Ni errores ni una gran crisis más ni está en juego Bretton Woods sino el modelo

25/11/2008
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Desde que hace un par de meses explotara la burbuja financiera cuya manifestación más notoria fueron las hipotecas incobrables se han ido escuchando las cosas más absurdas por parte de pronosticadores y analistas entre las que se mencionan errores técnicos, se hacen comparaciones con crisis pasadas y se habla de un eventual fin para los acuerdos de Bretton Woods de ordenamiento monetario mundial.

En verdad no hubo errores, esta crisis no es parangonable con ninguna de las sucedidas en las últimas décadas incluyendo la iniciada en 1929, y mal se pueden hacer referencias a lo acordado en esa localidad de New Hampshire, Estados Unidos de América, porque todo lo resuelto en Bretton Woods pasó a la historia hace más de 37 años. Y lo mismo ocurre con otros alegres comentarios sobre su profundidad y prolongación.

Ben Bernanke, el presidente de la Reserva Federal (Fed), ese especial banco central que regula la actividad monetario-financiera de los Estados Unidos, en un artículo titulado “Anatomía de una crisis” tomó virtualmente como tontos a todos sus lectores. Afirmó allí que se había equivocado al medir los riesgos que podían generar los préstamos-basura de las hipotecas llamadas “subprime”. Una reciente nota del argentino Bernardo Kliksberg, académico de la Facultad de Ciencias Económicas (FCE) de la Universidad de Buenos Aires (UBA) sobre las “seis falacias” relacionadas con la crisis es muy interesante al respecto. Algunas ideas que hace mucho ya habían expuesto, cuando no se les creia, economistas como el turco Nouriel Rubini o el brasilero Ricardo Amorim, entre algunos más.

“La relación causal entre el problema de la vivienda y el amplio sistema financiero era muy compleja y difícil de predecir”, se excusó Bernanke en torno de sus responsabilidades. En verdad parece absolutamente inconcebible que un funcionario de esa jerarquía de la, por ahora, primera economía planetaria (o segunda si se toma a la Unión Europea como un todo) pueda ser tan poco previsor y eficiente en su gestión.

Aunque en los últimos tiempos hay mayor prudencia y algunos pesos pesados como los economistas estadounidenses Paul Krugman (“es una crisis económica que será cruel, brutal, y larga”) y Joseph Stiglitz (“El futuro es sombrío, la crisis financiera mundial va a ser un ciclo largo, difícil y profundo”), ambos Premio Nobel de Economía, hayan dicho cosas duras, todavía no faltan los optimistas del corto plazo.

Los mismos responsables de todo esto siguen anunciando soluciones facilistas como mayor apertura comercial a como sea dejando de lado toda alternativa proteccionista. Y no es gratis que la mayor parte de los que lo sostienen sean los gobernantes de los países que necesitan abrir los mercados de países como la Argentina y destruir sus sistemas productivos como se pretende en la Ronda de Doha.

Y no sólo los Estados Unidos, la UE y el Japón (por primera vez en décadas con déficit en su intercambio comercial) plantean eso. También lo dicen algunos que tienen sus mayores industrias transnacionalizadas y algunas producciones agroindustriales como los biocombustibles para lo que están dispuestos a correr ciertos riesgos; y no faltan los asiáticos que exportan sobre la base del dumping social como ya lo previera en la década de los años 1970 el francés Jean Jacques Servan Schreiber, creador del diario “L’Express” y autor del famoso libro “El desafío americano”.

La profundidad de esta crisis nada tiene que ver con las anteriores, incluyendo la llamada “Gran Depresión” que se extendió durante toda la década de los 1930 hasta la Segunda Guerra Mundial, más allá de las mejorías que se fueron desarrollando en el ínterin gracias a algunas medidas activadoras como las del “New Deal” del ex presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt.

El problema actual no es sólo más grave en términos cuantitativos nominales o valorando el poder de compra del dólar estadounidense en cada una de las circunstancias, sino, y lo que es más grave por la extensión y complejidad del entramado comercial, productivo y financiero.

Cuando se firmó lo de Bretton Woods en 1944, unos cuantos meses antes de la finalización de la Segunda Guerra Mundial, las cosas eran muy distintas. Las monedas de los Estados Unidos (dólar estadounidense) y del Reino Unido (libra esterlina) eran convertibles y tenían sustento en el respaldo de sus reservas en oro. En última instancia, a través de ellas, todas las monedas nacionales lo tenían en forma indirecta.

A la libra esterlina la convertibilidad le duró muy poco y ya en 1945 la abandonó. La moneda de los EUA pasó a ser la única reserva que, también jaqueada fundamentalmente por la Guerra de Vietnam y la política francesa del presidente Charles De Gaulle de vuelta al patrón oro directo y a la acumulación metálica, obligaron al entonces presidente estadounidense Richard Milhaus Nixon, en agosto de 1971, a devaluar el dólar estadounidense y a declararlo inconvertible. Ese día se murió Bretton Woods, por lo que hoy no está en peligro, sencillamente no está.

Allá por 1972 el sardo Enrico Berlinguer, en su informe al Comité Central al asumir como nuevo secretario general del Partido Comunista Italiano (PCI) hizo notar que se acercaba el final de los años felices del capitalismo, los que se extendieron aproximadamente entre 1945 y 1975. Adelantó la llegada de una contraofensiva contra las llamadas “conquistas” sociales y laborales y advirtió a los sindicatos sobre los peligros de la pertinaz política de los “scioperi” (huelgas) que ponían en riesgo la eficiencia del sistema sin cambiar las relaciones de poder.

