Vientos de odio
- Opinión
El arte de odiar, I
Pocos días después del atentado contra la congresista Gabrielle Gifford de Arizona, circuló un video del pastor de una iglesia, del mismo Estado, que daba gracias a Dios por haber enviado al asesino. No importa que el asesino sea ateo o simplemente se trata de otro misterio divino. Este pastor, con pocos seguidores pero cada vez más famoso, suele difundir en Internet su propia lista de las cosas que Dios odia (los homosexuales, los científicos, los liberales). Para este autoproclamado ministro de Dios, uno entre tantos miles, el dios cristiano del Amor se define por su odio y, al igual que el famoso Pat Robertson, recomiendan abiertamente sacar la pistola y limpiar de vez en cuando a un pecador en nombre de Dios. Alguien anónimo, no sin sorna, ha preguntado si pegarle un tiro al mencionado pastor podría ser interpretado como la voluntad de Dios.
Casi al mismo tiempo, la ex gobernadora de Alaska, la cada vez más célebre Sarah Palin, se defendió en YouTube de las críticas sobre la influencia de su mensaje incendiario en los desequilibrados y asesinos como Jared Lee Loughn, diciendo que los actos criminales de un individuo “begin and end with the criminals who commit them (comienzan y terminan con los criminales que los realizan)”. Obviamente, esta ley moral no se aplica para los criminales de otras culturas (bárbaras, periféricas): si un fanático masacra a un grupo de inocentes, todo su pueblo y toda su cultura son responsables. Y se actúa en consecuencia.
Un viejo amigo profesor, pionero en la reflexión sobre hipertexto y democracia, entusiasta defensor de Internet desde los años 80, me decía que un aspecto positivo de
Pera el fanatismo no es sólo propiedad de la gente inculta.
En una entrevista radial mencioné al pasar que, entre otras razones que parecían de mayor peso, tal vez la condición de judía de Gabrielle Gifford no fuese un detalle insignificante para explicar las motivaciones del acto. No es que la creyera una razón central. Simplemente, no la subestimaba.
Al día siguiente recibí un par de correos acusándome de “judío sionista”. Lo que contrasta con otras supuestas acusaciones parecidas de ser “musulmán” por el simple hecho de denunciar la muerte de decena de niños palestinos en un solo bombardeo israelí.
Debería ser un dato irrelevante: no soy ni judío ni musulmán. No lo digo como desagravio, claro. Lo digo simplemente porque es verdad y porque me demuestra, en carne propia, el tamaño de la estupidez humana. Apenas soy un hombre imperfecto y contradictorio, como cualquier hombre, como cualquier mujer, capaz de tolerar muchas cosas pero irremediablemente incapaz de soportar el dolor de un solo niño ni la barbarie medieval de andar masacrando hombres y mujeres en nombre de Dios; incapaz de soportar la barbarie moderna de masacrar individuos y hasta pueblos enteros en nombre de
El arte de odiar, II
En Internet circulan listas de premios Nobel discriminados por nacionalidades, la mayoría confeccionadas por autores fantasmas. De ahí se deduce la superioridad de unos pueblos sobre otros, como si la academia sueca fuese el dedo de Dios. Los peores, sin ningún rigor académico, está de más decir, vinculan estas estadísticas a diferencias biológicas (si Alfred Nobel hubiese nacido en tiempos de Tutankhamun, “las razas superiores” serían, sucesivamente, los egipcios, los persas, los chinos, los indios, los judíos, los griegos, los romanos, los árabes, los mayas, los ingleses, los americanos…).
Algunos atribuyen estas diferencias a la superioridad de una cultura o de una religión sobre las otras. Los más razonables, entiendo, las consideran culturales, vinculadas a circunstancias históricas.
Algunas listas reciben el apoyo de innumerables opinantes que las redireccionan masivamente a nuestros correos. Como las que comparan el número proporcional de premios Nobel ganados por judíos y el número de premios ganado por árabes y de ahí deducen la superioridad de “un pueblo” (cuando no de una raza) sobre el otro e, incluso la superioridad intelectual de unos individuos sobre los otros por el solo hecho de pertenecer a uno de los pueblos con más premios Nobel. (Por lo menos desde
Estas listas comparativas se parecen en algo a esas otras que enumeran las veces que el pueblo judío fue expulsado de diferentes países en los últimos tres mil años, por lo que se infiere que el mensaje explicaría una especie de karma nacional.
La gran cantidad de premios Nobel ganados por un pueblo o un país X no deja de ser un mérito. Pero tampoco deja de ser un merito relativo, del cual no hay que deducir superpoderes culturales, ideológicos o raciales. Menos derechos especiales.
Ahora, si revemos estas listas, también veremos una predominancia abrumadora de hombres sobre mujeres. ¿Vamos a deducir, entonces, que las mujeres son tanto menos inteligentes o capaces? O por el contrario, ¿el dato no indica, acaso, alguna circunstancia histórica que las oprimió en la misma proporción?
Si despreciamos a aquellos inmigrantes que proceden de culturas que no han trabajado en el sentido en que sería necesario para acumular premios Nobel (leer “¡Qué error hemos cometido!”, de un inexistente Sebastián Vivar Rodríguez), ¿vamos a despreciar igualmente a las mujeres?
Me gustaría ver la misma consistencia en los argumentos y leer de esos mismos grupos racistas gritando: “No dejen entrar más mujeres a este país. Dejen entrar sólo hombres, porque gracias a ellos tendremos más premios Nobel, porque gracias a ellos el mundo es un lugar más próspero”.
Claro, alguno, dentro de estos grupos, se opondrá diciendo: “No, hay que dejar entrar también a las mujeres. De lo contrario aumentaría la homosexualidad. De lo contrario no habría madres que dieran hijos varones que produjeran premios Nobel, que no trajeran progreso y prosperidad”.
También seria consecuente. Porque no otra cosa practican algunos dejando entrar a inmigrantes procedentes de culturas marginales, sin premios Nobel, para que limpien los baños de los premios Nobel, para que planten y recojan las siembras que alimentan a los premios Nobel, para que se enlisten en los ejércitos que luego irán a poner orden en esos pueblos barbaros que no tienen premios Nobel.
- Jorge Majfud, Jacksonville University - majfud.org
Del mismo autor
- ¿Quiénes están atrapados en la Guerra fría? 29/03/2022
- Guerra en Ucrania: la dictadura de los medios 04/03/2022
- The tyranny of (colonized) language 20/02/2022
- Peter Pan y el poder de las ficciones políticas 17/02/2022
- «It»: Neo-McCarthyism in sight 02/02/2022
- Neomacartismo a la vista 31/01/2022
- New enemy wanted 26/01/2022
- EE.UU: nuevo enemigo se busca 26/01/2022
- Inmigrantes: el buen esclavo y el esclavo rebelde 21/01/2022
- El miedo a los de abajo 04/01/2022