Homenaje póstumo a Edelberto Torres-Rivas
- Opinión
“Los hombres no pueden ser más perfectos que el sol. El sol quema con la misma luz que calienta. El sol tiene manchas. Los desagradecidos no hablan más que de las manchas. Los agradecidos hablan de la luz” (Fidel Castro Ruz).
“Honrar honra”, decía José Martí. Y eso es lo menos que podemos hacer quienes de una u otra forma, y en algún momento de nuestras vidas, recibimos el apoyo de un ser humano excepcional, poseedor al menos de tres cualidades notorias; aguda inteligencia, valentía y gran generosidad.
Hijo del ilustre profesor y brillante intelectual nicaragüense Edelberto Torres Espinoza, férreo luchador anti-somocista, destacado biógrafo de Darío y Sandino, amigo personal del Dr. Ernesto Guevara de la Cerna (“El Che”), y mentor de Carlos Fonseca Amador, fundador y máximo dirigente del FSLN.
A pesar de haber crecido junto a tan “aplastante sombra”, Edelberto Torres-Rivas construyó a pulso y esfuerzo propio su nombre y prestigio, y alumbró con luz propia, tan potente como la de su padre.
La primera vez que supe de él fue a través de su famoso texto sobre el desarrollo social centroamericano, y al leerlo (en un contexto no académico por condiciones muy personales y particulares de esa época), de inmediato quedé muy impresionado por la gran agudeza y concisión de sus análisis y planteamientos sociológicos e históricos.
No fue casualidad que este gran ensayo tuviese una influencia directa y fuerte sobre Eduardo Galeano, cuando este otro gran ensayista se propuso escribir “Las Venas Abiertas de América Latina”, tal y como se puede constatar con tan solo revisar en la bibliografía que para este fenomenal texto utilizara el ilustre intelectual uruguayo.
En mi caso, finalmente logré conocerlo personalmente (y de paso trabajar junto a él como su asistente de investigación durante un breve lapso), en el año 2002, justo cuando retorné a Guatemala tras casi dos décadas de ausencia involuntaria.
Lo conocí en su oficina situada en el edificio Plaza Marina, en ese entonces, sede del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo. De inmediato encontramos “buena química”, debido a que (guardando las debidas distancias), ambos compartíamos el gusto por el uso de la metáfora irreverente para ilustrar aspectos relevantes del análisis sociológico.
En un par de trabajos de investigación para el Informe de Desarrollo Humano que realicé junto a él al año siguiente (2003), me percaté que era exigente y riguroso, pero sin caer en la majadería o la prepotencia, aunque siempre habían quienes así lo percibían, en especial, cuando lo escuchaban despotricar sin clemencia contra un trabajo mal hecho, o en contra de la mediocridad de algunos profesionales con ínfulas de sabiondos intelectuales.
Posteriormente tuve de nuevo la oportunidad de trabajar con cierta cercanía a él, ya durante un lapso un poco más largo, y mi opinión con respecto a la calidad innegable de su trabajo investigativo se mantuvo como el que había forjado yo durante fines de los años setenta.
Jamás imaginé que el autor de aquella obra de investigación sociológica que tanto me había impresionado en los momentos más duros de la guerra interna en Guatemala, muchos años después iba a ser la persona que desinteresadamente habría de encargarse de apoyarme a abrir sendero laboral a mi retorno al país.
Nadie, ni sus peores (o mejores) enemigos pueden negar la invaluable contribución de Edelberto al desarrollo de las Ciencias Sociales y de la investigación académica en la región latinoamericana, y en particular, centroamericana. Su valiosa contribución científica de la realidad social, política e histórica es innegable.
Como también es innegable su valiosa contribución en el ámbito político guatemalteco durante diversas épocas. Ya en tiempos del gobierno democrático de Jacobo Árbenz, Edelberto militó junto a varias organizaciones revolucionarias. Su postura de denuncia ante el golpe de Estado promovido por EEUU y la ultra derecha criolla le valió su expulsión del país, refugiándose en México en 1954 junto a Alfonso Bauer Paiz, Ernesto Capuano y el propio Ernesto Guevara de la Cerna.
Durante décadas de exilio en el extranjero denunció sin cansancio las atrocidades y el genocidio cometido por las fuerzas más retrogradas y sanguinarias del Ejército y de la derecha cómplice del anticomunismo guatemalteco.
A inicios de los ochentas Edelberto Torres fue el relator principal en la célebre reunión realizada por el Tribunal Permanente de los Pueblos, convocado en España, donde se juzgó moral y políticamente a la dictadura militar y a la oligarquía guatemalteca, por los numerosos y horrendo crímenes cometidos en contra de miles de trabajadores, sindicalistas, académicos, obreros, intelectuales, campesino, artistas, indígenas, religiosos, amas de casa y otros sectores.
