La máquina de hacer pobres

19/10/2010
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En sus esfuerzos por huir de la fealdad y de la desgracia, el rico las intensifica. Cada nueva yarda de West End (sector rico de Londres) crea un nuevo acre de East End (sector pobre de Londres). (1)
 
A lo largo de años de una pedagogía de la desinformación al servicio del poder, la mayoría de la gente se ha acostumbrado a pensar que la pobreza y quienes la encarnan, los pobres, son algo así como una parte del ambiente. Sería como si la Naturaleza que crea y recrea la flora y la fauna planetaria, también alumbrara pobres.
 
Muchos atribuyen esa malhadada existencia a una suerte de determinismo histórico, otros a una maldición, hay quienes piensan en una plaga bíblica, no faltan tampoco los que culpan a los pobres de su propia pobreza.
 
Coincidente con esas percepciones, en la década del ‘90, un mal recordado presidente argentino, pontificaba: "Pobres hubo siempre y siempre los habrá", ante los aplausos de sus seguidores y los “vivas” de sus corifeos, muchos de ellos todavía sentados en los despachos oficiales.
 
En el plano de las relaciones internacionales, se nos ha adoctrinado que el mundo se dividía entre países ricos y países pobres, hoy llamados eufemísticamente: desarrollados y en vías de desarrollo, también primer y tercer mundo. Lo peor es que nunca intentamos hacer un análisis crítico de esta afirmación
 
Alguna vez tendríamos seriamente que preguntarnos, si una isla rocosa perdida en el Océano Pacífico, como Japón; o Inglaterra, inserta en la bruma del Mar del Norte; o Italia una lonja de rocas que penetra al Mediterráneo, entre tantos otros ejemplos, son países ricos y en caso contrario, Argentina, Bolivia, Paraguay, Costa de Marfil, Nigeria y muchos más, son en realidad países pobres.
 
Este simple interrogante no admite respuestas ambivalentes. Categóricamente podemos afirmar que en el mundo no existen países ricos y pobres, sino países enriquecidos y empobrecidos, lo cual es muy distinto.
 
En un mundo finito, en el que la desigualdad y el atropello son las reglas, para que algunos pocos se enriquezcan es necesario que muchos se empobrezcan.
 
Una situación similar ocurre hacia el interior de cada nación, país, provincia, ciudad o pueblo. Muy pocos con mucho y muchos con muy poco.
 
Miremos nomás, cerca nuestro, un hecho, que ha sido motivo de guerras y disputas fraticidas por más de un siglo, consistente en que mientras las condiciones económicas de los porteños (ciudad de Buenos Aires) iban en franco crecimiento y mejoraba su calidad de vida, para el resto del interior del país, esto significó un menoscabo histórico de las economías regionales y el aumento de la pobreza e indigencia de sus habitantes.
 
 Para que ese esquema haya sido posible y se mantuviera en el tiempo, los mecanismos que generan y reproducen hasta el cansancio legiones de pobres debían estar absolutamente planificados y aceitados. Para ello, nada mejor que la máquina de hacer pobres.
 
Debemos entender que así como los autos, los muebles, las casas, los automotores y tantas otras cosas para el consumo, se fabrican, los pobres también se hacen, en uno y otro caso, existen técnicas, métodos, tecnologías y recetas para su fabricación.
 
Para concretar estos objetivos se deben cumplir determinados procedimientos; en primer lugar desde lo ideológico, imponiendo un lenguaje o discurso con palabras para nada inocentes, que encierran una pedagogía de la apropiación y de los más aptos. Después vendrán las fases operativas propiamente dichas, que apuntarán a la producción real y sostenible en el tiempo, de millones de pobres, cuando más mejor. No vaya a ser, que por alguna falla en la línea de montaje, aquellos se terminen o escaseen.
 
La merma en el producto final (pobres), lleva inexorablemente a la declinación de la capacidad de acumulación de los cada vez más, pocos ricos, en cualquier lugar y tiempo que sea.
 
Abajo la esclavitud
 
Nada de esto es nuevo, pero cobra dimensión histórica, a partir del maquinismo y la revolución industrial, cuando el incipiente capitalismo de entonces, toma nota que la fuerza de trabajo proporcionada por la esclavitud se convertía rápidamente en antieconómica.
 
A los esclavos había que alimentarlos, darles viviendas y cubrir otras necesidades, pero lo peor en una economía en continua expansión, era que no eran consumidores.
 
