Algo sobre la postdemocracia
07/06/2011
- Opinión
Hoy, mediados del 2011, existen 193 Estados con reconocimiento internacional, 10 sin reconocimiento y 39 territorios dependientes, rémora del colonialismo europeo.
Según estadísticas en 1988 hubo elecciones relativamente libres pero con vicios electorales en 147 Estados y sólo 65 comprobadamente libres y sin fraude. Pero para 1999 hubo elecciones en 191 países pero disminuyó a 43 el número de elecciones democráticamente limpias.
En estos días José Durao Barroso, ex Primer Ministro de Portugal y actual Presidente de la Comisión Europea ha advertido a los sindicatos y movimientos populares de Europa que si no aceptan los paquetes neoliberales de austeridad, podrían instalarse dictaduras militares en España, Grecia y Portugal.
Este retroceder pausado pero constante de la democracia en el mundo nos está hablando a las claras de un colapso de este sistema de gobierno.
Los teóricos hace rato vienen anunciando la transformación de los gobiernos sedicentes democráticos en cratólogos, esto es, en gobiernos a los que lo único que les interesa es el poder y sus beneficios.
Analicemos el síndrome, entendido como conjunto de síntomas característicos de una enfermedad, de la democracia actual.
El primero de los síntomas y ello se notó en Argentina en la época del gobierno de Alfonsín a partir de 1983 fue que la democracia dejó de ser un sistema o régimen de gobierno para ser presentada como una cosmovisión “con la democracia se come, se vive, se educa, se salva”, gritaba el presidente radical a los cuatro vientos y todos los días. La democracia se transformó así en la weltanschauung unánime, universal e insuperable de los 191 Estados como vimos en las estadísticas ut supra. La democracia dejó de ser una forma de gobierno entre otras (monarquía, república, dictadura, etc.), perdió su carácter instrumental y adquirió, como observa agudamente Vidal Beneyto siguiendo a Carl Schmitt, “una dimensión teológica, convirtiéndose en su propio fin, un fin que es, además, el fin final”.
Ya en 1999 el pensador suizo Eric Werner en un libro L`avant-guerre civil llamaba la atención acerca de la post democracia del régimen occidental que respondía cada vez menos a los criterios objetivos de la democracia afirmando que: “La palabra ciertamente continua siendo utilizada pero en realidad lo que recubre es algo muy próximo a la oligarquía” [1]. Y la oligarquía como sabemos desde Aristóteles no es otra cosa que “el gobierno en vista al interés de los ricos que siempre son pocos” (Pol. 1279b 8).
Otro de los síntomas es que nuestras sociedades cada vez más plurales y complejas debido a mil causas pero así lo son, por la inmigración creciente y por la movilidad cada vez más al alcance de la mano de todos, solo tienen como rasgo objetivo para medir la profundidad de su democracia la alternancia en el poder, pero los gobernantes y sus partidos, solo piensan en la conservación de su poder con la reelección y la reelección de la reelección. Esto es lo que técnicamente se llama cratolocracia, el gobierno por y para el poder por los beneficios enormes en riqueza y honores que otorga a quienes lo ejercen. Así nuestros grandes demócratas de la América del Sur (Chávez, los Kirchner, Evo, Correa, Uribe, etc.) buscan eternizarse en el poder por todos los medios y apelando a todas las trampas, fraudes o chicanas.
Otro de los síntomas de la postdemocracia es la exaltación de la defensa de los derechos humanos de tercera generación hasta transformarlos en ideología y la pérdida e incumplimiento constante y cada vez más profundo de los derechos de primera y segunda generación.
Así se proclama con bombos y platillos el matrimonio gay y al mismo tiempo se profundiza la trata de blancas. Se proclama las ciudades libres de humo y al unísono la droga campea por todas partes. Se defienden los derechos de los niños diferentes y aumenta exponencialmente la venta de niños y sus órganos. Se proclama la defensa del ecosistema y se depreda la naturaleza con las grandes minas a cielo abierto, los contratos petroleros antedatados para seguir depredando, Evo entrega el petróleo y el gas como antes no lo hizo ningún gobierno de “la rosca boliviana”. Das Neves, Kirchner, Sapag y Romero entregan el petróleo argentino de tal manera que el ex presidente Frondizi (el de la mayor entrega histórica) queda hecho un nene de pecho.
