Uribe y la oligarquía colombiana, los asesinos de siempre
- Opinión
La reciente controversia entre Colombia y Venezuela motivada en la finalización de la facilitación de la Senadora Piedad Córdoba con la intermediación del Presidente Chávez para un acuerdo humanitario en Colombia que permitiera el retorno de cientos de personas retenidas contra su voluntad en el largo conflicto interno colombiano, sin que hubiera una comunicación acorde a lo que hasta ese momento eran las relaciones entre los presidentes y los países, tiene en lo coyuntural la clara intención de deteriorar las relaciones entre los dos países y en lo estratégico, tratar de impedir o detener el proceso de integración y unidad sudamericano que tendría que tener entre sus eslabones más sólidos la reconstrucción de la Colombia bolivariana surgida del Congreso de Angostura de 1819. El único que sale ganando con esta situación es Estados Unidos, que una vez más, operando a través de los sectores oligárquicos de los dos países y utilizando a su más fiel, representante, el Presidente Uribe , ha logrado colocar una cuña en el proceso de acercamiento necesario entre nuestros pueblos, hijos del mismo padre.
En la intervención del Presidente venezolano comparó a Uribe con el General Santander, recordando que éste había mandado a matar a Bolívar. Uribe respondió diciendo que Santander "nos dio el ejemplo del apego a la ley."
El periodista y escritor colombiano Hernando Calvo Ospina, se encarga de desmentir esta aseveración en su libro pronto a ser publicado por la editorial “el Perro y la Rana” titulado "Historia del Terrorismo de Estado en Colombia".
En la obra, se acepta que la historia oficial colombiana ha enseñado que a Santander se le ha llamado el "hombre de las leyes" en Colombia, pero según Calvo Ospina lo que no se cuenta es que “podría tener el título de ser el primer gran ejemplo de la traición e intransigencia política de la elite colombiana”.
En el fondo, Santander, veía en el asesinato de Bolívar la posibilidad de desmembrar la Gran Colombia, a fin de favorecer intereses mezquinos de la oligarquía bogotana. No uno, se conoce que al menos tres intentos de asesinato se prepararon contra Bolívar en Bogotá, el más conocido, el del 25 de septiembre de 1828. Es historia sabida que el Libertador salvó su vida gracias a la valentía, decisión y coraje de su compañera Manuelita Sáenz, a costa de arriesgar su propia vida.
Relata Calvo Ospina que “al día siguiente, cuando se supo del atentado, el pueblo salió a las calles dando vivas a Bolívar y pidiendo la muerte de Santander, entre otros. El deseo del Libertador fue que se perdonara a los inculpados, pero un tribunal los sentenció. Unos fueron fusilados, otros encarcelados. Santander fue condenado a muerte, pero Bolívar conmutó la pena por el destierro: "Mi generosidad lo defiende", diría”.
Pasado un poco, más de un año, la enfermedad del Libertador se hizo más aguda. Al comenzar el año 1830, al recibir al representante francés en Bogotá quien se sorprendió por la extrema delgadez de aquel hombre, Bolívar le respondió que su dolor lo producían sus "conciudadanos que no pudieron matarme a puñaladas, y tratan ahora de asesinarme moralmente con sus ingratitudes y calumnias. Cuando yo deje de existir, esos demagogos se devoraran entre sí, como lo hacen los lobos, y el edificio que construí con esfuerzos sobrehumanos se desmoronará."
Tras la muerte de Bolívar, Santander regreso a Colombia lleno de honores, se le restituyeron sus cargos, fue nombrado presidente y se encargó de perseguir a Manuelita hasta desterrarla el 1° de enero de 1834. La muerte del Libertador, el subsecuente fin de la Gran Colombia, la entronización de gobiernos oligárquicos en los dos países, a la cabeza de los cuales se instalaron Santander y Páez paralizaron el proyecto de unidad que Bolívar diseñó en Angostura.