Como corolario, se necesitaba otro sector donde descargar los excedentes de la productividad industrial, pero además que paguen por ella. En consecuencia, aparecen los asalariados.
 
Esto lleva, no por razones humanitarias precisamente, a que los antiguos esclavistas, de golpe se conviertan en furibundos abanderados de la lucha contra la esclavitud.
 
Inglaterra, que había prohijado la mayor flota de piratas y traficantes, en sólo algunos años cambia sus conveniencias y ordena a su almirantazgo la destrucción de aquellos.
 
EE.UU., con su guerra de secesión entre el norte industrial y el sur agrícola, es un claro ejemplo de lo expuesto.
 
Y la máquina empieza a volverse eficiente y las legiones de explotados y desposeídos crecen de manera exponencial a la apropiación y concentración de la renta en pocas manos.
 
Este rotundo éxito de la misma, hace que comience su exportación y sea rápidamente adquirida e instalada en casi todo el Planeta.
 
Como toda máquina que se precie de tal, viene con sus instrucciones, prospectos y recetas, casi siempre por derecha, sean estas ultraliberales, neoliberales, privatistas o estatistas, en todos los casos con el mismo objetivo, reducir la participación del trabajador en la repartija de la torta.
 
Como dice Galeano: “El mismo sistema que necesita vender cada vez más, necesita también pagar cada vez menos.” (2)
 
Recursos humanos
 
Para remate, en las últimas décadas, la persona que se creía o sentía asalariado, descubre que ha sido catalogada o categorizada como recurso humano.
 
Ello encierra una definición perversa y poco debatida en su esencia.
 
El concepto de recurso parte de una raíz economisista y está sujeto a los principios de escasez, apropiación y de la ley de la oferta y la demanda. A mayor oferta, su valor disminuye.
 
La arena, por su gran disponibilidad vale poco, a la inversa, el oro es caro.
 
En nuestros días, pocas cosas hay en tanta cantidad sobre la tierra, como seres humanos y por ello la oferta de mano de obra crece y los salarios bajan.
 
Cuando un asalariado cuestiona las condiciones laborales, hay miles dispuestos a tomar su lugar en cualquier forma y condición.
 
Como dice algún grafitti callejero: ¡Quiero que me exploten!
 
En relación a estas cuestiones Viniane Forrester, en su libro El Horror Económico, apunta: “dicen que no hay trabajo. Trabajo es lo que sobra, lo que no quieren es pagarlo”.
 
En tal hipótesis, los salarios se recortan, las jornadas se extienden, las conquistas laborales se diluyen, desaparecen el sábado inglés y el descanso dominical, se elevan las edades jubilatorias y la pobreza deja de ser patrimonio de vagos, malentretenidos y desocupados, para asolar de manera creciente a los asalariados.
 
Pero no se confunda y vaya a creer, que la máquina opera en solitario, todo lo contrario, es toda una corporación global, que casi siempre tiene como socios a empresas periodísticas, de comunicación, de entretenimientos, de seguridad, alimentación, financieras y de todo aquello “necesario” para el tipo de vida que ellos mismos proponen.
 
Como si fuera poco, los rendimientos obtenidos por esas actividades, solventados con magros salarios, son puntualmente remesados a las casas matrices, casi siempre en el extranjero y de propiedad de los grupos concentrados de la economía mundial. Este círculo vicioso produce la desertificación monetaria, agota los recursos naturales y agrava la pobreza.
 
Cómo se explica entonces, la persistencia de la pobreza y la indigencia en la Argentina , un país que ha crecido en los últimos años a tasas significativamente más altas que la media mundial.
 
 El desguace de esta máquina debe ser una decisión política de urgencia, que tiene que ver con la equidad, la justa distribución de la riqueza y la preservación social, más allá de los posicionamientos ideológicos de un lado o de otro.
 
Como dijera John F. Kennedy: “Si una sociedad libre no puede ayudar a sus muchos pobres, tampoco podrá salvar a sus pocos ricos”.
 
Aunque pueda no compartir este análisis, lo dejo para que lo piense y me despido hasta las próximas aguafuertes.
 
- Ricardo Mascheroni es docente
 
Notas:
 
1.- George Bernard Shaw (Ironías y Verdades, Edit. Errepar, Bs. As., 1999)
2.- Galeano, Eduardo, Patas Arriba, Edit. Catálogos, 1999
https://www.alainet.org/pt/node/144982?language=es
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