El mayo francés
Lampedusa en estado puro o ícono de la utopía
23/05/2008
- Opinión
Cuando aquel 6 de enero de 1968, en la Meri del 16º Arrondisman de París, en un clásico edificio a uno de los costados del Jardín de Luxemburgo, en el límite del barrio Latino y el comienzo de Momparnasse, con Lillian, legalizamos nuestra unión que era de hecho, gracias a lo cual nos siguió durante toda la vida el estigma socialmente quizás positivo de “habernos casado en París”, no nos imaginábamos lo que se estaba gestando en el seno de parte de sociedad francesa, especialmente entre los jóvenes estudiantes.
De aquel acto de recordada felicidad mutua nos quedó también el recuerdo de amigos entrañables, de aquella reunión que hicimos luego de los “sí”, en el “paraíso”, de un sexto piso que poseía Jorge Sábato en una callejuela de Momparnasse, al que costaba ascender. “Paraíso” que invadió una troupe de amigos que podría nombrar uno por uno y que fue difícil de desalojar.
Fue casi como la batalla perdida por la izquierda política que no pudo ni supo encausar aquel movimiento profundo, ese estallido singularmente violento en que el orgullo de De Gaulle por única vez trastabilló ante algo que no comprendía por lo que no tuvo, en el vórtice de los conflictos, otro mecanismo para interponer que la represión brutal de la policía que solo sirvió para echar más leña al fuego.
Aquello que se gestaba mientras nosotros, con inocencia, pensábamos en el paisito y nos emocionaba la gesta del “Che” en Bolivia, fue quizás un estallido anárquico contrario a valores sociales rígidos, establecidos, paradójicos en un país intelectualmente fermental como Francia, un salto al vacío que por su fuerza generó un nuevo mapa social. Pero los desórdenes inquietantes por su virulencia y gigantismo no pretendían, en ningún caso, desmantelar las estructuras básicas de la sociedad capitalista.
No, se produjo una revolución; esa posibilidad era ya un puro anacronismo en el 68. El tiempo de las revoluciones había pasado en Europa (la primavera de Praga estaba a la vuelta de la esquina) y esa fue, probablemente, una de las lecciones históricamente más significativa de aquellos sucesos.
Pero casi nada seguiría siendo lo mismo. Esta es la gran paradoja de aquel mayo sorprendente; se jugaba a la revolución cuando lo que de verdad se estaba produciendo era un apuntalamiento del sistema. Una vez más apareció Lampedusa, esta vez en estado puro.
Aquella crisis social sacó a la luz las claves esenciales de un proceso de larga duración en el campo sindical, en la concepción del trabajo y de la empresa, en las relaciones laborales y también en el terreno de las aspiraciones individuales y de los comportamientos sociales. La era estaba pariendo una nueva forma de vida pero dentro de unas estructuras básicas que, en el fondo, insisto, nadie trató de cambiar. En la ocupación de las empresas, por ejemplo, se respetó en todo momento el material y la maquinaria de producción: aquello sí que era una verdadera declaración de intenciones, un reconocimiento lógico e implícito del valor del trabajo y del empleo.
Las relaciones estudiantes y obreras, alentadas con tanto entusiasmo por Sartre (recuerdos sus intervenciones en la Cite Universitaire), en mesas redondas multitudinarias, no llegaron nunca a producirse: los estudiantes lo intentaron repetidamente, pero los trabajadores estaban en otra guerra. Y allí estuvo la brecha por la que De Goulle, primero desorientado, encontró una solución el descalabro rompiendo el frente poli clasista que se había armado y que, ese sí, podía tener consecuencia “más pesadas” para el capitalismo galo.
La situación casi revolucionaria se evaporó, sus pétalos cayeron como los del lirio marchito, cuando a través de la CGT los trabajadores en huelga obtuvieron importantes mejoras salariales y redujo su jornada laboral. No fue una traición, como se gritaba desde la paredes de París y desde el periódico “Liberation” que apareció bajo la dirección de Sartre, sino que los intereses de clase se diferenciaron y todos se dieron cuenta que nadie quería modificar el sistema, sino que los estallidos populares eran contra los extremos claramente opresores de la sociedad. Estallidos que tomaron una magnitud inesperada en respuesta a la inicial torpeza gaullista. Recordemos que la movilización se inició con una reivindicación que hoy parece ingenua (el planteo de los estudiantes fue que los dormitorios en las universidades fueran mixtos) Sin embargo De Gaulle comprendió que el colapso solo podía llegar por la su deficiente estrategia de reprimir y negoció con la CGT y el Partido Comunista Francés.