El 15 de febrero de 1819 en su Discurso ante el Congreso de Angostura, el Libertador expresó que “Al desprenderse la América de la Monarquía Española, se ha encontrado semejante al imperio Romano, cuando aquella enorme masa cayó dispersa en medio del antiguo mundo. Cada desmembración formó entonces un Nación Independiente, conforme a su situación o a sus intereses; con la diferencia de que aquellos miembros volvían a restablecer sus primeras asociaciones”.
Este concepto de “desmembración” da la idea de que el Libertador pensaba que formábamos parte de un todo que se había separado y que debía unirse. Toda su vida después del Juramento en el Monte Sacro la dedicó a construir en los hechos esta utopía y en Angostura esbozó por primera vez con mayor precisión su pensamiento jurídico y político en este sentido.
Aunque Bolívar manifestó posteriormente la necesidad de construir una confederación de naciones americanas “antes españolas”, el núcleo desde el cual consideraba iniciar este proceso partía por la unidad de Venezuela y Nueva Granada “en un grande estado.
Así, el Congreso decretó el 17 de diciembre de ese mismo año la Ley Fundamental de la República de Colombia, dividida en tres departamentos: Venezuela, Quito y Cundinamarca, con sus capitales en Caracas, Quito y Bogotá.
En su discurso ante el Congreso, Bolívar esbozó su pensamiento al visualizar el espacio que le concedía a esta gran nación en el futuro del continente y del mundo al manifestar que “La reunión de Nueva Granada y Venezuela en un grande Estado ha sido el voto uniforme de los pueblos y gobiernos de estas Repúblicas. La suerte de la guerra ha verificado este enlace tan anhelado por todos los colombianos; de hecho estamos incorporados. Estos pueblos hermanos ya os han confiado sus intereses, sus derechos, sus destinos. Al contemplar la reunión de esta inmensa comarca, mi alma se remonta a la eminencia que exige la perspectiva colosal, que ofrece un cuadro tan asombroso. Volando por entre las próximas edades, mi imaginación se fija en los siglos futuros, y observando desde allá, con admiración y pasmo, la prosperidad, el esplendor, la vida que ha recibido esta vasta región, me siento arrebatado y me parece que ya la veo en el corazón del universo, extendiéndose sobre sus dilatadas costas, entre esos océanos, que la naturaleza había separado, y que nuestra patria reúne con prolongados y anchurosos canales. Ya la veo servir de lazo, de centro, de emporio a la familia humana; ya la veo enviando a todos los recintos de la tierra los tesoros que abrigan sus montañas de plata y de oro; ya la veo distribuyendo por sus divinas plantas la salud y la vida a los hombres dolientes del antiguo universo; ya la veo comunicando sus preciosos secretos a los sabios que ignoran cuán superior es la suma de las luces, a la suma de las riquezas, que le ha prodigado la naturaleza. Ya la veo sentada sobre el trono de la libertad, empuñando el cetro de la justicia, coronada por la gloria, mostrar al mundo antiguo la majestad del mundo moderno”.
El Congreso Anfictiónico de Panamá fue el intento más concreto de llevar a buenos términos la idea unionista de Bolívar. Esta tomó forma en los artículos 1 y 2 del Tratado de Panamá de 1826, el cual contiene una aproximación de unión política y militar, al declarar, el pacto de perpetuidad entre naciones para la unión, liga y confederación, frente a las amenazas imperiales, tanto de carácter defensivo como ofensivo y para liberar a Puerto Rico y Cuba, sin embargo, pudieron más los intereses de las oligarquías criollas y la maniobra de la naciente potencia del norte que ya en 1823 había lanzado en la Declaración Monroe su idea integracionista para el continente basada en su hegemonía sobre las demás naciones.
Casi doscientos años después y en el marco de la celebración del bicentenario de todas las acciones que se concatenaron para llevar adelante la gesta independentista, un vigoroso movimiento democrático y popular retoma las banderas de Bolívar generando condiciones nunca antes vistas desde 1826 que permiten pensar y proceder en función de retomar el proyecto de unidad latinoamericana y caribeña, avanzando de forma paralela en diferentes escenarios, uno de los cuales, tal vez el más importante para nosotros es darle vida nuevamente al sueño del Libertador de construir “la perspectiva colosal, que ofrece un cuadro tan asombroso”.
