Negocio con los ancianos
10/10/2007
- Opinión
Más de 26.000 millones de euros se va a gastar el gobierno español de aquí al año 2015 en el sector de asistencia social para las personas mayores. La puesta en marcha de la Ley de Dependencia y el aumento del número de personas con más de 65 años hace de los ancianos un “gran negocio”. No sólo las empresas dedicadas a la atención de los ancianos, también cajas de ahorros, aseguradoras, bancos y constructoras están tomando posiciones para llevarse parte de la “tarta”.
Tan sólo en España viven siete millones de personas mayores de 65 años. Para 2016, se prevé que más de seis millones de personas tendrán más de 70 años y casi tres tendrán más de 80. El ritmo de crecimiento de los mayores hará incrementar de manera exponencial los servicios de asistencia: ayuda domiciliaria, centros de día y de noche, residencias o la teleasistencia. En el caso de las residencias, por ejemplo, en el año 2015 se prevé que el número de plazas será el triple que en la actualidad. Hoy son cerca de 300.000 plazas entre el sector público y privado.
Pero esta tendencia no es un caso aislado. Naciones Unidas prevé que para el año 2050 habrá cerca de 2.000 millones de personas mayores de 65 años. Personas que necesitan de una serie de servicios adecuados a su edad y productos que le ayuden a vivir con dignidad. El aumento de la cifra de personas ancianas es uno de los grandes retos a los que nos enfrentamos en el siglo XXI. Las Haciendas Públicas se van a ver afectadas. Los gobiernos tendrán que invertir más en sanidad y en recursos específicos para los mayores.
La esperanza de vida mundial en el año 1950 no superaba los cincuenta años. Hoy, un niño que acaba de nacer vivirá más de 70 años. Bien es cierto que si ese niño nace en un país de África, su esperanza de vida será de poco más de 50, y que si lo hace en Europa o América del Norte, superará con creces los 75. A pesar de estas desigualdades, los organismos internacionales alertan de que, tanto en los países del Norte como en los empobrecidos del Sur, la población está envejeciendo. Y ya en la actualidad, el 50% de los mayores viven en países en vías de desarrollo.
La paradoja es que a pesar de que cada vez hay más mayores, éstos cada vez cuentan menos en las sociedades. Durante muchos años, los abuelos eran el centro de las familias, personas a las que respetar y venerar. Eran la sabiduría y representaban las raíces. Adenauer, Wiston Churchill o el mismo Reagan llegaron al poder siendo mayores de 70 años. Hoy, el culto al cuerpo, a lo joven y a la velocidad ha hecho que los ancianos sean vistos, en ocasiones, como un estorbo, como un trasto que viejo que dejamos en el trastero.
Esta imagen se hace más amable si el poder adquisitivo de la persona mayor es alto. Entonces, no es un ‘viejo’, no es un ‘abuelo’, es un ‘senior’. Las empresas han visto una mina de oro en esos consumidores. Nuevas líneas de cosméticos, productos de alimentación o de ocio dirigidos a este “sector” son lanzados casi a diario. Tan sólo en Europa, un 26% de las ventas de la distribución del consumo, unos 16.00 millones de euros, se concentra en los mayores. Todo un negocio. Y además, redondo, ya que esos mayores irán necesitando asistencia cada vez más profesional, con lo que se abrirán nuevos puestos de trabajo.
Hasta ahora, el cuidado de los mayores recaía en los familiares. Hoy, éstos no tienen tiempo y gracias a leyes como la española, la asistencia ha dejado de ser un privilegio y ha pasado a ser un derecho: todos las personas dependientes tienen el derecho a cuidados profesionales. Por ello, es necesario que haya personas con formación adecuada.
Pero la “fórmula mágica” deja de ser válida si se nos olvida que son personas. Un sistema de consumo y de vida que nos convierte en meros objetos no puede servir a los que pensamos que Otro mundo es posible. La dignidad de las personas no puede convertirse en objeto de mercadeo.
- Ana Muñoz es periodista
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), España.
Tan sólo en España viven siete millones de personas mayores de 65 años. Para 2016, se prevé que más de seis millones de personas tendrán más de 70 años y casi tres tendrán más de 80. El ritmo de crecimiento de los mayores hará incrementar de manera exponencial los servicios de asistencia: ayuda domiciliaria, centros de día y de noche, residencias o la teleasistencia. En el caso de las residencias, por ejemplo, en el año 2015 se prevé que el número de plazas será el triple que en la actualidad. Hoy son cerca de 300.000 plazas entre el sector público y privado.
Pero esta tendencia no es un caso aislado. Naciones Unidas prevé que para el año 2050 habrá cerca de 2.000 millones de personas mayores de 65 años. Personas que necesitan de una serie de servicios adecuados a su edad y productos que le ayuden a vivir con dignidad. El aumento de la cifra de personas ancianas es uno de los grandes retos a los que nos enfrentamos en el siglo XXI. Las Haciendas Públicas se van a ver afectadas. Los gobiernos tendrán que invertir más en sanidad y en recursos específicos para los mayores.
La esperanza de vida mundial en el año 1950 no superaba los cincuenta años. Hoy, un niño que acaba de nacer vivirá más de 70 años. Bien es cierto que si ese niño nace en un país de África, su esperanza de vida será de poco más de 50, y que si lo hace en Europa o América del Norte, superará con creces los 75. A pesar de estas desigualdades, los organismos internacionales alertan de que, tanto en los países del Norte como en los empobrecidos del Sur, la población está envejeciendo. Y ya en la actualidad, el 50% de los mayores viven en países en vías de desarrollo.
La paradoja es que a pesar de que cada vez hay más mayores, éstos cada vez cuentan menos en las sociedades. Durante muchos años, los abuelos eran el centro de las familias, personas a las que respetar y venerar. Eran la sabiduría y representaban las raíces. Adenauer, Wiston Churchill o el mismo Reagan llegaron al poder siendo mayores de 70 años. Hoy, el culto al cuerpo, a lo joven y a la velocidad ha hecho que los ancianos sean vistos, en ocasiones, como un estorbo, como un trasto que viejo que dejamos en el trastero.
Esta imagen se hace más amable si el poder adquisitivo de la persona mayor es alto. Entonces, no es un ‘viejo’, no es un ‘abuelo’, es un ‘senior’. Las empresas han visto una mina de oro en esos consumidores. Nuevas líneas de cosméticos, productos de alimentación o de ocio dirigidos a este “sector” son lanzados casi a diario. Tan sólo en Europa, un 26% de las ventas de la distribución del consumo, unos 16.00 millones de euros, se concentra en los mayores. Todo un negocio. Y además, redondo, ya que esos mayores irán necesitando asistencia cada vez más profesional, con lo que se abrirán nuevos puestos de trabajo.
Hasta ahora, el cuidado de los mayores recaía en los familiares. Hoy, éstos no tienen tiempo y gracias a leyes como la española, la asistencia ha dejado de ser un privilegio y ha pasado a ser un derecho: todos las personas dependientes tienen el derecho a cuidados profesionales. Por ello, es necesario que haya personas con formación adecuada.
Pero la “fórmula mágica” deja de ser válida si se nos olvida que son personas. Un sistema de consumo y de vida que nos convierte en meros objetos no puede servir a los que pensamos que Otro mundo es posible. La dignidad de las personas no puede convertirse en objeto de mercadeo.
- Ana Muñoz es periodista
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), España.
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