¿Scioli se escribe con K? (sobre la política argentina)
- Opinión
La sentencia “llegó el fin de ciclo K”, tal como se ha venido repitiendo en los últimos años en Argentina, es tan exagerada como imprecisa. Pero lo contrario, afirmar que el ciclo K continúa como si nada hubiera sucedido, también merece ser matizado. A veces, en política, querer contra argumentar a los medios dominantes lleva al extremo opuesto. Para este caso, no es aconsejable ni lo uno ni lo otro. En ningún momento, se sobrevino el fin del ciclo K a pesar de las adversidades afrontadas (fondos buitre, devaluaciones forzadas, saqueos organizados, huelgas policiales). El kirchnerismo supo salir siempre reforzado con un salto adelante frente a cada obstáculo. La Presidenta fue capaz de ir constituyendo una identidad política cada vez más vigorosa y ciertamente irreversible en muchas dimensiones. Lo social nadie lo pone en duda después de tantas exitosas políticas públicas de redistribución de la riqueza. La soberanía, tampoco. El relato acompañado por una realidad que lo sustente ha sido inexpugnable para toda la oposición. Con una popularidad próxima al 60% de la Presidenta no se termina ningún ciclo, ni en Argentina ni en la Conchinchina.
Pero este hecho político incuestionable no significa tampoco que el ciclo K prosiga como si nada con la nueva propuesta de Scioli como único candidato a Presidente para las próximas elecciones del 25 de Octubre del 2015. Aquellos que habitan en la realpolitik jamás afirmarían que todo sigue como siempre cuando se altera el orden en la lista de candidatos. En este caso, no es trivial afirmar que no es lo mismo ser el primero de la lista que el segundo. El nuevo reparto de cartas en el seno del Frente para la Victoria, de cara a ganar las próximas elecciones, modifica sí o sí el centro de gravedad de su propuesta política. Es algo menos peronista-kirchnerista, y seguramente un poco más peronista-sciolista. Que Scioli fue Vicepresidente con Néstor Kirchner entre 2003-2007 no lo puede negar nadie; que ha estado siempre cerca, con una prudente distancia, de la cúpula kirchnerista, es indiscutible. Sin embargo, Scioli no fue ni es de ninguna manera un miembro activo ni central en el buró político K. Scioli fue un buen muchacho con el movimiento K, aunque también lo fue con Clarín. Es cierto también que en los últimos meses, en plena campaña, el ex gobernador de la provincia de Buenos Aires, se arrimó al relato del kirchnerismo sin complejos ni titubeos; se disfrazó como el más K presumiendo de todos los logros de la década ganada para la mayoría social; incluso se puso a defender al “proyecto” en salón mediático ajeno, nunca con capa y espada, pero sí lo suficiente para ganarse la condescendencia que nunca tuvo entre las filas más jóvenes del kirchnerismo.
Acá no está en discusión si Scioli es el ganador menos malo posible. Seguramente los candidatos más puramente kirchneristas (por ejemplo, el actual Ministro de Interior y Transporte, Randazzo) no daban como para asegurarse la victoria. Y la victoria en política no es para ponerla en juego si es que se puede reducir el riesgo de que se escape dicha posibilidad. Scioli será Presidente; asumirá en diciembre y nadie podrá decir que el ciclo K se ha terminado si el nuevo mandatario viene acompañado en la fórmula como Vicepresidente por el más K entre todos los K posibles, Carlos Zannini, actual Secretario Legal y Técnico de la Presidencia; y además por dos referentes de La Cámpora encabezando las listas de diputados en la Provincia de Buenos Aires (Wado de Pedro, actual Secretario General de la Presidencia) y en la Ciudad de Buenos Aires (Axel Kicillof, actual Ministro de Economía).
Con esto se demuestra que el kirchnerismo no quiere soltar del todo las riendas de la conducción. Pero esta demostración de fuerza no se puede equiparar con el papel que tendrá el nuevo liderazgo de Scioli, que si bien ya es suficientemente sólido, crecerá a medida que sea Presidente. Luego de observar lo sucedido con Rajoy, Hollande, Cartes o Humala, para asumir de verdad la tarea de líder-conductor, solo basta con llegar a ser Presidente. El de Scioli no es exactamente el caso de esos otros presidentes que carecían de la mínima nota para llegar a serlo; él viene demostrando que tiene un tono presidenciable desde los últimos meses. Pero además de su propia capacidad, que la tiene, el poder presidencial acaba siendo una herramienta tan poderosa (valga la redundancia) en sí misma que logra dotar de mucha potencialidad a aquel que lo posee. Y a los Presidentes, con contadas excepciones, no les agrada excesivamente cualquier tipo de sombra, ni de Vicepresidentes ni de cualquiera que destaque demasiado. Por ello, pensar que las figuras de Zannini y de la propia Cristina o del propio Axel Kicillof, cuando pasen un par de años, tendrán capacidad para eclipsar (aunque sea parcialmente) al futuro Presidente es hacerse trampa al solitario. Es entendible, por el momento, ese autoengaño en las filas K derivado de la dificultad para aceptar que Cristina deja la presidencia. Pero este hecho no debe llevar a confusión política con lo que vendrá a partir de diciembre: Scioli no se limitará a ser un mero “gestor” del kirchnerismo por mucho que el kirchnerismo reme para ello. Mas bien, la pregunta central es saber si se impondrá la versión Scioli del kirchnerismo o la versión K de Scioli, o por qué no, la versión Scioli del peronismo.
Ante este cierre de listas para las presidenciales en Argentina, se pone nuevamente en evidencia un hecho político propio del cambio de época para buena parte de América Latina: la centralidad en la discusión política sigue estando al interior del bloque de cambio, y frente a ello, la oposición sigue sin encontrar qué música puede ser atractiva para la mayoría social. En Argentina, ocurre algo parecido: la clave discurre en la tensión futura entre Scioli y el kirchnerismo mientras el conservador Macri (y mucho menos Massa) no encuentra la fórmula para ser Presidente.
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