Monseñor Romero y el cuidado de la naturaleza

20/06/2010
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1. Introducción
 
En principio uno podría pensar que el tema es ajeno a Monseñor Romero, porque en su contexto – de represión y opresión – muy poco se hablaba de la problemática ecológica. Los desafíos ambientales no estaban en la agenda predominante de la política, de la religión o de los  medios de comunicación social, al menos en nuestro país. El mayor drama se concentraba en la vida humana amenazada por la pobreza y por la violencia represiva o reactiva. La Tercera y Cuarta Carta pastoral de Monseñor abordan esos problemas con lucidez teológica y con gran compromiso pastoral.
 
En ese contexto, Monseñor Romero sostenía que “nada le importaba tanto como la vida humana” (16 de marzo de 1980). Y más concretamente, la vida del pobre (“La mayor gloria de Dios es que el pobre viva”) Pero, en ese mismo espíritu de preocupación por la vida, mostró también especial interés por lo que llamó en una de sus homilías “el gran problema ecológico” puesto de manifiesto en el “empobrecimiento y muerte de nuestra naturaleza”,  que le exige al ser humano un respeto y cuido de la misma (11 de marzo de 1979).
 
En este breve escrito expondremos la visión bíblica del cuidado ecológico que se encuentra en algunas de las homilías de Monseñor Romero. Especialmente, haremos referencia a tres de ellas: “Cuaresma, renovación de nuestra alianza con Dios” (4 de marzo/79) ;  “Cuaresma, Transfiguración del pueblo de Dios (11 de marzo/79); y “Pentecostés, Venida del Espíritu que vivifica la nueva alianza”  (3 de junio/ 1979).
 
El enfoque teológico pastoral que hace Monseñor Romero, plantea – desde el concepto bíblico de la “Alianza” -  que la salvación cristiana busca no sólo salvar al ser humano de un peligro, de un estado de sufrimiento, de una injusticia, etc., sino también ponerlo en un nuevo tipo de relación – de cordialidad y hospitalidad -   con Dios, consigo mismo, con los otros y con la naturaleza.
 
He estructurado los textos en tres momentos: Ver (El gran problema ecológico), juzgar (la Alianza cósmica y la Liberación cósmica), y actuar (el cuidado como respuesta responsable del ser humano). Veámoslo de manera sucinta.   
 
2. Visión bíblica del cuidado ecológico en algunas homilías de Monseñor Romero
 
(a) El gran problema ecológico
 
Las homilías de Monseñor Romero están impregnadas de un talante vital: un ojo en la Biblia y el otro en la realidad. Los problemas coyunturales (los hechos de la semana) y los estructurales (la injusticia social, la violencia del Estado, el sistema de justicia, etc.) eran iluminados con los criterios bíblicos. La intuición cristiana de ese talante es que la palabra de Dios tiene que encarnarse en la realidad y que la dramática realidad está pidiendo la luz de la palabra de Dios. Monseñor Romero unificó ambas cosas: se puso a predicar esa palabra en toda su plenitud y con plena encarnación.
 
En las homilías a las que hemos hecho referencia  se constata que, si bien en su momento histórico la principal amenaza de la vida estaba relacionada con  la opresión y la represión; para Monseñor no menos preocupante era también el problema ecológico, que exige del ser humano una respuesta responsable. En su época el problema ecológico era para muchos un problema invisible. No existía propiamente hablando un movimiento ecológico nacional que abogara por el cuidado del medio ambiente. En cierto modo predominaba una especie de “miopía” ante un problema que, al parecer, no afectaba directamente.
 
