La indignación, es una experiencia humana fundamental de reacción contracultural ante el desorden establecido que produce exclusión, empobrecimiento, deterioro moral y ambiental, muerte inflingida, rápida o lenta.
Para comprender mejor esta reacción humana, Don Pedro Casaldáliga, obispo emérito, nos expone en uno de sus escritos cuatro rasgos de la indignación que pueden ayudarnos a comprender no sólo su origen, sino también su necesidad en la sociedad actual: En primer lugar, la percepción de una realidad fundamental que nos “toca” lo más sensible de la existencia y que provoca en nosotros una reacción incontenible; en el caso de España, este primer rasgo puede aplicarse a la denuncia de una democracia engañosa que oculta la dictadura de los mercados y sus secuelas de desempleo, reducción de salarios, congelamiento de pensiones, recorte de los presupuestos de salud y educación, violación de derechos laborales, entre otras. En América Latina, hablamos de una pobreza masiva que genera muerte injusta y prematura.
En segundo lugar, hay una indignación ética radical, que viene de muy hondo, de las raíces de nuestro ser. Es una indignación que no brota de una circunstancia o de una ideología particular, sino que uno percibe que la siente por el mero hecho de ser humano, de forma que, si no la sintiera, no se sentiría humano. Esto puede expresarse en un fenómeno masivo: la sensibilidad hacia las injusticias, especialmente hacia las estructuras sociales injustas que producen inequidad. Ya no se pasa de largo ante los rostros concretos de desempleados, familias sin hogar, jóvenes cuyo futuro se plantea como una amenaza, jubilados cuyo presente es incierto. Ya no se pasa de largo ante la corrupción, el despilfarro, la impunidad, la demagogia política. En ese contexto ha surgido una gran voz:”No hay derecho”.
El tercer rasgo de la indignación apuntado por Casaldáliga, es que ésta no es algo que se quede como un sentimiento estéril; se trata de una indignación radical que comporta una exigencia ineludible. Nos vemos interpelados y sentimos que no podemos transigir, tolerar, convivir o pactar con la injusticia, porque sería una traición a lo más íntimo y profundo de nosotros mismos. De ahí viene, en cuarto lugar, una opción inevitable, el compromiso de transformar la realidad. Esta opción se plasma en las propuestas y demandas concretas hechas por el movimiento de “los indignados”, que son válidas no solo para la sociedad española, sino para toda sociedad con pretensiones de una democracia real. Enunciamos algunas: atención a derechos básicos y fundamentales recogidos en la Constitución como el derecho a una vivienda digna; sanidad pública, gratuita y universal; refuerzo de una educación pública y laica; reforma fiscal favorable para las rentas más bajas; reforma de los impuestos de patrimonio y sucesiones; cambio de la ley electoral para que las listas sean abiertas y con circunscripción única (la obtención de escaños debe ser proporcional al número de votos; rechazo y condena de la corrupción; democracia participativa y directa en la que la ciudadanía tome parte activa; acceso popular a los medios de comunicación, que deberán ser éticos y veraces; reducción del poder del FMI y del BCE; nacionalización inmediata de todas aquellas entidades bancarias que hayan tenido que ser rescatadas por el Estado; endurecimiento de los controles sobre entidades y operaciones financieras para evitar posibles abusos; efectiva separación de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial; reducción del gasto militar; cierre inmediato de las fábricas de armas y un mayor control de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado; recuperación de la memoria histórica y de los principios fundadores de la lucha por la democracia; total transparencia de las cuentas y de la financiación de los partidos políticos.
Los rasgos de la indignación ética señalados por Casaldáliga, que ciertamente están presentes en la indignación social de este nuevo movimiento español, son necesarios para que la ciudadanía de sociedades igualmente injustas, salga de su estado de indolencia colectiva y ponga a producir su inteligencia (para ver la realidad), su compasión (para interiorizar el sufrimiento ajeno), y su compromiso (en la construcción de una sociedad alternativa). Los salvadoreños y salvadoreñas necesitamos de indignación ética y social para romper con la cerrazón del corazón, la falta de sensibilidad, y la indiferencia; frente a los problemas más urgentes e importantes que tenemos: la violencia y la pobreza, ambas productoras de sufrimiento, de víctimas y de muerte. Nosotros también requerimos de la gran voz ciudadana que proclame con autoridad ante tanto atropello: ¡Basta ya!
- Carlos Ayala Ramírez, director de radio YSUCA