2017: la oposición congelada y Trump duro contra Venezuela
- Opinión
La oposición venezolana no puede con Nicolás Maduro. Sus sectores más radicales llaman -una y otra vez- a “la calle”, pero el antichavismo y/o antimadurismo no responde el llamado. La última gran movilización de la oposición fue en setiembre del año pasado. Mientras la nueva y difusa consigna de “Elecciones Ya” no prende, el gobierno debe pelear con enemigos más allá de las fronteras.
Hace un año la Asamblea Nacional era un hervidero. Con las nuevas autoridades recién asumidas tras la primera gran derrota del chavismo en las parlamentarias de diciembre de 2015, cada sesión era un dolor de cabeza para el gobierno. Los periodistas se apelotonaban en el segundo balcón, decenas de camarógrafos y fotógrafos -muchos de medios ignotos, nacidos al calor del nuevo momento político- pugnaban por tener una toma de los nuevos personajes que prometían llevarse por delante a Nicolás Maduro.
El nuevo presidente de la Asamblea, Henry Ramos Allup, el sempiterno dirigente de Acción Democrática, hacía gala de su verbo tan preciso como inflamado, mientras del otro lado el Bloque de la Patria, con el ascendente Héctor Rodríguez a la cabeza, se limitaba a dejar constancia de que resistirían (más en la calle que en los curules) los proclamados intentos de desandar el andamiaje de las leyes orgánicas de la Revolución Bolivariana.
Pero sobre la mitad de 2016 el pleito parecía resuelto. El Tribunal Supremo de Justicia declaró en desacato a la Asamblea por haber incorporado a los diputados del estado Amazonas, electos en comicios cuya limpieza fue objetada por el mismo Tribunal. Las autoridades de la Asamblea, lejos de dar marcha atrás con la medida observada, lo mantuvo. Pero lo que parecía sería una dura puja del poder Legislativo contra el Ejecutivo y Judicial, con el transcurso de los meses se convirtió en un sainete de declaraciones de ida y vuelta, del que -no puede dudarse- fue el gobierno el que salió victorioso.
Basta ir estos días a una sesión de la Asamblea para comprobarlo. Sobre el final de febrero, por caso, se aprobó un repudio a la medida que dejó ¿temporalmente? fuera del aire en Venezuela a la estadounidense CNN en Español. Quince minutos de monocordes discursos, votación sin aplausos. La bancada chavista ausente y… pasemos al siguiente punto del orden del día, señor secretario.
Con la Asamblea en punto de congelación, la otra estrategia publicitada por la oposición es “la calle”. Consigna que se traduce, según sus precursores, en protesta callejera hasta la caída de la “dictadura”. Esta estrategia tiene un problema nodal: los partidos de la oposición tienen casi nula capacidad de movilización y lo demuestran en cada convocatoria a la calle.
Desde el fracaso de las “guarimbas” (protestas violentas) en 2014, hubo decenas de llamados a la calle, la mayoría hechos bajo el paraguas de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), esto es, la reunión de la mayoría de los partidos y grupos opositores. De estos llamados sólo fueron masivos aquellos cuyas consignas contactaron con un horizonte posible para la “masa” opositora, especialmente el proceso hacia el referéndum revocatorio de mandato presidencial, durante el segundo y tercer trimestre de 2016. Pero el referéndum, como se sabe, se trancó por acciones y omisiones varias. Y la fuerza de calle de la oposición se diluyó hasta llegar hoy a las narcóticas sesiones de la Asamblea.
Durante el febrero que se va, la oposición llamó a “la calle” dos veces. En la primera, el Día de la Juventud, convocaron a un grupo de estudiantes que a duras penas superaban la cincuentena de periodistas, reporteros gráficos y camarógrafos. Seis días después, se propusieron denunciar los tres años que lleva en prisión el referente del partido Voluntad Popular, Leopoldo López. Fue este grupo (acompañado por las nuevas autoridades de la Asamblea) el que ganó la calle con -de nuevo- muy magros resultados.
¿Y en Miraflores? Entre los CLAP, el delicado día a día y… Trump
Así, sin que la oposición y sus llamados a la calle inquieten siquiera al más incauto, llegamos al Palacio de Miraflores, la sede del gobierno en Caracas, donde el presidente Nicolás Maduro navega aguas mucho menos tormentosas que las de la misma altura del almanaque un año atrás. El barril de petróleo (es decir los vitales ingresos en divisas del Estado) va en suba y la celada de la falta de liquidez total para las navidades que pasaron se sorteó con la progresiva aunque desordenada entrada en vigor de nuevos billetes. En el día a día, los Comité Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP) han mostrado ser una forma efectiva de frenar la pauperización extrema del ingreso popular, descarnada inflación mediante.
Los CLAP entregan a precios casi exponencialmente menor que los del “mercado” productos básicos para el “resuelve” de los sectores populares. Para que esto ocurra, el Estado venezolano compra a precios a veces viles productos importados. La participación en este sistema de las nuevas empresas socialistas por las que tanto bregó Hugo Chávez, o de las expropiadas por la iniciativa del Comandante, que contribuirían a frenar la sangría en divisas no está del todo clara.
Mientras tanto, el sistema de venta de productos a precios regulados en cadenas medianas en los sectores de clase media sigue determinado las largas colas y el “bachaquerismo”, un complejo sistema. El bachaquero compra lo que necesita para sí y el resto lo revende a mafias de distribución, tras las cuales el mismo producto vuelve a la calle luciendo en su precio un cero más a la derecha, y más. Un sistema que se consolidó durante casi tres años por indolencia o incapacidad de las autoridades para cortarlo de raíz.
Y si las iniciativas institucionales y las “informales” parecen mantener a raya los fantasmas del estallido social que tantos auguran fronteras afuera (y que tan lejos parecen aquí) el resurgir del enemigo externo no es un dato menor. Efímera primavera para la relación Maduro-Trump. Mientras el presidente venezolano, en enero, a horas de la toma de posesión del magnate inmobiliario decidió independizarse del coro de los dolientes de Obama (no era para menos), el nuevo actor principal del Salón Oval no tardó ni un mes para marcar distancia.
La inclusión de Tareck El Aissami en la discrecional lista de “sancionados” por el Departamento del Tesoro fue atribuida a un “coletazo” de la administración Obama, mientras el vicepresidente encaraba una defensa más personal que de Estado. Pero el mismísimo Trump puso las cosas negras sobre blanco, ya casi en el arranque del fin de semana largo del Carnaval en los sures paganos. “Tenemos un problema con Venezuela, lo están haciendo muy mal”, dijo el magnate. Al cierre de esta edición de Question Digital, tal afirmación no ha sido comentada por las autoridades bolivarianas.
Nos viene a la memoria Chávez, mandando a Obama a lavarse ese paltó.
Marcos Salgado
Periodista y corresponsal extranjero argentino residenciado en Caracas, editor de Questiondigital.com. Asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico
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