A su retorno a Guatemala tras el cese de la guerra y la firma de los Acuerdos de Paz en 1996, volcó por años una buena parte de su tiempo, energías y disciplinada inteligencia, al desarrollo y profundización del estudio de la realidad social guatemalteca y centroamericana, en especial, a través de la investigación en torno a los llamados informes de Desarrollo Humano a cargo del PNUD.
Como todo hombre íntegro y de principios, Edelberto tuvo muchos enemigos, pero igualmente, muchísimos amigos, de diverso tipo, ámbito y categoría. Cuenta Paco Ignacio Taibo II, el más prestigiado biógrafo de Ernesto Guevara, que fue Edelberto y su padre, quienes consiguieron al médico argentino su tan ansiado viaje a China, en 1955. Aunque el viaje ya no fue posible, debido al casamiento de Ernesto con la peruana Hilda Gadea, y por la precipitación de la aventura expedicionaria del Granma liderada por Fidel.
Edelberto también fue amigo de presidentes y ex -presidentes, o tal vez fue al revés, presidentes y ex –presidentes se hicieron amigos de él, debido a que por su personalidad no se dejaba impresionar fácilmente por tales personajes e investiduras.
Además de su mundo académico también tuvo amigos de otras esferas totalmente diferentes, y pese a que muy crítico de diversos procesos revolucionarios del mundo, no faltó más de algún jefe insurgente de algún país latinoamericano que ocasionalmente lo buscase para obtener sus consejos y apreciaciones políticas.
Como todo hombre íntegro, Edelberto no podía ser etiquetado, aunque nunca faltó gente que desde posiciones extremas del espectro ideológico lo confundiera con su enemigo del polo opuesto. En realidad fue un humanista un tanto al estilo de la vieja Ilustración europea, un hombre culto, de aguda inteligencia, adscrito sin ambages a los sistemas democráticos, aunque nunca quiso ser presentado como un fanático del modelo republicano, pero si un firme defensor de los mecanismos institucionales como vía para la búsqueda del bien común.
Poco tiempo después de la caída del muro de Berlín y del colapso de la Unión Soviética, junto a un selecto grupo de científicos sociales e intelectuales latinoamericanos, Edelberto fue entrevistado por una conocida publicación internacional, la cual lo interrogó sobre sus apreciaciones con respecto a lo que podría ser el probable rumbo político que tomasen los eventos políticos en América Latina a partir de ese cataclísmico evento mundial.
Entre sus respuestas, recuerdo que destacaba una idea suya que la ilustraba por medio de su conocido estilo metafórico, diciendo que en general, en la historia “un esclavo no puede liberar a otro esclavo”, una visión un tanto pesimista sobre las expectativas de cambios revolucionarios siempre en lista de espera en nuestros países, pero desde mi punto de vista, remarca la importancia de nunca perder de vista las limitaciones que imponen las estructuras políticas y sociales que históricamente se van imponiendo.
Una segunda idea importante que Edelberto expresó en dicha entrevista, y que de alguna manera despeja cualquier acusación de pesimismo de su parte con relación a la posibilidad de los cambios políticos profundos en Latinoamérica, fue que él consideraba que las siguientes décadas del devenir político de nuestra región, iban a presenciar movilizaciones sociales con tendencias plebiscitarias, en busca de mecanismos de incidencia política más directa frente al desgaste y desprestigio de la corrupta clase política tradicional.
Hay muchísimo más que podríamos decir sobre Edelberto. Un artículo no suple la necesidad de desarrollar un proceso amplio y sistemático de revisitación crítica de su extenso y denso trabajo de investigación sociológica y política.
Por mucho tiempo más este gran intelectual y maestro de varias generaciones de maestros nos seguirá hablando, increpando e interrogando sobre los múltiples y complejos problemas sociales que abordó con rigor científico y solvencia ética.
Por esa sencilla razón, mientras numerosas obras, textos, ensayos, artículos e informes se sigan estudiando, considero que habrá Edelberto Torres Rivas para buen rato.
Larga vida al maestro que durante muchas décadas de fecundo trabajo intelectual, nos enseñó que el rigor científico, la crítica razonada y la coherencia ética están por encima de cualquier fanatismo ideológico o partidario. Nos enseñó a ser consecuentes, más nunca obsecuentes.
Sergio Barrios Escalante
Científico Social e Investigador. Editor de la Revista virtual RafTulum.
https://revistatulum.wordpress.com/
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