En cambio, para Monseñor Romero, al problema de la pobreza y la represión se añade la destrucción y la degradación ambiental. Y no sólo lo hace visible sino que exhorta a tomar medidas inmediatas.  Lo dice de forma explícita:
 
“Ustedes saben que está contaminado el aire, las aguas; todo cuanto tocamos y vivimos; y a pesar de esa naturaleza que la vamos corrompiendo cada vez más, y la necesitamos, no nos damos cuenta que hay un compromiso con Dios: de que esa naturaleza sea cuidada por el hombre. Talar un árbol, botar el agua cuando hay tanta escasez de agua; no tener cuidado con las chimeneas de los buses, envenenando nuestro ambiente con esos humos mefíticos; no tener cuidado dónde se queman las basuras; todo eso es parte del gran problema ecológico… Cuidemos, queridos hermanos salvadoreños, por un sentido de religiosidad, que no se siga empobreciendo y muriendo nuestra naturaleza. Es compromiso de Dios que pide al hombre la colaboración” ( Homilía, 11 de marzo de 1979).
 
La visión religiosa implícita en este fragmento, reconoce que el ser humano (imagen de Dios), ocupa un lugar especial en la creación. Pero, lugar especial no significa que todo lo creado ha de estar sometido a la especie humana ejerciendo un dominio depredador. Todo lo contrario, el ser humano está llamado a ser administrador y cuidador de la naturaleza. Como dice el Salmo 24,1: “Del Señor es la tierra y cuanto la llena el mundo y todos sus habitantes” (sentido religioso). Del ser humano se espera que la administre responsable y sabiamente (“que no se siga empobreciendo y muriendo nuestra naturaleza”).
 
(b) La Alianza cósmica y la Liberación cósmica
 
En la primera página del Génesis se habla de un proyecto inicial de Dios (Gn 1, 26-30). Un proyecto que supone una humanidad en relación con él, de igualdad absoluta entre sus miembros, con un proyecto común de administrar y cuidar los bienes de la tierra, y en relación armoniosa con los otros habitantes del planeta.
 
Este proyecto se romperá pronto con tres graves fracturas. Monseñor Romero las señala en su homilía del 4 de marzo de 1979: ruptura con Dios (de consecuencias bien trágicas), ruptura con los otros (entre Adán y Eva, entre Caín y Abel), y ruptura con la naturaleza (ya no se siente cuidador responsable de la creación, sino que siente miedo de la misma, siente miedo también a las fieras que ya no le obedecen).
 
El relato bíblico cuenta que “en la tierra crecía la maldad del hombre y toda su actitud era siempre perversa” (Gn 6,5). Esto llevará al diluvio. “Se arrepintió el Señor de haber creado al hombre en la tierra, y se afligió su  corazón” (Gn 6.6).  
 
A juicio de Monseñor la expresión antes citada es “una forma bíblica de decir cómo le pesaba a Dios la infidelidad de los hombres”. Sin embargo, a pesar de estas palabras que parecen constatar el fracaso de Dios con su propio proyecto, éste emerge del diluvio como el arca. Así lo expresa la bendición de Dios a Noé y sus hijos: “creced, multiplicaos y llenad la tierra (Gn 9,1).
 
Monseñor Romero recurriendo a la teología de la alianza – al acuerdo entre Dios y el pueblo de Israel que se narra en gran medida en el Antiguo Testamento – nos habla de la primera alianza que busca restablecer el proyecto inicial de Dios: la alianza “cósmica” entre Dios y Noé, que tiene como factor primordial el fin de los hombres malvados y opresores, así como el respeto a toda forma de vida en la tierra. Él lo plantea en los siguientes términos:
 
“Las lecturas de hoy, después del diluvio, nos hablan de ese Dios que nos ha dicho que va a conservar la naturaleza…’Esta es la señal del pacto que hago con ustedes y con todo lo que vive con ustedes’. Es una alianza cósmica. El arco iris es un fenómeno del cosmos. El arco iris se puede explicar científicamente, Dios no lo inventó pero le dio un sentido religioso. Es como si uno de nosotros señala: Ese arco iris sea testigo de lo que voy a prometer y siempre que lo mires, acuérdate de esta promesa… El arco iris es signo de un Dios que dice: No volverá haber más diluvio en la tierra, conservaré la naturaleza pero es necesario trabajar para que haya más justicia; para que los bienes que yo he creado se organicen según mi pensamiento…
El recuerdo del arco iris, como señal de la alianza cósmica de Dios con la humanidad, nos está llevando a revisar cómo utilizamos los bienes de la tierra. Cómo los idolatramos, o bien, los ponemos al servicio de la felicidad…” (Homilía, 4 de marzo, 1979).
 