Se permite manifestar a los estudiantes y cortar el tránsito por cualquier motivo baladí y al mismo tiempo se deja a los criminales violarlos a la vuelta de la escuela o raptarlos para esclavizarlos en la prostitución.
Se proclama la costura y las vestimentas como las mejores del mundo y su factura se realiza en talleres clandestinos donde rige el trabajo esclavo y la “cama caliente”, esto es, el obrero encadenado a la máquina.
Y así podemos seguir poniendo ejemplos de cómo se lleva a cabo el simulacro de proclamar los derechos de tercera generación para no cumplir ni siguiera con los de primera (a la vida, al trabajo, a la libertad, a la vivienda etc.) ni qué decir de los derechos sociales que son los de segunda generación (Constitución de 1949) y que han sido totalmente conculcados.
La gran falacia de los derechos humanos utilizados ideológicamente acaba de denunciarla el premio Nóbel de la paz, Pérez Esquivel, a propósito de la estafa mayúscula realizada, recientemente, por las Madres de Plaza de Mayo, cuando afirmó: “ La plata oficial es incompatible con la defensa imparcial de los derechos humanos”, pues los gobiernos al dar a unos, en este caso “las Madres” y postergar a otros “Caritas”, porque está contra la Iglesia, transforma la defensa de los derechos humanos, que son en principio para todos, en un instrumento político y de uso para unos pocos (los elegidos) en contra de las mayorías nacionales que quedan al margen. Funciona aquí también el principio oligárquico que rige a las postdemocracias y sus instituciones.
Otro de los síntomas es que está permitido decir y denunciar todo pero al mismo tiempo ello no tiene ningún efecto sobre la realidad. Así se denuncia al Fondo Monetario Internacional por fundir a los Estados con sus planes ultracapitalistas, al grupo de los Bildelberger por ser el grupo de selectos banqueros y empresarios que manejan a los gobiernos como títeres, a los Lehman Brothers y otras grandes bancas judeo-norteamericanas por estafar al mundo entero, pero no existe sobre estos grandes delincuentes ninguna sanción objetiva y real. Es que la postdemocracia permite hablar, sobre todo hablar por hablar en esa habladuría permanente de los medios de comunicación, pero impide actuar, disolviendo la acción en mil subterfugios procedimentales.
Hoy, tanto en América como en Europa, hay cientos de funcionarios cuestionados por enriquecimiento ilícito y peculado pero el castigo no llega. En Argentina hay tres o cuatro grandes funcionarios denunciados por enriquecimiento ilícito, en Brasil ocurre otro tanto, pasa lo mismo o peor en Paraguay, en Bolivia ni decir, pero ninguno de estos personajes gubernamentales va preso o devuelve lo robado.
Estos tres o cuatro síntomas que hemos planteado acá, a los que se pueden agregar muchos más, nos permiten colegir, conjeturar, opinar, que nuestras democracias de la primera década del siglo XXI son en realidad postdemocracias y que éstas últimas llevan íncito en su propia índole el gobierno totalitario. Ellas representan mejor que nadie el “totalitarismo democrático” del que nos hablaron hace ya muchos años Ortega y Spengler. Pero ha habido en este último cuarto de siglo un cambio sustancial pues “ya no son las masas las que se transforman en dictaduras” sino que la dictadura sutil y porfiada la ejercen, más y más, los gobiernos que se autotitulan democráticos.
La única salida que vemos, en democracia, es realizar un cambio en el sistema de representación política y eliminar el monopolio que ejercen los partidos políticos y permitir el acceso a la representación política también a las fuerzas sociales. Y esto último hecho por cuerda aparte y separadas de las listas de los partidos políticos.[2]
https://www.alainet.org/pt/node/150326?language=en
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