Ha llegado el momento de romper los paradigmas construidos desde el norte en los más de 100 años de dominación estadounidense que dieron continuidad a la de Gran Bretaña en su forma neocolonial, la que a su vez había sustituido a comienzos del siglo XIX al dominio colonial español. Uno de esos paradigmas es la necesidad del espacio panamericano, por oposición al latinoamericano y caribeño de los pueblos del sur. El otro, mucho más sembrado en nuestros corazones y nuestras conciencias el del estado nacional como mucho más fuerte que el del espacio común en el que vivieron nuestros antepasados desde siempre y el que los Padres de la Patria, los Libertadores de Nuestra América nos legaron políticamente libre y soberano, una región formada, a partir de la hibridación, coherencia y desarrollo del pensamiento crítico, surgido de la herencia de la resistencia de los pueblos indígenas, de los cimarrones negros, los movimientos revolucionarios y la teología de la liberación, todo lo que da pauta para que la dimensión de integración y unión de los pueblos esté imbricada con estos aportes en una identidad cultural y política de América Latina y el Caribe.
La creación de los Estados-Nación en nuestro continente respondió en primera instancia a los intereses coloniales españoles, y después a los de las oligarquías que usufructuaron el triunfo independentista a comienzos del siglo XIX. Venezuela, con su nombre de sufijo despectivo es una creación española de 1777. Así también lo fueron Nueva Granada y Quito como instancias administrativas y políticas de la colonia. No así Colombia, creación surgida del pensamiento del Libertador, con todos los sustentos antes mencionados y expuestos en su discurso en el Congreso de Angostura. La Colombia bolivariana, pensada también por Miranda en sus reflexiones independentistas de Londres que le valieron el título de Precursor es una creación parida después de una muy profunda reflexión política, de una genial visión de futuro, incomprendida por quienes no podían acompañar una perspectiva de tan largo plazo a la cual Bolívar dedicó todas sus energías, su capacidad y su liderazgo.
Así, es posible se entender la traición de las oligarquías a la utopía bolivariana. Pudieron más los intereses mezquinos de una clase que solo veía por sus intereses. La medida de esa traición se ejemplifica, tal vez de mejor manera al recordar, la exigencia de los gobernantes caraqueños en 1830, -cuando Bolívar enfermo y debilitado se dirigía al exilio europeo desde las costas caribeñas de Nueva Granada-, de exigir su expulsión del territorio neogranadino a cambio de firmar el Tratado de Límites que ponía fin a la República de Colombia creada en Angostura y daba paso a tres estados separados, débiles y fundados sobre la base de una profunda animadversión que –valga la pena decirlo- se han encargado de alimentar por casi 200 años.
Ha llegado otro momento, se ha comenzado a crear las condiciones para revertir esta situación. Hoy, los pueblos han empezado a pensar que es posible “este enlace tan anhelado por todos los colombianos”.
Este proceso es el que ha torpedeado Estados Unidos como hace 181 años, ante su temor a la posibilidad de la integración y la unión de nuestros pueblos. El ideal de la Doctrina Monroe se expresa hoy a través del Plan Colombia, la política de seguridad democrática, la presencia militar estadounidense en el vecino país que amenaza a Venezuela y a Ecuador, el bombardeo con glifosato generando daños irreversibles a la tierra y el agua, el apoyo a la creación, fortalecimiento y desarrollo de fuerzas militares que han hecho una alianza con sectores importantes de la clase política colombiana todo por solicitud de Uribe y con la aprobación de la oligarquía, que sigue sosteniendo hoy su proyecto de hace 180 años. Ayer intentaron asesinar al Libertador. Hoy tratan de asesinar el intercambio humanitario y el proceso de paz. En el fondo son los mismos asesinos de siempre.
Fuente: Barómetro Internacional (Venezuela)
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