El ‘no’ a la deuda diez años después
14/05/2008
- Opinión
El pago de la deuda externa de los países del sur sigue siendo, a día de hoy, un lastre insalvable que condena a la pobreza a centenares de miles de personas. Hoy se cumplen diez años de una de las mayores protestas contra la deuda que tuvo lugar el 16 de mayo de 1998 en Birmingham contra la cumbre del G7 con más de setenta mil personas en la calle. Pero, ¿qué ha conseguido este movimiento internacional?
Las protestas en contra de la deuda se han repetido, con más o menos fuerza, desde mediados de los años 80, cuando en América Latina y en África surgieron campañas de masas contra el reembolso de la misma. Estas movilizaciones inspiraron, en el transcurso de los 90, la solidaridad de organizaciones del norte que se manifestó en reiteradas ocasiones en motivo de las cumbres de las instituciones internacionales.
Pero no fue hasta la cumbre del G7 en Birmingham, el 16 de mayo de 1998, que se dio un salto cualitativo y cuantitativo en la protesta al sumar a miles de personas a la movilización y al conseguir situar la cuestión de la deuda en la agenda de la cumbre. Desde 1998 al 2001 fue el momento de máximo apogeo, en especial, coincidiendo con la celebración por parte de la iglesia católica del año jubilar 2000 y su llamado a “perdonar” las deudas en motivo de esta fecha, así como de la internacionalización de la campaña Jubileo 2000. Una espiral de movilización que arrastró a un amplio espectro político de organizaciones en todo el mundo.
A lo largo de estos diez años, las protestas contra la deuda consiguieron algunos avances, especialmente, en el terreno de lo simbólico y en la percepción que la sociedad tenía de esta problemática. En los países acreedores, se difundieron las causas y las consecuencias de su pago y los vínculos con la pobreza. Mientras que en los países deudores, se puso énfasis en la responsabilidad de las instituciones internacionales en la generación y el mantenimiento de esta deuda.
En el ámbito del movimiento, colectivos de mujeres, campesinos, ONG incorporaron a sus demandas la cancelación de la deuda, mientras que las campañas antideuda añadieron a sus reivindicaciones nuevos enfoques ecologistas, feministas, contra las multinacionales... en una dinámica de contaminación mutua y fruto de su encuentro en el seno del movimiento altermundialista.
Sin embargo, en el terreno institucional, más allá de situar la cuestión de la deuda en la agenda política, los cambios conseguidos fueron muy pocos. Si analizamos, por ejemplo, las promesas de condonación de los países del G8, podemos afirmar que éstas no han sido nada más que una estrategia de limpieza de imagen. En la cumbre de Colonia, en junio de 1999, los jefes de gobierno se comprometieron a anular el 90% de la deuda bilateral y multilateral de los 42 países más endeudados, pero, finalmente, las cifras reales tan solo equivalían a un 3% de la deuda total de los países del sur.
Es a partir del análisis de estas cifras que se observa la dificultad para conseguir medidas reales. El impacto político se ha limitado al terreno de lo simbólico, del descrédito y del debilitamiento de los acreedores tanto del G8 como de las instituciones internacionales.
En el Estado español, a finales del 2006 y después de más de un año y medio de trámite parlamentario, el Congreso de los Diputados aprobó una Ley reguladora de la gestión de la deuda que, aunque suponía una mayor transparencia, se quedaba muy por detrás de las demandas del movimiento que exigía, por ejemplo, la corresponsabilidad del gobierno en la generación de la misma.
En América Latina hay que destacar la estrategia del gobierno de Rafael Correa en Ecuador para tomar medidas que frenen el pago de la deuda, repudiando aquella considerada como ilegítima. Con este objetivo se ha creado una Comisión de Auditoría Integral de la Deuda Pública Interna y Externa, formada por representantes de la administración del Estado y de la sociedad civil ecuatoriana e internacional.
El pago de la deuda sigue siendo, a día de hoy, un instrumento de dominación del norte respecto al sur. Estos países han reembolsado casi diez veces el monto de 1980 y aún así se encuentran cinco veces más endeudados. Acabar con el yugo de la deuda es hoy más urgente que nunca.