Este texto me hace recordar algunos enunciados de teología de la creación: Primero, la alianza “cósmica” nos descubre la relación que Dios establece con su pueblo (por iniciativa propia); es un Dios que sale al encuentro de la criatura humana, ofreciéndole entrar en un pacto singular de protección, amistad e intimidad con El. Segundo, por parte del ser humano se espera una respuesta activa, responsable y libre con respecto al acuerdo: darle continuidad al proyecto de Dios, cuya mayor gloria es que haya vida plena y abundante. Tercero, la teología de la alianza es un instrumento de resistencia a los contravalores de la depredación y el consumo abusivo de los recursos naturales, tan predominantes en el mundo de hoy y tan destructores de la vida.
 
Ahora bien, en el pensamiento de Monseñor Romero no sólo hay implícita una teología de la creación, sino que ésta es complementada por una teología de la salvación (liberación). Parafraseando una idea de Leonardo Boff, podríamos decir que “al grito de los pobres se une ahora el grito de la tierra”, y ante ambos gritos no podemos pasar de largo. La alianza “cósmica” conlleva una “liberación cósmica” de la que hay que encargarse.
 
La liberación que la Iglesia espera es una liberación cósmica. La Iglesia siente que es toda la naturaleza la que está gimiendo bajo el peso del pecado. ¡Qué hermosos cafetales, qué bellos cañales, qué lindas algodoneras, qué fincas, qué tierras las que Dios nos ha dado! ¡Qué naturaleza más bella! Pero cuando la vemos gemir bajo la opresión, bajo la iniquidad, bajo la injusticia, bajo el atropello, entonces duele a la Iglesia y espera una liberación que no sea sólo el bienestar material, sino que el poder de un Dios que liberará de las manos pecadoras de los hombres una naturaleza que, junto con los hombres redimidos, va a cantar la felicidad en el Dios liberador” (Homilía, 11/12/77).
 
(c) El cuidado como respuesta responsable del ser humano
 
El antropocentrismo bíblico (“Yavé Dios tomó al hombre y lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidara” Gn 2,15) expresa que la actitud fundamental del ser humano debe ser, con toda justeza, “el cuido”. Esta actitud atiende las condiciones ecológicas, sociales y espirituales que permiten la reproducción de la vida. En ese sentido asume una doble función: de prevención de daños futuros y de regeneración de daños pasados. Los humanos debemos poner cuidado en todo (antropocentrismo positivo): cuidado por la vida, por el cuerpo, por la espiritualidad, por la naturaleza, por la persona amada. Sin cuidado la vida perece, el jardín del Edén (que significa delicias), estaría permanentemente amenazado.
 
Del cuidado, como respuesta responsable del ser humano, habló Monseñor Romero en su homilía del 3 de junio de 1979:
 
“El arco iris con el que Dios señala a Noé la primera alianza del hombre, señor de la naturaleza, que no volverá a ser destruida por un diluvio pero que los hombres se comprometen a conservar y cuidar, a repartir justamente, a considerar los dones de Dios en la naturaleza; no para derrocharlos… Es espantoso oír por todas partes que escaseando la gasolina, que el aire se está corrompiendo, que no hay agua, que hay regiones de nuestra capital donde el agua apenas llega por minutos y a veces nada, que los mantos de agua se están secando, que ya aquellos ríos pintorescos de nuestras montañas han desaparecido. La alianza del hombre con Dios no se está cumpliendo porque el hombre es el Señor de la naturaleza y se está convirtiendo en un explotador de la naturaleza”.
 