Las dictaduras terroristas de América Latina fueron la avanzada en la materia que en Europa tuvieron sus primeras manifestaciones con Margaret Thatcher en el RU a partir de 1979 y en la ex Alemania Federal desde 1981 con Helmut Köhl, mientras en los EUA esa bandera la enarboló en 1980 Ronald Reagan. Las ideas del inglés John Maynard Keynes o del bengalí William Henry Beveridge, devenido en rector de la Universidad de Oxford, en político liberal en el RU y acuñador del término “welfare state” (estado de bienestar), fueron lanzadas como trastos al arcón de las cosas viejas.

Las ideas del monetarista estadounidense Milton Friedman o del “neomercantilista” (término más correcto que “neoliberal”) austriaco Friedrich August von Hayek desplazaron a las de los anteriores y hasta fueron adoptadas por los partidos socialdemócratas. En 1989 el economista John Williamson, oriundo del RU, precisó todo ello en un documento titulado "What Washington Means by Policy Reform" (Qué significan las reformas políticas para Washington), más conocido luego como el “Consenso de Washington”.

Las ideas centrales de Williamson –quién luego se disculpó por algunos de sus efectos- se basaron en una férrea disciplina fiscal, el reordenamiento de las prioridades del gasto público, una reforma impositiva a favor del poder económico, la liberalización de las tasas de interés, la aplicación de políticas cambiarias competitivas, la liberalización del comercio internacional, la liberalización para la entrada de las inversiones extranjeras, las privatizaciones de las empresas estatales, las desregulaciones de la economía incluyendo la flexibilidad laboral y de los sistemas previsionales y una afirmación de los derechos de propiedad incluyendo las políticas de patentes.

Nada de lo que sucedió es ajeno a todo ello. No hubo errores sino una correcta aplicación de todo ello. Así se produjo una fuerte concentración de la riqueza mientras las calificadoras de riesgo se encargaban de recomendar a los que mejor cumplían con el libreto, como en su momento al ex presidente Carlos Saúl Menem en la Argentina y hasta no hace mucho daban el rango de “AAA” a los poco después bancos quebrados manejados por un sistema gerencial conceptualmente corrupto.

El sistema, sobre todo en los EUA, trasladó el peso de la recaudación de los sectores medios y del trabajo mientras a nivel mundial se fueron perdiendo los derechos de estos últimos. La distribución se hizo más regresiva en un marco donde crecía el comercio intracorporativo que llegó a representar más de la mitad de la circulación mundial de mercaderías y de lo cual la industria automotriz es un claro ejemplo.

A medida que crecía la desocupación y caían los ingresos el sistema empezó a sufrir crisis locales en la periferia mientras en los países centrales se creó un sistema basado en la fabricación de dinero por el dinero en tanto la necesidad de mantener la actividad de las empresas se resolvía por la vía de los empréstitos. Al mismo al que se le flexibilizaba su trabajo se le prestaba para que siguiese comprando bienes de todo tipo a través de un intrincado sistema financiero que arrancaba con los bancos comerciales pero que seguía con los mayoristas en el famoso tema de las propiedades pero que también se manifestaba en las tarjetas de crédito para alentar incluso erogaciones turísticas.

En el caso de los EUA se completaba con un endeudamiento público por vía de las aventuras bélicas (Afganistán, Irak y 737 bases militares por todo el planeta) y privado con un consumo que superaba en un seis por ciento al PIB nacional. Todo resuelto con la venta de bonos del Tesoro que adquirían China, Japón y Arabia Saudita, fundamentalmente.

Los préstamos hipotecarios no eran solo para adquirir viviendas sino también para acceder a otros bienes. En tanto muchos endeudados iban perdiendo sus empleos. La crisis estalló abiertamente hace un par de meses, pero ya con mucha anticipación el desempleo se hizo notar. Por ello el Congreso debió ampliar de seis a nueve los meses de pago del seguro a la desocupación y, a pesar de ello, ya hay 900.000 que en noviembre dejarán de cobrarlo y en diciembre otros 1.200.000. Era obvio que ninguno de ellos iba a poder pagar sus hipotecas y sus tarjetas. Era algo fácilmente entendible hace mucho tiempo como resultado de un modelo que no puede funcionar porque lo que está en el fondo de la crisis es la redistribución regresiva del ingreso enmascarada, hasta donde se pudo, con el endeudamiento. La realidad es que no hubo errores instrumentales sino el resultado inexorable de una política diseñada para la concentración de riqueza.

En tanto, colaboradores del presidente electo de los EUA, Barack Hussein Obama, ya han dicho que éste no cumplirá con su promesa electoral de restablecer algunos impuestos a los más ricos eliminados en los últimos años, lo que quedará para 2011. Subsidiar a los bancos como estrategia central es más de lo mismo y las perspectivas a futuro son imaginables aunque el placebo pueda tener algún efecto en el corto plazo.

Fernando Del Corro
Periodista, historiador, docente de la Facultad de Ciencias Económicas (FCE) de la Universidad de Buenos Aires (UBA), Argentina. Colaborador de la cátedra de Deuda Externa de la Facultad de Derecho (FD) de la UBA. De la redacción de MERCOSUR Noticias.
Publicado el Martes, 25 de Noviembre de 2008
 

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