Hace 70 años concluyó la segunda guerra mundial tras seis años y un día de masacres
- Opinión
“Si nosotros aspiramos deliberadamente al empobrecimiento de la Europa Central, la venganza, no dudo en predecirlo, no tardará. No habrá nada, entonces, que pueda retrasar mucho tiempo esa guerra civil, última, entre las fuerzas de la reacción y las convulsiones desesperadas de la revolución, ante cuyos horrores serán insignificantes los de la última guerra alemana, y que destruirá, sea quienquiera el vencedor, la civilización y el progreso de nuestra generación”.
La reflexión corresponde a John Maynard Keynes. Fue explicitada en su gran obra “Las consecuencias económicas de la paz”, aparecida en noviembre de 1919, en la cual analizó la humillante “Paz Cartaginesa” (de apropiación de los bienes del derrotado) implementada por los vencedores de la “Gran Guerra”, luego llamada “Primera Guerra Mundial” (PGM) entre 1914 y 1918. “Paz Cartaginesa”, como la calificó el gran economista inglés, implementada formalmente por el “Consejo de los Cuatro” y cuyo objetivo fue la destrucción final de Alemania, básicamente, y sus aliados, lo que conllevó a la “Segunda Guerra Mundial” (SGM) desarrollada entre el primero de septiembre de 1939 y el 2 del mismo mes pero de 1945.
Un tema que también fue citado mediante diferentes artículos por el periodista, historiador y agente de la inteligencia francesa Raymond Cartier; muy recientemente por Manel Pérez, subdirector del diario “La Vanguardia”, de Barcelona; y, entre nosotros, el pasado 5 de agosto por la presidente argentina Cristina Elisabet Fernández, quién se refirió durante un discurso al saqueo practicado. Esta puntualizó con agudeza: “¿Hitler llegó saben por qué? Porque habían humillado a Alemania, no producto de la inflación”.
Los “Cuatro” eran los Estados Unidos de América, Francia, Italia y el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte (RU) los que, como lo señalara Keynes, no tuvieron, siquiera, el menor criterio común y menos una visión estratégica con lo que terminaron imponiéndose los criterios del gobierno francés de George Clemenceau por sobre los más sensatos del presidente estadounidense Thomas Woodrow Wilson al punto de que lo acordado también provocó un gran endeudamiento de Italia.
El gobierno italiano había recibido de sus socios de los “Cuatro” 827 millones de libras esterlinas de entonces que equivalían a 4.031 millones de dólares estadounidenses, también de aquella época, y a unas 200 onzas troy de oro, lo cual representa unos u$s 1,6 billones (de los nuestros) actuales. Es decir alrededor del 80 por ciento del Producto Interno Bruto Por Poder de Compra (PIB PPP) italiano de 2014. No casualmente Keynes previó la posibilidad de un cambio de bando de ese país como ocurriera, efectivamente, durante la SGM al analizar el maltrato sufrido por parte de sus colegas al establecerse los premios y castigos para el conjunto de los beligerantes, incluyendo a Italia, uno de sus aliados.
A Italia en Versalles se la incorporó a la guerra por un tratado secreto firmado en Londres en 1915 por el que se le prometieron entregas de territorios en África como Eritrea, Libia y Somalia; Anatolia y las islas del Dodecaneso en el Asia Menor; y Alto Adigio, Dalmacia, Istria y Trentino en Europa. Buena parte de los mismos ya habían sido ocupados por los italianos antes de la PGM y otros apuntaban al desmantelamiento del Imperio Austro-Húngaro, pero ello no resolvía la crisis del endeudamiento italiano generado por la guerra.
Keynes había sido uno de los representantes británicos a la hora de los debates en Versalles hasta junio de 1919 y había sido partidario de una solución que avanzara hacia una paz duradera pero terminó por entender que se concluiría en sentar las bases de una nueva contienda bélica. “Si la guerra civil europea ha de acabar en que Francia e Italia (que también jugó al desmembramiento territorial de los derrotados) abusen de su poder, momentáneamente victorioso, para destruir a Alemania y Austria-Hungría, ahora postradas, provocarán su propia destrucción”, precisó al respecto.
