No tengo duda en que este año es  fundamental en el camino de la búsqueda de la paz de Colombia. No sólo porque en el primer semestre se firmarán los acuerdos finales de terminación del conflicto armado con las FARC, sino porque igualmente se avanzará sustancialmente en las conversaciones con el Ejército de Liberación Nacional (ELN). Por supuesto eso no significa que llegaremos al ‘paraíso terrenal’, no, simplemente emprendemos la tarea de erradicar las armas de la política, que el debate político se haga con propuestas, con ideas, con liderazgos y que la lucha social se haga con movilización, con presión y con disposición de concertación; pero es un paso gigantesco en una sociedad en la cual la tradición ha sido la violencia aduciendo diversas razones.

Lo anterior no quiere decir que nos espera un camino de rosas, no. Tenemos por delante desafíos importantes en las conversaciones de La Habana. A vía de ejemplo destaco dos; el primero hace referencia al mecanismo de refrendación que usaremos los colombianos para darle legitimidad política y jurídica a los acuerdos de terminación del conflicto armado; de un lado está la propuesta del plebiscito que ha impulsado el Gobierno, del otro la de la asamblea constituyente que proponen las FARC, ambos caminos complejos, llenos de incertidumbres políticas y jurídicas, pero, ¿eso nos lleva al desánimo? No, nos impulsa a estimular a la Mesa de Conversaciones para que de manera serena, tranquila, argumentada, discutan los pros y contras y lleguen a una solución que sea políticamente viable y jurídicamente sólida. Segundo, lo relacionado con la reincorporación a la vida civil, en lo económico, lo social y lo político de los miembros de las FARC, de acuerdo con sus intereses, como reza el acuerdo, esto conlleva una complejidad que va desde las modalidades de localización de las fuerzas guerrilleras –toda la problemática de la territorialidad-, sus procesos de reincorporación a la vida civil –allí seguramente algunas experiencias de procesos del pasado pueden ser de utilidad, pero sobretodo pensar esquemas y procesos novedosos acordes con las particularidades de las actuales insurgencias-. Pero todo lo anterior no nos debe llevar a desanimarnos, sino a estimular a la Mesa de Conversaciones a pensar de manera creativa y novedosa los problemas y a buscar alternativas y por supuesto seguir apoyando las conversaciones.

En relación con el ELN, se escuchan algunas voces cargadas de fuerte pesimismo, pero olvidamos por momentos las particularidades de este proceso. Apenas se está terminado de definir una agenda y unos procedimientos para instalar una Mesa Pública y Formal, que ojalá se hiciera pronto. Se habla de divisiones al interior de esta guerrilla y realmente no lo creo. Así como no le reconozco a ningún colombiano el ser enemigo de la paz –puede que tengan diferencias con el actual modelo de conversaciones que se ha venido siguiendo, pero esa es otra discusión-, tampoco creo que haya ningún miembro ni sector del ELN que no quiera la paz; seguramente tendrán dudas, incertidumbres, desconfianzas, igual y con seguridad también pasa en el campo del gobierno y en sectores de la sociedad, pero es justamente a partir de allí que se inician los procesos de conversaciones entre adversarios para tratar de ponerle fin concertado a un enfrentamiento armado. No es realista suponer que las actitudes de las FARC, con quien se lleva más de tres años de conversaciones sean iguales a las del ELN, con quien apenas se está empezando a estructurar el inicio de un proceso.

Tengo la mejor confianza que tanto el Gobierno como el ELN van a hacer –o ya lo están haciendo- el mejor esfuerzo para superar las diferencias y podernos dar a los colombianos la buena noticia –ojala fuera este lunes en que se conmemora medio siglo de la muerte del sacerdote Camilo Torres Restrepo, símbolo de esta organización- que se formaliza una Mesa de Conversaciones y que se inicia un proceso entre el Gobierno y esta insurgencia.

- Alejo Vargas Velásquez es Profesor Universidad Nacional