Obliga crimen al desplazamiento de periodistas
17/09/2012
- Opinión
El fotoperiodista morelense contestó su celular esa mañana: “¡Con nosotros no se juega! ¡Estás muerto!”, escuchó. De inmediato corrió al puesto de periódicos y constató que la foto del ejecutado que tomó un día antes en un solar de Cuernavaca, por la que un desconocido lo interceptó y amenazó de muerte si se publicaba, estaba a plana entera en su diario. El comunicador le reclamó a su editor, pues le había pedido no difundirla. Renunció y, aterrado, huyó en compañía de su familia al DF.
Tres meses después el reportero, que pide no revelar su identidad, sigue en la capital. Vive con un conocido. No encuentra trabajo, se pierde en la ciudad, no tiene dinero, su familia se desintegró, está deprimido y con miedo a ser descubierto. “¡Ha sido horrible!”, expresa entre lágrimas.
Él es uno de los 18 comunicadores de provincia que según Artículo 19 arribaron a la Ciudad de México en 2012 por razones de seguridad. Pero la cifra podría ser mayor, de acuerdo al Oficial de Protección y Seguridad de la organización defensora de periodistas, Ricardo González: “Siempre que vamos a los estados nos enteramos de casos de gente que salió en total anonimato, hay una cifra negra”.
No hay registros del desplazamiento forzado del gremio entre estados. Pero organizaciones e instancias locales dan cuenta de que la capital se convierte en el refugio del exilio periodístico del país. La mayoría de colegas huyó de Veracruz. También de Morelos, Sinaloa, Coahuila, Chihuahua, Durango, Tamaulipas, Estado de México, Guerrero, Zacatecas, Oaxaca.
Se trata de un fenómeno creciente y fluctuante a partir de 2010 que obligó a la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal (CDHDF) a implementar en 2012 acciones que no realizaba de gestión y apoyo sicológico en beneficio del gremio.
La encargada de la Relatoría para la Libertad de Expresión de la CDHDF, Laura Salas, resume así la demanda emergente: “En 2010 recibimos 5 casos, en 2011 fueron 10, y en lo que va de 2012 hemos recibido a 15 periodistas o familiares de periodistas de Veracruz, más dos periodistas de Morelos y uno de Coahuila”.
Oleadas forzadas
Después del asesinato de cinco comunicadores en Veracruz entre mayo y junio de 2012, el miedo caló en el reportero de trato callado y mirada asertiva que pide el anonimato. Él nunca recibió amenazas o agresiones, pero por su pluma crítica y la violencia estatal contra colegas y sus cercanos temió por su vida y la de su familia. La sensación se le fue haciendo más insoportable. Un día no aguantó más, y sin notificar a su editor, emigró apresuradamente a la Ciudad de México.
Ahora él y los suyos viven hacinados en una habitación de la casa de algún pariente en esta capital. Sobreviven gracias a algunos ahorros y del trabajo de corrección que él consiguió por tres meses.
Dos sentimientos se agitan en su interior: “El miedo nunca me abandona, y siento culpa: ¿qué pasa con los compañeros y activistas que se quedaron allá y que siguen marchando en la plaza principal? ¿Qué pasa con quienes siguen posteando denuncias en las redes sociales a pesar de que saben que enfrentan riesgos?”.
El colega forma parte de la tercera oleada de periodistas desplazados de Veracruz al Distrito Federal observada por Reporteros sin Fronteras de junio de 2011 a julio del 2012, tras los asesinatos de ocho comunicadores perpetrados en el estado en ese periodo.
Sobre la primera, ocurrida en el segundo semestre de 2011, la representante de Reporteros sin Fronteras en México, Balbina Flores, explica: “La mayoría se regresaron en enero y febrero de 2012 a Veracruz porque las condiciones en el DF no les permitieron estar mucho tiempo”.
Antes hubo otra salida masiva a la capital. Fue en 2010 y provino de Morelos. La cofundadora de la Red Reporteros de a Pie, Elia Baltazar, dice que una docena de periodistas dejó el estado tras sufrir agresiones y porque circuló una lista de amenazados. Luego pequeños grupos llegaron de la Comarca Lagunera y de Guerrero. Otros comunicadores de variados estados migraron por su cuenta de forma individual.
“Del caso de Morelos primero hubo arropo colectivo por parte de las organizaciones, pero después vino la parte complicada: dejas tu vida, tu casa, tu trabajo ¿qué sigue? Ya no hubo seguimiento de qué pasó con ellos”, precisa.