Al analizar los diferentes atropellos, incluyendo el boicot económico contra la Rusia de la Revolución Bolchevique gobernada por Vladimir Ilich Ulianov (Lenin), Keynes llega a prever un acuerdo de ésta con Alemania contra los vencedores de la PGM, algo concretado el 23 de agosto de 1939, nueve días antes de inicio de la SGM, mediante el Pacto (Joachim von) Ribbentrop- (Viacheslav) Molotov, de partición de parte de Europa Oriental. Un pacto quebrado por los alemanes menos de dos años después pero que, en su momento, permitió al gobierno de Adolph Hitler cubrirse las espaldas para avanzar sobre otros enemigos.
Keynes también previó el actual conflicto en el Cercano Oriente que involucra a Irak, Siria, Líbano e Israel, principalmente, cuando se repartieron los territorios arrebatados al viejo Imperio Otomano, para lo cual primó el tratado entre el RU y Francia, suscripto en medio de la PGM, el 16 de mayo de 1916 entre Mark Sykes, por una de las partes, y François Georges Picot, por la otra. Dicho tratado, al que Keynes menciona elípticamente, no por su nombre Sykes-Picot, sin hacer precisiones, es el que estableció la división de Arabia, entonces turca, en Líbano, Siria, Palestina, Irak y Transjordania, de las cuales los dos primeros países debían quedar como área de influencia francesa y los otros tres bajo control del RU. Con el tiempo Palestina y Transjordania dieron lugar a Israel quedando para la última el nombre de Jordania.
Este acuerdo fue el que hizo que en la Conferencia de Versalles se rechazase la delegación de la Gran Siria conformada por el rey Faisal y Thomas Edward Lawrence (de Arabia) que pretendían sostener la unidad de esa región y no su partición en cinco según lo acordado por el Sykes-Picot. Gran Siria fue el nombre que se dio al nuevo país conformado en 1917 en un congreso, que incluyó diputados judíos, y que designó rey al príncipe Faisal. Lawrence pretendía que se respetase eso que era lo que se le había prometido cuando fue enviado para promover la rebelión árabe que terminó derrotando a las fuerzas turcas comandadas por el general Mustafá Kemal Pachá, luego más conocido como Atatúrk, primer presidente de la futura República Turca.
Tampoco les fue mejor a los kurdos quienes, a instancia del presidente Wilson, el más racional de todos los vencedores, lograron que en 1920, mediante el posterior Tratado de Sevres, se les reconociera la independencia mediante la creación del estado del Kurdistán. Pero Francia y el RU no tenían interés alguno en ello y así, cuando caída la monarquía turca, Ataturk desconociera el tratado y dejara sin país a los kurdos, los viejos medos de la historia, se hicieron los desentendidos y Wilson, que había sufrido un accidente cerebro-vascular era un presidente formal pero sin ejercicio real del cargo. Así hoy el Cercano Oriente heredó otro conflicto que se extiende por los actuales estados de Irak, Siria y Turquía y donde sólo en Irán existe una convivencia que permite, por ejemplo, la enseñanza del idioma kurdo a nivel universitario.
Claro que la más castigada, como bien lo señala Keynes que dedica a ese país la mayor parte de su libro, fue Alemania. Empezó por ser despojada de su flota indemnizaciones que superaron los 2.200 millones de libras esterlinas más los suculentos intereses previstos; unos u$s 4,3 billones actuales, superiores a los u$s 3,7 billones del PIB PPP de ese país en 2014, a todo lo cual deben añadirse los avances sobre algunos territorios que le fueron arrebatados y, particularmente, aquellos correspondientes a los yacimientos de hierro y carbón con lo cual, como remarcara Keynes, las indemnizaciones aplicadas por los alemanes, liderados por Otto Eduard Leopold von Bismarck, a Francia, tras vencerla en la guerra de 1870, fueron nimias. Una guerra, que, como Keynes previera la SGM, Friedrich Engels, en 1891, hiciera lo propio respecto de la PGM al escribir el prólogo a “La Guerra Civil en Francia”, de Karl Heinrich Marx.
Keynes creyó conveniente un arreglo “indulgente” con los vencidos y aún con los aliados como Italia, pero ello no fue posible, y así “La totalidad de Europa, y especialmente la Europa Central y Oriental, está al borde de grandes peligros e infortunios”, como destacó en su prefacio a la edición rumana el 12 de noviembre de 1920, donde remarcó que “No habrá buenas perspectivas a menos que los líderes de la opinión pública de todo el mundo aprendan a ser sensibles y sinceros”, cosa que no aconteció.
- Fernando Del Corro es Profesor de Historia Económica en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires (UBA); integrante de la cátedra de Deuda Externa en la Facultad de Derecho de la UBA; historiador; miembro del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego; y periodista.
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