Mayo del 68 inauguró la era del poder estudiantil donde la juventud apareció como un factor social y político de importancia, no estaban en aquel momento respondiendo a una situación de autoritarismo, de desigualdades sociales extremas, etc. La rebelión francesa sorprendió a sus contemporáneos no sólo por ser llevada a cabo porque se produjo en un mundo que llevaba dos décadas de crecimiento sostenido, de democratización, y en general de un bienestar como occidente no ha conocido en otro momento de este siglo.
El mundo entero estuvo pendiente de cuanto acaecía en Francia aquellos días, y muchos grupos de izquierda se inspiraron en las ideas francesas y vieron en ellas una posibilidad de llevar a cabo sus propias reivindicaciones. Aquello se ha convertido en un símbolo, en un ejemplo y en una lección de lo que se puede lograr, de cómo hacer las cosas y de cómo no hacerlas, pero especialmente en un icono de la utopía.
Luego vino el endurecimiento de la guerra fría, las crisis económicas y del petróleo, los soñadores de los sesenta debieron orientarse a la lucha contra el hambre, la conservación de la ecología, el freno de la carrera armamentística. El mismo Daniel Cohn-Bendit, ideólogo del anárquico movimiento, es hoy un político "verde" en Alemania, pero otros muchos que fueron rebeldes en los sesenta son hoy parte del sistema que algún día criticaron.
En lo personal conservo un recuerdo de todo aquellos, de estar envuelto en el miedo y la aventura, en algo que no comprendía y me maravillaba.
Con la libreta roja que prueba mi pasaje por la Meri del 16º Arrondisman demuestro que tuve tres hijos, pero me sirve para poco más. La vez que tuve que demostrar que era hombre casado, ante el BPS para cobrar un seguro de desempleo al que había sido lanzado por alguna empresa olvidada, me la rechazaron como inservible: “me tiene que traer los papeles de un casamiento en Uruguay”, me dijo el empleado casi con malhumor.
La vida en común, los años, los hijos no sirvieron contra la muralla burocrática y por seis meses cobré un porcentaje muy menor de lo que yo había calculado.
Quizás, como los muchachos de Nanterre, debería haber ocupado el BPS en contra esa burocracia. Pero, ¿quién me acompañaría?
Si era también otra utopía. ¿No?
- Carlos Santiago es periodista.
De aquel acto de recordada felicidad mutua nos quedó también el recuerdo de amigos entrañables, de aquella reunión que hicimos luego de los “sí”, en el “paraíso”, de un sexto piso que poseía Jorge Sábato en una callejuela de Momparnasse, al que costaba ascender. “Paraíso” que invadió una troupe de amigos que podría nombrar uno por uno y que fue difícil de desalojar.
Fue casi como la batalla perdida por la izquierda política que no pudo ni supo encausar aquel movimiento profundo, ese estallido singularmente violento en que el orgullo de De Gaulle por única vez trastabilló ante algo que no comprendía por lo que no tuvo, en el vórtice de los conflictos, otro mecanismo para interponer que la represión brutal de la policía que solo sirvió para echar más leña al fuego.
Aquello que se gestaba mientras nosotros, con inocencia, pensábamos en el paisito y nos emocionaba la gesta del “Che” en Bolivia, fue quizás un estallido anárquico contrario a valores sociales rígidos, establecidos, paradójicos en un país intelectualmente fermental como Francia, un salto al vacío que por su fuerza generó un nuevo mapa social. Pero los desórdenes inquietantes por su virulencia y gigantismo no pretendían, en ningún caso, desmantelar las estructuras básicas de la sociedad capitalista.
No, se produjo una revolución; esa posibilidad era ya un puro anacronismo en el 68. El tiempo de las revoluciones había pasado en Europa (la primavera de Praga estaba a la vuelta de la esquina) y esa fue, probablemente, una de las lecciones históricamente más significativa de aquellos sucesos.
Pero casi nada seguiría siendo lo mismo. Esta es la gran paradoja de aquel mayo sorprendente; se jugaba a la revolución cuando lo que de verdad se estaba produciendo era un apuntalamiento del sistema. Una vez más apareció Lampedusa, esta vez en estado puro.
