero “efecto llamada”. La realidad es algo diferente a la que presentan los comerciales de la televisión, pero los inmigrantes arriesgan sus vidas cada día en busca de un mejor futuro, en busca de la felicidad. Los ciudadanos de las sociedades privilegiadas del Norte tenemos que hacer el esfuerzo, por justicia, de adaptarnos a este mundo de “mestizaje” donde el otro sea un elemento de riqueza y progreso.
- Ana Muñoz es periodista
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), España.
www.solidarios.org.es
Hasta hace unos años, los contratos a extranjeros eran difíciles de realizar. Los empresarios españoles tenían que demostrar que no había ninguna persona desempleada que pudiera ocupar ese puesto. Es decir, que si un empresario necesitaba un electricista en el sur de España y había un electricista desempleado en el norte, el empresario del sur no podría contratar a un electricista de otro país a pesar de que el ciudadano del norte no tuviera ningún interés en cambiarse de ciudad de residencia. Con la Ley de Extranjería de 2005 las cosas cambiaron y contratar personal extranjero es más sencillo para los empresarios españoles. Cada tres meses, se elaboran listas de empleos que los españoles no pueden o no quieren desempeñar. En ese momento, los empresarios pueden buscar a trabajadores en el extranjero para que cumplan esa tarea.
El objetivo de estas medidas es intentar poner fin a la inmigración irregular ya que disminuyen los empleos “en negro” y las personas que no tienen permiso de trabajo tendrán más dificultades para residir en España. Aunque lo cierto es que si una mañana nos levantásemos y los trabajadores inmigrantes hubieran desaparecido, no podríamos tomarnos un café, las obras de construcción estarían paradas, muchos de nuestros mayores o hijos quedarían abandonados, nuestras oficinas estarían sucias o no habría pan, ni pescados, ni frutas en los mercados. Así, la realidad es que no sólo ellos nos necesitan, si no que el “primer mundo” les necesita. Los trabajadores extranjeros se convierten en “contribuyentes” que sostienen el Estado de bienestar y los servicios públicos de los países en los que residen. Pagan sus impuestos, cotizan en la Seguridad Social, ayudan a mejorar los índices de natalidad y dinamizan los mercados laborales.
Una inmigración regulada y ordenada ayuda al crecimiento económico de las sociedades de acogida. Para ello, no es necesaria la construcción de muros entre fronteras, como el de EEUU y México, o endurecer las leyes de extranjería, como Suiza. Las soluciones pasan por comprender la necesidad de tener trabajadores extranjeros y ayudar a que esos trabajadores tengan formación adecuada y acceso a esos puestos de trabajo, pero también en ayudar a los países de origen para que tengan mayores posibilidades de empleo para sus ciudadanos, mejores infraestructuras y servicios.
El mundo globalizado en el que vivimos hace más cierta aún la teoría de que cuando una mariposa mueve sus alas, ese movimiento produce toda una serie de consecuencias que afectan al resto del mundo. Nuestras sociedades nada tienen que ver con aquellas de las palomas mensajeras o de años de camino para conocer la realidad de otros pueblos. Desde nuestra casa, hoy, podemos saber lo que ocurre en el otro lado del mundo con tan sólo un movimiento de nuestros dedos para encender la televisión o Internet. Miles de personas ven cómo los privilegiados ciudadanos de los países ricos derrochan alimentos, tienen grandes coches y compran “lujosas” casas. Ese es el verdadero “efecto llamada”. La realidad es algo diferente a la que presentan los comerciales de la televisión, pero los inmigrantes arriesgan sus vidas cada día en busca de un mejor futuro, en busca de la felicidad. Los ciudadanos de las sociedades privilegiadas del Norte tenemos que hacer el esfuerzo, por justicia, de adaptarnos a este mundo de “mestizaje” donde el otro sea un elemento de riqueza y progreso.
- Ana Muñoz es periodista
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), España.
www.solidarios.org.es
https://www.alainet.org/pt/node/123237?language=en
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