Para Monseñor Romero, la nota dominante del mundo actual – ecológicamente hablando - es el descuido, la inequidad y el derroche de los recursos. La causa de este despropósito es que el ser humano mantiene una relación de manipulación y uso abusivo de la naturaleza (dominio irresponsable); en consecuencia, expresa un rechazo al plan inicial de Dios y a la alianza “cósmica”. Como antídoto a tal situación, Monseñor propone al menos tres cosas: primero, el “dominio” del ser humano sobre el mundo natural no lo ha de convertir en un déspota, sino en un cuidador responsable de la vida; segundo, no colocar a Dios fuera de la creación, sino considerar “los dones de Dios en la naturaleza”; y tercero, buscar la justicia ecológica, entendida como acceso racional y equitativo a los recursos naturales.    
 
3. Algunas reflexiones a modo de conclusión
 
(a)    Se reconoce hoy día que la moral social ha llegado tarde a la reflexión sobre las consecuencias éticas de la explotación irracional de nuestro planeta. Incluso el Concilio Vaticano II no llegó a enfocar la problemática ecológica. Sin embargo, resulta sorprendente que en el caso de Monseñor Romero, cuya preocupación principal era la justicia para el pobre y para las víctimas de la represión, el tema ecológico esté planteado como un “gran problema” y sea enfocado desde la perspectiva teológica de la alianza y de la teología de la creación.
 
(b)    Con respecto a los nuevos valores que han de orientar hacia una nueva forma de relacionarnos con la naturaleza y con los otros; Monseñor Romero tomó distancia crítica frente a la sociedad de consumo y frente a un tipo de progreso reducido al crecimiento económico y técnico. Con respecto a lo primero afirmó: “privarse de algo es liberarse de las servidumbres de una civilización que nos incita cada vez más a la comodidad y el consumo sin siquiera preocuparse de la conservación de nuestro ambiente, patrimonio común de la humanidad… Somos víctimas de una sociedad de consumo, de lujo” (Homilía 4/03/79). Con respecto a la riqueza y el progreso, son bien conocidas las siguientes palabras: “La riqueza es necesaria para el progreso de los pueblos, no lo vamos a negar. Pero un progreso como el nuestro, condicionado a la explotación de tantos que no disfrutarán nunca los progresos de nuestra sociedad, no es pobreza evangélica. ¿De qué sirven hermosas carreteras y aeropuertos, hermosos edificios de grandes pisos si no están más que amasados con sangre de pobres que nunca los van a disfrutar?” (Homilía, 15/07/79).
 

Monseñor Romero no desligó el problema ecológico del problema de la injusticia social. Sus palabras son muy explícitas en ese sentido: “¡Qué naturaleza más bella! Pero cuando la vemos gemir bajo la opresión, bajo la iniquidad, bajo la injusticia, bajo el atropello, entonces duele a la Iglesia y espera una liberación” (Homilía, 11/12/77). Este pensamiento se entronca muy bien con la tradición bíblica del Antiguo Testamento: “Del Señor es la tierra y lo que contiene, el mundo y todos sus habitantes” (Sal 24,1). Es decir, el único Señor de la tierra es Dios creador; el ser humano es su vicario en la tierra, encargado de transformarla y cuidarla, dentro de los límites que corresponden a una criatura. De ahí la institución del año sabático y el jubileo. “El séptimo año será el Gran sábado, un descanso para la tierra, un sábado en honor a Yavé. No sembrarás tu campo, no podarás tu viña; tampoco segarás los rebrotes de la última cosecha, ni vendimiarás los racimos de tu viña sin cultivar: será un año de gran sábado para la tierra” (Lev 25, 4-5). Y el año cincuenta (año jubilar), “los que habían tenido que empeñar su propiedad la recobrarán. Los esclavos regresarán a su familia. Este año cincuenta será para ustedes el jubileo. No sembrarán ni segarán los rebrotes, ni vendimiarán la viña sin cultivar, pues es año jubilar. Será para ustedes un año santo en que comerán de lo que el campo produce por sí solo” (Lev 25, 10-12). En la mentalidad bíblica y en la visión de Monseñor Romero, el cuidado de los pobres y el cuidado de la tierra forman parte del modo de ser de Dios; modo de ser que hemos de imitar los seres humanos.

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