Por qué todo el mundo habla sobre la importancia de la educación y pocos hacen algo para mejorarla?

09/09/2010
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Hipotéticamente, imagínese una situación en la que un país como el Brasil haya acabado de recibir dos bombas atómicas después de una guerra mundial. Imagínese aún que todo el orgullo de ese país haya sido arrasado, así como la infraestructura económica y social. Para empeorar ese escenario imaginativo, mentalice que ese país no tenga riquezas naturales (nada de Amazonia, ni de Mata Atlántica) ni riqueza mineral.
 
Dentro de ese ejercicio imaginativo piense ahora, que el espacio geográfico de ese país fuese compuesto por islas volcánicas, susceptibles a temblores al último grado de la escala Richter.
 
¿Imagino? Sería un caos, ¿no es verdad?
 
Si usted piensa que este sería el peor escenario del mundo, se sorprenderá al saber que, en el siglo pasado, después de la Segunda Guerra Mundial (pós-1945), el Japón tenía todas esas características descritas, con excepción de los recursos naturales en larga escala.
 
Sin embargo, a pesar de todas esas limitaciones de orden económico y estructural, Japón consiguió superarlas con inversiones macizas en una política de desarrollo de largo plazo, focalizada en la reconstrucción de su infraestructura y, principalmente, en el reconocimiento de que sería la educación el elemento clave de transformación. La política educacional japonesa se focalizó, específicamente, en la creación de cursos técnicos sostenidos por una política de innovación aplicada en la base. Copiar los mejores productos, hasta superarlos en calidad, fue la meta propuesta y conseguida por los asiáticos.
 
¿Cuál fue el resultado de ese proceso? En la década de 1980, el entonces presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan (1911-2004), tuvo que pedir al primer ministro japonés Takeshita Noboru (1924-2000), que las empresas de su país, especialmente del sector automotriz, paren de vender carros en el mercado norte-americano, ya que esta acción estaría provocando la quiebra de la General Motors (GM).
 
No muy distante de esos acontecimientos, en la década de 1960, Corea del Sur buscaba un modelo de desarrollo económico capaz de hacer avanzar sus empresas. Los indicadores socioeconómicos de ese país eran inferiores, por ejemplo, a los del Brasil, y para empeorar la situación, su mercado interno era exiguo. En la misma época, el Brasil recogía los frutos del proceso de Industrialización, vía Substitución de sus Importaciones (ISI), que consistía, básicamente, en proteger su mercado interno de la competencia internacional, garantizando de esta forma un espacio único para las empresas que se encontraban dentro del país (tanto nacionales como multinacionales). Tal práctica provocaría un proceso competitivo capaz de hacer con que las empresas locales substituyan los productos importados, promoviendo, en esencia, una industrialización consistente y promisoria.
 
Corea, es importante resaltar, copió ese modelo con algunas variantes fundamentales: 1) protegió su industria al mismo tiempo en que promovió una competencia en orden mundial; 2) como su mercado interno era pequeño, optó por venderle al mundo sus productos, lo que la obligó, por consiguiente, a hacer con que sus industrias midiesen esfuerzos con las líderes internacionales, principalmente en cuestiones de innovación y competitividad; 3) realizó una revolución amplia y sistemática en su sistema educativo.
¿Que fue lo que pasó? Cambios radicales surgieron desde la enseñanza básica hasta el nivel universitario. Sustanciales inversiones en la educación hicieron con que Corea del Sur pensase grande, ya que sus líderes creyeron que la educación precisaba de cambios estructurales. A partir de eso, se implantó una cultura de la meritocracia para incentivar la educación, aumentando el número de horas de estudio. Actualmente, pasada una década de este siglo nuevo, los niños coreanos estudian el doble de horas en relación a lo que estudian los niños brasileros. Corea del Sur tocó en puntos específicos: mejoró el salario de su clase docente, aumentó su asociación con el sector privado de manera a captar recursos para la educación y la innovación tecnológica y, finalmente, compartió con la unidad familiar la responsabilidad de educar a sus niños. Aplicaron el predicado de que juntos (gobierno, familias, empresas, alumnos y profesores) todos se tornan más fuertes.
 
Los números confirman tal afirmación: el presupuesto en educación de Corea del Sur pasó de 2,5% de su Producto Bruto Interno (PBI) en 1951 a 22%, en 1980 – en menos de treinta años un salto de más de 750%. El resultado fue previsible: Corea del Sur fue el único país que consiguió desarrollarse económicamente de manera bien estructurada a lo largo del último cuarto del siglo XX.
 
Educación: la variable decisiva
 
En los ejemplos citados, la educación aparece como variable decisiva para el desarrollo de países (Japón y Corea del Sur) y, actualmente, está siendo trabajada de forma sostenida por países que crecen a tasas considerables como India y China.
 
Esa “variable”, llamada educación, fue también objeto de estudio del economista Theodore Schultz (1902–1998). En el pos-guerra, Schultz quiso saber por qué Alemania y el Japón, siendo países perdedores y desolados materialmente por la crudeza de las bombas, se recuperaron tan rápidamente. La conclusión de Schultz fue que la velocidad de la recuperación de esos países se debía, explícitamente, a una populación saludable y altamente educada. Según él, la buena combinación de esas dos variables – salud y educación – que preferimos llamar de sentimiento, aumentaría significativamente la productividad y competitividad de esos e de cualquier otro país, que por esos caminos transitasen.  
 
