2015: un año de quiebre histórico
- Opinión
“Triunfan aquellos que saben cuándo luchar y cuándo no”.
Sun Tzu
El año 2015 fue un punto de quiebre para los proyectos progresistas en el mundo. Las derrotas electorales en Bogotá, Argentina y Venezuela, y el fracaso estratégico-estructural en Grecia, son los fiascos más protuberantes. Sin embargo, las alertas están encendidas en Brasil, Nicaragua, Uruguay, Chile, Bolivia, y Ecuador.
El imperio financiero global ha logrado imponer sus condiciones. El ajuste neoliberal impuesto al gobierno de Syriza es el hecho más grueso pero todos los gobiernos progresistas han tenido que retroceder e implementar medidas regresivas. La crisis económica que se incuba desde hace 7 años se ha expresado con la caída de los precios internacionales del petróleo, la revaluación del dólar estadounidense y la recesión en China. Todos esos fenómenos han incidido de una u otra forma en el declive de los procesos de cambio.
La cara del monstruo imperial se ha hecho visible en forma brutal. Su ofensiva incluye el uso manipulado del Estado Islámico (ISIS-DAESH) para justificar sus intervenciones militares. Las tensiones geopolíticas con Rusia y China han mantenido a los mercados bursátiles de todo el mundo en una especie de montaña rusa de incertidumbres. La guerra en Siria se expande involucrando a Irak, Turquía, El Líbano y al pueblo kurdo. Y ahora, el imperio estadounidense orquesta su nueva estrategia para América Latina con sus nuevas teorías de “paternalismo liberal” a la sombra de su nueva actitud con Cuba. Es un hecho.
Las derrotas de los movimientos progresistas tienen dos componentes. Los límites estructurales que imponen las condiciones reales y los errores estratégicos de las direcciones políticas. Ambos están íntimamente relacionados. Las deficiencias conceptuales que tenemos en nuestra formación política e ideológica, están en la raíz del problema. Creemos que con fuerzas muy limitadas –obtenidas en lo electoral–, podemos realizar cambios estructurales, anti-neoliberales, anti-capitalistas. Y entonces, nos estrellamos terriblemente.
Además, confiamos en la capacidad del Estado “heredado”. Llegamos al gobierno y creemos tener el “poder”. Nos ilusionamos con convertir un instrumento del gran capital en una herramienta para “construir la nueva sociedad”, pero, en verdad, terminamos absorbidos por tareas administrativas que no confrontan las causas profundas de la dominación. Y para completar, desde los gobiernos se destruyen y desmovilizan a las organizaciones sociales por medio de la cooptación burocrática y los nuevos clientelismos. Queriendo hacer la revolución “desde arriba” acabamos con lo poco que habíamos construido “desde abajo”.
Pero como en todo, estas derrotas llevan implícita la oportunidad de avanzar. Si identificamos nuestras limitaciones conceptuales, podremos dar un paso fundamental. No será fácil realizar ese trabajo porque hemos anulado la capacidad crítica y las reservas sociales están relativamente paralizadas por la cooptación institucional.
Si no lo hacemos, si no conseguimos reflexionar con calma, retroceder tácticamente, reordenar nuestras fuerzas, y nos lanzamos a la ofensiva sin haber superado nuestras insuficiencias conceptuales, convertiremos la amenaza en una derrota histórica de grandes dimensiones. El esfuerzo libertario de los pueblos y los trabajadores quedará hecho añicos.
Necesidad de un nuevo relato histórico
Para poder entender la situación actual deberemos fundir sin ningún temor las diferentes lecturas que hemos heredado de nuestros antepasados. Los determinismos de diverso tipo pueden ser superados con sus respectivos pares. La visión economista requiere de un enfoque cultural que la recree. El énfasis biogenetista debe ser contrarrestado por el determinismo psíquico. El euro-centrismo debe ser sacudido por la crítica decolonial de la América indígena, el Asia milenaria y el África negra. La lógica formal debe ser revolucionada con las ciencias de la complejidad y el pensamiento mágico. Todo debe ser repensado.
Los retos que tenemos los pueblos, los trabajadores y demás sectores sociales que buscan expresar y defender sus intereses (generistas, ambientalistas, animalistas, etc.), para enfrentar la crisis sistémica que vive la civilización humana, nos exige actuar con audacia y valentía. Es necesario reunir a Braudel con Marx; a Darwin con Freud; a Nietzsche con Hegel; a Platón con Lao Tsé, Confucio, Buda y Cristo; a Newton con Castaneda; a Kant con Husserl; y a todos con todos, todos con uno y viceversa. Ya lo hacen muchos pero hay que acelerar.
A pesar del sentido individualista que el capitalismo senil del siglo XXI ha inoculado entre amplios sectores de la población, podemos observar que el espíritu solidario heredado de tiempos ancestrales, no ha desaparecido totalmente. Nuevas formas de relacionamiento entre los humanos se expresan de diversas formas ante el peligro de las guerras nucleares o de la hecatombe ambiental que se cierne sobre nuestras cabezas. Nuevas economías colaborativas aparecen como fruto del enorme desarrollo de las fuerzas productivas y a pesar de las nubes negras, se avizoran en el horizonte días llenos de sol.
De ese esfuerzo deberá salir fortalecido un pensamiento crítico universal. Será fundamental para orientar nuestras luchas. Será vital para retomar la utopía, caminar con nuevos bríos sin certezas idealistas pero sin miedo a la incertidumbre. Los análisis concretos con miradas complejas serán nuestra práctica común y nos darán guías sólidas para avanzar.
La crisis económica se va a profundizar en el año 2016. Todos los síntomas acumulados en 2015, así lo indican. Los expertos independientes lo avizoran. Ello nos obligará a hacer lo que tenemos que hacer. No hay caminos sesgados, no hay atajos.
Popayán, 30 de diciembre de 2015
- Fernando Dorado: E-mail: ferdorado@gmail.com / Twitter: @ferdorado
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