Descubrimientos de Enrique Peña

01/06/2018
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No se requieren 5.5 años de trabajo en Los Pinos y Palacio Nacional para llegar a la conclusión de que los paraísos que ofrecen los candidatos presidenciales, los cuatro en mayor o menor medida, sólo existen en la retórica. Por supuesto que más vale tarde que nunca descubrir el hilo negro, sobre todo cuando el adversario principal de Enrique Peña Nieto, Andrés Manuel López Obrador, crece y crece en las preferencias ciudadanas como lo muestran las más recientes instantáneas de Reforma y Parametría. Adversario singular porque el modelo económico podría tener ajustes que si bien no lo sustituyan por otro, tampoco sería el continuismo del Cambio de rumbo iniciado a fines de 1982 y reproducido con ajustes por cinco presidentes.

 

El alcance de los cambios no dependerá sólo de los niveles de la votación alcanzados por el Movimiento Regeneración Nacional y sus aliados Partido del Trabajo y Encuentro Social, lo cual es demasiado importante, sino también del protagonismo que adquiera el movimiento social y la sociedad civil, la no subordinada y que auspicia el gran capital y sus aliados en el poder público. Pero éste es tema para otra ocasión.

 

Dice Peña Nieto y dice bien, que “suena muy bonito en la retórica decir: ‘vamos a arribar a ese México que todos queremos’. Y lo pintamos muy bonito, donde prácticamente sea el paraíso”. El plural “pintamos” es pertinente porque como candidato presidencial hizo exactamente lo mismo. Incluso permitió el griterío femenino, alimentado por operadores de la campaña presidencial en el estado de México, de: “¡Bombón, bombón, te quiero en mi colchón!” Y más importante aún, su adversario AMLO lo acusó de comprar varios millones de votos para ganar la Presidencia a la mala. La denuncia no fue al calor de la contienda porque “no sabe aceptar derrotas” y no es “un demócrata”, como cada vez menos dicen a coro los intelectuales liberales del oligopolio mediático. López Obrador y Morena todavía lo sostienen y denuncian.

 

Aclaradas tales pequeñeces, coincido con el señor al que rechazan 78 de cada 100 mexicanos, cuando afirma que “ese México no va a existir porque se hace todos los días. Ese estado de bienestar dependerá del esfuerzo y de la contribución que cada uno haga”.

 

Constituye una de las constantes del viejo y del nuevo sistema político mexicano la subcultura del tlatoani, del hombre que cada seis años llega para “renovar la esperanza” con base en sembrar la ilusión del gran cambio, así sea principalmente en reversa aunque también hubo cambios positivos, como lo hicieron Vicente Fox y Acción Nacional (2000-06), con la asesoría del incansable Jorge German Castañeda, quien nuevamente busca la Secretaría de Relaciones Exteriores.

 

Cierto es que “la suma de esfuerzos individuales (acumulación que los convierte en colectivos) es lo que cambia a una sociedad”. Y que “La responsabilidad no es la de un líder o la de un jefe de Estado; la de un presidente, la de un gobernador o la de un alcalde. Es de toda una sociedad que esté decidida a cambiar”. Claro está que no pensaba así cuando negoció las reformas estructurales con la partidocracia del PRIANRD, imponiéndolas a los grupos parlamentarios y presumiéndolas en la Asamblea General de la ONU como ejemplo para destrabar la incapacidad del Consejo de Seguridad para establecer consensos. A sabiendas de que la sociedad rechazaba la reforma energética.

 

Aprenden a trompicones, cuando el barco no tiene rumbo cierto y ocho de cada 10 ciudadanos no coinciden ni con el capitán ni con la ruta. Y sólo alcanza a decir que “ser presidente no es sencillo”. ¡Ah!

 

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