Fue de esta forma – que ya era altamente conocida por muchos - que Schultz introdujo un nuevo elemento primordial para el desarrollo económico: el Capital Educacional, que después acabaría siendo identificado como Capital Humano. En esencia, es conocer-saber-hacer (know-how / savoir-faire) que Schultz prioriza como catapulta del desarrollo.
 
El trabajo de Schultz, además de influyente, principalmente en la asignación de recursos de los países desarrollados (que lo diga Corea del Sur cuya lección fue bien aprendida y aplicada), fue también pauta de las políticas de desarrollo recomendada por organismos como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la propia Organización de las Naciones Unidas (ONU), en sus diversos relatos y estudios.
 
Todas esas situaciones son bien conocidas y algunas de dominio público. No es por desconocimiento que, en algunos lugares, el incentivo a la educación no se torna prioridad. Ciertamente los motivos de la omisión son otros, de diversas facetas.
La historia está repleta de buenos ejemplos de desarrollo de políticas educacionales. Exilado en Chile durante la década de 1840, Domingos Faustino Sarmiento (1811-1888) fue encargado de mejorar el sistema educativo chileno. De regreso a su Argentina, Sarmiento se torna el noveno presidente de la República (1868-74). En ese período, convierte el sistema educacional argentino en un modelo de excelencia. En poco tiempo duplica el número de escuelas públicas y construye más de 100 bibliotecas públicas con nivel cualitativo inigualable. Hasta hoy los argentinos captan los frutos de esa política. No es por casualidad que ya ganaron premios Nobel, tres ligados a la ciencia, incluyendo fisiología y medicina en 1947.
 
Con respecto al Brasil, los que colonizaron ese país siempre desearon que fuese un lugar simple, capaz de producir y ofrecer géneros útiles para el comercio metropolitano. Hasta el fin de la colonia, ese fue el objetivo del imperio portugués. Por eso la educación vino siendo tratada, en tierras brasileras, con cierto descaso. El trabajo educativo patrocinado por los miembros de la Compañía de Jesús fue dislocado de la realidad brasilera. Las primeras letras no fueron enseñadas al pueblo, y si a los hijos de la elite (hijos de los señores de ingenios). A los demás (indios e hijos de colonos) la educación era usada para convertirlos a los dictamines de la iglesia (esa realidad no fue muy distinta a la de los pueblos de la América hispana). De esta forma, la educación en el Brasil nació con tinta elitizada e, elitizada continua hasta hoy – basta ver la distancia cualitativa de la enseñanza privada que es cara y muy superior al servicio público donde falta tiza, sillas e, no raramente, los profesores son amenazados de muerte en las periferias.
 
La primera universidad en el Brasil y los cinco siglos de olvido
 
De igual manera, la primera universidad brasilera no nació con el objeto de llevar educación libertadora e inclusiva, sino apenas para halagar la elite europea otorgándole al rey de Bélgica é título de “Doctor Honoris Causa”, en 1920, ya que él visitaba el país en ese año. Esa es la historia seminal de la actual Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ), conocida inicialmente como Universidad del Brasil (UB).
 
¿En que resultó todo eso? La continuidad de la desestructuración del poder público, iniciado con los portugueses, para la enseñanza en el Brasil.
 
Hoy, con los años que se pasan en el siglo XXI, recogemos los frutos amargos de las pésimas gestiones públicas iniciadas en el siglo XVI. Son cinco siglos de omisión. Actualmente, el sistema educativo brasilero es altamente incapaz de promover una ruptura con el status quo y promover, por las vías del conocimiento, una política de relevancia del individuo.
 
La falta de atención hacia la educación, nos deja en situación vulnerable frente al desarrollo económico.
 
Tal vez sea por eso que Celso Furtado (1920-2004), uno de los más brillantes economistas brasileros, dijo acertadamente que de continuar así “nunca nos desarrollaremos, apenas nos modernizaremos”, ya que para mejorar la situación económica del país es necesario mejorar la calidad de vida de los más vulnerables disminuyendo así la triste concentración de renta que tenemos.
 
La actual situación de la educación brasilera nos lleva a decir que también se deba a la falta de interés de la clase más rica de incentivar a una disminución de la divergencia educacional entre ricos y pobres. Tal vez esa sea una manía aun no olvidada de la época de la esclavitud, pues muchos aun consideran el trabajo manual como cosa de gente pequeña y sin merito.
 
Cualquier país que pretenda ser clasificado como serio necesita hacer con que sus políticos vuelvan a la escuela, para realizar la primera de las más básicas de las lecciones del alfabeto del desarrollo: erradicar el analfabetismo, calificar el individuo y darle oportunidad de prosperar en la vida. Eso no se hace con los 4,3 años de estudio que actualmente cada brasilero pasa, en media, sentado en una carpeta escolar.
 
Finalmente, es importante apuntar que aquí buscamos apenas el entendimiento histórico Dejamos por cuenta del ilustre lector (a) “descubrir” quienes son los culpados por el olvido de la educación y, más que eso, entender por qué todo el mundo habla de la importancia de la educación, principalmente en época de elecciones, pero pocos son los que hacen alguna cosa para mejorarla, al final de cuentas, como diría el francés Bachelard “la verdad es hija de la discusión”. Provoquemos entonces esa discusión. Siempre es propicio.
 
- Hugo Eduardo Meza Pinto es  Economista, Doctor por la Universidad de São Paulo (USP). Es Director General de las Facultades Integradas de Curitiba – Brasil.
 
- Marcus Eduardo de Oliveira  es Economista, Magister por la Universidad de São Paulo (USP). Es profesor de Economía de la FAC-FITO / UNIFIEO (S. Paulo).
https://www.alainet.org/pt/node/144035
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