Integración y medios en clave latinoamericana
16/01/2012
- Opinión
La idea de que no es posible la integración profunda de América Latina y el Caribe si al mismo tiempo no se construyen los consensos sociales en torno a nuestra unidad de destino común desde la esfera de lo simbólico, de la cultura, de la producción de sentido y las comunicaciones, cada vez adquiere mayor reconocimiento y presencia en los organismos de la integración regional.
En el año 2005, la puesta en marcha de Telesur, la cadena multiestatal latinoamericana surgida en el seno del ALBA, fue el punto de partida de la integración comunicacional, no solo porque cristalizó algunas de las propuestas formuladas por la comisión de UNESCO que analizó los problemas de la comunicación mundial a principios de la década de 1980 (expuestas en el célebre Informe MacBride) , sino además porque abrió una ventana informativa y cultural para conocer realidades nuestroamericanas que son oficiosamente ignoradas e invisibilizadas por los grandes conglomerados mediáticos privados.
A esta iniciativa en el ámbito de la televisión, le siguió la constitución, en 2011, de la Unión Latinoamericana de Agencias de Noticias (ULAN), que articula el trabajo de nueve agencias de Argentina, Bolivia, Venezuela, México, Paraguay, Guatemala, Ecuador, Brasil y Cuba.
Este año, UNASUR podría dar un nuevo paso con la creación de la Red de Medios Públicos de Suramérica, cuyo convenio constitutivo se firmaría en febrero próximo en Bogotá.
Este proyecto fue discutido hace poco más de un mes por el Consejo Suramericano de Educación, Cultura, Ciencia, Tecnología e Innovación, e involucraría a radios y televisoras que tendrían la oportunidad de intercambiar materiales audiovisuales, producir nuevos contenidos culturales y enlazar los medios estatales en la amplia geografía de los 12 países que integran el bloque unasureño.
La Red de Medios Públicos se sumaría al proyecto estratégico de más amplio alcance de UNASUR, que pretende desarrollar un sistema autónomo de comunicaciones de banda ancha, a partir del despliegue de un mega-anillo óptico suramericano, de 10 mil kilómetros de extensión. Sus implicaciones geopolíticas son de tal magnitud que, por ejemplo, le permitiría a América del Sur desligarse de la ruta tecnológica dominante –y dependiente- que actualmente obliga a que todas las señales e informaciones enviadas por medio de las nuevas tecnologías de la información (TICs), pasen necesariamente por los Estados Unidos. Según lo detalla el periodista uruguayo Raúl Zibechi (La silenciosa revolución suramericana, 02-12-2011), “hasta hoy, 80 por ciento del tráfico internacional de datos de América Latina pasa por Estados Unidos, el doble que Asia y cuatro veces el porcentaje de Europa”.
Orientadas en función del bien común, de la democratización del espacio comunicacional –en televisión, radio, prensa escrita e internet- y de la paulatina eliminación de las brechas tecnológica y educativa que todavía persisten en América Latina, estos proyectos podrían tener un gran impacto social emancipador en el futuro cercano de nuestros pueblos: abrirían caminos propios para el desarrollo de las sociedades de la información en nuestro continente, que hasta ahora luce como un archipiélago desigual y desarticulado de concentración de la propiedad de los medios y dificultades en el acceso al conocimiento y a las nuevas tecnologías.
En un mundo como el nuestro, donde la tecnología, la información y la comunicación son cada vez más influyentes en los procesos políticos, económicos y culturales, no es posible pensar en sociedades más justas, tolerantes y abiertas, sin avanzar con decisión y fortaleza en la democratización del campo mediático y el desalambrado de los latifundios donde los poderosos de siempre pretenden asegurar y extender su dominio.
Por eso, crear espacios de comunicación públicos, plurales, no sometidos al control de la propiedad de grandes grupos empresariales y a la dictadura de la pauta publicitaria, para fortalecer las culturas, propiciar el intercambio de su diversidad y enriquecer la integración latinoamericana y caribeña en dimensiones hasta ahora relegadas por los enfoques económicos y comerciales, es una necesidad de primer orden en la tarea mayor de forjar una nueva hegemonía política y cultural, que garantice a su vez la supervivencia, en el largo plazo, del giro progresista y nacional-popular distintivo de nuestra América en el siglo XXI.
- Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
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