Aquella crisis social sacó a la luz las claves esenciales de un proceso de larga duración en el campo sindical, en la concepción del trabajo y de la empresa, en las relaciones laborales y también en el terreno de las aspiraciones individuales y de los comportamientos sociales. La era estaba pariendo una nueva forma de vida pero dentro de unas estructuras básicas que, en el fondo, insisto, nadie trató de cambiar. En la ocupación de las empresas, por ejemplo, se respetó en todo momento el material y la maquinaria de producción: aquello sí que era una verdadera declaración de intenciones, un reconocimiento lógico e implícito del valor del trabajo y del empleo.
Las relaciones estudiantes y obreras, alentadas con tanto entusiasmo por Sartre (recuerdos sus intervenciones en la Cite Universitaire), en mesas redondas multitudinarias, no llegaron nunca a producirse: los estudiantes lo intentaron repetidamente, pero los trabajadores estaban en otra guerra. Y allí estuvo la brecha por la que De Goulle, primero desorientado, encontró una solución el descalabro rompiendo el frente poli clasista que se había armado y que, ese sí, podía tener consecuencia “más pesadas” para el capitalismo galo.
La situación casi revolucionaria se evaporó, sus pétalos cayeron como los del lirio marchito, cuando a través de la CGT los trabajadores en huelga obtuvieron importantes mejoras salariales y redujo su jornada laboral. No fue una traición, como se gritaba desde la paredes de París y desde el periódico “Liberation” que apareció bajo la dirección de Sartre, sino que los intereses de clase se diferenciaron y todos se dieron cuenta que nadie quería modificar el sistema, sino que los estallidos populares eran contra los extremos claramente opresores de la sociedad. Estallidos que tomaron una magnitud inesperada en respuesta a la inicial torpeza gaullista. Recordemos que la movilización se inició con una reivindicación que hoy parece ingenua (el planteo de los estudiantes fue que los dormitorios en las universidades fueran mixtos) Sin embargo De Gaulle comprendió que el colapso solo podía llegar por la su deficiente estrategia de reprimir y negoció con la CGT y el Partido Comunista Francés.
Mayo del 68 inauguró la era del poder estudiantil donde la juventud apareció como un factor social y político de importancia, no estaban en aquel momento respondiendo a una situación de autoritarismo, de desigualdades sociales extremas, etc. La rebelión francesa sorprendió a sus contemporáneos no sólo por ser llevada a cabo porque se produjo en un mundo que llevaba dos décadas de crecimiento sostenido, de democratización, y en general de un bienestar como occidente no ha conocido en otro momento de este siglo.
El mundo entero estuvo pendiente de cuanto acaecía en Francia aquellos días, y muchos grupos de izquierda se inspiraron en las ideas francesas y vieron en ellas una posibilidad de llevar a cabo sus propias reivindicaciones. Aquello se ha convertido en un símbolo, en un ejemplo y en una lección de lo que se puede lograr, de cómo hacer las cosas y de cómo no hacerlas, pero especialmente en un icono de la utopía.
Luego vino el endurecimiento de la guerra fría, las crisis económicas y del petróleo, los soñadores de los sesenta debieron orientarse a la lucha contra el hambre, la conservación de la ecología, el freno de la carrera armamentística. El mismo Daniel Cohn-Bendit, ideólogo del anárquico movimiento, es hoy un político "verde" en Alemania, pero otros muchos que fueron rebeldes en los sesenta son hoy parte del sistema que algún día criticaron.
En lo personal conservo un recuerdo de todo aquellos, de estar envuelto en el miedo y la aventura, en algo que no comprendía y me maravillaba.
Con la libreta roja que prueba mi pasaje por la Meri del 16º Arrondisman demuestro que tuve tres hijos, pero me sirve para poco más. La vez que tuve que demostrar que era hombre casado, ante el BPS para cobrar un seguro de desempleo al que había sido lanzado por alguna empresa olvidada, me la rechazaron como inservible: “me tiene que traer los papeles de un casamiento en Uruguay”, me dijo el empleado casi con malhumor.
La vida en común, los años, los hijos no sirvieron contra la muralla burocrática y por seis meses cobré un porcentaje muy menor de lo que yo había calculado.
Quizás, como los muchachos de Nanterre, debería haber ocupado el BPS en contra esa burocracia. Pero, ¿quién me acompañaría?
Si era también otra utopía. ¿No?
- Carlos Santiago es periodista.
https://www.alainet.org/pt/node/127704?language=en
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