Ollanta Moisés
05/06/2012
- Opinión
Siempre escuché a Ollanta Humala decir que la gente debía confiar en él. Era tan marcado este tema que terminó convertido en lema de campaña: “honestidad para hacer la diferencia”, que quería decir que la palabra del comandante era verdad. En estos días de incertidumbre y de inicio de desbande, estoy seguro que el ahora presidente debe estar preguntándose porque algunos que lo conocieron hace muchos años, como Verónika Mendoza, ya no le tienen confianza, si todavía no saben lo que hará en los próximos meses y años.
Creo que la materia de la que está hecho el cierra filas de lo que queda de la bancada de Gana Perú, tiene que ver con este asunto. Sergio Tejada lo ha expresado con la frase de que Verónika debió plantear su crítica en canales internos y no renunciar. Pero la cara que tenían los congresistas oficialistas que acompañaban en silencio a Otárola en su papel de minimizar la crisis y declarar que estaban “más cohesionados que nunca”, no era ni de los que ya han hecho su crítica en la reunión, ni de los que se sienten fuertes y orgullosos de la decisión.
Tal vez Ollanta se piense a sí mismo como una especie de Moisés (es su segundo nombre) que lleva a su pueblo a la tierra prometida mientras va conversando con Dios, que le señala el camino de 40 años para acabar con la generación de los incrédulos. Y, para seguir con el ejemplo, imagina que su victoria contra toda la maquinaria del poder es más o menos equivalente al paso de las aguas del Mar Rojo. Entonces, si él ha sido capaz de ese milagro la pregunta que cae de su peso es: ¿por qué hay quienes no confían en su decisión de mantener a Valdés para que siga matando manifestantes, a Castilla para que maneje la economía con el programa de la CONFIEP y a Otárola para que cuadre a la bancada cada vez que sea necesario?
Es obvio que está lógica no impresione nada a los otros partidos que ya han sido gobierno y tienen muchos kilómetros de recorrido político. Pero en tipos que hasta hace un año no tenían existencia política y ahora ostentan la condición de parlamentarios del oficialismo, es otra cosa. Hay que tener mucho coraje para abrir la puerta y poner en evidencia que quién los guió a la victoria, ahora se ha apropiado de ella y la maneja a su regalado gusto, exigiendo incondicionalidad de los que le deben el cargo. Verónika es un hito en este proceso porque ella era muy cercana y leal a la pareja presidencial, fundadora del Partido Nacionalista y cabeza de lista en la región más ollantista de todo el país, donde todos los congresistas y el presidente de la región fueron elegidos bajo el símbolo de la “O”.
Era evidente que si las renuncias hubieran comenzado por la de Javier Diez Canseco y Rosa Mavila, no hubieran tenido el efecto devastador en el ánimo de los nacionalistas que tiene verse confrontados con la actitud digna de Verónika Mendoza. Precisamente, dado el paso, venía por un tubo la salida de los otros dos. Por eso es que se puede decir que esta no es una “escisión roja” como pretende la derecha achorada y embrutecida, sino el comienzo de una crisis de mucho mayor calado. Verónika no era más izquierdista de lo que eran Ollanta y Nadine hace un tiempo, pero ella no ha dado la espalda a su pueblo y ha preferido afirmarse en sus principios antes que seguir confiando en quién ya no se puede confiar.
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