“Globafascistización y crisis ecológica: la fórmula del colapso civilizacional (II y última)
- Opinión
Finalmente, un par de cuestiones adicionales, en lo que podría ser una larga lista de déficits que desde las izquierdas sociales y políticas tenemos pendientes de enfrentar y resolver.
La primera de ellas se relaciona con el grave fenómeno de la “disolución de los universales” (que subvierte las principales escalas de valores sobre las que ha descansado nuestra visión humanista-socialista), y la segunda se relaciona con la deficiente visión global y sistémica, importante porque se ha convertido en una seria deficiencia metodológica en las izquierdas de aquí y de allá.
En cuanto a la llamada “disolución de los universales”, que también podríamos denominar “disolución de los binarios”, para emplear el elegante estilo de Donna Horoway, representa sin lugar a dudas el fenómeno cultural e ideológico más desafiante derivado del actual proceso de gradual colapso civilizacional que estamos enfrentando.
Es a esto a lo que se refiere Michel Serres cuando utiliza el término “hominisciencia” o la emergencia de una “nueva humanidad”, aunque debe comprenderse más en un sentido negativo, pues en cualquier caso representa la emergencia de un proyecto de deshumanización, anti-civilizatorio por antonomasia.
Bajo el impulso frenético de un capitalismo cada vez más financiarizado y pentagonizado (es decir, “globafascistizado”), se diluyen las fronteras entre el bien y el mal; lo justo y lo injusto: el amor y el odio; la verdad y la mentira; la belleza y la fealdad; lo real y lo virtual; lo ético y lo anti-ético; lo moral y amoral; e incluso la otrora diáfana frontera que dividía a las categorías sociopolíticas de izquierda y derecha también se han diluido.
Las principales categorías de análisis y reflexión que han venido ocupando a los filósofos desde Platón y Aristóteles hasta Sartre en el siglo XX, y Strauss en el XXI, categorías sobre las cuales se intentó darle validez ideológica y cultural al proyecto civilizatorio de Occidente, se diluyen bajo la influencia abrasiva (e invasiva) de las tecnologías de la información y comunicación, y de la venenosa influencia de corrientes ideológicas y filosóficas reaccionarias y recalcitrantes, como el mal llamado “posmodernismo”, el “neoconservadurismo” , el “neoliberalismo” e incluso el “post humanismo”.
El denominador común de estos discursos “anti-históricos”, es que su mensaje seminal se centra en la idea de que “las grandes narrativas han dejado de tener credibilidad”, o dicho en otras palabras, “las utopías han muerto”.
Esto por supuesto es inaceptable, pues constituye un ataque frontal a la esencia misma a toda posición de izquierda, sea cual sea el concepto que se tenga de ella. Al menos desde la perspectiva del marxismo (y en lo personal no conozco ningún otro referente teórico fundacional y serio dentro del pensamiento humanista de nuestro tiempo), la esencia del proyecto socialista es su carácter transhistórico, es decir utopístico.
Tan utopística es la esencia del marxismo (lo menciono porque aunque a muchos “reformadores sociales” no les guste, sigue siendo el “braille de los revolucionarios”), que incluso cuando se revisa en la versión del joven Marx (estoy pensando aquí por sobre todo pensando en el Marx de los “Manuscritos económico-filosóficos”), uno se percata con sorpresa de que existe más cercanía entre sus postulados humanísticos y los del vedantismo y los upanishads, que en relación a los planteamientos políticos de la socialdemocracia (1).
Este problema de la “disolución de los universales”, aparte de socavar el terreno ideológico del que se nutre la izquierda, agudiza todavía más su desorientación estratégica, no sólo porque mina su potencial discursivo, sino además, porque además, facilita el inmovilismo político y el entrampamiento en las redes de lo contingente y lo inmediato, tanto en el orden temporal (coyuntural), como en el espacial (local-nacional), así como problematiza aún más las posibilidades de dotar de direccionalidad global a las híper-heterogéneas agendas de los movimientos y corrientes adscritas al campo anti-sistémico (2).
Lo anterior me da pie para pasar al segundo aspecto citado al inicio. Me refiero a la deficiente visión global y sistémica que aqueja a las izquierdas, experimentada incluso mucho antes de 1989-1991 (fechas del histórico “apagón revolucionario”).
La importancia del problema se justifica por el hecho de que la carencia de análisis históricos de largo aliento (“longue durée” en el léxico de Braudel), que al final de cuentas, de acuerdo con Wallerstein, representan la matriz de los procesos de gran escala mundial de donde se derivan las realidades locales-nacionales (y regionales), imposibilitan o dificultan enormemente la correcta evaluación y medición de los alcances reales de las profundas transformaciones que aceleradamente están ocurriendo frente a nuestros ojos, e incluso, en el mejor de los casos, nos vuelven reactivos pero sin poder anticipar nada importante, y menos aún, retomar la iniciativa histórica para perseguir los fines más generales ya preestablecidos por nuestra tradición utopística.
El desafío para las izquierdas (sociales, políticas, teóricas-académicas) es colosal. Empero, siguiendo el consejo de Wallerstein, frente al surgimiento de nuevas situaciones debemos erigir “nuevos meta-relatos” (3), aunque nuestros nuevos meta-relatos sean de corte minimalista y no sean otra cosa más que un llamado a luchar por evitar la extinción en masa de la raza humana en manos del capitalismo senil.
Y, además, debemos recordar que la utopística, más que pertenecer de manera exclusiva al marxismo o a una determinada corriente política o filosófica, es inmanente a la condición de seres humanos. No olvidar tampoco, que después de todo, “el mercado”, “el dinero”, “el interés”, “los circuitos financieros”, “la usura”, “el capitalismo”, “la globalización”, “el fascismo” etcétera, no son otra cosa que meras construcciones ideológicas (es decir, transformables/suplantables), y en ningún momento, constituyen leyes eternas de inexorable cumplimiento.
Notas:
1- Marxismo y Vedantismo: Aunque algunos se escandalicen, en el fondo tienen ciertas coincidencias filosóficas. Por ejemplo, coinciden en afirmar que el principal problema del ser humano es la enajenación. Difieren radicalmente, en cambio, en la dirección de los esfuerzos para lograr su superación. Mientras Marx propone la inmersión plena en la historia (para adueñarse de ella como individuo y como ser social), los hinduistas de la antigua tradición védica y upanishádica, proponen como solución radical para superar el problema de la “maya” (“la ilusión” por el objeto material), el “escape” o “huida” de la corriente de la historia (“dejar de estar en “situación”, como lo interpretaba Eliade y Jung). Proponen entonces, huir de la terrible condición del ser humano, escapando de la “rueda de samsara”, de la interminable repetición de las múltiples muertes y reencarnaciones… Dicho en breve, la solución de Marx es la inmanencia, mientras la del vedanta es la trascendencia.
2- En mi modesta opinión (Wallerstein igualmente mantiene el mismo criterio), el verdadero problema no es la heterogeneidad de los movimientos sociales, sino su fragmentación y su extraña falta de estrategia global. Algunos articulistas de la revista “Global Research” van incluso más allá, al afirmar que movimientos como el de “Otro Mundo es Posible”, son una fabulosa y exitosa estrategia diversionista orquestada y financiada por las transnacionales y sus principales Ongs contrapartes.
3- I. Wallerstein: 1998: 85-7).
- Sergio Barrios Escalante es Científico social e investigador. Ensayista y narrador. Editor de la revista virtual mensual RafTulum. Activista por los derechos de la niñez y adolescencia a través de la Asociación ADINA.
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