La pesadilla
Este 10 de septiembre el caricaturista Rafael Pineda Rapé cumple un año de abandonar Jalapa para refugiarse en la Ciudad de México. Lo hizo porque tras darle posada a un corresponsal que sufrió un intento de secuestro recibió una amenaza escrita en el parabrisas de su auto: “Calladito”. La leyó con pavor y no quiso averiguar más. Sin empacar nada, manejó cuatro horas hasta la metrópoli.
El exilio capitalino para el monero conocido por su mordacidad contra el gobierno de Veracruz, es un infierno: “Es una depresión total y absoluta”, dice. “Tengo afectos muy importantes allá que no puedo ver tan seguido como antes y eso me da en la madre”.
Lo peor para el colaborador de la revista El Chamuco es cuando arriba la noche: “Lo más significativo es el insomnio, pues duermo tres o cuatro horas máximo”.
Su infierno es compartido por otros exiliados: “Lamentablemente he visto un grado de depresión muy fuerte, una desubicación, y que algunos llegan a evadirse con el trabajo o el alcohol”.
“Muertos en vida”
El sicólogo Rogelio Flores, pionero en México en el estudio del periodismo y traumas, considera que “los periodistas desplazados son muertos en vida”. Así se lo compartió un reportero de Durango de la vieja guardia al que lo amenazó el narco.
El periodista le confió: “Salí de Durango para que no me asesinaran los narcos, pero las condiciones en las que ahora estoy viviendo me enferman más. Aquí en el Distrito Federal no tengo donde trabajar, tengo dos años aquí y a pesar de mis estudios no puedo conseguir trabajo ni de repartidor de gasolina”.
Flores piensa que muchos comunicadores dejan su lugar de origen para terminar una pesadilla, pero entran a otra igual o peor al enfrentar obstáculos económicos, laborales, de adaptación y emocionales, generalmente sin el apoyo de sus empresas ni de las instituciones.
Cuando un periodista emigra a otro sitio por razones de seguridad, “es una decisión obligada, no hay espacio ni tiempo para procesar con rapidez los cambios bruscos que se presentan, son abruptos, difíciles de asimilar”.
Los síntomas que el especialista observa son diversos: baja estima, problemas de adaptación, irritabilidad, insomnio, depresión, desesperanza, angustia, soledad, aislamiento, consumo excesivo de alcohol o de cigarros.
El incierto regreso
El colega entrevistado pide que no se haga público ni su nombre ni su lugar de origen. Receloso, cruza las manos y responde tenso. Su empresa lo reubicó en la capital. No entra en detalles. No dice con quién vive ni dónde. También pide que su voz se altere en el video.
—¿Qué dejaste?
—Dejé muchas cosas, pero quizá si uno valora la realidad, por lo menos conservo la vida.
—¿Eres exiliado?
—Estoy exiliado en mi propio país, que además se ha convertido en varios países, y eso me provoca tristeza porque amo a mi país. Quizá por eso desempeño este oficio, de estar rascando siempre lo que no se quiere decir.
—¿Qué viene?
—El futuro es muy incierto, el cambio de gobierno no es muy prometedor.
La misma incertidumbre sobre el futuro expresa un reportero de Veracruz quien también pidió ocultar su identidad. Llegó a la capital tras el asesinato de un colega del que se reserva el nombre. Sólo empacó en su mochila nueve mudas de ropa, su laptop, un libro. Vive de algunas colaboraciones. La ejecución de su compañero, a quien le reconoce haberlo formado en el oficio, lo hace comprometerse más, lo tiene claro: “Significa que yo continúe haciendo periodismo de esta forma y que no claudique, no me venda, sea honesto y le de voz a quienes no la tienen”.
Lo que no tiene claro es si regresará a Veracruz. Sabe que dos reporteros gráficos amenazados en su estado, Gabriel Huge y Guillermo Luna, salieron temporalmente del mismo y al regresar los ejecutaron. “Estamos en medio de todo, del juego de la política, del crimen organizado, y en algún momento los reporteros nos podemos convertir en un mensaje”.
Desde hace meses paga la renta de su casa abandonada en Veracruz con todas sus pertenencias. Lo hace aunque no pueda habitarla: “Mi casa está habitada por fantasmas”. Dice que no ha encontrado condiciones para volver y desmontarla.
Al cuestionarle si tiene la esperanza de regresar a Veracruz algún día, responde: “No lo sé aún”. La charla fluye. Momentos después expresa: “Ya no quiero volver”. Vive el eterno y doloroso dilema del exilio forzado.
Martes 18 de septiembre de 2012
Fuente: El Universal
https://www.alainet.org/pt/node/161055
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