- Esther Vivas, autora de En pie contra la deuda externa (El viejo topo, 2008), es coordinadora, junto a X. Montagut, de los libros “Supermercados, no gracias. Grandes cadenas de distribución: impactos y alternativas” y “¿Adónde va el comercio justo?”.
Las protestas en contra de la deuda se han repetido, con más o menos fuerza, desde mediados de los años 80, cuando en América Latina y en África surgieron campañas de masas contra el reembolso de la misma. Estas movilizaciones inspiraron, en el transcurso de los 90, la solidaridad de organizaciones del norte que se manifestó en reiteradas ocasiones en motivo de las cumbres de las instituciones internacionales.
Pero no fue hasta la cumbre del G7 en Birmingham, el 16 de mayo de 1998, que se dio un salto cualitativo y cuantitativo en la protesta al sumar a miles de personas a la movilización y al conseguir situar la cuestión de la deuda en la agenda de la cumbre. Desde 1998 al 2001 fue el momento de máximo apogeo, en especial, coincidiendo con la celebración por parte de la iglesia católica del año jubilar 2000 y su llamado a “perdonar” las deudas en motivo de esta fecha, así como de la internacionalización de la campaña Jubileo 2000. Una espiral de movilización que arrastró a un amplio espectro político de organizaciones en todo el mundo.
A lo largo de estos diez años, las protestas contra la deuda consiguieron algunos avances, especialmente, en el terreno de lo simbólico y en la percepción que la sociedad tenía de esta problemática. En los países acreedores, se difundieron las causas y las consecuencias de su pago y los vínculos con la pobreza. Mientras que en los países deudores, se puso énfasis en la responsabilidad de las instituciones internacionales en la generación y el mantenimiento de esta deuda.
En el ámbito del movimiento, colectivos de mujeres, campesinos, ONG incorporaron a sus demandas la cancelación de la deuda, mientras que las campañas antideuda añadieron a sus reivindicaciones nuevos enfoques ecologistas, feministas, contra las multinacionales... en una dinámica de contaminación mutua y fruto de su encuentro en el seno del movimiento altermundialista.
Sin embargo, en el terreno institucional, más allá de situar la cuestión de la deuda en la agenda política, los cambios conseguidos fueron muy pocos. Si analizamos, por ejemplo, las promesas de condonación de los países del G8, podemos afirmar que éstas no han sido nada más que una estrategia de limpieza de imagen. En la cumbre de Colonia, en junio de 1999, los jefes de gobierno se comprometieron a anular el 90% de la deuda bilateral y multilateral de los 42 países más endeudados, pero, finalmente, las cifras reales tan solo equivalían a un 3% de la deuda total de los países del sur.
Es a partir del análisis de estas cifras que se observa la dificultad para conseguir medidas reales. El impacto político se ha limitado al terreno de lo simbólico, del descrédito y del debilitamiento de los acreedores tanto del G8 como de las instituciones internacionales.
En el Estado español, a finales del 2006 y después de más de un año y medio de trámite parlamentario, el Congreso de los Diputados aprobó una Ley reguladora de la gestión de la deuda que, aunque suponía una mayor transparencia, se quedaba muy por detrás de las demandas del movimiento que exigía, por ejemplo, la corresponsabilidad del gobierno en la generación de la misma.
En América Latina hay que destacar la estrategia del gobierno de Rafael Correa en Ecuador para tomar medidas que frenen el pago de la deuda, repudiando aquella considerada como ilegítima. Con este objetivo se ha creado una Comisión de Auditoría Integral de la Deuda Pública Interna y Externa, formada por representantes de la administración del Estado y de la sociedad civil ecuatoriana e internacional.
El pago de la deuda sigue siendo, a día de hoy, un instrumento de dominación del norte respecto al sur. Estos países han reembolsado casi diez veces el monto de 1980 y aún así se encuentran cinco veces más endeudados. Acabar con el yugo de la deuda es hoy más urgente que nunca.
- Esther Vivas, autora de En pie contra la deuda externa (El viejo topo, 2008), es coordinadora, junto a X. Montagut, de los libros “Supermercados, no gracias. Grandes cadenas de distribución: impactos y alternativas” y “¿Adónde va el comercio justo?”.
https://www.alainet.org/pt/node/127497?language=es
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