Las guerras globales y las potencias emergentes (III)

25/02/2016
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La semana pasada interrumpimos la segunda parte de este artículo cuando analizábamos los enfrentamientos militares del siglo XXI.

 

Aunque no aparecen enfrentados militarmente en escenario alguno, los principales actores del siglo XXI son EEUU y China. El primero defiende sus posiciones conquistadas en el siglo XX, el segundo se mueve rápidamente para convertirse en la potencia dominante del siglo XXI. Pareciera que los dos países se movieran por rieles paralelos. Sin embargo, hay un enfrentamiento sordo entre ambas potencias que es contenido por la diplomacia de ambas potencias. China rara vez muestra su poderío en forma directa utilizando, en su lugar, terceras fuerzas (proxies). Sólo cuando EEUU se introduce en su territorio reacciona: la Plaza Tiananmen, Tibet, Hong Kong, Taiwán o el Mar del Sur de China.

 

La estrategia de EEUU consiste en dominar las redes financieras globales que aseguren su control sobre la economía mundial. Hace varios lustros perdió su primacía en el mundo de la producción industrial y su clase obrera disminuye con el paso de los años. Cuenta con dos cartas adicionales: Por un lado, su hegemonía ideológica-cultural y, por el otro, su inmenso arsenal militar que le permite intervenir en casi cualquier rincón del mundo. Con estas dos herramientas intenta socavar las alianzas de Pekín con sus vecinos (Rusia e India), así como con potencias medianas en otros continentes (Alemania, Brasil, África del Sur).

 

La estrategia de China consiste en convertirse en el motor industrial del mundo, objetivo que ya logró. Además, la acumulación capitalista le permite, en la actualidad, competir en el plano financiero global y colocarse en la punta de la carrera armamentista y espacial. China también pretende lograr estos objetivos sin chocar directamente con EEUU. Mejoró sus relaciones con Moscú y está trabajando para establecer un eje euro-asiático cuyos polos serían Pekín y Berlín.

 

La respuesta de EEUU a la estrategia China tiene dos grandes vertientes que no siempre se complementan. Las mismas se traducen en las propuestas de los consejeros presidenciales, Kissinger y Brzezinski. Ambas tienen un fuerte contenido militarista ya que la capacidad financiero-económica del viejo orden, basado en el eje nor-Atlantico, se debilita cada vez más. En el caso del primero, sería encerrar a China definitivamente mediante una alianza entre Washington y Moscú. Es la estrategia de la contención que dio buenos resultados durante la “Guerra Fría” del siglo XX. La posibilidad de que esta alianza se realice fue descartada por EEUU en la década de 1990 cuando la OTAN ocupó los países del antiguo Pacto de Varsovia y las ex-repúblicas soviéticas. La dirección rusa actual acusa a EEUU de traición por no cumplir con su palabra cuando negoció con Gorbachev, en 1991, el desmantelamiento de la Unión Soviética.

 

Los gobernantes norteamericanos desde 1991 se han inclinado más hacía la propuesta de Brzezinski quien sostiene que el desmantelamiento de la antigua Unión Soviética y la actual Rusia tiene que ser completa y terminal. El asesor de Seguridad Nacional del presidente Carter (1977-1981) sugiere una Rusia dividida en tres partes: la parte europea, la Siberia asiática y el extremo oriente (Vladivostok). De esta manera EEUU podría mover las fronteras de la OTAN hacia el norte y oeste de China.

 

En la actual campaña electoral de EEUU ha surgido un candidato extemporáneo y aparentemente díscolo en el Partido Republicano. En sus discursos siempre incluye algo inusitado que desconcierta a los políticos tradicionales (establishment). Está siempre dispuesto a hablar mal de los mexicanos, insultar a las mujeres o denigrar a los musulmanes. Lo que no aparece en el radar de los medios de comunicación sobre el candidato favorito del Partido Republicano, Donald Trump, es su interés en llegar a un acuerdo con Rusia.

 

Trump es el primer candidato con posibilidades de ganar la convención de un partido importante en la historia de EEUU que no surge de las filas partidistas. Su popularidad es producto de la existencia de una enorme masa de norteamericanos descontenta con la decadencia de la economía de ese país. Son miembros de las capas medias que sienten frustración al ver que sus niveles de vida son interiores a los de sus padres. Es decir, sienten que la actual generación ha retrocedido en su nivel de bienestar comparada con la anterior.

 

La próxima semana entregamos la cuarta y última parte de este análisis.

 

25 de febrero de 2016.

 

Marco A. Gandásegui, hijo, profesor de Sociología de la Universidad de Panamá e investigador asociado del CELA

https://www.alainet.org/pt/node/175632
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