Mercenarios latinoamericanos en Yemen y la conexión EEUU
- Opinión
Mercenarios latinoamericanos, abandonando las filas de los ejércitos nacionales de sus países, han ido al combate en el desierto de Yemen con el uniforme de los Emiratos Árabes Unidos. Fueron contratados por empresas privadas estadounidenses y en algunos casos directamente por el gobierno del país árabe, que tiene la segunda economía más grande de la región gracias al petróleo.
Un reportaje del New York Times reveló que 450 militares latinoamericanos, entre ellos colombianos, panameños, salvadoreños y chilenos, han sido desplegados a Yemen, después del entrenamiento en EAU, una parte a cargo de militares estadounidenses.
La presencia de mercenarios latinoamericanos en el Medio Oriente no es nuevo. Desde hace años, los medios colombianos han entrevistado a mercenarios regresados del medio oriente, reclutados por empresas transnacionales. Sin embargo, parece ser la primera vez que están enviados al campo de batalla.
Colombia contribuye el mayor número de mercenarios. El NYT dice que los militares de EAU buscan reclutar a colombianos debido a su experiencia peleando contra las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en las selvas y montañas de su país. Pero hay otra razón.
Desde el inicio de Plan Colombia, entre 2000 y 2015 EEUU gastó casi $7 mil millones para entrenar, asesor y equipar a las fuerzas de seguridad de Colombia. En los últimos años, el gobierno estadounidense ha llevado a cabo una estrategia de preparar a los colombianos para una nueva industria emergente: la “exportación de seguridad”.
Y aparentemente, una manera de exportar la seguridad es volverse mercenario calificado para las causas de EEUU en otras partes del mundo.
Las tropas colombianas, entrenados en técnicas contra el terrorismo y contrainsurgencias EEUU también están exportando la agenda geopolítica de los Estados Unidos. Acaban haciendo el trabajo sucio del país al norte que, como consecuencia, no expone sus fuerzas ni enfrentar acusaciones de intervencionismo.
Según el analista William Hartung, el gobierno de Estados Unidos ha entrenado un total de 30,000 militares de los cuatro países que forman parte de la fuerza enviada a Yemen. Un reportaje desde El Salvador cita una fuente del Ministerio de Defensa quien afirma que hay unos 100 salvadoreños realizando operaciones en Yemen. Mientras los colombianos reportan que el contrato es con los militares EAU, en El Salvador reportan un proceso de contratación por una empresa nacional vinculado a Northrup Grumman. La misma fuente afirma que también hay mexicanos en Yemen, país no incluido en el reporte del NYT pero que tiene una estrecha relación con el complejo de seguridad estadounidense desde la guerra contra las drogas.
No se puede saber a ciencia cierta si los cientos de mercenarios latinoamericanos en Yemen fueron entrenados en los Estados Unidos o por militares estadounidenses en sus propios países. El gobierno de EEUU no revela los nombres de los militares y policías entrenados. Tampoco existe un registro público de mercenarios. Aunque la práctica es legal en ciertos contextos, forma parte del mundo subterráneo de la guerra, de los poderes en la sombra que cada vez dictan las condiciones en que vivimos.
Lo cierto es que la contratación de mercenarios latinoamericanos sigue la lógica del nuevo estilo de guerra diseñado desde el Pentágono. En la estrategia se reducen los riesgos a sus propias tropas, aumenta la muerte de civiles e incrementan las ganancias de la guerra. Los drones —aviones no-tripulados– matan miles de civiles sin arriesgar una sola vida de las fuerzas agresoras. Ni siquiera salen salpicados de la sangre de sus víctimas, ni traumados por sus gritos.
Si por un lado la tecnología hace posible la guerra a distancia, otra forma es buscar que otros pelean por tu causa. Triste reflejo de la violencia patriarcal y la desigualdad, el uso de mercenarios extranjeros es parte de este nuevo escenario. En el caso de Yemen, las poblaciones de países que forman parte del conflicto o se sienten amenazados por el conflicto—como los Emiratos–no tienen ganas de ir a la guerra. Y los Estados Unidos no quiere pagar el precio político de ver a sus soldados volver a casa en bolsas. ¿La solución? La contratación de mercenarios en América Latina.
Por el lado económico, con el reclutamiento barato de jóvenes de nuestros países, se alimenta la industria bélica de Estados Unidos. Empresas estadounidense como Blackwater (que cambia su nombre pero sigue siendo del imperio de la muerte de Erik Prince) y Northrup Grumman con sede en Virginia sacan más jugo de sus contratos gubernamentales rebajando los salarios a los soldados, que de todos modos ganan por medio más de cinco veces lo que ganan en sus países.
El tercer elemento de la estrategia de guerra a control remoto es la venta de armas. Es un negocio redondo que lleva millones de dólares a las empresas de la industria de defensa de EEUU–poderoso cabildeo en el Congreso—mientras avanza la agenda geopolítica cambiando la correlación de fuerzas en conflictos estratégicos. El gobierno de Obama ha fomentado los bombardeos de los gobiernos de Arabia Saudita y los Emiratos, incluso con una decisión reciente de vender unos $1,3 mil millones más en armas. Mientras que la ayuda militar a los aliados (y en no pocos casos a los dos lados de conflictos armados) siempre ha sido una arma de la geopolítica y la hegemonía, ahora la venta de armas se ha perfilado como una estrategia central, además de negocio.
El Pentágono y los promotores en el Congreso hablan abiertamente de las ventajas de matar desde lejos, mientras las críticas citan los ataques contra civiles, en muchos casos mujeres y niños, que son características de este tipo de guerra. La ONU calcula que la guerra en Yemen ya ha resultado en la muerte de más de 2,500 civiles, entre ellos mujeres y niños; casi 500 perdieron la vida en ataques de drones de EEUU.
Ahora ¿cuántos morirán a manos de mercenarios latinoamericanos?
2 diciembre 2015
- Laura Carlsen es directora del Programa de las Américas en la Ciudad de México.
Este artículo fue publicado en Desinformémonos
Fuente: http://www.cipamericas.org/es/archives/17675
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